Cabello y civilización. Antropologia del pelo
Las artes figurativas han tratado la vida y Pasión de Cristo desde numerosas perspectivas, pero a nuestro entender han eludido el abordaje de su figura desde una perspectiva llamemosla minuciosa. No sabemos -y corrijan ustedes si nos equivocamos- de ningún Cristo que haya sido pintado o esculpido con pelos en el pecho o las axilas. Sólo sabemos de uno al que le apunta el vello púbico y que parece que está en Zamora. Todas las imágenes están depiladas, quizás porque representar un cuerpo cubierto de pelo no sea viable en el volumétrico arte de la escultura. Pero tampoco lo conocemos en pintura, y vista la creatividad de los iconos religiosos extraña que a nadie, que sepamos, se le haya ocurrido cubrir de vello las piernas de Cristo. La verdad, y no nos tomen por irrespetuoso, pero a juzgar por la iconografía clásica Cristo, y sus peludos doce apóstoles, habrían sido una cuestión de órden público en un centro comercial. Porque vivimos un tiempo en el que las formas estéticas se convierten con facilidad en cuestiones de alarma social, y vemos difícil que los santos varones bíblicos pudieran confraternizar amistosamente con un mundo tan depilado e imberbe como el de hoy.
La Biblia es extremadamente ilustrativa en episodios de naturaleza capilar: Es el caso de Sansón al que Dalila, aprovechándo su sueño, cortó los cabellos. Tal es así que este coloso perdió la fuerza y se dejo matar, pero no porque hubiera perdido toda su fortaleza, había descubierto que le habían utilizado y de ese forma habían desdeñado todo lo que de bueno existía en él, se dejo victimar porque la traición de su amada le había roto el corazón. Pero claro, esto no era políticamente correcto en un tiempo en el que la debilidad no parecía del agrado del Señor.
La cabellera de los egipcios perfectamente perfilada y uniformemente tratada tratábase mas bien de una peluca; estas se utilizaban como protectores solares a fin de no calcinarse la cabeza. Hasta las clases más modestas disponían de trenzados vegetales para protegerse su rasurado cráneo. La eliminación del pelo tenía sobre todo un propósito higiénico y no era exclusiva del pueblo egipcio, los primitivos pobladores de Mesopotámia: sumerios y caldeos, también se afeitaban para protegerse de una infinidad de parásitos que les atormentaban a todas las horas del día.
Claro que, por estas tierras del Nilo, circulaba un mejunje para hacer crecer el pelo que estamos tentados de estimar que fue en buena parte el responsable de que este país de calvos no quisiera dejar de serlo. Vean los componentes de la loción esta y juzguen por si mismos: vísceras de pescado y órganos genitales de perro, excrementos de mosca, suciedad de las uñas de un hombre y ratón cocido. Mezclar y disponer sobre la cabeza hasta que apeste. Con razón la medicina egipcia tenía fama de escatológica. Para la depilación se utilizaba la cera e incluso se acudía a una depilación más radical que mataba el vello de raíz: sangre de murciélago y cicuta. El vello en general no gozaba de gran predicamento en la trimilenaria civilización egipcia. Sinuhé un personaje real que vivió veinte siglos antes de Cristo al servicio del harem del faraón, se vio obligado a huir del país para eludir las consecuencias de una conspiración. Treinta años pasó exiliado, precisamente en las tierras de Palestina y cuando al final decidió volver a Egipto para morir difícilmente se pudo hacer un hueco en la Corte debido a los largos cabellos que usaba. El pueblo de Israel y Egipto en un momento contemporáneos en el tiempo, estaban separados por cientos de años.
