Luca (Lucca). Una Muralla. Una ciudad. Vivir Italia

 



Luca una ciudad medieval


Nosotros también estamos de vacaciones, pero hemos programado esta entrada para el verano. Es un poco antigua, pero muy apropiada para estas fechas.



Septiembre de 2010



     En 1860 un viajero español, Pedro Antonio de Alarcón, en viaje desde Pisa a Florencia, y a la vista de las murallas de Lucca, decide detenerse en la ciudad. Sus motivos son más bien técnicos, desea llegar a Florencia con las primeras luces del día y determina pasar la noche en la ciudad de Lucca. Viene de muy lejos, se ha recorrido casi toda Italia y sus impresiones las va recogiendo en un libro de viajes que alcanzará la considerable suma de 400 páginas. Se alberga en el Palazzo Della Croce di Malta, un negocio que aún existe, pero ya como edificio de apartamentos. Lamentándose de que los usos de estas tierras le envíen a la cama a las nueve de la noche, hora en la que en España se suele empezar a cenar. Se duerme, más bien inquieto, pues a la mañana siguiente debe tomar el ferrocarril que le llevará en tres horas a Florencia. Su estancia en la ciudad sólo le ocupa una página y media de su diario de viaje. Este parece ser el destino de una ciudad como Lucca, intentando hacerse un hueco fratricida entre Siena y Pisa, y definitivamente resignada ante las luces de Florencia.

     Afortunada Lucca en esa su casi irrelevancia. Si no fuera por las murallas que la abrazan, pudiera perfectamente haberse confundido con la feroz foresta que la rodea. Las murallas de Lucca tienen una notable personalidad, modestas en comparación con el descomunal despropósito de la muralla China, y en la línea de las de Carcasona o las de Ávila, tan nuestras estas últimas,  tan recias. Las murallas de Lucca han perdido toda ferocidad, toda intención belicosa, son más bien un paseo agradable y reposado por todo el perímetro de la ciudad. Más de cuatro kilómetros que, recorridos a pie, se hacen cortos. Protegidos los días de sol inclemente por un pasillo de plátanos, acacias y álamos, árboles de proporciones formidables. Tal es así que el diseño de la muralla parece que, en algunos de sus tramos, tiene sólo por objeto garantizar la integridad de estos colosos vegetales, arraigados principalmente en los baluartes, once fortificaciones con forma de flecha añadidos a la muralla y que, a vista de pájaro, son absolutamente inofensivos pues parecen parques urbanos.

     La muralla es utilizada por propios y extraños como circuito urbano, peatones y bicicletas. El tráfico privado está prohibido, por supuesto, aunque las crónicas decimonónicas hablan del uso que hacían de esta plataforma los carruajes y los jinetes; los “liones” de Lucca que perseguían galantemente a las damas, tal es su anchura. Carece de almenas y quiero pensar que su mera presencia  ha salvado a la ciudad en varias ocasiones a lo largo de su historia, porque acoso, lo que se dice acoso, Lucca no ha tenido en toda su historia. Y eso que uno de sus hijos predilectos era Castruccio Castracani, un condotiero de esos que solían hacer la guerra “a gritos” y  al que Maquiavelo biografió.  La popularidad de la que hace gala parece el homenaje permanente de los luqueses a sus buenos servicios a la ciudad. Aunque la gobernara como un déspota, según algunos.

     Aún hoy entre la muralla y los primeros árboles se abre una pradera de 500 metros de anchura sin vegetación alguna. Todos los árboles fueron talados con el fin de que los eventuales agresores no pudieran refugiarse tras de ellos para agredir a la ciudad, y así se ha conservado.  Lucca dispuso, muy al uso italiano, de más de cien torres y hasta de una guardia suiza, como el Vaticano, formada por sesenta mozos de los cantones católicos de Suiza que fue disuelta en el siglo XVII.

     Dicen que Italia tiene clima Mediterráneo, yo no lo veo por ningún lado. Será que no conozco toda Italia, pero aquí, en Lucca, que luce unas extensas y abundantes praderas verdes y unos bosques formidables, decididamente no hay clima mediterráneo. Llueve siempre y en verano cada seis o siete días. Y no son cuatro gotas, llueve torrencialmente, una tormenta detrás de otra. Hasta el extremo de que la autopista que une Lucca con Florencia queda colapsada no solo por la densidad del tráfico y la mala visibilidad, sino porque los coches, y también los camiones, buscan refugio al pedrusco bajo los puentes que cruzan la autopista.           

