La Barba. Historia de la Barba.
Es obvio que la barba abriga. Dejarla crecer indefinidamente, como el resto de los cabellos del cuerpo, era más cómodo que someterse al suplicio periódico de su rasurado. Claro que esto, como casi todo, requiere una precisión. ¿Hasta qué punto unos cabellos desmesuradamente largos entorpecían las técnicas de caza, y el resto de las habilidades precisas para sobrevivir en un medio tan agresivo como el vivido por la especie humana? Durante el siglo XVII y XVIII se entabló una peculiar polémica acerca del origen de la barba, no era una cuestión irrelevante puesto que se trataba de dirimir algo más que el soporte biológico de la misma. ¿Fue creado el hombre con barba o sin ella? Algunos estudiosos consideraban que la barba le creció al hombre más o menos como consecuencia de su pecado original. Aún así, no parece haber unanimidad. Van Helmont (Jan Baptista van Helmont 1580-1644) sostenía que Dios hizo al hombre imberbe; pues la barba de Adán era un castigo sobrevenido al primer hombre por la violación de Eva. Esta masa de pelo sería de esta manera un estigma, solo señalaba a un ser incontinente y salvaje incapaz de controlar sus impulsos. El italiano Valeriano Vannetti sostenía lo contrario en su obra Barbalogia, donde pretendía demostrar con argumentos este hecho. Dios no pudo privar esencialmente al hombre de semejante muestra de virilidad y poder, por eso Adán tenía barba desde el primer momento de su existencia.
El pelo de la barba en Mesopotamia se peinaba formando grandes tirabuzones sujetos por hilos de oro Entre los antiguos hebreos, tan deudores de aquellos, la barba era un honor. Solo debía ser recortada en el mentón, las mejillas y labio superior. Moisés, ese líder mesiánico del pueblo hebreo, les había prohibido expresamente recortarla en su extremo. En el Imperio persa la barba se asociaba con las masculinidad, solo los niños, las mujeres y los eunucos carecían de ella. Tal es así que el eunuco Artojares se hizo fabricar una barba y bigote postizos para conspirar, como un hombre, contra Darío II. Los egipcios usaban el afeitado como expresión de distinción. Señalaban de esta manera la superioridad de su cultura sobre aquellas barbadas sociedades de pastores que les rodeaban. En su caso la barba se limitaba a una mata de pelo recortada en el mentón. Con todo, la presencia de estos filamentos en el rostro de los faraones evidenciaba la alta dignidad que se le reconocía a una cara con barba. Hatshepsut, la única faraona del Antiguo Egipto, fue representada con la barba cilíndrica ritual, lo que ha llevado a muchos a pensar que se trataba de un raro caso de hipertricosis (o síndrome del hombre lobo), cuando probablemente debamos hablar solo de la licencia de un escultor por presentar adecuadamente la magnificencia de un rey, en este caso reina. Es por eso por lo que nos imaginamos que los dos pueblos, el egipcio y el hebreo, se distinguían en su convivencia en el país del Nilo, entre otras, por este detalle de la barba. Aún así, en el Levítico, leemos que un leproso es capaz de curarse a sí mismo afeitándose la barba, lo que evidencia cierta incoherencia en el discurso homogéneo que sobre la barba pretendemos establecer, porque el leproso no solo se afeitó la barba sino todo el cuerpo, y lo hizo en dos ocasiones, con una diferencia de siete días entre la una y la otra, incluido el baño. Los levitas se afeitaban, incluso todo el vello corporal (cabeza, barba y cejas), considerando este acto como una purificación. Parece bastante significativo que el verbo afeitar en hebreo sea idéntico en su uso a esquilar, lo que de alguna manera permite deducir que el instrumento para acicalar tanto al hombre como al ganado era el mismo.
Hanón, el rey de los Amonitas, recibió a los embajadores del rey David, y para señalar el desprecio que sentía por él y los suyos, le devolvió a sus hombres completamente afeitados. Al rey David, en principio, no se le ocurrió más que esconder a sus funcionarios en la ciudad de Jericó, con el fin de ocultar aquella ofensa, al menos hasta que las barbas les hubieran vuelto a crecer. Entretanto, el incidente sirvió de excusa para declarar la guerra a los amonitas, por lo que el desaire debió de costar la friolera de 40.000 víctimas. El honor personal de los hebreos residía en su barba, tal es así que un gesto de reconocimiento como tocarla, eso sí, sólo con la mano derecha, y también besarla, era un acto de gran consideración y respeto. Aún así, solo estaba permitido a los amigos más íntimos
Navaja para afeitar. Desierto Nubio, sur de Egipto.2500AC |
La diosa Atenea maldijo a aquel primer griego al que se le ocurrió cortarse la barba. Consideramos que los lacedemonios, más conocidos como espartanos, la tenían en tan alta estima que, interpelado uno de ellos por un ateniense acerca de la misma, el espartano le respondió que llevaba barba para recordar todos los días de su vida que sus actos no debían desmerecerla. Bien es verdad que los lacedemonios al parecer, tenían fama de austeros en su tiempo, por lo que a propósito tan noble se añadió un punto de ironía en la más jovial y cínica cultura de Atenas, de tal forma que al más bello ornamento que la naturaleza le había dado al hombre, se le añadía otra virtud; la de ser el más barbado.
