Antiguo Egipto. Religión. La vida y la muerte.

Antiguo Egipto. Sobre el perfume y el olor

Egipto. Vida y Muerte en el Egipto de los faraones


Los primeros días de junio Egipto está exánime. Su fotografía es la de un desierto que intenta señorearse de los minúsculos brotes verdes que aún perviven asidos a las escasas fuentes de humedad, y aplastado por una temperatura que se instala por encima de los cincuenta grados. El río está tan menguado que a pesar de que mantenga la mitad de su anchura su corriente solo es el cinco por ciento de su volumen máximo  que se da en el otoño. Cuesta hasta respirar y el calor hace turbio el horizonte, tal parece que Egipto está en agonía. Hoy parece un día distinto desde que los primeros rayos de Sol golpean como mazas la lámina casi en ebullición del río observamos que sus aguas han cambiado de color, son verdes. Aquella noche de junio la diosa Isis como sucede hace miles de años derrama una de sus lágrimas sobre el río, y esta lágrima, que expresa el dolor por su perdido hermano, Osiris es una fuente de vida para el río y Egipto todo. A esta noche se la conoce con el sugerente título de "la noche de la lágrima". La leyenda reescribe en términos épicos la primera crecida del gran río a miles de kilómetros de su desembocadura en los que las torrenciales lluvias de Primavera, en el corazón del continente africano, han empezado a remover las aguas pútridas y pantanosas de sus orillas que serán las primeras en llegar al desierto. Es el Nilo verde, aguas de esperanza porque lo mejor está aún por llegar, pero al parecer insanas para su consumo porque son aguas viejas, pantanosas, cargadas de elementos nocivos y restos de cuerpos de animales en descomposición que se han ido consumiendo en sus orillas sin que la fuerza de la corriente fuera capaz de sanear  los remansos. A partir de aquí  las aguas del Nilo toman un aspecto turbio mientras que poco a poco va creciendo su volumen y aumentando su nivel cubriendo sus riberas , el color adquiere un tono que lo hace merecedor ya de otro título: "Nilo rojo" pues en efecto este es su color;  no hay maldición alguna de por medio si es que sucumbimos ante los vaticinios bíblicos, sólo ingentes cantidades de tierra arrastrados por la ya vigorosa corriente que se extiende como el aceite sobre un cuenca de miles de kilómetros cuadrados. Es el río de la vida pese a que entre sus opacas aguas naveguen infinidad de peligrosos siluros, serpientes, parásitos, cocodrilos y hasta hipopótamos; inundará durante tres meses sus riberas empapando durante este tiempo toda la tierra reseca para retirarse después olvidando su benéfico limo y saciando así las necesidades de Egipto.  
     La idea del mundo que tenían los antiguos habitantes de Egipto era mas bien rudimentaria, un espacio cóncavo con Egipto en su centro, cubierto por un cielo que también era cóncavo, iluminado por la noche. Si del oeste soplaba un viento abrasador, del este recibían la caricia de las divinas brisas perfumadas de lo que, acaso, fuera la Península Arábiga y las costas del Mar Rojo. El dios del Nilo se llama Hapi, su benevolencia ampara una fértil cremallera de diez kilómetros de ancho que atraviesa Egipto de norte a sur, el río no da para más. Hapi es un hombrecito algo grotesco, panzón, de amplios pechos, pinta una humanidad generosa paradigma de la abundancia del río. Aunque esta es una imagen idealizada, a veces sus aguas se demoran en llegar o lo hacen con una abundancia inesperada, son extremos catastróficos porque por lo general suelen derivar en episodios de hambruna en la que los hombres empezaron a comerse a sus hijos.

Tumba de Ramses V

     Las sucesivas crecidas del rió marcaron los capítulos vitales del pueblo egipcio y no solo en su aspecto material; podía hacerse una lectura paralela entre el ciclo fluvial del gran río, capaz de tapizar con su aliento vivificador las yermas tierras para hacerlas renacer una y otra vez, con  la propia naturaleza humana. El Nilo vertebra la primera leyenda de Egipto, una historia de amor, lealtad y perseverancia entre hermanos, pero también de odio. Isis, hermana y amante de Osiris, conocido como “el deseado” y Señor de la Tierra, emprende una épica peripecia buscando el cadáver de su querido Osiris, asesinado por su propio hermano, Set, en una “anabasis” cuajada de infidelidades, hijos secretos, traiciones, metamorfosis que culminan en una orgía de inquina absoluta en la que el cadáver de Osiris es descuartizado en catorce trozos por Set que lo lanza al Nilo con la esperanza de que los cocodrilos los devoren. Nada de eso sucede como era previsible, pero la tensión épica no se resuelve, Isis reemprende su batida y recuperando trozos del cuerpo de su marido los conserva en cera perfumada, aunque nunca pudo encontrar su miembro viril al parecer devorado por los peces, y tal vez fuera por el peso de esta leyenda por lo que los embalsamadores siempre cubrieran el miembro varonil de una forma peculiar. Isis fue capaz de devolver a la vida a su amado al menos el tiempo suficiente como para engendrar con él a su hijo Horus. Pero este renacimiento de Osiris es solo aparente pues al final la mitología egipcia acaba por situarlo como Señor de Duat; el reino de los muertos. La abnegación lírica de Isis la hace inspiradora por un lado de los modelos clásicos de la mitología greco-latina, pero su generosa entrega a la salvaguarda de su hijo Horus, la hacen también cincelar una figura culturalmente más próxima a nosotros: la de la propia Virgen María. Es una visión polémica pero ahí queda.