     Llueve de lo lindo y además lo ha hecho siempre.  Florencia, a 60  kilómetros de Lucca, es famosa entre otras muchas cosas por las acometidas del Arno -su río- a la integridad de la ciudad. El año 1966 es famoso porque el Arno desbordó las barreras e inundó la ciudad provocando una emergencia artística internacional al destruir infinidad de obras de arte. Este fue un episodio de la fuerza del agua en Florencia, pero la del 1547  debió de ser peor, a juzgar por las marcas que lucen las fachadas florentinas de la plaza de la Santa Croce que indican la altura que alcanzó el agua. Lucca, como su vecina Florencia, es también veterana en ríos desbocados, sus murallas no solo le han dado tranquilidad y confianza, sino que también en 1812 han frenado las aguas  de su más que enérgico río Serchio.

      Ya hemos dicho que la historia ha sido benevolente con la ciudad, no ha sufrido asedios dolorosos pese a lo que puedan decir estas murallas. A principios del siglo XIX los franceses se encapricharon de los cañones que se distribuían por las fortificaciones y se los llevaron, aunque otros atribuyen a los austriacos la autoría de este expolio. Su periplo bélico más reciente lo cierran los ingleses. Mil de ellos desembarcaron en la cercana playa de Viareggio y pusieron cerco a la ciudad, la cual rindieron tras disparar un cañonazo.

     Lucca en cambio no se ha rendido ante el nuevo bárbaro del siglo XX, el automóvil. Es una ciudad vietato al tráfico, porque, aunque circular por la ciudad está permitido a los residentes, parece de mal tono utilizar el automóvil por sus calles, y es la bicicleta la reina de estas, planas como la palma de la mano. La bicicleta la utilizan viejos, adultos y jóvenes (y ahora que lo pienso no he visto ningún niño en bicicleta) con parabrisas incluido, los niños pequeños encajados en la cesta del manillar. Una curiosa manera de identificar a los escasos turistas españoles en esta ciudad consiste en reconocerlos por el uso del casco y el chaleco reflectante, artilugios que aquí no utiliza prácticamente nadie. Dentro de las murallas se puede aparcar, eso sí, en los lugares habilitados a tal efecto y a 1,50 euros la hora (tarifas 2010), se paga de 8:00 a 20:00. Incluidos festivos. Calcula pues, unos 18 euros por día sin vigilancia alguna. Si lo deseas, y un poco más económico, tienes los aparcamientos extramuros, algo alejados del centro. Supongo que los hoteles dispondrán de aparcamientos concertados o propios, pero son también de pago.

     Luca es vecina de la orgullosa Florencia, pero esta proximidad la lleva sin complejo alguno. El alma luquense es medieval, el de Florencia renacentista. Me explico, vive mejor agazapada y pasando algo desapercibida que mostrando su oficio para ser devorada por multitudes de turistas, a estas alturas ya sólo ávidos de cargar la memoria de sus cámaras o la galería de sus móviles como parece suceder en Florencia. Aquí, en Lucca no se impone la cartografía del turista tipo, uniformado con zapatillas de deporte, peregrino ante solemnes monumentos y provisto de paciencia infinita. Aguantando horas, hasta una mañana entera en la puerta de los Uffizi , y tras dejarse las piernas en los incómodos escalones del museo, dar por concluida la visita en 40 ó 60 minutos. En Lucca no hay aglomeraciones, excepto en la catedral de San Martín, donde se puede contemplar la Santa Faz, el que dicen que es el verdadero rostro de Cristo. La Santa Faz junto a la Sábana Santa y la Virgen de Guadalupe, constituyen las tres obras aqueropitas (no son obras debidas al trabajo del hombre) que se tienen como tales en la cristiandad. El rostro de Cristo es de una belleza especial. Los italianos no se permiten ningún rigor histórico que pase por la fealdad, aunque esto les obligue a faltar a la verdad. Ese gusto por la fealdad que practican algunos pueblos es indecoroso para los italianos. 

