Hetairas Antigua Grecia
Un escritor francés del siglo XIX decía que el número de personajes mitológicos griegos podía alcanzar la fabulosa cifra de 30.000[1], de vivir todos en el Olimpo y a la vista de la mas bien modesta demografía de los pueblos griegos, esta es una considerable cantidad. Por eso con los personajes de la antigüedad helénica hay que andarse con cuidado, puede que solo hayan existido en la imaginación religiosa de Grecia. Incluso celebridades como Homero apuntan en ocasiones a la mera existencia de un mito que habla a su vez de mitos. También la existencia de Licurgo el legislador Lacedemonio, responsable de convertir Esparta en un campamento militar, queda puesta en cuestión. Bien es verdad que la fe en el texto de La Iliada, otra de las obras atribuidas a Homero permitió al prusiano Heinrich Schliemann descubrir el emplazamiento de la ciudad de Troya descrito en la misma obra, desmostrando de paso que toda la mitología, o buena parte de ella, es una recreación de acontecimientos verídicos del pasado. Por eso y con las limitaciones que nos marca el sentido común y nuestro conocimiento escaso de la historia, hemos decidido hablar en esta entrada de uno de esos personajes del pasado clásico capaz de marcar su lugar en la historia por sí misma, por su epatante belleza, por la huella que dejo en los hombres, nos referimos a Lais de Corinto, conocida como la de la hermosa cintura[2] Una autentica Venus.........aunque deberiamos hablar mas bien de Afrodita vista que es esta la diosa griega del amor y tiene suficiente entidad por sí misma como para que esta aprendiz latina la mediatice.
Lais fue una de esas mujeres que en Grecia alcanzaron notables niveles de libertad y autonomía no utilizando solo su cuerpo sino también su inteligencia, y en esto parece que no fue la más brillante. En efecto, el oficio de una hetaira consistía sobre todo en atender la líbido de sus clientes pero también la de satisfacer sus inquietudes mundanas e intelectuales. Respecto a las mujeres de su tiempo poseía, una superioridad física a través de su belleza, pero también una superioridad intelectual merced a sus conocimientos de música, poesía e incluso filosofía. En este sentido las hetairas griegas estaban mas en la linea de una ilustrada concubina que en la de una meretriz. Demóstenes, el orador, ya lo decía bien claro cuando se refería al oficio de las meretrices, «estaban para ofrecerles placer mientras que sus mujeres debían ocuparse en proporcionarles hijos y conservar el hogar». Demóstenes, por cierto, se encontró o quiso encontrarse entre sus amantes.
Lais fue una de esas mujeres que en Grecia alcanzaron notables niveles de libertad y autonomía no utilizando solo su cuerpo sino también su inteligencia, y en esto parece que no fue la más brillante. En efecto, el oficio de una hetaira consistía sobre todo en atender la líbido de sus clientes pero también la de satisfacer sus inquietudes mundanas e intelectuales. Respecto a las mujeres de su tiempo poseía, una superioridad física a través de su belleza, pero también una superioridad intelectual merced a sus conocimientos de música, poesía e incluso filosofía. En este sentido las hetairas griegas estaban mas en la linea de una ilustrada concubina que en la de una meretriz. Demóstenes, el orador, ya lo decía bien claro cuando se refería al oficio de las meretrices, «estaban para ofrecerles placer mientras que sus mujeres debían ocuparse en proporcionarles hijos y conservar el hogar». Demóstenes, por cierto, se encontró o quiso encontrarse entre sus amantes.
La belleza es siempre un plus, no conocemos de nadie que habiéndola podido utilizar no lo haya hecho; Semiramis, Dalida, Salomé, Nefertiti, Cleopatra. En un mundo marcado por la diplomacia de la fuerza física no es extraño que aquellos que carecían de ella acudieran a esta sutil pero contundente poder de la seducción. Lais había nacido en la isla de Egine [otras versiones la hacen oriunda de Sicilia, en Hicaria]. Parece que fue el escultor Escopas, el artista de las expresiones fuertes y vigorosas, por lo que recibiría el titulo de artista de la verdad quien la descubrió, sirviéndole sus formas de inspiración para una de sus esculturas. Seguramente fue el primero en gozar de su compañía, pese a su juventud. Poco tiempo después la encontramos ya en la ciudad que le daría el nombre: Corinto. La ciudad de Corinto se encuentra situada estratégicamente en el istmo de mismo nombre; una estrecha franja de terrero que une el Peloponeso con Grecia continental. Su riqueza pivotaba en torno a la ubicación estratégica de la ciudad: tiene acceso a dos mares merced a sus dos puertos: el de Lescaion sobre el golfo de Corinto en el mar Jonio y al mar Egeo gracias al puerto de Cencreas en el golfo Sarónico. Aunque se intentara inútilmente trasladar por tierra a los barcos de un lado al otro del istmo con el fin de evitarles los cabos situados al sur de la península del Peloponeso la ciudad supo captar el flujo comercial entre Oriente y Occidente. Destacando pronto en todos las ciudades griegas como la mas opulenta y lujosa. Esta abundancia no obstante acarreó todos los males que suelen ir conexos ante la abundancia de dinero y el despilfarro que suele acarrear, sus habitantes tuvieron desde muy pronto notoriedad por la excesiva liberalidad de la urbe. En Corinto existía incluso el culto, en el templo de Afrodita, de la llamada prostitución sagrada, practicada por no menos de 1000 esclavas que habían obtenido su manumisión gracias a esta actividad y conocidas como hierodouloi.
