Hemos observado que el incienso aboca siempre a una ceremonia pública ofrecida a la colectividad, en tanto que el perfume es una parada íntima, reservada a un reducido grupo o personaje eminente. A nuestro juicio, en esto se diferencia la geografía fragante del Oriente respecto a las culturas occidentales; en estas últimas las personas se perfumatizan para diferenciarse de las colectividades, siguiendo el proceso inverso en Oriente. Aquí, el peso de «los otros» sobre el individualismo occidental, es decisivo. Las ceremonias incensales, gravadas por su compromiso público, poseen un exquisito ceremonial que los guerreros samuráis practicaban durante el siglo XIV como parte de su heurística guerrera, y que consistía en un colmatamiento oloroso de su traje, cabello y casco con los delicados tonos procurados con el incienso japonés o Koh, todo ello antes de entrar en combate.
Uno de los más apreciados productos aromáticos de Oriente lo constituye la madera de la aquilaria o aloe que se conoce en Japón como jinkōh, y que no tiene nada que ver con el Aloe barbadensis, vulgarmente conocida como «aloe vera». Los aloes, agar u «oud», como es conocida por los árabes, tienen una tradición aromática milenaria y la madera que producen tuvo en algunos momentos un valor superior al oro. El precio está directamente relacionado con una propiedad inherente de esta madera: su flotabilidad. En efecto, el proceso patológico que hace tan valioso al aloe le imprime la peculiar querencia de esta madera por hundirse en el agua. El incienso llegó a Japón desde China, a través de Corea, en el siglo VI, en el equipaje aromático de los monjes budistas. La leyenda, recogida en el Nihonshoki [crónicas de la historia más remota de Japón], nos presenta un relato diferente, el cual pasa por el hallazgo de un trozo de madera de aloe recogido en las costas de la islas, en tiempos de la emperatriz Suiko, siglo VI, y que al ser lanzado a las llamas comenzó a desprender un gratísimo olor lo que llevó a los lugareños a ofrecérselo como obsequio a la emperatriz.
Jinkoh es madera de agar, y se convirtió en un símbolo de poder y ostentación en el Japón de la etapa feudal. Toda la cronografía legendaria de los países nos suele presentar a un personaje que destaca de entre esa nube de señores locales que disputan sus limitaciones en un conflicto, que a veces, intenta resolverse sin perder la etiqueta y las buenas maneras; este personaje encaja coalescentemente con los excesos de Sasaki Doyo (1296-1373), un Shogun que acompañaba sus fiestas con enormes fragmentos de maderas aromáticas. Es en torno a este periodo, el siglo XIII cuando empieza a sustanciarse la ceremonia japonesa del incienso conocida como Kodo, y que es un minucioso y bello ritual a la altura de la ceremonia del té y de las flores, de suerte que se puede considerar como la trilogía de las artes domésticas japonesas.
Pero el Kodo está inspirado en un delicado y sofisticado entretenimiento conocido como Wen Siang, iniciado en China durante el periodo Tang +[618-907], pero que alcanzo su máxima expresión en la dinastía de los Song +[960-1279]. Consistía en adivinar los ingredientes de un incienso, deconstruyendo de alguna manera su mezcla. Su traducción ofrece una peculiar sinestesia, pues comprende una paradoja retorica, ya que viene a tener el significado de «escuchar la fragancia», lo que a la postre constituye un olor auditado en el oído. Extraño.
Diversas cajas troqueladas para la medida del tiempo. Se colmataban con incienso en polvo y su complejidad determinaba el tiempo que tardaba en consumirse la mezcla [A.Bedini] |
Estas ceremonias lúdicas en torno a las habilidades olorosas poseen varias modalidades. Una de ellas exige una nula emisión de humo; para ello se protege de la combustión directa un trozo de madera aromática, merced a la utilización de un pequeño recipiente de plata o mica que se interpone entre la carga olorosa [madera u otro tipo de incienso] y la fuente de calor, lo que proporciona una suave emisión de notas olfativas sin necesidad de que la combustión genere humo alguno[1] Aunque la ceremonia japonesa del incienso tuvo una intensa aceptación en el curso de los siglos XIII a XVII, esto no impidió que, siglos antes, Murasaki Shikibu [ca 978- ca 1014] autora del «Genji monogatari» [la novela de Genji], presente a su ficticio personaje: Genji, como anfitrión de una de aquellas reuniones para diletantes olfativos. En cierta jornada los invitados reconocen en la pasta utilizada para su combustión: trazas de sándalo, la onycha[2], la resina de pino, el almizcle, el estoraque y el azafrán. Este pasatiempo era conocido en el antiguo Japón como soradakimono que evolucionó hacia el Khodo [la senda del incienso], una actividad más solemne y formalizada, destinada, como la anterior, a discriminar y reconocer las fragancias. El Khodo tiene la particularidad de ser una actividad masculina y solo fue en el siglo XVII cuando presenció la incorporación de mujeres de la aristocracia. El incienso japonés se nutre de un repertorio de ingredientes que comprenderían, entre otros, el cedro, almizcle, geranio, jazmín, onycha, lavanda, olíbano, pachuli, rosa, vainilla, vetiver, canela, clavo, madera de agar o áloe, benjuí, y sándalo
Aunque la influencia cultural china se precipito en Japón entre los siglos VI y IX pocos pueblos existen con una personalidad tan definida como la japonesa. Su insularidad refuerza ya de por sí su singularidad, no es pues insólita su apreciación olfativa del extranjero, particularmente el caucásico, como una persona que huele a mantequilla. Una apuesta que quizá se dirija hacia cierto tipo de racismo olfativo, pero que posee una solida base científica: las razas huelen, unas más que otras y se podría establecer una relación gradual desde el Extremo Oriente hasta Occidente, con un mínimo odorífero situado efectivamente entre los coreano/japoneses, y un máximo, establecido en la raza negra.
