Mujeres. El Reino de las Mujeres. Una experiencia social en el siglo XV

 


El reino de los placeres y las delicias del sultán Ghiyath  


Desde el principio de los tiempos el hombre ha aspirado a la felicidad. Para ello, ha construido espacios ideales de convivencia, lugares en los que las duras aristas de la existencia hubieran sido superadas. Los llamaron de distintas maneras: Yanna,  Edén,  Paraíso,  Campo de Juncos,  Arcadias,  Shambhala..... Casi todos eran la culminación de propuestas religiosas o cuasi religiosas cuya validez era imposible de verificar. Existen excepciones, muy puntuales, en los que el ánimo de un visionario intenta aclimatar al mundo real un lugar idílico en el que la paz, el orden, la ausencia de violencia, la belleza; ¿y por qué no? también el placer, fueran los bastiones de ese microcosmos social. 


1. El Hombre


Hemos de viajar al siglo XV, en el Sultanato de Malwa, en el centro  de la India. Transcurre el año 1469, el sultán ha muerto y Ghiyath Shahi, su hijo, se convierte en el nuevo gobernante. Ha guerreado por su padre durante los últimos 30 años al frente de su ejército, batallado un día sí y otro también. De tal forma que el reposo de una jornada solo anticipaba la batalla del día siguiente. No había piedad, ni para mujeres, ni para niños. Se arrasaban las tierras con sal, se enterraba vivos a los prisioneros, se daba fuego a las viviendas con sus habitantes dentro y las tierras se regaban con sangre. El norte y el centro de la India eran un hervidero de atrocidades, musulmanes peleando contra musulmanes, musulmanes contra hindúes, hindúes contra hindúes. Nadie que se tenga por ser humano puede salir de esta experiencia sin haber sufrido radicales transformaciones; Ghiyath Shahi había cambiado. Creía que ya había hecho lo suficiente por su reino y aquella carga que recibía como heredero la iba a utilizar para el fomento de la paz, la belleza y el placer. Así pues, su primera determinación fue la de delegar en su propio hijo las competencias más amargas del poder, en tanto que reservaba para él un proyecto en el que su imaginación había venido trabajando en los duros años de la milicia. Se propuso impulsar una corte en la que la violencia no tuviera cabida, fomentando la instrucción y las bellas artes, dando carta de naturaleza a todas aquellas actividades que facilitaran las disciplinas o habilidades destinadas a aplacentar los sentidos, como la comida, el sexo, la caza, la filosofía, perfumería, etcétera. Para ello y como buen conocedor de la naturaleza humana, contrató un ejército formado solo por mujeres turcomanas y abisinias porque, si bien la paz era uno de sus objetivos, sabía de los muchos peligros que amenazaban su proyecto. 


2. El Proyecto


Ghiyath Shahi había advertido que los únicos momentos de felicidad durante sus muchos año de feroz guerrero se los habían proporcionado las mujeres del harén. No era el único gobernante del mundo musulmán que se había refugiado en los harenes con el fin de encontrar entre sus paredes momentos de asueto y reposo, pero en su caso, la convivencia con las mujeres del harenato puso en valor las muchas virtudes del género femenino, hasta el punto de hacerle más grata la compañía femenina que la de los hombres. Ellas habían monopolizado la belleza, tenían un trato afable, eran alegres por naturaleza y su objetivo en la vida parecía estar destinado a conseguir la felicidad para sí y para todos aquellos que las rodeaban. Además, su conversación era en extremo inteligente y mantenían una viveza intelectual que solo podía ser el espejo de espíritus dinámicos, abiertos a todo tipo de conocimiento. Dominaban todo aquello que el hombre tenía por bueno y que parecía haber sido creado por Dios para agradar su enérgica y violenta existencia: empezando por la comida, las artes de la relajación, las conversaciones teológico filosóficas, el arte del perfume. Todo esto le llevo a diseñar un plan que iba más allá del recinto del harén y que pasaba por activar socialmente al género femenino, teniéndolas de esta manera por el principal activo de una nueva ciudad. Hizo de  Mandu su nueva capital, aunque la urbe  pronto empezaría a conocerse como Shadiabab «ciudad de la  alegría», ya que las intenciones del sultán eran la de reglamentar el placer como el principal elemento inspirador de su legislación y gobierno. 


