MADAME THERMIDOR. VIDA DE TERESA CABARRÚS
Ahora que conocemos algo sobre al vida de Teresa Cabarrús no acabamos de tener claro si esta fue al encuentro de la historia o la historia se la encontró a ella por azar. Ella misma, en una de sus postreras cartas, confesaba a un amigo que no podía creerse la vida que había tenido. La perspectiva del tiempo, murió en 1835, la hacía valorar en lo que debía a todos aquellos que la habían acompañado en su trayectoria vital.
Vivió un tiempo, el de La Revolución Francesa, marcado por unos hechos de una intensidad insoportable y poblado con unos personajes que, en muchos casos, ofrecían una juventud escandalosa. Ya decía Buffón que la Revolución Francesa, tras el nacimiento de Jesucristo, fue el segundo acontecimiento más importante de la historia (los franceses con esa, su peculiar modestia). Teresa Cabarrús o Madame Tallien, o Nuestra Señora de Thermidor, pues de todas las formas fue conocida, convivió con estos eventos que constituyeron a la postre los cimientos de la Edad Moderna. Lo hizo como quien sostiene un vaso de agua: con absoluta naturalidad. Su diario fue la infraestructura de la historia, y como no, ella misma hizo historia.
Por de pronto Teresa Cabarrús nació en Madrid, capital de una España arruinada que no era siquiera ya el pálido reflejo de aquel Imperio que fue. Arruinado su campesinado, y ello pese a la multitud de minas y territorios que aún conservaba en México, Perú, Chile, Filipinas…. . El padre de Teresa fue de esos sujetos emprendedores y tenaces que, de haber sido más frecuentes en el paisaje social, habrían hecho prosperar al país. Pasó de un menesteroso y modesto oficio a presidir el Banco de San Carlos, una institución financiera que sería la predecesora del Banco de España. Su habilidad con las finanzas le llevaría a recibir un marquesado como recompensa a sus muchos servicios.
Retrato de Teresa de Cabarrús. Su nombre completo era el de Juana Ignacia Teresa de Cabarrús. La obra es de Theodore Chaseireau |
Teresa fue criada por una nodriza durante cuatro años y estudió en un colegio de religiosas antes de retornar al hogar paterno. Su padre, a pesar de ser un hombre tocado por la fortuna, no descuidaría la severa educación de sus hijos. Pensaba que la instrucción era el mejor tesoro que podía dejar a su hija. Teresa hablaba con soltura español, francés e italiano, pero además de todo esto, era extraordinariamente bella. Pronto sufrió el acoso de galanes de toda índole, entre ellos, según algunas versiones, estaba su propio tío materno, lo que incomodó hasta tal punto a su padre, Francisco Cabarrús, que decidió enviarla a París con el fin de completar su educación.
Cursaba Teresa su formación cuando el marqués de Fontenay (que al parecer no era tal marqués) se quedó tan maravillado por la criatura que no tardó en conseguir la autorización del padre para casarse con aquella jovencita de apenas 16 años. Teresa no estaba enamorada del marqués, pero el enlace convenía económicamente a la familia y se dejó llevar. El marqués de Fontenay tenía el perfil propio de aquella aristocracia decadente que con su comportamiento irresponsable, soberbio y ostentoso, facilitaría el asalto final a la Monarquía por parte de los revolucionarios. Aquel amor por Teresa no era más que una nueva frusleria de espíritus caprichosos. Además, la jovencita apuntaba ciertas maneras. No era en efecto una dama al uso; sumisa y convencional, pues como herencia paterna manifestó simpatías por los movimientos librepensadores. Todo lo cual la distanciaría aun más de su marido que no tardó en buscar otras alternativas afectivas, llegando al extremo de presentarse con sus amantes en el propio hogar conyugal.