Socrates |
La barba de Sócrates era tan famosa que se le conocía como el pedagogo barbudo. Aunque en este caso vamos a ser incluso un poco cativos, toda vez que los bustos que conservamos de este ilustre pensador pintan el rostro de un hombre bastante desfavorecido físicamente, lo que no desmerece en absoluto la profundidad de su pensamiento. Si bien permite adivinar en aquella barba una suerte de maquillaje capilar en una cara manifiestamente mejorable. Plutarco nos habla de un tal Archibiades, que poseía una barba de tamaño colosal. Cuando se le preguntaba a un espartano por la blancura de su barba éste respondía que ninguna de sus acciones había sido deshonrosa y por eso la blancura de la misma. Llevo mi barba con la dignidad suficiente como para que nunca se manche, lo que parece casi un plagio de lo referido en el punto anterior.
La barba se empezó a rasurar en Grecia a partir de Alejandro Magno. Incluso el padre de Alejandro, Filipo II de Macedonia, se representa sin barba en las monedas. Alejandro, en la batalla de Arbelas, había ordenado a sus tropas apurarse el cabello y la barba con el fin de que, ante un eventual combate cuerpo a cuerpo, las tropas enemigas no pudieran asirse a los cabellos para derribarles. No fue un caso único, esta estrategia de combate se presenta en repetidas ocasiones en la historia. Es corriente considerar al bigote como una barba incompleta, Cesar observó que tanto los godos, como los francos lo utilizaban con el fin de intimidar a sus enemigos y evitarse así en la batalla la incómoda presencia de la barba, pero eludiendo el rostro poco viril de un soldado afeitado. Los abantidas o abantes, un pueblo al que se hace referencia en La Ilíada, y que a decir de Heródoto, era extremadamente belicoso, afeitaba totalmente su cabeza, también con el propósito de impedir a sus enemigos que los asieran del cabello.
En cualquier caso el rasurado de las barbas no era completo, entre otras cosas debido a las limitaciones en los instrumentos que se utilizaban para tal cometido; hasta el punto de que el tirano Dionisio de Siracusa se afeitaba la barba directamente con fuego, pero Augusto, al parecer, usaba un cuchillo. Aristóteles, el preceptor de Alejandro, lucía una barba cuidada, también Pericles, lo que parece ser un modelo muy frecuente en Grecia. Los espartanos, tan próximos, pero culturalmente tan alejados de los atenienses, solían identificarse por sus largas barbas y sus cabellos reposando encima de los hombros. La atildada ciudad de Atenas, presentó en su momento la rebelión de los hijos de sus ciudadanos más ilustres, conocidos por «laconomaniacos», exigiendo una especie de catarsis colectiva, en el sentido de regresar a la pureza social de sus orígenes como cultura, imitando en esto a la ruda Esparta, de ahí su nombre. Uno de sus mas estimados rasgos eran las barbas, las cuales se dejaban crecer hasta la desmesura.
Navaja para afeitar. 100 a 300 AC |
Los etruscos y los antiguos romanos dejaban crecer sus barbas. Una de los épicos episodios del mundo romano lo ofrecen los senadores esperando su destino, 390 años a.C. Ocupando cada uno de ellos su respectiva silla curil y provistos de un bastoncito de marfil, mientras que el resto de la ciudad: hombres, mujeres, ancianos y niños la había abandonado a su destino. Mostraban de esta manera a los galos invasores toda su dignidad tras unas soberbias barbas. Marcus Papirius Crassus, el único de aquellos senadores de los que da fe la historia, no pudo soportar que un bárbaro le tirara de la barba y le arreó un golpe con su bastón, lo que determinó que todos ellos fueran pasados a cuchillo. Roma sobrevivió, pero buena parte de su historia desapareció por el fuego.
