Galeones. Historia de un viaje en el siglo XVII



Galeones de España.



Primera Parte



Decía Fray Antonio de Guevara [1480-1545] que la palabra «mar» en nada podía evocar experiencias placenteras, pues derivaba ni más ni menos que de «amargura». Su juicio, pues nunca estuvo embarcado, fue resultado de las experiencias referidas por marineros y tripulantes sobre la vida a bordo de los barcos. Desde luego muy alejadas sus vivencias de recreación romántica alguna. Hermoso, sin duda, pero terrible y cruel. Decididamente el elemento del hombre no es el agua sino la tierra que le vio nacer, como ya se ocupó de referir un misionero italiano del siglo XVII  Durante los siglos XVI y XVII centenares de miles de emigrantes españoles decidieron por diversos motivos, aunque la pobreza se apunte como el principal móvil, decidieron, decía, emigrar al Nuevo Mundo y el barco era el único medio para hacerlo. Muchos de ellos perdieron la vida y su esperanza yace desde entonces en el fondo abisal y oscuro del Océano(1). Aunque hasta bien entrado el siglo XVII la emigración a las Indias estaba prohibida para los no nacionales, el ingenio que proporciona las acuciantes necesidades materiales, la promesa de oportunidades y la esperanza de conseguir una vida más próspera en un territorio inexplorado, hicieron virtud de la necesidad y numerosos aventureros y hombres sin fortuna procedentes de toda Europa acudieron a los puertos de Sevilla y Lisboa dispuestos a embarcar hacia las Indias. No era desde luego una empresa para pusilánimes. 

Galeones Historia de un viaje en el siglo XVII
Interior de un galeón [picar para ampliar]



          La conocida como  «carrera de las Indias» fue una epopeya aún no suficientemente valorada ni narrada, en la que sufrimiento, coraje y valor se mezclan a partes iguales en ese mar español que fue en algún momento el Océano Atlántico. Cualquiera de estos hombres sin futuro, jóvenes por lo general,  podía suscribir los detalles de este viaje iniciado en la ciudad de Sevilla en torno al año 1630 el día 15 de enero y que llevó 120 días de navegación  con lo que no pusieron pie en la ciudad de Buenos Aires hasta finales del mes de mayo. Esta es la historia de una travesía accidentada que emprendió un tal Yago Garcifernan,  nacido en la Herradura de Granada, en cuya bahía se ahogaron más de 5000 hombres, mujeres y niños en el año de 1562, hundidas sus naves por el feroz viento que asomó desde el conocido como cerro gordo. De esta tragedia tuvo cumplida cuenta Yago por su abuelo que acudió en auxilio de los infelices y por su padre que se lo refirió. En cualquier caso la tragedia tuvo eco en su momento pues Cervantes ya aludió a la misma en el Quijote. Yago miró desde entonces al mar con respeto, cuando no miedo. Su imaginación infantil se ocupó de convertir este y otros episodios de parecido tenor en escenarios que espantaban su alma. Pero el tiempo se ocuparía de borrar la intensidad de su pánico y las penurias fueron tantas y tan continuas que cierto día resolvió abandonar su tierra, pensando que el riesgo merecía la pena y que como a muchos de sus paisanos el Nuevo Mundo le ofrecería otras oportunidades.
          En el año de 1630, como he dicho,  embarcó en un galeón de la flota cuyo nombre había olvidado. Iba provisto solo de dos camisas, dos calzas y un par de zapatos que las ratas se comieron en mitad del océano por lo que desembarcó descalzo en Buenos Aires. Descalzo, pero vivo. Tomó el barco en la ciudad de Sevilla, en el conocido como «muelle de tablada» en un galeón de más de trescientas toneladas, tan pasado de peso que su capitán temió tocar fondo en algún punto del curso fluvial del río Guadalquivir. Se trataba solo de  quince leguas hasta llegar a mar abierto. Un lecho fluvial de tierra cambiante y traicionera que a pesar de ser conocida por los capitanes obligaba a una navegación lenta, tanto que, a veces el buque debía de fondear hasta que las condiciones fueran favorables. En nuestro caso el exceso de mercancía no se había declarado  en la Casa de Contratación de Sevilla, como era harto frecuente,  por lo que el capitán y sus oficiales, en buena parte responsables de este exceso, en nada podían acudir al alijamiento [aliviar] parcial de la carga desembarcándola, para después, ya en mar abierto, volverla a recuperar. Fue un autentico milagro que los bajos del buque pudieran rebasar la barra de Sanlúcar de Barrameda, un muro submarino formado por el aluvión de tierras causado por el río en su desembocadura. Los bajos del galeón expresaron este difícil momento y su quilla toco ligeramente la arena del fondo. Por primera vez la algarabía de casi trescientas gargantas, las que  atestaban el barco entre tripulantes y pasajeros,   quedó enmudecida ante el temor de que el viaje terminara de forma tan precipitada. Afortunadamente, la arena de la barra se limitó a lijar los bajos del buque, arañando la quilla. El capitán, que tenía por incierta esta parte de la navegación,  había aconsejado al más ilustre de sus pasajeros y a su familia, el Gobernador de.... seguir al galeón a bordo de una barca de pequeño calado embarcando una vez el buque hubiera salvado la barra. Esto efectivamente sucedió y el ilustre pasajero, junto a sus tres hijas, su mujer y diez o doce sirvientes, tomó posesión del único camarote de pasajeros que merecía tal nombre, aposentándose en su interior junto a sus hijas y el servicio femenino, mientras que los seis varones que le seguían formaron una suerte de barricada con sus equipajes ante la puerta del camarote.  Mal presentimiento tuvo por eso Yago ya que la navegación del río les llevó la friolera de siete jornadas, quedando el barco detenido otras dos jornadas más a la espera del Gobernador. 




