PELUQUERIA Y COSMÉTICA EN LA ANTIGUA ROMA
Una de las expresiones más ocurrentes con las que hemos tenido la fortuna de encontrarnos se refiere al cabello, mas bien a su ausencia; la calvicie. La hizo un griego que escribía en griego durante el siglo II d. C y pinta la calvicie como el resultado de una conspiración, se supone que auspiciada por los cabellos ausentes. Dice Claudio Eliano, pues de él se trata, que el tirano de Siracusa, Agatocles llevaba tan pesadamente la perdida de cabello que utilizada una ridícula corona de mirto para cubrir su cabeza recatando en lo posible la perdida de pelo. Pero como quiera que Agatocles era un déspota que mantenía el poder enérgicamente sospechando constantemente de conjuras [muchas de ellas eran reales, en efecto] fue objeto de esta chanza por parte de los antiguos habitantes de la isla de Sicilia que sostenían la deslealtad de su propia cabellera, capaz hasta de abandonarle y dejarle calvo.
La alopecia es una circunstancia, no nos atrevemos a llamarle enfermedad, cuya prevalencia es mayoritariamente masculina, aunque no siempre es así, sabemos que la bellísima Estratónice la padeció. Esta mujer se casó muy joven con el rey de Siria y Babilonia, Seleuco I, antiguo general de Alejandro Magno y fundador de la dinastía seléucida [un Imperio de colosales proporciones pues se extendía desde la costa Oriental del Mediterráneo hasta las mismas estribaciones del Himalaya]. Estratonice era tan bella que fue capaz de causar en el hijo de Seleuco, Antioco, el primer mal de amores formalmente diagnosticado en la historia. Ciegamente enamorado de su madrastra, Antioco se dejó abatir por tal postración que todos temieron por su vida, su padre, Seleuco, tomó la insólita decisión de anteponer la salud de su hijo a la integridad de su matrimonio y renunció a Estratónice en beneficio de aquel. Mas una inesperada enfermedad empezó a hacer perder los cabellos a Estratónice y pese a todas las medidas tomadas, la reina debió de resignarse, incluso con complacencia, a la perdida de su preciosa cabellera.
Claudio Eliano era un griego, orgulloso de serlo, escribió su obra en griego, pese a contemplar a lo largo de su vida el nombramiento y muerte de once emperadores romanos. Es pues un romano vivido pero un griego pensado, por eso, a pesar de sus textos un poco insólitos, tuvo la oportunidad de manejarse en el periodo de madurez del Imperio Romano, cuando ya la decandencia del mismo se apuntaba en el horizonte y se veía sobre todo en su sociedad. Los clásicos pensaban que la naturaleza de un grupo social, el valor que intrínsecamente posee, y el futuro que tiene, está en relación con la carta de naturaleza moral de sus mujeres. De creer los testimonios escritos, Roma se encontraba perdida porque la aspiración diaria de las matronas romanas estaba lejos de ejercer la virtud, y pasaba las mas de las veces por una elaborada sesión de tocador que se iniciaba en torno al mediodía, se interrumpía solo para tomar una pequeña colación y culminaba cuando la tarde fenecía. Todo el objeto de este trabajo y afán tenía como destinatario los interminables banquetes, bacanales y orgías a las que habitualmente se entregaban, día sí y otro también.
