Agua o papel. Reflexiones sobre el váter o inodoro o excusado
Puede que no nos demos cuenta, pero en el universo de los wc la humanidad se divide entre los usuarios del papel y los del agua. En ese reducto, la mayor parte de las veces minúsculo, se dirime una intimidad absoluta, la del ser humano consigo mismo y en particular con todas aquellas partes de su cuerpo que por lo general suelen mantenerse a cubierto, bien por obvias agresiones del medio bien por impulsos culturales. Y es bien extraña que esta soledad no haya dado más amplia literatura a la vista del silencio y recogimiento con el que solemos presenciar nuestros impulsos más mecánicos. Hablamos incluso de ese apartado más hermético aún, que es la taza del excusado, el sanctasanctórum de los aseos. Solo es un asiento, a veces ni siquiera eso. Es un lugar en el espacio, apenas un agujerito practicado en el suelo que apunta el lugar sobre el que debemos acuclillarnos. Un tanto humillante todo. Quizá fuera por eso por lo que la siempre viva imaginación occidental nos permitió liberarnos de semejante oprobio permitiéndonos aliviarnos en posición sedente.
El hecho de sentarse para evacuar, puede que gratificara nuestra estima, pero a nuestro colon en nada le beneficiaba. Parece que la naturaleza se obceca en ofender nuestras buenas maneras y nos dice que la posición más natural para nuestras tripas es la de las piernas flexionadas, lo que exige una cierta puesta a punto física. En estas sociedades en declive físico se hace difícil entender como nuestros ancianitos podían mantener esta forzada postura durante un solo minuto. Por eso se inventó el asiento del váter para que cómodamente pudiéramos arrellanar sobre él nuestras posaderas. Este gesto que realizamos más de trescientas veces por año puede que nos pase desapercibido a fuerza de ser frecuente, pero muy sabios hombres sí que se han parado a considerar el microcosmos que se teje en torno a él. ¿Cómo evitar la frialdad de su superficie en invierno? La altura del artefacto sobre el suelo, su anchura también; la fuerza de la descarga; la cantidad de agua descargada; el color. ¿Esquinas o curvas? Y qué decir del inútil gasto de papel, es decir aquel dedicado únicamente a amortiguar la caída de los cantos biológicos sobre el agua evitando así que esta nos salpique. ¿Cuánto papel usamos? ¿Cuánta agua desperdiciamos para eliminar los restos? ¿Cómo dejamos inmaculada la superficie de la loza para que el siguiente usuario no piense que allí se ha sentado antes un monstruoso fabricante de desperdicios? Y todo esto sin obviar el eterno conflicto de la diversidad sexual, es decir, las mujeres no se limpian en la misma dirección que lo hacen los hombres y son más cuidadosas en el uso del inodoro, por eso abominan de los servicios compartidos. No son preguntas sucias ni nocivas, forman parte de la arquitectura tecnológica de las fábricas de sanitarios que estudian estos pormenores. Cuestiones conservadas de natural en la carpeta de los asuntos reservados, o de incómoda socialización. El bidé, por ejemplo, un primo hermano del váter, tanto que se suele disponer al lado o enfrentado, es un chisme en franco retroceso; incluso en Francia donde se reinventó. Hay gente que no sabe ni para qué sirve, incluso algún turista americano piensa que en la Vieja Europa hemos pensado hasta en la higiene exclusiva de los pies, pues considera, y no sin cierta lógica, que una taza tan bajita solo puede tener ese menester. Y estas ideas no las expone cualquier gañán sino que fueron expresadas por una maestra allá por los años 30 de visita turística en la ciudad del Sena. Una mujer india ilustrada de visita en Londres, refería su extrañeza primero sobre los cuartos de baño ingleses provistos de moqueta. No se podía creer que un sitio donde las salpicaduras son frecuentes estuviera alfombrado. ¿Cómo era posible que aquellas gentes se hubieran señoreado durante siglos de su país, disponiendo de semejantes cuartos de baño? ¿Para qué era aquel rollito de papel colgado de la pared? ¿Para secarse las manos, limpiarse las narices, retirarse las cremas de la cara? ¿Dónde estaba el vaso higiénico o al menos la palancana? ¿Con qué iba a limpiarse? ¿Con el papel? Qué repugnante. No sabemos en qué concluiría el discurso antropocultural de la mujer india, pero poco se imaginaba que en Occidente nos limpiamos el culo con papel, lo que en muchas partes del mundo es inimaginable, sobre todo porque sugiere una falta de cuidado personal extremo. Una mugrienta costumbre que solo puede practicar gente desaseada. Aunque se titule como papel higiénico es irónicamente el utensilio menos pulcro en las estanterías de los super
Quién lo iba a decir. Enfrentar esta paradójica cuestión en una sociedad tan esmerada, tan cuidadosa en las formas pero incapaz de limpiarse el culo correctamente. No es solo un tema especulativo; un médico inglés se ocupó de analizar la ropa interior de varios cientos de ciudadanos británicos y se maravilló de la abundante flora fecal presente en ella, describiéndola en una gradación de colores que iba desde un sutil teñido pardo amarillento hasta la rotunda huella residual [1]. Esto era el resultado de una deficiente higiene, el papel no sirve para higienizar el culo.