En este ciudad Lais obtendría una gran notoriedad, en parte debido a su belleza, pero sobre todo a una política muy restrictiva en cuanto a sus servicios se refería ya que exigía elevadísimas cantidades de dinero por compartir su cama. A Demóstenes, del que ya hemos hablado, le pidió tan fabulosa cantidad de dinero que la suma enfrió todo su ardor, y tanto es así que el filosofo decidió desistir de sus pretensiones. Otros dos pensadores mantuvieron una relación compartida con Lais, fueron Diogenes el cínico [también conocido como el perro] al que la tradición le hace en extremo desaseado viviendo, se decía, dentro de un tonel por coherencia con su pensamiento, y al mas elegante Aristipo que sí pagaba con largeza los servicios de Lais, quizás en consonancia con la máxima personal que guiaba sus actos y que venia a decir aquello de que era preferible "ser pobre a ser ignorante". Aristipo pertenecía a esa amplia escuela de pensadores hedonistas griegos que predicaban una forma de vivir situada en las antípodas de su forma de practicarlo. Particularmente Aristipo, pese a su elogio de la modestia, gozaba de las riquezas y prefería la púrpura al manto de media pierna con el que se arropaba Diogenes. Del comentario que se atribuyó a Platón respecto a que a Aristipo le sentaban bien hasta los harapos, se puede deducir que este hombre, que pagaba con tanta generosidad los servicios de Lais, era un verdadero aristócrata de su tiempo. Pese a que el ámbito especulativo en el que ambos se movían parecía disuadir eventuales disputa amorosas entre ambos, Lais fue capaz de acongojar sus corazones hasta el punto de que Diogenes [que pese a su pobreza disponía de un sirviente] mortificado por los celos intentó agraviar a su competidor echandole en cara que mientras este gastaba tanto dinero en Lais él se acostaba gratis con ella y que a la vista de que compartía a su prostituta con otro bien pudiera hacerse cínico como él o abandonarla. Excuso decir que Aristipo, de la misma manera que no encontraba «incoveniente alguno en vivir en una casa que otros ya habían habitado antes» tampoco le parecía chocante «cohabitar con una mujer que muchos habían gozado antes».
Estaba claro que aquella relación establecida con mentes poderosas y ocurrentes llevaron a Lais a envanecerse de tal manera que la hizo pensar que no había en Grecia filosofo alguno capaz de enfrentar el poder de su pensamiento con la fortaleza de su cuerpo. Instigada seguramente por los consejos de Diogenes y Aristipo pensó que su seducción podía arrebatar la virtud moral al más integro de los filósofos de su tiempo, el viejo Jenócrates. De tal suerte que gracias a varias artimañas consiguió introducirse en la modesta casa de Jenocrates, pero por mas que lo intentó el viejo se mantuvo firme y despegado de sus encantos, todo lo cual llevó a Lais a un gran acceso de furia, encontrando que en efecto por muy bella que fuera siempre había alguien esquivo a dejarse seducir. Pero su orgullo no la permitía reconocer su fracaso y se consolaba diciéndose que aquella empresa estaba hecha a la medida de los hombres y no de las estatuas de mármol. No fue este el único desdén sufrido, años después se obsesionó con el joven Eubates, atleta, bello dicen que hasta el delirio, pero forjado en la fidelidad a su amada. Todos los intentos de Lais por atraerlo a su lecho fueron inútiles, solo consiguió del joven esquivo una promesa que parecía mas una argucia por alejarse de ella. Así fue en efecto ya que temiendo perderlo lo perdió. Eubates se retiró hacia su Cirene natal en busca de su amada. Lais de Corinto era para él un terreno peligroso, una seducción con trampa pues poco a poco, la vanidad, la avaricia, el apetito insaciable por sensaciones fuertes la iban haciendo perder la visión de la realidad del que su instinto, a falta de una fina inteligencia, la había ido previniendo.