La vida era breve, breve era la juventud, breve el placer, breve la dicha. De las pocas corrientes filosóficas que arraigaron en el intelecto romano se encontraba el hedonismo, también llamado epicureismo, una alabanza al placer y al desestimiento de los dioses. La otra fue el estoicismo, pues cuando todo falla conviene resignarse. Como se puede ver el pensamiento romano se suele servir en el mismo plato, disfrutas mientras puedes y cuando ya no puedas resígnate con integridad, que nadie te vea llorar. Es fácil
El cabello, de aquella parafernalia de tocador que incluía el vestido, los afeites, los perfumes, etc. ocupaba un lugar esencial, una romana no se sentía vestida psicológicamente si carecía del modelo de peluquería adecuado, del tinte adecuado y no digamos nada si la alopecia iba marcando cicatrices en su cabeza y en su alma, porque entonces las pelucas, trabajadas masas capilares, suplantaban la ausencia de pelo. Este ultimo dato, el de la alopecia, no es banal, ya lo hemos visto en el caso de Estratónice, porque a la vista del tipo de vida que llevaban, la alimentación, las enfermedades y la edad, debieron de señalar con la molesta ausencia de cabello a numerosas mujeres de la élite romana. Como quiera que la calvicie se veía como una calamidad estética, la discreción que el gabinete intimo de las señoras de Roma, se ocupaba de hacer pasar como gusto por la variedad capilar el habitual uso de pelucas pero nunca como prótesis destinadas a ocultar la ausencia de cabello. No sabremos hasta que punto la peluca que llevaba Lucilla mujer de Lucio Vero [1] adornaba graciosamente su cabeza o también ocultaba su calvicie, como también sucedía con Crispina mujer de Commodo [2] o Manlia Scantilla que fue compañera de Didio Juliano. Guiándonos también por los restos numismáticos apuntamos la posibilidad de que llevara postizo Antonia la mujer de Druso y madre de Claudio que acabó por suicidarse y cuyas ultimas palabras las dirigió a su marido muerto años antes que ella, rogando su perdón por haberse hecho ella esperar tanto en el otro mundo. Vespasia Polla madre del emperador Vespasiano y Domicia Paulina madre de Adriano. Es bien notorio que Messalina, que murió bien jovencita, a los 24 años, disponía de una cabellera abundante no precisaba pues añadido alguno, pero aún así lo utilizaba y en el caso de esta mujer volcánica se producía una transformación, aprovechaba el sueño de su marido, el emperador Claudio, para fraternizar sexualmente con todos aquellos a los que las buenas maneras y la presencia de su marido se veía obligada a evitar durante el día. Tácito decía que solía esconder a sus amantes en el retrete del Emperador, aunque el termino retrete requiere cierta prudencia ya que en textos clásicos es señalado como un lugar íntimo aunque no necesariamente utilizado para la evacuación. Popea tampoco precisaba de peluca alguna pero a Nerón le gustaban los cabellos rubios y le pidió que utilizara un accesorio de esta pigmentación. Aún no sabemos si la mató de un puntapié o en un ataque de ira la lanzó un escabel que impactaría en su cabeza, cierto es que sí estaba enamorado de ella y que las pelucas rubias desde entonces empezaron a marcar las apetencias estéticas por esa tonalidad de pelo en la ciudad de Roma.
Parece ser que los gabinetes donde se elaboraba las lineas maestras de la belleza femenina habían encontrado en el "modelo germanico", esto es el cabello rubio, un compañero ideal para el rostro femenino pues lo suavizaba y atenuaba las primeras marcas de la vejez; los tonos pajizos permitirían una mas cómoda transición entre el color de la piel y el del cabello evitando así el contraste, el bache visual. Las meretrices consideraban el pelo rubio como mas propicio a su oficio, de tal manera que cuando se impuso el gusto por los cabellos dorados no se sabia identificar correctamente a las profesionales del sexo de las que no lo eran, bien es es verdad que en Roma hubo un momento en el que se desbordó el oficio de fulana que con frecuencia solo requería una transacción económica entre las gentes del pueblo, pero era gratuito entre las élites. A estos efectos siempre quedaba el esclavo germánico o celta para apropiarse de sus cabellos, pero no era lo mismo. Nada como el color natural y en su defecto el teñido. El pelo rubio se obtendría con una mezcla de grasa de cabra y ceniza de haya, un preparado de origen galo de desconocida eficacia. Bien es verdad que el impulso de la vanidad es poderoso y llevo al mismo desvarió, pensando que la sola agua de determinados riachuelos era capaz de trocar cualquier cabello en un campo de trigo; unas pequeñas correntias de agua que recibieron nombre mas por lo que de ellas se esperaba que por la vivacidad de su curso, nos referimos al Crati y el Clitunno mencionados por algún autor clasico pero vagamente identificados en tierras de la primitiva Sybaris e incluso en la isla de Cerdeña, aunque bien parece que se refiera al Crati que baña la Calabria italiana y al Clitunno de la Umbría. Con el tiempo el mercado quedaría saturado y al gusto por los cabellos claros sucederían otros en su momento más sofisticados; llegaron a aparecer un tipo de postizos estimadísimos, y caros pues estaban sujetos a un impuesto nos referimos a las pelucas elaboradas con pelo natural traído de La India, negras, pero de un tono irisado con matices azuladas, conocido como negro "ala de cuervo" y que solo podía obtenerse de los naturales de aquel país. Los indios y digase esto con toda la brevedad posible, llevan comerciando con el cabello de sus nacionales desde hace miles de años
[1] Coemperador junto a Marco Aurelio
[2] Commodo usaba una peluca empolvado en oro
Ornatrix. Peluquería y cabello en la antigua Roma consta de Dos Entradas
- Ornatrix. Peluquería y cabello en la Antigua Roma. Parte Primera
- Peluquería y cabello en la Antigua Roma. Parte Segunda y última