La mujer de Mahoma ya se había dado cuenta de que el mejor medio para mantener limpias estas partes era el agua. Aisha, que así se llamaba, dice que jamás el Profeta tras «exonerar el vientre», había dejado de lavarse con agua. Los japoneses tardaron en aceptar este axioma varios siglos; resignados a limpiarse la parte baja de su espalda con piedras, palitos y papel. Fue después de la II Guerra Mundial, cuando decidieron recuperar los siglos de aislamiento con una acelerada integración en la modernidad. Hoy el país nipón presume de poseer «los sanitarios» más avanzados del planeta, y nada económicos por cierto, ya que alguno de ellos cuesta cerca de 6.000 euros.
La visita a un wc japonés por algún occidental guarda en cambio sorpresas desagradables, acostumbrados a un mobiliario más bien escueto en los servicios públicos; una taza donde sentarse y con suerte un rollo de papel. Un ciudadano europeo se puede encontrar con un mueble publicitario del tamaño de un armario provisto de numerosos botones y luces, instrucciones en japonés y acaso en inglés. Este aparato lo mismo dispensa compresas o preservativos, toman la tensión, facilita bastoncitos para limpiarse los oídos y además puede proporcionar unas suaves melodías. Este formidable despliegue, abruma y confunde, sobre todo porque la mente humana suele tener cierta propensión a la confusión ante los reclamos de sus necesidades más perentorias, y esta es una de ellas. Además no hay tiempo para rectificar, porque seguramente el llegar hasta allí habrá costado sudores de sangre. Al menos el retrete es fácilmente identificable, su aire familiar ofrece cierta confianza ante ese furor tecnológico. Lo que ya resulta algo más inquietante es la temperatura de la tabla cuando te sientas: está caliente. Una de dos, o el recinto acaba de ser utilizado o el plástico japonés posee una temperatura que, en reposo, es superior a la normal. Qué mas da. Ya no hay remedio...Silencio, si hay suerte claro. Algunos cuerpos son extremadamente indiscretos.
Pero la cosa no termina aquí ¿Dónde está el papel? ¡No hay papel! Entras entonces en un episodio de angustia. ¿Con qué me limpio? Pánico. Te incorporas, quizás la posición erguida te ayude a encontrar mejor el portarrollos. Pero no lo hay. Sudores fríos Te acuerdas del primer astronauta. ¿Cómo se llamaba? Shepard. Se tuvo que mear encima porque no habían previsto una contingencia de este tipo. Miles de millones de dólares y pasaron por alto la más simple de las necesidades fisiológicas: orinar. Menos mal que el vuelo solo duró unas horas....Y de pronto observas que algo se mueve en el interior del retrete ¡Dios mío un ratón! Falsa alarma. No se parece en nada. Te puede la curiosidad y aproximas tu cara por encima de la taza. Es una pequeña cánula. Inofensiva. Ya inofensiva. Te suelta un chorro de agua templada y te deja el cuerpo empapado, pero con el culo sucio. Que paradoja, la única zona de tu cuerpo que se debía de haber mojado. Ahí tienes tu rollo de papel; y es que en el país de los acuofilos no se utiliza papel para estos menesteres. Hasta la propia Madonna, decía tras uno de sus viajes a Tokio, que había echado de menos los asientos calientes de los inodoros japoneses.
Los japoneses, que eran una sociedad papirocultural, han abandonado rápidamente esta esclavitud, que hacía de sus traseros unos portadores crónicos de bacterias y aromas desagradables. Dos grandes empresas dedicadas a la fabricación de los más sofisticados aparatos sanitarios son las responsables de esta mudanza; TOTO e INAX. Capaces de desarrollar hasta un retrete polifónico que genera sonidos neutros, como los de una descarga de agua, y ello para enmascarar las ventosidades o el peculiar e indiscreto discurso de algunos cuerpos consigo mismos. Gastan millones de yenes en encontrar el ángulo adecuado para que sus boquillas limpien eficazmente tanto la parte trasera como la delantera del ecuador de tu cuerpo sin que medie reflujo alguno de agua que pueda contaminar el mecanismo. Disponen de un sistema que hace bajar o subir la tapadera gracias a un mecanismo llamado muy adecuadamente "el salva matrimonios", lo que es fácilmente comprensible para cualquier pareja sin que medie explicación alguna más. Venden millones de retretes tecnológicos en el país, pero tienen dificultades para entender el mercado en otras latitudes. Por ejemplo a TOTO se le ocurrió una campaña publicitaria en los EEUU que incluía fotos de pompis, ignorando la difícil convivencia del ciudadano medio americano con la imagen desnuda de su propio cuerpo. Por esto recibiría numerosas denuncias, entre ellas la de una iglesia protestante a la cual habían colocado el cartel publicitario prácticamente en la puerta de entrada al templo
[1] La mayor necesidad. R. George. Ed. Turner
Revisión: 16 de Julio de 2021