3. Su Destino



        Los años que Alá le permitiera permanecer en este mundo los dedicaría al placer, pero no solo al placer propio, perspectiva que en nada beneficiaria su propuesta hedónica colectiva, si no un placer que estuviera al alcance de todos aquellos que le rodearan, pues solo así, socializando el confort, podría él gozar completamente.  Como quiera que había encontrado entre el sexo femenino una disposición natural hacia la convivencia cortés y pacífica, decidió rodearse de mujeres para su proyecto urbano y social. Mandó pues edificar varios palacios, uno de ellos conocido como «el barco» porque su forma recordaba la de una quilla, también jardines y barracones, así como amplias piscinas destinadas al solaz de él mismo y su población femenina. Jahangir, uno de los emperadores mogoles de la India, estimaba que 15000 mujeres habitaban las dependencias[1] habilitadas por  Ghiyath Shahi.  Ellas, como ya he referido, no solo se ocupaban de las competencias defensivas, sino de la instrucción y la enseñanza de aquellas niñas que destacaban por su interés y capacidad, hasta el punto de que «las madrasas», escuelas coránicas se habilitaron específicamente para proporcionar enseñanza a las mujeres. De ellas dependía la administración de este reino, llamado impropiamente epicúreo. Las más instruidas y brillantes nutrieron el círculo íntimo del sultán, adornando intelectualmente las sobremesas con vivas y divertidas discusiones o sesudas disputas religiosas y filosóficas. También eran mujeres las que le acompañaban en jornadas de caza, en las que el propio Ghiyath Shahi había cifrado uno de sus momentos de mayor solaz. Solía decir que la felicidad de un hombre era completa cuando viaja a lomos de un elefante, acompañado por una buena conversadora, saboreando una buena bebida y refrescados sus pies con pasta de alcanfor. Se le consideró un gran mecenas de la perfumería y la química, pues en la India es esta última disciplina la que responde de la impagables variedad de aromas que generó el país. Toda esta experiencia vital quedo delicadamente ilustrada en un texto conocido como «Nimatnama» (Libro de las Delicias), texto rapiñado en su momento, como botín de guerra, por la siniestra Compañía Británica de las Indias Orientales (una empresa privada en la que la monarquía Británica había delegado la gestión de la India), y hoy expuesto en el Museo Británico. En este delicioso libro se paginan, ilustración a ilustración, los numerosos episodios vitales que durante más de treinta años constituyeron la actividad diaria de este «gran vividor»: higiene, elaboración de menús, festines, francachelas, imágenes de caza, bucolismo, y un apartado especial dedicado, como ya he referido, a la elaboración de perfumes. Aunque fue un gobernante pío y devoto, nos cabe la duda de que se retrajera en todo momento del consumo de narcóticos, pues el Subcontinente Indio ha manejado históricamente los opiáceos casi de forma litúrgica. El espejo infinito de reyes, reyezuelos,  príncipes, sultanes y castas guerreras de la India medieval apunta a un consumo protocolizado y habitual, tanto de alcohol, como de otras sustancias embriagantes (de hecho, varios emperadores mogoles, de estricta obediencia coránica, fueron alcohólicos). El Libro de las Delicias exhibe también un capitulario dedicado al sexo, la peculiar y delicada literatura sexual de la India encajó perfectamente con el sensualismo de los conquistadores musulmanes, embebidos de la tradición arabo-persa. El apartado dedicado a la perfumería[2] en el Libro de las Delicias es consistente con lo antedicho por un doble motivo, primero porque el perfume se ocupa de vestir y acompañar la seducción y segundo, porque la materia prima comprometida en la elaboración de bienes fragantes posee propiedades que van más allá de sus virtudes olorosas. Ghiyath Shahi propone, por ejemplo, una pomada que reactivaría el deseo sexual y que se aplicaría sobre la piel. 

        Ghiyath Shahi  vivió como quiso y cuanto pudo. Vivió hasta que un día su hijo, aquel en quién había delegado la gestión del país, decidió matarlo. Parece ser que utilizó el veneno para ello. A continuación se ocupó de borrar toda la obra de su padre, haciendo retornar a las mujeres a sus oficios acostumbrados y a su habitual dependencia.



[1] Jahangirnama

[2] J.García. «Acerca del Perfume y el Olor»


También podéis ver:

Mogoles de la India. Perfumes

Inmolación de mujeres en la India: el sati