    Luca tuvo la suerte de permanecer alejada de los itinerarios del Gran Tour, ese periplo que desde el siglo XVIII hasta principios del XX se impusieron las clases más adineradas de Europa, y que fijó como destino preferente la Península italiana. Pocos países en el mundo pueden presumir de una herencia artística como la de esta nación. Florencia, Roma, y en su momento, una extensión a Nápoles, incluida Pompeya (hoy este desvío es muy limitado), eran destinos que se tenían como inexcusables. Goethe, que viajó durante un año por Italia, se veía a sí mismo como un peregrino estupefacto ante el derroche de belleza. Los italianos, como los árabes, creen que la belleza está en la mente de Dios, por lo tanto toda obra de su agrado debe de participar de esta cualidad. Las murallas de Luca la defendieron incluso de ese primigenio y económicamente potente turismo aristocrático. La referida Florencia, pero también Siena o Pisa, desviaron a la ciudad de la ruta principal, no obstante a su alrededor se erigieron los más refinados balnearios destinados a albergar un turismo de muy alto poder adquisitivo. Montecatini Terme, a escasos 33 kilómetros de Luca es una visita casi obligada porque presenta el extraño encanto de las ciudades que han entrado en decadencia económica, pero que conservan su esplendor como un valor intemporal y un brillo marchito, la arquitectura de sus termas puede perfectamente transportarte a aquellas otras, próximas a Roma, y que en su caso sirvieron de refugio al emperador Adriano en su villa. 

    La ciudad no está lejos del mar y se encuentra próxima a  Pisa. Una ciudad,  esta última,  con la que mantiene una gran rivalidad y una prudente distancia en cuanto a la forma de gestionar un turismo masivo e incómodo, que ha hecho de Pisa un popular, ruidoso y enojoso destino. Probablemente menos conocida, aunque visible a muchos kilómetros, se encuentra una montaña eternamente blanca en la que solo nieva en invierno. Pero no es la nieve la que se ocupa de poner sello a su nombre, es el mármol de sus entrañas, gracias al cual han sido posibles incontables obras de arte tanto en la arquitectura como la escultura: el Moisés, el David o Laocoonte y sus hijos, por ejemplo. De estas estribaciones pertenecientes a los Alpes Apuanos se ha extraído desde hace milenios el mármol con el que Roma vistió sus palacios, empleaban técnicas de extracción mecánica para las que solo utilizaban madera y agua. Hasta aquí viajaba   el ceñudo Miguel Ángel para seleccionar personalmente los mármoles que dieran soporte, entre otros, a su trabajo más atormentado, el Moisés, esa estatua a la que solo le faltaba un soplo divino para cobrar vida. Me consta que existe la posibilidad de visitar las canteras. 

    Luca pertenece al selecto grupo de las ciudades del silencio, aún es posible pasear por sus calles antes del ocaso acompañados solo por el sonido de nuestros pasos y el trinar nervioso de los pájaros. Podemos hasta imaginar el quehacer laborioso de aquella ciudad, urdida gracias al trabajo de numerosos artesanos y comerciantes que hicieron del Norte de Italia la zona más rica de Europa en el ya lejano siglo XIII. Muchos de estos hombres fueron personajes anónimos, la discreción, por lo general suele avencindarse bien con la laboriosidad, pero otros no resistieron la tentación jactanciosa de mostrar su éxito a la posteridad. Hablo de un ilustre Lucchesi: Giovanni Arnolfini, que sirvió como modelo, junto a su mujer, para el pintor Jan Van Eyck en el celebérrimo cuadro titulado el matrimonio Arnolfini. Otros ilustres luqueses resistieron la emigración y quisieron poner de manifiesto ante sus vecinos el relevante status de sus familias, para lo cual, sembraron el recinto amurallado con torres, a cual más alta, significando así su relevancia. De estas torres, llegaron a ser más de cuarenta, quedan ya pocas erguidas, pero una de ellas; la Torre Guinigi, da fe del empeño. Es una ciudad limpia, aunque algo radicalizada en aspectos relativos a la gestión ambiental, toda Italia sufre una fiebre de fundamentalismo ecologista que se refleja particularmente en un sistema de recogida de basuras confuso que requiere casi capítulo aparte. Es tan engorroso que el Ayuntamiento se ha ocupado de repartir una hoja con instrucciones que yo no he acabado de entender. La basura se saca de 6 a 9, imagino que en horario de tarde, aunque no se precisa. La basura orgánica se saca en bolsa de papel, y no todos los días de la semana(¡ojo cuando compras el pescado¡). Otro día, y en bolsa de plástico,  la reciclable, y otro día la no reciclable, también en bolsa de plástico.  Dividida la ciudad en dos zonas, la basura (spazattura creo que se dice en italiano), cuando se recoge en una no se recoge en la otra. Complicado,  pero el civismo de Lucca funciona. ¡Y cómo lo hace! Incluso en las bolsas de basura se dejan notas fijadas con celofán al plástico, precisando, pienso yo, el contenido de la bolsita. Qué distinto de los túneles que dan acceso a la costa Amalfitana en el lejano Nápoles, cubiertos de bolsas negras rebosantes de spazattura. Obviamente el empleo del tiempo es totalmente distinto al nuestro. Benditos sean ellos

