Harenes y serrallos en Al-Ándalus
El harén es el recinto que más literatura ha generado, y a veces, con una cierta insana curiosidad. Pero este es un territorio prohibido que pierde un poco su acento sensual cuando los pocos testimonios directos que poseemos sugieren mayormente entornos interesados en la cocina del poder político. El harén es más bien una olla a presión en el que decenas, y a veces centenares de mujeres, conviven día y noche suspirando de ambición, que no de amor, por los favores del mismo hombre. Este recinto hervía de natural con los peores instintos de la especie humana, a la vista del obligado confinamiento de las mujeres. Era la casa de la madre del califa, la de sus esposas, sus amantes y aquellas, que sin serlo, aspiraban a ocupar un lugar en el lecho. Por todo ello, la insidia, la vileza, la envidia, se empleaban de común como armas, bien para ganarse el favor del califa o bien para arrebatárselo a quién lo poseía. La única jerarquía era la que venía marcada por los derechos de sangre; madre e hijos del califa, aunque en el peor de los casos, al infortunio de este, le seguían, como los eslabones de una cadena, la desgracia del resto de sus familiares. El episodio de Abderramán I es bien patente, buena parte de su familia fue asesinada en Damasco y solo su precipitada fuga le permitió sobrevivir; no queremos ni pensar el destino reservado a las favoritas del harén. No había descanso, ni reposo, ni tregua. Amistades ninguna, y enemigos, todos. Muchos reyes de taifas se criaron en este paraninfo de la maldad, en el que servilismo yla ambición se mezclaban con la hipocresía o la indisimulada inquina.
Todas las concubinas podían ser elegidas para una noche de placer, pero muy pocas serán consideradas como "el colmo de los deseos"[1]. A veces, la seducción es tan completa que resulta ciertamente dañina para la propia institucion califal; fue memorable la irrupcion de Nawar en el mihrab de la mezquita de Damasco, una cantante esclava. favorita del califa omeya [706-744] Al-Walid II, uno de los muchos príncipes del islam corroídos por el alcohol. Nawar se ocupó de dirigir el rezo por delegación del beodo califa, lo cual explica en parte la brevedad de su reinado [743-744][2] Otras veces, la propia lucidez del príncipe se ve comprometida por los arrebatos febriles de una pasión desbordada. La avidez desordenada del Califa Adud-al-Dawla [936-983] por una de sus esclavas le hizo tomar la terrible determinación de matarla, pues el deseo que por ella sentía ocupaba buena parte de sus pensamientos llevándole a una gobernanza incierta[3]
Women's quarters in a seraglio. J.F. Lewis [1895-1875] |
El poder de las esclavas sobre los califas roza aspectos de la naturaleza humana no incorporados a la historia, pero no por su irrelevancia, si no porque son absolutamente imprevisibles; la personalidad de Al-Hakam II, la incorporación a su psicología de los aspectos relativos a su largo proceso de maduración a la sombra de su enérgico padre Abderramán III, puede explicar la irrupción en su vida de la ambiciosa Subh, una esclava de origen vascón que llegaría a convertirse en la madre del heredero, y a la que el califa obligaba a vestir como un joven varón, dando así pábulo a las inclinaciones homosexuales que tanto desagradaron a su predecesor.
El harén tiene algo de parque zoológico en el que los instintos más primarios son generalmente los que rigen la supervivencia, la rivalidad se intuye, se huele, no es necesario declararla explícitamente. Las intenciones son transparentes, casi siempre la sinceridad, los sentimientos nacidos de la nobleza del alma ofrece más peligros que ventajas. Concurriría desabridamente a esta sorda atmósfera la naturaleza del árabe puro adaptado al territorio peninsular, al que algunos autores suponían cortés y ocurrente muy parecido al andaluz actual, pero al que otros hacían despótico con los inferiores, arrogante con los iguales y servil con los poderosos.
En un recinto en el que numerosas mujeres jóvenes permanecen inactivas y ociosas se establecen lazos de afinidad emocional y física: son pecados menores, los musulmanes toleran el lesbianismo con bastante mejor disposición que el adulterio. A la postre, es lícito dudar de que ese acicalamiento exquisito y primoroso al que se dedicaban las concubinas tuviera solo como propósito destacar sobre las demás para que el califa repare en ellas. Nos atrevemos a afirmar que se trata más bien de una cosmética para uso interno del harén. Imaginamos estos recintos de cualquier ciudad andalusí: Sevilla, Almería, Córdoba, Granada, cualquier tarde de verano. Humectados los suelos con vinagre aromatizado, mientras que circulaba mansamente una agradable corriente de aire, por mor de la disposición de las piezas arquitectónicas. Entoldados, fuentecillas, inverosímiles regatos, umbrías, cascadas, apacibles esquinas, lienzos suspendidos del techo humedecidos para que al ser suavemente oscilados sobre sus cabezas rompieran la fatigosa pesantez estival del aire, salpicándolo con notas de azahar o jazmín . Aprovechando al máximo el agua finamente pulverizada en los jardines que, al contacto con las flores, obtiene de ellas esa sutil y penetrante esencia que solo los climas cálidos son capaces de proporcionar. Rodeadas por jóvenes esclavos, seguramente eunucos, provistos de lujosos recipientes conteniendo agua de rosas o de albahaca con la que, de vez en cuando, rociaban sus cabezas o humedecían sus pies. Y por si esta campana de olores no fuera suficiente, el sopor estival se intensifica con las manos hábiles de las masajistas, trabajando con aceites olorosos y ungüentos los músculos de la espalda, la fina cordillera de las piernas, los glúteos, las plantas de los pies. Una nube de sirvientas silenciosas trabajando la depilación de las cejas; pelo a pelo, pintaban sugerentes lunares en su rostro, utilizando para ello el peligroso y dañino khol, un derivado del sulfuro de plomo con el que también se perfilaban sus labios, cejas y pestañas en un proceso cosmético conocido como alcoholar