Los romanos empezaron a afeitarse decenas de años antes del nacimiento de Cristo. Fue un senador llamado Ticinius Melas el que introdujo la moda a Roma trasladando barberos de la helenizada Sicilia en el año 460 de la fundación de las ciudad [300 a.C]. Al parecer se trataba de recortar la barba y no de afeitarla. Seria Escipión el Africano el primero del que se tienen referencias en cuanto al afeitado diario y completo de la misma. Tuvo inmediatamente numerosos imitadores. Los romanos, desde los 20 a los 49 años, se afeitaban interponiendo un peine entre la piel y las tijeras, lo que no permitía un rasurado completo. A partir de los 49 años podían rasurarse hasta la piel, tal y como se hace en la actualidad. Pensaban los romanos que el primer pelo de la barba nacía exactamente en la mitad del labio superior, bajo el cartílago nasal, y a ese primer pelo los romanos le llamaban «Probarbium». La primera barba al parecer, la que señala el tránsito a la vida adulta, era apurada con el uso de pinzas, además este pelo era guardado en cajitas de oro o de plata que conservaban durante toda su vida. Este primer cabello rasurado recibía el nombre de «Lanugo». Nerón prefirió ofrecer el producto de su primer afeitado en el altar de Júpiter Capitolino. También Augusto y Calígula.
Recreación sobre un antiguo busto griego de la barba, el bigote y el cabello. |
Cuando la moda de afeitarse completamente se generalizó al principio del Imperio, Julio Cesar incluso, tenía buen cuidado en presentarse con un cutis sin pelo, y ello a pesar de que el afeitado acentuaba su molesta calvicie. Abundaron poetas aferrados a la tradición que hicieron mofa de dicho hábito, teniéndolo por afeminado y debilitante. Solo a los esclavos les estaba prohibido el afeitado bajo la aplicación de severas penas con lo que hubo un tiempo en Roma en el que lucir las barbas era sinónimo de servidumbre. En cambio, los patricios las impregnaban con perfumes y polvos de oro, utilizando como modelo la barba dorada del Emperador Calígula, que al parecer, era postiza. Séneca habla incluso de los que se la pintan con el fin de darle un aspecto más recio. Lejos quedaban aquellos tiempos en los que la dignidad del patriciado romano se media por la longitud de las barbas. La épica decisión de Régulo, un barbudo cónsul de Roma que regreso a Cartago para ser ejecutado porque así se había comprometido a hacerlo, ajusta vigorosamente con aquellos luengos cabellos que le cubrían hasta la cintura.
Desde Julio Cesar a Trajano, todos los Emperadores mostraron sus rostros afeitados. Otón, incluso, se afeitaba todos los días en una costumbre que había adquirido desde su juventud. Será el emperador Adriano[1] el primero que rompa este modelo estético dejándose crecer la barba, al parecer, con el fin de ocultar las marcas de su cara. Aunque esto que referimos no es del todo cierto, pues Nerón, si bien no durante todo su reinado, utilizó también barba antes que él. Marco Aurelio, el emperador filosofo, uno de los cuatro o cinco llamados emperadores buenos, también fue representado en las monedas con una larga barba; al parecer la actividad especulativa le exigía tanto tiempo que no encontraba nunca lugar para dejarse afeitar. Es curioso, pero casi debemos esperar varios siglos para encontrar un pensador en la historia de la filosofía que prescinda de la barba. Los llamados emperadores de la dinastía Severa: Geta y Caracalla retornaron al afeitado de la barba, hasta el punto de que Caracalla gustaba de afeitarse todo el cuerpo. Heliogábalo, un emperador al que los pretorianos ejecutaron con tan solo 18 años, también se afeitaba todo el cuerpo.
El emperador Juliano (conocido por el sobrenombre de El Apostata) se dejo crecer una barba abundante y terminada en punta. La llevaba con tal convicción que no dudaba en acudir al raciocinio más audaz para justificar su uso, lo que viniendo de un hombre que podía ejercer el poder más absoluto, nos puede dar una idea de su talante. Juliano, durante el año que residió en la ciudad de Antioquia fue objeto de múltiples críticas por su gestión política, las cuales derivaron hacía su gusto por usar barba. El emperador, haciendo honor a su espíritu especulativo, redactó un opúsculo amargo e ingeniosísimo llamado Misopogon, algo así como el que odia al hombre de la barba. En él opone la actitud varonil de un barbudo ante la decadencia y molicie de aquella ciudad imberbe. A decir de los antioquianos, la barba le ocultaba la posibilidad de ver las necesidades de las gentes del Imperio. Pensaba Juliano, que su cara no tenía nada de noble, ni de hermosa, ni de buena, y solo gracias a aquel bosque espeso en el que podían incluso esconderse los insectos, él obtenía una presencia adecuada y digna, que de otra forma, no hubiera podido obtener. Además, y a diferencia de los antioquianos, él no se negaba a crecer. No pensaba que la desnudez de las mejillas hiciera eternamente joven a los hombres. Él, como un león, sabía dar el perfil adecuado al paso del tiempo, y nunca prescindiría de algo (su barba) que naturalmente poseía, y ello para ofrecer una imagen que no mejoraba aquella que todos ya conocían.
