El pelo, la calvicie y la barba
El cabello crece y crece; hasta 125 mm por año. Crece hasta que deja de hacerlo, claro. Aún jóvenes y vigorosos empezamos a perderlo sin remisión. No nos engañemos, tras esa festiva jocosidad sobre la calvicie se esconde el duro dictado de nuestro código genético que nos advierte de que el paso del tiempo se escribe de muchas maneras diferentes, y una de ellas, suele ser esta. Consolaros, y hacerlo por dos razones: la primera es que algunos etólogos y antropólogos sostienen que no nos quedamos sin pelo por hacernos mayores, que lo hacemos por la misma razón que los buitres pierden sus plumas del cuello para arriba, para evitar que los restos de alimentos causen infecciones en el organismo. En segundo lugar porque esta alopecia no es la primera gran perdida de cabello de nuestras vidas. La primera se da, mas o menos, entre los seis y los siete meses de embarazo, perdemos la pelusa de melocotón de la que estamos cubiertos aun dentro de la tripa de nuestras madres. Esta perdida dejará en todo nuestro cuerpo una siembra de folículos; las raíces donde arraigaran todos y cada uno de nuestros futuros cabellos. Y esto no es lo único, nacemos con pelo y además de perder peso, otras de las cosas que pierden los bebes es pelo. Por lo tanto hay dos grandes episodios previos de perdida capilar que preceden a la gran sequía. Esto, en efecto, es un consuelo.
Hemos viajado un poquito por el mundo y nos hemos encontrado con otras formas de perder el cabello en todo o en parte. Nos referimos a la cultura del hurto capilar. Es decir, ese fastidioso afán de algunos pueblos por hacerse con lo que no es suyo; los indios americanos por ejemplo: cortan la cabellera de sus enemigos para de alguna manera apropiarse de su fortaleza y valor. Quizás menos famoso pero probablemente mucho más importante e intenso para la historia de la humanidad, fueron las hordas de miles de escitas recorriendo el extremo oriental de Europa, durmiendo sobre sus caballos, comiendo sin descabalgar, y limpiándose las manos sobre aquella especie de capotes de largos pelos con los que se cubrían. Los escitas tenían muy «mala prensa» en la Europa de entonces. Acaso comprendáis el desasosiego de sus contemporáneos y su fama cuando sepáis que esos capotes con los que se cubrían estaban confeccionados con los cuellos cabelludos de sus enemigos. También los celtas que se hacían una especie de colchón con los cabellos cortadas de sus enemigos para absorber así, mientras dormían, la fuerza que suponían a sus víctimas a las que previamente habían sacrificado. Los reyes francos otorgaban a su abundante caballera la más alta dignidad de su cargo, y los visigodos en España no precisaban eliminar físicamente a sus oponentes al trono, sencillamente los descalvaban y así los hacían indignos de ese cargo
Peine de marfil del siglo XIII |
La historia enseña que ante la feroz evidencia de la calvicie, podemos encontrar también en ella vistosos sucedáneos. No es exactamente esa mata vistosa, elástica y brillante de pelo, pero sí algo muy parecido: una soberbia peluca de pelo indio. En la India, millones de personas se dejan crecer el pelo hasta proporciones desmesuradas suscitadas por hondas motivaciones religiosas. En torno a este tráfico entre lo divino y lo humano, se ha ido configurando un negocio fabuloso de cabelleras seleccionadas y lavadas para su exportación sobre todo a Occidente, previo paso por China, claro. En Tirumala Balaji, que es una ciudad-templo situada en el sur de la India, existe una tradición que consiste en ofrecer los cabellos al Dios Vishnu para obtener el favor divino. De ello se encarga una plantilla de más de 600 peluqueros que apuran las cabezas de 30.000 fieles por día, cuyos cabellos engrosaran un comercio anual de 400 millones de euros y que colocan a la ciudad a la altura de otras urbes sagradas como La Meca o Jerusalén
Las damas romanas dedicaban hasta seis horas al peinado y otras tantas a la depilación corporal. Domiciano, emperador romano «calvo» que usaba con bastante naturalidad las pelucas, no quería tratos con nadie que no estuviera depilado de cuerpo entero. Adriano otro emperador, nacido en la península Ibérica, iba en sentido contrario: como tenía un cutis bastante estropeado impuso el uso de la barba. Por esta época la dependencia de las cabelleras rubias no era tanta, toda vez que se utilizaba ya con prodigalidad el tinte, previa decoloración del cabello se lo lavaban con lejía y después de exponerlo al sol el pelo quedaba preparado para recibir el tinte. Desdichada de la esclava que no acertara con el tono deseado, los malos tratos eran habituales en el interior de las grandes domus, su torpeza sería castigada con dolorosos pinchazos, la madre de Galeno, por ejemplo, las atacaba a mordiscos. El tinte se extendió de tal manera que muchos siglos después, en Venecia, nos encontramos con una población femenina en la que se advierte la absoluta ausencia de mujeres morenas.
La abundante cabellera y las largas barbas no eran útiles en las campañas militares, el gran estratega que era Alejandro Magno exigía el afeitado a todos y cada uno de sus hombres antes del combate con el fin de evitar que en el ardor de la lucha, los cabellos pudieran servir de punto de anclaje al enemigo o impidieran la movilidad rauda de los miembros. Sus primos, los espartanos también la tenían tomada con la barba; a los cobardes les señalaban afeitándoles la mitad de ella. Entretanto, los persas con los que unos y otros se vieron las caras lucían luengas barbas y largas cabelleras. Los reyes de Persia llevaban sus barbas teñidas de azul como símbolo de autoridad. Bastantes años antes de que Grecia existiera como tal. en Mesopotamia, la cuna del imperio Persa, ya circulaban afeites y cremas que se utilizaban en la depilación y encontramos el primer testimonio del oficio de la peluquería. En España, en el Neolítico, ya se hacían trabajos de peluquería sobre los cadáveres
Continuará.........