    Pensaban los egipcios que la vida era un acontecimiento que una vez suscitado tenía el suficiente impulso como para mantenerse indefinidamente, solo un accidente en ese trayecto podía interrumpir este designio. Mas, la inexorabilidad de la muerte, la enfermedad y la decadencia de los cuerpos, hizo pensar que acaso existía en la naturaleza una poderosa fuerza maligna cuyo único cometido era sustraer  la energía de esos cuerpos hasta llevarlos a la descomposición, el hedor final. El estatuto que otorga la religión egipcia al par cuerpo y alma, es la que hace posible este ámbito de estimación si bien  en el caso de los egipcios parece que hay gradientes espirituales. El más importante es el KA, curiosamente lo poseen hasta los dioses, Ra tiene hasta catorce kas. Otro componente del alma es El ba alude más directamente a la propia espiritualidad humana, que se considera  inalterable. Un componente atípico en este paquete de inmortalidad egipcia es el corazón. El Libro de los Muertos contiene numerosos sortilegios con el fin de evitar que el difunto sea privado de su corazón ya que este es la morada de la eticidad del hombre. La muerte es la separación de estos tres componentes, cuerpo, Ka y Ba, pero para acceder a la vida futura es necesario volver a unirles, por eso los antiguos egipcios temían morir en un país extranjero en el que no fuera practicada la momificación.   

Los guardianes del templo. Ferdinand Keller.  Proy. Gutemberg

     Las peculiares características del espacio físico egipcio con unas temperaturas extremas y bajo grado de humedad permitieron que muchos cadáveres se mantuvieran aceptablemente conservados de forma natural. De hecho, los primeros rituales funerarios aprovechaban estas condiciones y tras envolver el cadáver en una piel o esterilla, se le introducía en un recipiente de barro y se le enterraba. La momificación no es más que la instancia básica de la cosmogonía religiosa en el país del Nilo y que se iniciaba con la muerte. La muerte no es el último episodio, vista la naturaleza dual del hombre, con ella se inicia un  proceso de transmigración que dura, grosso modo,  unos tres mil años. En este periodo el sujeto  puede reencarnarse en todas las criaturas de la naturaleza,  pero siempre acaba por regresar a su forma humana. La momificación es la que garantiza que ese cuerpo se encuentre en condiciones adecuadas, una vez recuperado por su propietario tras su viaje. Aún así, y por si el tiempo ha degradado el cuerpo hasta hacerlo irreconocible, no es extraño que junto a la momia se presente una estatua del difunto con el fin de que aquel alma errante sea capaz de reconocerse en ella. La relativa locuacidad de los jeroglíficos egipcios, cotejados con la parca expresividad de las culturas mesopotámicas, por ejemplo, puede tener como objeto acompañar discursivamente la elaborada tanatología del país del Nilo. En este sentido, los componentes esenciales del lenguaje, cual son los nombres, adquieren un poderoso valor; los nombres son el testimonio objetivo que puede presentar los no vivos a los que aún caminan por el mundo. El nombre del que ocupa el sarcófago, su vida, la de los que le acompañaron en esta vida, permite eludir el olvido, hacerse presente en este mundo  y de esta manera virtualizar su existencia en el mundo de los muertos; la vida justificaría esa especie de plano opuesto que se encuentra más allá del óbito. 

     Hay una parte del alma que está en relación con la memoria, el recuerdo que se tenía de su paso por la vida y que se hacía más imperecedero si quedaba registrado en la misma piedra. Una versión más elaborada de la pervivencia del alma decía que esta sobreviviría más cuanto mayor tiempo fuera recordada. La naturaleza humana, por su carga de maldad sobre todo,  haría incluso que algunos faraones borraran los rastros de sus predecesores para que el olvido les hiciera perder el alma. Con el producto de este despojo se llegaría a completar la dotación del propio túmulo funerario.

      Tanto mastabas como pirámides fueron verdaderas necrópolis, pues alrededor del monumento principal se practicaron numerosos enterramientos directamente sobre la tierra sin ataúd alguno. Se trataba de restos, probablemente de sirvientes o incluso de trabajadores del  propio hito funerario, muertos en su construcción. Y no fueron pocos, la pirámide de Keophs , por ejemplo, requirió el trabajo a turnos de 100.000 hombres durante treinta años, incluida la calzada elevada sobre la que se transportaban las piedras cuya construcción llevo ella sola diez años. 

     Estas modestas inhumaciones realizadas al amparo de colosales construcciones funerarias parecían intentar aprovechar la estela de inmortalidad reservada, en un principio, solo a la figura del faraón, aunque  más tarde fue ecumenizada a todas las clases sociales, incluidas las más modestas, lo que pareció acontecer en el Imperio Medio [2050-1750 a.C]. La inmortalidad no es gratuita, el alma egipcia, según Herodoto, experimentaba sucesivas transmigraciones durante un periodo de 3.000 años antes de someterse al juicio del amenthé. Cuarenta y dos terribles jueces con 42 preguntas a las que se debía responder con cierta habilidad: no maté, no robé, no cometí actos impuros. Un discurso que resulta familiar  y al que se puede acudir con ciertas estrategias para su resolución recogidas en el llamado Libro de los Muertos, una especie de guía personalizada que ofrecía artimañas, trucos y conjuros para sortear los severos exámenes a las que el alma humana era sometida antes de ser aceptada en El Paraíso, conocido como campo de juncos o campo de las ofrendas. El Libro de los Muertos tenía un severo inconveniente, su precio,  era elaborado de forma personalizada por el clero egipcio para aquel que pudiera pagarlo...................................................

Este texto es un extracto de "Acerca del Perfume y el Olor" por lo que ésta sometido a las leyes de la Propiedad Intelectual.