Marco Aurelio, el Emperador filósofo |
Los filósofos sostenían que el hombre era naturalmente barbudo y aceptaban de mal grado esa humillación a la condición primaria de su naturaleza, que era el afeitado. Ellos se pusieron del lado de los esclavos, las clases humildes en esa pugna. Diógenes de Sínope, un filosofo-mendigo que había pedido al propio Alejandro Magno que se apartara porque su sombra no le permitía disfrutar de los rayos del sol, lucía una barba descomunal y además descuidada y llena de parásitos, aún así, se dice que era un enamorado de los perfumes que utilizaba, muy sabiamente por cierto, derramándolos sobre sus pies. Pensaba Diógenes que sólo carecían de barba aquellos que se arrepentían de ser hombres, o acaso, eran esclavos o quizás felones. La presencia de una abundante barba llegó a constituir en determinados círculos intelectuales un mérito añadido. Según Estrabón y Diodoro de Sicilia, los gimnosofistas, es decir, los santones hindúes que acompañaron a Alejandro Magno en su viaje por las fronteras occidentales de la India, portaban considerables barbas. Los iniciados hindúes fueron capaces de sorprender a las rudas y vívidas tropas de Alejandro Magno, pues sabedores de que su ciclo vital se había cumplido, decidieron acabar con sus vidas por el muy chocante método de quemarse vivos. Horacio, oyente en una ocasión de las enseñanzas de un discípulo de Zenón llamado Licinio Damasipo, le felicitó por lo profundo de sus ideas pero le aconsejó más o menos, la visita a un peluquero, a la vista del desorden de pelo y barba. Estoicos y cínicos, sobre todo en Roma, fueron objeto de chanza e incluso hostigamiento, a la vista de sus enseñanzas y la fatuidad y jactancia de su carácter. La barba se convirtió en el paramento de los pedantes, muy numerosos por el prestigio de la filosofía, de tal suerte que, al fiar su frágil sabiduría al tamaño de sus barbas, se empezó a hacer corriente tirarles de la misma con el fin de humillarles. Herodes Atticus (sofista y hombre de gran fortuna) decía que, en efecto, veía la barba, pero no veía por ningún lado al filósofo.
Diógenes Laercio, autor de «la vida de filósofos ilustres», sostenía que a veces era conveniente afeitarse porque el cabello almacenaba humores negativos que desaparecían del organismo al eliminarlo. Sugería, a tal efecto, afeitarse la barba y toda la parte superior de la cabeza. Levinus Lemnius, un autor muy posterior, medico de formación y holandés, pensaba todo lo contrario, creía que el afeitado solo conseguía afeminar los espíritus, reduciendo la fuerza física pues disipaba el calor natural del organismo.
Los babilonios y los asirios cortaban la barba en señal de luto, pero no así los judíos, a pesar de que Moisés pensaba que había que recortarla de alguna manera, para señalar así el dolor por el ausente. En Roma el afeitado de las barbas expresaba la mayor desolación. Cuando el mundo romano estuvo a punto de perecer ante las tropas de Aníbal, los jóvenes romanos decidieron afeitarse para expresar así sus temores y pesares. Los persas también tenían la costumbre de afeitarse en estas condiciones. Cortar la barba en algunos pueblos era un símbolo de escarnio y humillación, tal es así que los espartanos que habían sido tibios en la batalla debían cortarse una de las guías de su bigote.
Clemente de Alejandría, uno de los Padres de la Iglesia, consideraba inadecuado afeitarse para aparentar belleza; el verdadero distintivo del hombre es la barba, su signo mayúsculo de virilidad. Sólo a los esclavos se les depilaba todo el cuerpo, y ello no exclusivamente para mejorarlos estéticamente sino para deshonrarlos como personas.
[1] Adriano nació en Itálica, Sevilla, y al parecer tenía una forma bastante peculiar de pronunciar el latín, lo que ocasionó cierta hilaridad entre los senadores en su primera intervención ante el Senado.
Para saber más:
Historia de la Barba. La Guerra de la Barba. Barba sí. Barba no. Disputas Teológicas
Texto revisado y corregido el mes de Mayo 2016
Texto revisado y corregido el mes de Marzo 2022