Esta delicada y medida ritualización, que pauta el comportamiento del japonés respecto a actividades tenidas como triviales para un occidental, solo se pueden comprender desde una óptica cultural con notas muy peculiares. Una parte estimable de la idiosincrasia nipona, incluida su susceptibilidad hacia todo lo exterior, creemos nosotros que pasa por la incorporación de los valores guerreros de la clase samurái a la sociedad civil, tenacidad, respeto, autocontrol, etcétera. Pero también a una peculiar culminación sincrética de las influencias religiosas recibidas; desde un budismo, que pasaba por rechazar la mera contemplación del mundo para incorporarse activamente a su devenir, hasta una religión nativa: el Sintoísmo; una disciplina que encuentra en la Naturaleza la morada de los dioses, con lo cual se evita la construcción de un quimérico Paraíso, puesto que es la tierra que se posee, el sagrado hogar de los dioses. Esta creencia determina el extremo celo, cuidado y dedicación que exige el paisaje geográfico del Japón y que, de alguna manera, contamina el carácter de sus ciudadanos, facilitando la existencia de ritos y tradiciones de difícil comprensión para un occidental como ya he referido. A la vista de ello no se puede pasar por alto ceremonias insólitas, como aquella que utiliza el incienso para la medida del tiempo[3]. Se trataría de una extensión del Kodo, pero referido en este caso a la elaboración de intrincados circuitos. Estos se grababan primero sobre planchas de madera y después sobre metal. Los acanalamientos se rellenaban después con una preparado aromático en polvo, al cual se aplicaba una mecha que se consumía lentamente, en lapsos temporales preestablecidos, lo que ayudaba a calcular el tiempo, mereciendo por tal el nombre de «relojes aromáticos».
Una expresión aun más sofisticada, y que posee el particular encanto de la sensualidad oriental por su natural simplicidad, es el del reloj utilizado por las Geishas y del que se servían para calcular la tarifa de sus servicios. Este método consistía en varillas de incienso que se iban disponiendo sobre una cajita conforme se iban consumiendo[4], calculándose los emolumentos en función del número de varillas empleadas.
[1] A Study of the History of Perfumery and Spices in the Far East. Yamada, Kentarō. 177
[2] Se trata de las valvas de un caracol marino que adecuadamente pulverizada y mezclada proporciona un agradable equilibrio a los preparados sahumales, algo inclinados a las notas dulces proporcionadas por la mayoría de sus ingredientes vegetales. Esta entrada aparece también en la Biblia y sería, con reservas, uno de los constituyentes del oleo sagrado.
[2] Se trata de las valvas de un caracol marino que adecuadamente pulverizada y mezclada proporciona un agradable equilibrio a los preparados sahumales, algo inclinados a las notas dulces proporcionadas por la mayoría de sus ingredientes vegetales. Esta entrada aparece también en la Biblia y sería, con reservas, uno de los constituyentes del oleo sagrado.
[3] Gatten, Aileen 1977 ‘A wisp of smoke. Scent and character in the Tale of Genji.’ Monumenta Nipponica Vol. 32, No. 1: 35-48.
[4] S.A.Bedini. The scent of time.
NOTA : El texto pertenece a la Historia social y cultural del Perfume y el Olor. Volumen II. De próxima publicación
[4] S.A.Bedini. The scent of time.
NOTA : El texto pertenece a la Historia social y cultural del Perfume y el Olor. Volumen II. De próxima publicación