Claro que, por estas tierras del Nilo, circulaba un mejunje para hacer crecer el pelo que estamos tentados de estimar que fue en buena parte el responsable de que este país de calvos no quisiera dejar de serlo. Vean los componentes de la loción esta y juzguen por si mismos: vísceras de pescado y órganos genitales de perro, excrementos de mosca, suciedad de las uñas de un hombre y ratón cocido. Mezclar y disponer sobre la cabeza hasta que apeste. Con razón la medicina egipcia tenía fama de escatológica. Para la depilación se utilizaba la cera e incluso se acudía a una depilación más radical que mataba el vello de raíz: sangre de murciélago y cicuta. El vello en general no gozaba de gran predicamento en la trimilenaria civilización egipcia. Sinuhé un personaje real que vivió veinte siglos antes de Cristo al servicio del harem del faraón, se vio obligado a huir del país para eludir las consecuencias de una conspiración. Treinta años pasó exiliado, precisamente en las tierras de Palestina y cuando al final decidió volver a Egipto para morir difícilmente se pudo hacer un hueco en la Corte debido a los largos cabellos que usaba. El pueblo de Israel y Egipto en un momento contemporáneos en el tiempo, estaban separados por cientos de años.
Pero abstracción hecha de obvios motivos higiénicos como los del valle del Nilo afeitarse el pelo es un síntoma de sumisión, renuncia y penitencia. Lo hacen los frailes al tonsurarse. Las mujeres desesperadas por la perdida de un ser querido. Los jóvenes de 20 años en Tailandia que durante tres meses se hacen monjes en una especie de iniciación religiosa. Otra cosa bien distinta es el afeitado impuesto para señalar un acto innoble, como el que la Resistencia francesa practicó sobre miles de mujeres tras la liberación de Francia por los aliados, señalándolas así como colaboracionistas. Cosa que también se hizo en la Italia postfascista y en la España franquista. A las adulteras en el antiguo Israel también se las rapaba, y esto como mal menor porque lo peor venía después. Y a las brujas en toda Europa antes de quemarlas en la hoguera. Por otros motivos un tal Cao Cao que fue un gran guerrero y estadista chino del siglo III, también se afeitó la cabellera porque no fue capaz de cumplir él mismo lo que había mandado hacer a sus hombres en una campaña militar; esto es, que no pisaran las tierras cultivadas de los agricultores. Se le encabritó el caballo sobre un campo de maíz y decidió por ello quitarse la vida, aunque sus consejeros fueron capaces de disuadirle haciéndole ver que su ausencia perjudicaría gravemente al ejercito. Por eso sólo se afeito la cabeza, así de severo debía de ser eso del afeitado.
Julio Cesar, que era calvo, peinaba sus escasos cabellos hacia delante intentando cubrir vanamente su alpecia, parece que por ello impuso en Roma el pelo corto y la piel afeitada. Hecho este que acabo por convertirse en marchamo de romanidad para las generaciones futuras. Sólo Adriano, que al parecer tenía una piel bastante estropeada, impuso otra vez la barba. El pelo corto es muy del gusto contemporáneo pero generaba gran desconfianza en la Edad Media y el Renacimiento por ser propio de delincuentes y gente de baja estofa.
Entre los antiguos galos la posición social venia señalada por la longitud de la cabellera, de tal forma que nadie podía tener el cabello más largo que el monarca. Lo cual en esos tiempos era un bendición, toda vez que entre los instrumentos utilizados para el corte y afeitado se encontraba la concha afilada de una almeja lo que en principio parece bastante agresivo para la piel. También se depilaban pelo a pelo como hacían las damas de la Edad Media y primer Renacimiento para dejar una frente despejada. Las hetairas griegas, las grandes cortesanas, solían afeitarse todo el cuerpo y lo hacían con una extrema meticulosidad. Afortunadamente mas entrado el siglo XIV, una mezcla de cal viva y arsénico podaba las cabelleras con mucha más rapidez. Y eso por no hablar de los muchos barbudos que, hartos de sufrir las picaduras de esa población de parásitos residentes en sus barbas, decidían prescindir rápidamente de ellas prendiéndolas fuego directamente, vigilados por un par de vasallos provistos cada uno de sendos cubos de agua, no fuera a ser que la depilación se les fuera de las manos y se les chamuscara toda la cabeza.
Pero el gran siglo de los parasitos del pelo cabalga entre el XVII y el XVIII, que coinciden con la reintroducción de las pelucas. Empezando por la corte francesa, las pelucas acabaran por calzarse en cabezas que recorrían las húmedas selvas amazónicas, imagínense la población de parásitos que cultivarían esas pieles húmedas. Para empezar había piojos hasta en las cejas. No queremos ni pensar en lo que se cocinaba en aquellas cabecitas cortesanas y frívolas de las cortes europeas; las calvas de Madame de Pompadur, las liendres de la Marquesa de Sevigne. ¿Y qué nos dicen de Casanova? De sus pelucas empolvadas cubiertas de huevos de piojos. El amor es ciego, sí, pero hasta ese punto. Y si a esto unimos el gusto por empolvarse el cutis con polvos de arroz, el efecto es absolutamente catastrófico. El siglo XVIII ha sido llamado también el siglo de las liendres.
Las pelucas adquirieron proporciones mastodonticas: medio metro de altura. En efecto para mantener erguido este artilugio se necesitaba un armazón de alambre que además de sujetarse sobre la cabeza lo hiciera también sobre los hombros. La Corte francesa, antes de la Revolución se entiende, se precipitaba irremediablemente sobre la vanidad y la más supina ridiculez, de modo que las pelucas llegaron a contener jaulas para pájaros y otros estrafalarios aditamentos como relojes de arena. A tales dimensiones llego el mercado de las pelucas que sólo para atender la demanda cortesana Luis XIV llego a crear 240 cargos de peluqueros para atenderla. María Antonieta, la ultima Reina de Francia, aborrecía las pelucas y prefería el peinado natural con tirabuzones.
En Japón el pelo era objeto de otro tipo de atención, las japonesas sujetaban sus abundantes cabelleras en moños y prendían en ellos unos preciosos alfileres de metal, jade y madera llamados Kanzashi. Objeto de apariencia inocente pero que podía ser utilizado, si era menester, como arma, a veces su extremo estaba impregnado con veneno. Y en China la política capilar se solía resolver como tantas veces se ha hecho en la historia de esta país, con miles de muertos. Esto es, como la dinastía reinante en el siglo XVII es la Manchu, la desviación sobre el modelo oficial, es decir, la cabeza afeitada menos en el centro de donde sale una larga coleta, se consideraba desafección. La resistencia de los Hang, etnia mayoritaria en China, utilizó el corte de pelo como una señal de identidad de tal suerte que les hizo mostrar su oposición al decreto peinándose con largas coletas sin tonsura alguna. La subsiguiente represión se llevo por delante a más de cien mil personas.
El romanticismo vuelve a imponer la barba y el pelo largo para dar carácter al rostro. Nada como una piel emboscada tras matas y matas de cabello. Patillas de proporciones descomunales, barbas que llegaban hasta el ombligo, bigotes que escondían ruinas dentales. El cabello facial llegó a poseer un código propio de jerarquías, de tal manera que a mayor abundancia mayor respeto y grado se poseía. En las imágenes clásicas del siglo XIX si no se quería ser un "Don nadie", se debía ir bien provisto de pasaporte capilar. La iconografía militar nos da fe de ello, pero también la vida civil muestra auténticos patriarcas barbudos. Hasta Marx y Bakunin, apóstoles (y nunca mejor dicho) de la revolución social, apuntan un indisimulado convencionalismo en sus formas y lucen considerables barbas. No nos olvidamos de los Reyes Magos y Santa Claus, barbados personajes muy bien aceptados por la chiquillería y que hacen de sus pelos un artículo de venerabilidad y confianza. Otra faceta es ya mas inquietante, la presenta Theodore Westwark, un militar belga de servicio en el Congo a principios del siglo XX, dice que la tribu de Los Mangala -mujeres también- se arrancaban todos los pelos de la cara, incluidas las cejas y las pestañas. Aunque conociendo los hábitos alimentarios de Los Mangala esta es una anécdota inocente. Tenían esclavos .......pero se los comían. Eran caníbales.