En este ciudad Lais obtendría una gran notoriedad, en parte debido a su belleza, pero sobre todo a una política muy restrictiva en cuanto a sus servicios se refería ya que exigía elevadísimas cantidades de dinero por compartir su cama. A Demóstenes, del que ya hemos hablado, le pidió tan fabulosa cantidad de dinero que la suma enfrió todo su ardor, y tanto es así que el filosofo decidió desistir de sus pretensiones. Otros dos pensadores mantuvieron una relación compartida con Lais, fueron Diogenes el cínico [también conocido como el perro] al que la tradición le hace en extremo desaseado viviendo, se decía, dentro de un tonel por coherencia con su pensamiento, y al mas elegante Aristipo que sí pagaba con largeza los servicios de Lais, quizás en consonancia con la máxima personal que guiaba sus actos y que venia a decir aquello de que era preferible "ser pobre a ser ignorante". Aristipo pertenecía a esa amplia escuela de pensadores hedonistas griegos que predicaban una forma de vivir situada en las antípodas de su forma de practicarlo. Particularmente Aristipo, pese a su elogio de la modestia, gozaba de las riquezas y prefería la púrpura al manto de media pierna con el que se arropaba Diogenes. Del comentario que se atribuyó a Platón respecto a que a Aristipo le sentaban bien hasta los harapos, se puede deducir que este hombre, que pagaba con tanta generosidad los servicios de Lais, era un verdadero aristócrata de su tiempo. Pese a que el ámbito especulativo en el que ambos se movían parecía disuadir eventuales disputa amorosas entre ambos, Lais fue capaz de acongojar sus corazones hasta el punto de que Diogenes [que pese a su pobreza disponía de un sirviente] mortificado por los celos intentó agraviar a su competidor echandole en cara que mientras este gastaba tanto dinero en Lais él se acostaba gratis con ella y que a la vista de que compartía a su prostituta con otro bien pudiera hacerse cínico como él o abandonarla. Excuso decir que Aristipo, de la misma manera que no encontraba «incoveniente alguno en vivir en una casa que otros ya habían habitado antes» tampoco le parecía chocante «cohabitar con una mujer que muchos habían gozado antes».
Estaba claro que aquella relación establecida con mentes poderosas y ocurrentes llevaron a Lais a envanecerse de tal manera que la hizo pensar que no había en Grecia filosofo alguno capaz de enfrentar el poder de su pensamiento con la fortaleza de su cuerpo. Instigada seguramente por los consejos de Diogenes y Aristipo pensó que su seducción podía arrebatar la virtud moral al más integro de los filósofos de su tiempo, el viejo Jenócrates. De tal suerte que gracias a varias artimañas consiguió introducirse en la modesta casa de Jenocrates, pero por mas que lo intentó el viejo se mantuvo firme y despegado de sus encantos, todo lo cual llevó a Lais a un gran acceso de furia, encontrando que en efecto por muy bella que fuera siempre había alguien esquivo a dejarse seducir. Pero su orgullo no la permitía reconocer su fracaso y se consolaba diciéndose que aquella empresa estaba hecha a la medida de los hombres y no de las estatuas de mármol. No fue este el único desdén sufrido, años después se obsesionó con el joven Eubates, atleta, bello dicen que hasta el delirio, pero forjado en la fidelidad a su amada. Todos los intentos de Lais por atraerlo a su lecho fueron inútiles, solo consiguió del joven esquivo una promesa que parecía mas una argucia por alejarse de ella. Así fue en efecto ya que temiendo perderlo lo perdió. Eubates se retiró hacia su Cirene natal en busca de su amada. Lais de Corinto era para él un terreno peligroso, una seducción con trampa pues poco a poco, la vanidad, la avaricia, el apetito insaciable por sensaciones fuertes la iban haciendo perder la visión de la realidad del que su instinto, a falta de una fina inteligencia, la había ido previniendo.
Lais de Corinto. Hans Holbein |
Acumuló una gran fortuna, se convirtió incluso en una evergeta, una benefactora social, pero no había altruismo en ese gesto, mas bien un frente más abierto por su jactancia. Uno de sus últimos admiradores fue Mirón, el famoso escultor parece que puso su dignidad muy por debajo de su valía como artista. Claudicó ante sus pasiones y la quiso tomar como amante pese a su edad, ella, tras mirarlo condescendiente le dio la espalda pensando que este gesto sería lo suficientemente explicito como desalentar al artista. No fue así y Mirón acudió al día siguiente con igual propósito pero esta vez había intentado esconder su decadencia tiñiéndose los cabellos y la barba, ungiéndose con numerosos perfumes y vistiendo las prendas más lujosas. La respuesta fue si cabe mas cruel: «ya le dije a tu padre ayer que no estaba interesada». La convivencia con mentes tan despiertas la habían también contaminado con la corrosión de los sarcasmos mas feroces. Pero esto no la iba a salvar de ella misma, instalada en una vida artificiosa, rodeada de vanos aduladores, pagada una y otra vez por los numerosos satrapas de los que fue amante, y probablemente victima de alguna enfermedad venérea, decidió compensar sus periodos menos brillantes con el vino y al final el vino se apoderó de ella. Envejeció mal, alcoholizada, vendiendose a la postre por escasas monedas, ella, cuya fama de avariciosa la llevo a ser representada en un cuadro de Hans Holbein acompañada solo por monedas. La muerte la llegó según unos de muerte natural, otros pensaban que se ahogo comiendo aceitunas y hasta lapidada en tierra extraña. Lais de Corinto se llamaba
[1] 32.000 según A. Debray. Los Perfumes y las Flores