Este es quizas, el cuadro más famoso de Teresa Cabarrús. Lo realizó Francois Baron Gerard. Teresa tenía 31 años y su influencia en la Corte de Napoleón había empezado a declinar. |
No es de extrañar que Teresa hiciera lo propio, visto el extraordinario éxito que sus salones tenían. Aquí practicó Teresa el arte del anfitrión, una técnica que la haría dueña de París tiempo después, durante el Directorio, y que la acreditaría con el dudoso título de escandalosa, además de otros de mayor intensidad. El propio Lafayette frecuentaba sus salones. De hecho, cuando su padre fue encarcelado en España en 1790, solicitó ayuda a los guardias nacionales de Lafayette con el propósito de liberarlo. No fue necesario, puesto que don Francisco sería excarcelado al poco tiempo. Además, tanto Lafayette como la propia Teresa y otros muchos prerrevolucionarios con raíces aristocráticas, empezaron a desvincularse de la Revolución visto el grado de saña con el que esta empezaba a emplearse con sus enemigos: la Revolución empezaba a comerse a sus hijos. La muerte del Rey Luis XVI en la guillotina fue una llamada general para que todos los tibios abandonaran París. Nadie debía de aguardar piedad de un sistema capaz de ejecutar a la viuda de Camille Desmoulins, acusada de contrarrevolucionaria por el solo hecho de llorar la muerte de su marido. Eso dicen.
Teresa decidió regresar a España deteniéndose antes en Burdeos donde solicita un pasaporte para viajar a su país. Aprovechando la Ley del divorcio haría un último uso de las conquistas de la Revolución y se separaría del marqués. Era una mujer sola y empleaba las armas de las que disponía, en su caso una natural y eficaz capacidad para seducir, a la que acompañaba una geografía física de alto poder y eficacia.
Pero en Burdeos no encontraría la paz. La ciudad había sido señalada como importante encrucijada reaccionaria y hacia allí se encamina el sanguinario Tallien, al frente de un ejercito de 5000 hombres con el propósito de restablecer la legalidad. Juan Lamberto Tallien, joven editor, entusiasta de la revolución elegido por la Convención para controlar la subversión girondina en Burdeos. Tallien llega con 25 años cumplidos a Burdeos. Es sorprendente la juventud de esta gente, solo así se entiende su fanatismo y lo hace, según sus propias palabras, para cercenar las cabezas de los reaccionarios. Más o menos se propone instalar la guillotina en el centro de la ciudad con este propósito. Teresa tenía veinte, no eran unos desconocidos en aquello vorágine que fue la Francia revolucionaria. Probablemente coincidieron en algunos de los salones donde la decadente aristocracia se permitía coquetear con la Revolución. Burdeos no podía esperar compasión del gran represor. Tallien era una fanático, un concienzudo represor que acaso deseara, por sus excesos, compensar las sospechas que sobre su origen existían pues se pensaba que era hijo natural del noble al que sirvió su padre; en las revoluciones se suelen dirimir con frecuencia conflictos personales.
Tallien, una vez sofocada la revuelta, instala la guillotina en Burdeos y los condenados aumentan cada día. Se consideraban contrarrevolucionario hasta a aquellos que solicitaran piedad para algún conocido; son detenidos y ajusticiados. En este torbellino de sangre aparece una vez más Teresa Cabarrús, osando, pese a la prohibición, enviar al comité de vigilancia una carta intercediendo por una ciudadana cuyo marido había sido guillotinado. Pese a las severas advertencias, la petición de Cabarrús es atendida ¿Qué ha sucedido entretanto?
Cierto día Tallien sorprendió a un grupo de sans-culottes intimidando a una mujer. Tenía el vestido rasgado y había guardado dentro de su corpiño una lista de nombres que se negaba a entregar a los revolucionarios, tendrán que matarla para conseguirla. Está iracunda, sus ojos despiden una furia tal que ni los más enardecidos se atreven a tocarla. Y sin embargo nadie sabe si es miedo o admiración. Miedo no puede ser, es solo una mujer contra decenas de hombres embravecidos, por lo tanto es admiración. Es el hechizo de su belleza el que les mantiene a distancia y Tallien, les advierte, aunque no sea cierto, de que se cuiden de tocar a aquella mujer, la conoce o cree conocerla. No está seguro, pero la conocerá, se trataba de Teresa Cabarrús. Este es su encuentro