Ornatrix. Peluquería y cabello en la Antigua Roma. Parte Segunda y última



Peluquería en la antigua Roma. Ornatrix. IA



Peluquería y cabello en la Antigua Roma


La ornatrix de Livia, la que fuera mujer de Augusto durante mas de cincuenta años se llamaba Irica, era su liberta, ya teníamos noticia de ella gracias a las inscripciones en los mármoles antiguos. Precisamente son estas lápidas las que nos ofrecen una lacónico homenaje a las abundantes ornatrice que debieron de ocuparse en los espectaculares arreglos capilares de las matronas romanas. Lo insólito de esta evidencia es que rescata del silencio con el que la historia suele tratar a los modestos una numerosa enumeración de mujeres dedicadas a hermosear a la nobleza romana. Su arte no debió de ser irrelevante, toda vez que a su muerte, muchas de ellas habían llegado a la condición de libertas, es decir había obtenido la manumisión en su condición de esclavo, sus habilidades habían exigido esta muestra de consideración. 
     Irica no es ni mucho menos la única ornatrix; Tutula, Psecas, Ivlia Hilara, Livia Nepe, Calpvrnia,  Ploce, nombres de ornatrice conservados para la posteridad gracias a las lápidas sepulcrales. Todas ellas debieron de ocupar un lugar preferente dentro del equipo de cosmetae al servicio de las damas linajudas de Roma. Provistas de un peine, afeites, cremas, perfumes, horquillas y el hierro caliente conocido como "calamistrum" muy indicado para sacar rizos donde no los había, hermosearon y repararon también la belleza presente y pasada de estos personajes tan peculiares designados como nobilita femenina romana. Su técnica empezó a agregar al ya complejo edificio capilar cimentado en numerosas y discretas horquillas, pasadores, diademas, broches, cintas, alfileres, trenzas, otra utilleria  mas compleja,  poco a poco la  madera y el hueso fue sustituido por piezas de oro, plata y marfil. 
     La ornatrix empezó como una esclava, pero no cualquier esclava, era estimada y valorada por lo que sabia mas que por sí misma. Armada eso sí de  una infinita paciencia y tolerancia al dolor, no en balde sus brazos y mejillas quedaron en numerosas ocasiones marcados por la fustración de esas furias caprichosas que eran las mujeres de la nobleza romana. Virgilio, el poeta que tanto linsojeba su belleza de cartón, las fustigaba con ferocidad cuando las sorprendía maltratando a las esclavas por cualquier nimio error en la compostura de su cabello, hiriéndolas en el primer trozo de carne que encontraban. No era esta una sanción severa en la despiadada relación amo/esclavo que se dio en Roma, hasta un hombre de fondo noble como el emperador Adriano sacó un ojo a uno de sus esclavos en un momento de furia y aunque quiso reparar en la medida de lo posible la mutilación, el esclavo, a la postre, rechazó cualquier compensación pues  solo deseaba que le restituyeran el ojo, deseo imposible. Ovidio, excepción de lo mencionado, paso de puntillas sobre el arreglo capilar, sin embargo otro autor romano; Apuleyo queda un tanto obsesionado por la contribución de la cabellera a la belleza femenina tal es así que entiende los cabellos y la gentileza del rostro como elementos suficientes de por sí para determinar el grado de belleza de una mujer sin que fueran necesarios otro tipo de accesorios ni tñecnicas cosméticas. Plinio el Viejo nos descubre los baños de callitricon  gracias a los cuales el cabello ganaría una bella tinción, mientras que los de politricon ayudarían a reforzar el cuero cabelludo además de dotarle de graciosos rizos, todo ello gracias al adianto, una planta también conocida como Cabellera de Venus. Otro producto utilizado en la decoloración del cabello procedía de Batavia, y de ella obtenía el nombre: espuma batava,  Batavia para facilitar su localización se correspondía mas o menos con la actual Holanda. De la ciudad de Mattium [actualmente desaparecida, pero se supone que estaba localizada al Norte de Alemanía] se importaba la pila mattiaca una sustancia que proporcionaba a los cabellos un rubio brillante. El color rosado se obtenía con la hena de Egipto y el rucio con una solución de lentisco y vinagre. En las proximidades del Circo Maximo se encontraba un mercado de cabellos provenientes de Germania y la alejada India.  



     Hasta los sacerdotes galli se ocupaban al parecer del arreglo capilar de la diosa Cibeles, lo que hace suponer que su imagen se presentaba provista de peluca[1]. El culto a la diosa Cibeles, de origen frigio [Asia Menor] se hallaba presente en Roma desde el siglo II a.C y sus ministros tenían una particularidad, debían castrarse antes. Los kybéboi, metragyrtes o galli como mas particularmente son conocidos simbolizan el mito de Attis que perdió su promesa de castidad y por eso la diosa Cibeles le indujo a la emasculación. Es curioso pero en Roma los Archigalli, sumos sacerdotes del culto, y por lo general ciudadanos romanos, estaban dispensados de semejante amputación. La presencia de cabello artificial en los símbolos religiosos no debe resultar chocante la religión católica, fiel heredera de la tradición clásica en su inclinación por las representaciones plásticas de la divinidad posee imagenes que incorporan a la inmovilidad de la piedra en la que se encuentran ejecutadas pelucas de cabello natural que son periódicamente peinadas.




     Domiciano uno de los numerosos Emperadores bellacos que padeció Roma, tenía un buen concepto de su presencia física, pero aparte de esto era absolutamente indolente y parece que hizo pocas cosas de provecho en la vida, pero entre ellas puede contarse un librito sobre el cuidado del cabello, redactado al parecer en tono coloquial y dedicado a un amigo. En este se lamentaba del paso de los años que no respetaban ni los cabellos. La progresiva calvicie que padecía le hizo extraordinariamente susceptible y cualquier alusión a la alopecia la tomaba como ofensa propia, lo que conociendo su furia no era nada aconsejable pues es obvio que relacionaba la belleza con la presencia de una abundante cabellera, a la vista de lo mencionado en el opúsculo sobre el cabello
      Las novias romanas ofrecían sus cabellos como símbolo de su virginidad a Juno y a Diana en una ceremonia a la que Callimaco define como Votum capillitium. Se recogía el pelo en un moño utilizando directamente los cabellos o bien sirviéndose de las trenzas, este era el símbolo de la mujer casada cuyo status correspondía ya al de una matrona, recibiendo el nombre de  capere crines que era el icono de su estado. La disposición del cabello de las matronas era exactamente el mismo que el utilizado por las vírgenes vestales. Así pues su significado era idéntico, pero con un alcance distinto, ambas deben de guardar un tipo particular de castidad, la vestal respecto a todos los hombres y las novias entregando su cuerpo solo  a su marido.
     La oblación de los cabellos está presente en numerosas culturas, y en diversos formatos, por ejemplo Berenice II esposa de Tolomeo III ofreció su preciosa cabellera ante la diosa Afrodita para que esta le asegurara el regreso de su esposo de la campaña contra los sirios de Selecuco II. Sin embargo  los cabellos desaparecieron del templo lo que provoco la ira del Rey, que había regresado victorioso, solo siendo capaz de acallar la desazón de Berenice el astrónomo Coón de Samos que ingeniosamente dijo haber descubierto una nueva constelación de estrellas, transportadas allí por la diosa Afrodita utilizando a tal efecto la Cabellera de Berenice, nombre por el que se la conoce actualmente.

[1] Dissertazione sopra un Iscrizione Sepolcrale appartenente ad una Ornatrice. F. E. Guasco


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