     Otra actividad que  no podéis perderos es el menudeo de escaparates. Discretos, pero de una elegancia que impresiona. Por ejemplo, el de una agencia inmobiliaria que tenía enmarcados cada una de sus ofertas tanto para venta o alquiler, iluminados individualmente cual si fueran cuadros de exposición. Es más que notable el contraste con esos descuidados comercios de compra-venta de pisos de nuestras ciudades. Una dimensión especial es la que refiere a las fruterías, que además de competir en la calidad del género lo hacen, si cabe, con mayor esmero en la equilibrada disposición de sus productos . Otro tanto cabría decir de los ultramarinos, parecen bodegones de Rubens, cuidan hasta el contraste de la mercancía, colocando las judías blancas junto al queso de corteza oscura. La distribución de comercios en función de su actividad parece responder a algún criterio estético; la librería en la calle Roma, por ejemplo, un precioso local abovedado que dispone de cafetería porque dicen los italianos que el olor a café estimula la lectura. Me acuerdo de una pollería en  la calle principal que no desentona en absoluto con la distinción que se exige a tan privilegiada ubicación, visto que el turismo culinario ya se postula  tan  instructivo como la visita a cualquier museo. La pollería, además, está limpia como una patena, podías rebuscar las botellas de vino que también vendía y ninguna tenía rastro de polvo. Los precios son razonables y el pollo te lo llevas limpio a casa tras una pasada por el soplete que utiliza ad hoc el pollero, y que le sirve para eliminar las plumas.

     No he visto precios indecentes en la ropa, hasta en eso tiene una dimensión más humana la ciudad. Y eso que aquí el personal es cuando menos igual de elegante que en Milán, pero sin duda menos fatuo. Lucca es zona próspera y de antiguo viene la alabanza a la laboriosidad de sus gentes que no dejan un palmo de tierra sin cultivar; cuando la cosecha les daba un respiro no permanecían ociosos, sino que emigraban a zonas próximas para regresar otra vez a trabajar la tierra que dejaron. No existe ese insultante espacio de los cotos de caza, ni tierras baldías, tan íbero, tan primitivo y falto de pedagogía social. Esta quizás es una tierra más generosa, más húmeda, superpoblada. Es inconcebible una heredad ociosa y un campesino haragán

     Tiene Luca uno de los mejores tomates que he probado en mi vida, de esos que por sí solos hacen un buen plato. Buen pescado, pequeño pero muy sabroso; la cerveza italiana entra bien, pero le falta cuerpo, buen vino «de diario» y no caro, pero el pan carece de entidad para el gusto español, yo juraría que le falta…….miga. Al fin y al cabo, ¡quién toma pan con la pasta ! En cuanto a los restaurantes es conveniente dejarse guiar por el sentido común, los de las calles principales son los más caros y la relación calidad precio no es la más adecuada; los mejores en las calles laterales y todos especializados en cocina italiana,  porque intramuros existe una normativa (datos 2010) que desestima la concesión de licencias a restaurantes de cocina extranjera. Esto es cierto y Lucca ha sido acusada por ello de practicar una suerte de racismo culinario. La cocina italiana es extraordinaria pero a veces los paladares españoles exigen aventurarse en territorios donde no esté presente la pasta.  De cuarenta a sesenta euros dos personas. Los hoteles son muy aceptables, aunque imponen una dictadura horaria para los refrigerios: desayuno, comida y cena que puede llegar a cansar. Por eso una opción más versátil es la proporcionada por  buenos apartamentos que te permiten liberarte de esa tiranía, y de paso, conocer sus mercados y tiendas de alimentación que suelen proporcionar testimonio real  sobre la cultura y el carácter de un pueblo frecuentemente más auténtico que el recogido en los museos. Y esta, a mi modo de ver, es la opción más aconsejable cuando vas a pasar más de 3 días en una ciudad. Teniendo en cuenta que el alquiler entre particulares a través de Internet a mí nunca me ha fallado (con las precauciones debidas). Y en el caso de Lucca aún más, porque cuando hay algún mal entendido de por medio, recibes la inestimable ayuda y colaboración de los luqueses que  prestan su queridísimo móvil, su tiempo y su interés en hacer tu estancia en Lucca lo más agradable posible.


Pd:

     ¡Qué imperdonable olvido el mío¡: Puccini, el compositor, era de Lucca. Vivió la mayor parte de su vida en Torre del Lago, cerca de Lucca y al sur de Viareggio. Y tiene una estatua muy cerca de la pollería que he mencionado. 

Autor:

Jaime García: Es colaborador de Lacasamundo


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