Maria Antonieta. El neceser de la última Reina de Francia



Todos los personajes crepusculares tienen el extraño encanto de aquello que no puede tener ya continuidad, y ello pese a que están diseñados para prolongarse más en el tiempo. Son como cuadros a medio terminar, árboles sin fruto alguno o incluso, ríos sin desembocadura. El caso de la última Reina de Francia, María Antonieta, tiene también un plus añadido, un nivel mayor de morbosidad que lo hace si cabe mas apetecible. No es que esta desventurada muchachita fuera en su tiempo un icono de martirologio o una mártir de la adversidad, que no lo fue, pues vivió bastante mejor que la inmensa mayoría de sus contemporáneos, es que la historia hizo de su vida un espectáculo casi público. Nos ha mostrado, en la absoluta indefensión de sus últimos días, como es posible que tras la majestad y el esplendor casi irreal con los que la historia a abocetado a algunos sujetos que la protagonizaron se esconde la condición humana más prosaica, a veces hasta una simplicidad humana sorprendente. No sabemos hasta que punto es cierta la anécdota que se cuenta de esta mujer cuando, apurando los últimos escalones de su patíbulo, dio en tropezar en una de ellos, topándose y agarrándose al cuerpo de su verdugo y pidiéndole perdón porque "había sido sin querer". Quizás es que en este punto de no retorno ya a la esperanza -dos metros más allá se erguía la guillotina- el cuerpo se ablande y resigne al destino que le toca, sabedor de que ha hecho todo lo posible por evitarlo. Y María Antonieta lo había intentado todo desde que vio claro, tras su arresto en las Tullerias junto al bonachón de su marido, Luis XVI -un pobre hombre había dicho de él en una ocasión - que aquello era la antesala del cadalso. La estaban preparando para «probarse la corbata de Sansón», decían irónicos los revolucionarios para referirse a la guillotina que tan eficazmente funcionaba manipulada por el verdugo de París: Sansón. De la fuga se encargaría su amante, eso decían, Axel von Fersen, solo conseguiría hacerles llegar hasta la ciudad de Varennes, a pocos kilómetros de la frontera alemana.
     Durante veinte años, mas o menos, los que ejerció como Reina, no se vio precisada de alejarse de París. Su circuito vital iba de Versalles, pasando por Trianón [aquí jugaba con sus incondicionales a las ovejitas, un rebaño de ovejas merinas regalo de su primo Carlos III de España] Fontainebleau, Rambouillet. Los palacios de Francia, en un tour irreal de lujo, despilfarro y ostentación sin contacto alguno con su pueblo. Dicen que mientras su marido el rey dormía, ella bailaba hasta la madrugada, si él reía ella lloraba, las comidas pantagruelicas de aquel borbón solo encontraban un somero eco culinario en la alimentación escueta de la Reina. Eran tan distintos que no se sabe como aquella relación podía cuando menos sostenerse aunque fuera ficticiamente, «de cara a la galería», suelen decir. Y acaso aquella absoluta disparidad de caracteres era la que mantenía su conllevancia, no se molestaban entre sí aunque parece obvio que aquel matrimonio sin amor acudiría mas pronto que tarde al amor sin matrimonio. 
     Un apunte muy revelador del carácter de nuestra Reina lo dio el único equipaje que conservó de su fracasada fuga de Varennes. Pudo pensar que le iba a ser útil en los fieros tiempos que la aguardaban. Este neceser, según las memorias de su dama de confianza Madame Campan, es el que la Reina pensaba enviar a su hermana María Cristina de Hasburgo-Lorena en uno de sus numerosos cálculos para la evasión de Francia que iba elaborando en su reclusión. Su plan de fuga no podía pasar por alto un equipaje que, pese a su suntuosidad y sobre todo ante lo desesperado de su situación personal, consideraba de estricta necesidad; muerta pero no sencilla. Madame Campan la haría notar que este envió pondría sobre aviso a sus guardianes lo que acabó por convencer a la Reina haciéndola desistir de su propósito al menos hasta el episodio de Varennes. En Francia se conocieron también como «casete de nuit". Enrique IV de Castilla, un rey en extremo viajero que carecía de Corte estable, poseía varios. Entre ellos uno solo dedicado al transporte de perfumes, aunque no existe testimonio gráfico de este estuche.


Este es el segundo neceser de la Reina María Antonieta. Se encuentra en la ciudad de Grasse en Francia. Grasse es una villa que vive por y del perfume. Esta imagen y la siguiente pertenecen a un trabajo realizado por el Museo del Perfume de Grasse en una formidable presentación sobre la historia del perfume.





Leyenda
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Comidas y pequeños refrigerios
Accesorios domésticos



  1. Estuche de ébano.
  2. Estuche de marfil.
  3. Espejo con marco de plata y mango de              marfil
  4. Tarros de porcelana para ungüentos.
  5. Caja de ébano
  6. Caja de plata.
  7. Escupidera de porcelana.
  8. Botella de cristal para medicamentos.                  Tapón de plata bañado en oro.
  9. Botella de cristal con tapón de plata.
10. Botella de cristal con tapón de plata. Otra.
11. Botella de cristal con tapón de plata. Llena
     en sus tres cuartas partes de un líquido azul
     Solían ser utilizadas para aguas de olor,
     aceites, colorantes, licores.
12. Botella de cristal con tapón de plata.
13. Botella de cristal con tapón de rosca.
14. Azucarero de plata.
15. Taza para caldo con mango de ébano
16. Tazas de porcelana  
17. Aguamanil de plata
18. Calentador de plata para aguardientes
19. Calentador de plata con mango de marfil y  
       ébano.
20. Tetera de porcelana.
21. Cuenco de porcelana.
22. Campanilla en plata cincelada
23. Candelabros en plata.
24. Mortero en plata.
25. Sello real en ébano y plata.
26. Polvera de plata.
27. Recipiente de plata para el chocolate.
28. Azucarero de porcelana.
29. Cuchara de café.
30. Cucharas de plata.
31. Tenedor de mesa.
32. Esta pieza se utiliza como soporte para 
       escritura.