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Galeón español del siglo XVI. Peter Dennis [Picar para ampliar]





          Iba el galeón cargado con 175 pasajeros y una tripulación de 75 hombres, más cuatro mujeres que el capitán había embarcado por su cuenta a fin de que la travesía se le hiciera más leve, además de diez o veinte polizones por cuenta de la marinería, que de esta forma se procuraba unos ingresos extras. Además llevaban tres caballos pertenecientes al Gobernador, una vaca, veinte cerdos, 300 gallinas y un número indeterminado de gatos que debían de ocuparse de mantener a raya a los ratones. Solo el Gobernador había cargado las bodegas del galeón con utillaje que pesaba más de 1500 kilos. Teniendo en cuenta que el galeón media 40 de largo y 8 o 9 metros de ancho, la distribución del espacio era más bien escasa y en ocasiones acuciante. Afortunadamente la tripulación dormía sobre hamacas, un sistema de descanso importado del Nuevo Mundo por los españoles y aceptado por todas las flotas de Europa; los camastros podían retirarse durante el día con lo que en parte se aumentaba la movilidad. Los pasajeros que podían  permitírselo habían pagado por estos catres; dormían en seco, pero en cambio debían permanecer en pie el resto de la jornada ya que todo el suelo de la primera cubierta, donde se disponían aquellas, estaba ocupado por otros pasajeros y sus equipajes. Disponían estos de  menos de 2 metros cuadrados para su descanso directamente sobre el entablamento, utilizando someras esteras que a veces eran utilizadas como mortajas en el caso de una suerte funesta. El hacinamiento obligaba a soportar la respiración de sus vecinos, pero también su mal olor, y llegado el caso, los vómitos de aquellos que no soportaban el balanceo constante de los barcos. Cierto que llegado el caso, y ante los grandes temporales, ningún tripulante, incluida la marinería más veterana, era capaz de apaciguar sus estómagos. Las evacuaciones mayores solían efectuarse por la noche, aprovechándose del amparo de la oscuridad, aliviando en parte el  bochorno, pues no existía recinto cerrado para realizarlo. Un cierto avance en este sentido en las flotas había permitido practicar unas letrinas junto al castillo de proa aunque las mas de las veces era preciso encaramarse a    la borda,   confiando en la placidez del mar, si bien prudentemente asido a algún cabo, pues cualquier golpe de mar o un mal paso podía hacer perder el equilibrio. Prácticamente todas las travesías sufrían misteriosas perdidas de pasajeros, e incluso de experimentados tripulantes, debido a caídas accidentales al agua. Tanto el capitán como la oficialidad así como los pasajeros ilustres, disponían de unos pequeños cubículos donde su intimidad estaba asegurada así como una cierta  limpieza.

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Transporte de caballos en un galeón




          Yago ya había sido advertido de estas circunstancia y había preferido permanecer en la cubierta superior bajo el amparo de sendas lonas que se habían dispuesto tanto sobre la tolda como la toldilla del barco. El hacinamiento en la cubierta inferior había aconsejado disponer este irregular acomodo. El entoldado procuraba una protección ante los calcinantes rayos de sol. Más adelante se hizo fuerte bajo la escalera que salvaba la altura entre la cubierta principal y la toldilla, los espacios en el barco debían defenderse con uñas y dientes y aquel le permitía hasta cierto grado de intimidad. Le costó repartir algún que otro mamporro y la pérdida de un diente, por su resolución se ganó entre los vecinos una cierta jerarquía. Era esto un reparto de la miseria, porque la cubierta, pasado el Ecuador, castigaba los cuerpos con el frío de las noches, que apenas podía ser aliviado con una piel de cabra que poseía. Sabía que a cambio de respirar aire puro, podía sufrir las penalidades de una mala mar ,incluso, ser barrido del barco por una ola, pero prefería esto a soportar la angustia de la oscuridad de las cubiertas inferiores, en las que no se podía permanecer erguido, y el aire era tan sofocante, que parecía respirarse a través de una esponja humedecida.  Yago observaba con zozobra la pálida geografía de aquellos rostros fatigados, heridos por la luminosidad del sol pues la única luz que llegaba a las bodegas era la poca que se filtraba a través de los portillos permanentemente cerrados a fin de evitar que el agua irrumpiera en el barco

(1) Historia social de la cama. J. García


Continuará............................



Revisión ortotipo 27/07/2021

Galeones de España consta de dos entradas: