Sombreros y Turbantes. El turbante a través de la Historia.


Sombreros y turbantes


El turbante, que no es exclusivamente esa toalla que las mujeres se colocan en la cabeza para secarse el pelo, tiene una larga historia.  Jacques Louis David, que fuera el pintor oficial de la Revolución Francesa, imaginó el cadáver de Marat cubierto nada más que con una toalla en la cabeza. Este paño refuerza  la imagen  fría y sepulcral con la que el artista pretendía presentar la muerte de este peculiar agitador político, y aunque creemos que el pintor militaba en la filas del neoclasicismo anticipa un cierto orientalismo en el arte, en el que, por cierto, el turbante jugara un papel considerable. Debemos no obstante remontarnos muchos años en el pasado para encontrar el origen de este tocado.

     El sentido común nos dice que el turbante probablemente fue en su origen solo una pieza de tela enrollada en la cabeza con el fin de evitar que el cabello se desplazara sobre la cara, entorpeciendo así el trabajo cotidiano. Ctesias de Cnido (V Ac) que fue un médico griego al servicio del rey persa Artajerjes II,  decía que el dios Dionisios fue el responsable de enseñar a los indios el uso del turbante y el pelo largo. Si bien no parece haber acuerdo entre el origen preciso de la prenda,  sí es cierto que como tantos otros elementos de nuestra civilización sus primeros testimonios se encuentran  en esa línea que nace en la desembocadura del Nilo y llega hasta la India; con puntual presencia por el norte en la Turquía otomana y por el sudeste de Asia, cuya cultura musulmana explicaría la presencia del mismo. Incluso en un lugar tan alejado de este referido segmento que proponemos, hemos encontrado en la isla de Creta, en el palacio de Knossos concretamente, una figura provista de una especie de turbante rematado con una pluma. Algunas figuras labradas sobre piedra cual la llamada estela de Ur-Nammu, hallada en la desembocadura de los ríos Tigris y Éufrates, en la actual Irak, y que data del segundo milenio antes de Cristo, presenta al rey tocado con un turbante, así como al dios Nanna, este provisto de un bonete de tipo cónico. No es el único testimonio de piezas que podamos identificar como turbantes en la cultura mesopotámica posterior a Ur (se considera que los primeros apuntes de esta cultura pueden remontarse a los cinco mil años antes de Cristo; muy anterior a la egipcia). Ur, Acadia  Nínive, Summer, Babilonia,  fueron pueblos e imperios que se irían sucediendo unos a otros en un mismo espacio físico, desapareciendo a veces por la ferocidad del tiempo, y otras por la ferocidad de sus naturalezas 

     Cabe decir que la civilización persa fue en buena medida catalizadora de todos ellos, heredera de los diferentes pueblos instalados desde tiempos prebíblicos en este Próximo y Medio Oriente. Los persas fueron como la cocina de este espacio telúrico, capaces de transmitir la apuesta por la civilización que fueron haciendo poco a poco estos pueblos. Sanguinarios a veces como ninguno, pero capaces de elaborar ámbitos para el saber y la reflexión.  En lo que nos ocupa, puede considerarse las numerosas representaciones de los gorros cónicos que utilizaban los persas como el andamiaje para disponer un larga faja a su alrededor, lo que ofrecería un tipo de turbante utilizado incluso en la actualidad.

Estela de Ur-Nammu
Estela de Ur-Nammu

     No obstante es la cultura hindú la que puede ofrecer signos mas diversos de originalidad. Los antiguos libros védicos, esto es ,aquellos elaborados en torno al segundo y primer milenio antes de Cristo, inspirados, según la tradición, por los invasores arios responsables  de la urdimbre teológica del hinduismo, ofrecen ya la presencia del turbante como signo de dignidad y rango debido a la estricta laminación social de la cultura de castas, en las que se divide la sociedad hindú. Tal es así que, siglos después, Megasthenes, un historiador griego, alude en Indika  al uso del turbante entre los gimnosofistas: los santones hindúes que incluso acompañaron a Alejandro Magno en su aventura. Sea como fuere, y a la vista de la numerosísima presencia de castas en la India que usan el turbante, colegimos que el mismo  no es privativo de determinadas clases. Quizás los rigores climáticos, supersticiones, imposiciones de carácter religioso, etcétera, obligaron a tolerar su uso, limitándose las leyes suntuarias  a marcar vetos en los materiales de confección, colores y adornos utilizados sobre los mismos.

     En efecto  Ala ad-Din Muhammad II , el ultimo sha de la dinastía turcomana conocida como  Imperio Khwarezmian, que ocuparía la actual Irán, Afganistán y oeste de Pakistán estableció para el uso de los turbantes un código de colores que se correspondería con la diversidad religiosa de sus súbditos, de tal manera que el blanco sería para los musulmanes, el azul para los cristianos, el verde para los descendientes de profeta y él mismo. Entre tanto el amarillo se destinaría al uso de  los judíos y el rojo para los llamados «adoradores del fuego», que parecen corresponderse con los mazdeistas la antigua religión persa. En los llamados reglamentos del Califa Umar [1354], publicados en Damasco, también se hace alusión al tamaño de la tela utilizado por cristianos y judíos  para elaborar su turbante, la cual no debía de exceder una determinada medida con el fin de limitar probablemente el gusto por turbantes muy voluminosos; en este caso la tela también debía ser azul para los cristianos y amarilla para los judíos. Curiosamente los cristianos debían de calzar zapatos de diferente color: blanco y negro. A la vista de lo antedicho la expresión «agrandar el turbante» venía a denotar comportamientos ostentosos cual era el de elaborar turbantes de grandes proporciones. Y es curioso porque, a pesar de predicar una actitud humilde, eran los propios ulemas, ministros de la religión musulmana, los que competían entre sí por las dimensiones de los turbantes. A la vista de su gran volumen eran incluso utilizados como meros portaobjetos, inocuos en el caso de pequeños frasquitos conteniendo perfume, monedas, pero otras veces ocultaban pequeños estiletes o dagas. El turbante era una parte esencial de la indumentaria del califa, incluía por detrás un colgante de tela de sesenta centímetros de largo por un metro de ancho. Tanto la ropa como el turbante eran de color negro, el color propio de los abasíes. 

   
      Los visires turcos llevaban turbantes con cuatro esquinas, denominados calevis, mientras que los emires los llevaban verde, color que se tiene por sagrado. Algunas otras peculiaridades del pueblo turco son el afeitado de la cabeza, los nobles llevan una larga barba que no deben cortar quedando limitado el afeitado a las clases inferiores, por su parte los militares y servidores del serrallo deben usar bigote. Los turbantes servirían para marcar las distintas clases sociales, así los miembros del llamado Divan [Consejo de Estado] llevan turbantes de color blanco. En la armada suelen usarse de color negro. Un curioso uso del turbante es el referido a los llamados tulumbaxilar, es decir, el cuerpo de bomberos de Estambul que data de 1722, usaban habitualmente un turbante junto a capa y zapatos de color rojo. Cuando se declaraba un incendio, lo cual era harto frecuente en una ciudad edificada prácticamente con madera, se desprendían del mismo y se colocaban en su lugar un casco de plata. Otro uso, también peculiar del turbante, era el de los eunucos del serrallo, entre sus numerosos pliegues escondían el frasquito que contenía los restos de su emasculación.  Al parecer el primero de los sultanes turcos, Osman, el quebrantahuesos, fue tan dispendioso en su reinado que solo dejo a su sucesor una cuchara, un salero y un turbante blanco de largos pliegues, conocido como la corona Khorazani. El segundo de los sultanes Orhan, hijo de Osman (Orhan no era estrictamente el sucesor de Osman, pero la absoluta indiferencia del primogénito, su hermano mayor,  por el poder, le permitió acceder al sultanato) eligió un turbante blanco. El blanco es el color de la felicidad, en palabras del profeta:  el blanco es el más feliz de los colores. Orhan impuso una novedad en el diseño del turbante, sus pliegues  lo hacían similar a la silueta de una nave. Murat I, su hijo, adoptó un turbante con una peculiar historia; antes de iniciar una campaña solicitó la bendición de un santo varón el cual le hizo entrega de su propio turbante prometiéndole la victoria. Como así fue en efecto, Murat hizo cubrir esta prenda con hilo de plata, adoptándola como propia. Mhemet III o Mahometo llevaba también un turbante similar al de los ulemas pero enriquecido con hilo de oro. Este hombre,  por cierto, y con el fin de asegurarse el trono haría degollar a 19 hermanos suyos, y ahogó en el mar a diez concubinas, presuntamente embarazadas de su padre. Selim I utilizaba uno con plumas de garza y broches de diamante. Mehmet IV se decidió por las hojas de oro cubriendo la tela. Sin embargo, Suleyman II comenzaría su reinado con dos malos presagios, la lluvia le obligó a cambiar su vestidura blanca por otra encarnada y se le cayó el turbante de la cabeza. Una rebelión más de los jenizaros [antiguos cristianos islamizados] que asaltaron el serrallo ejecutando a todas sus concubinas, apunta que algunas supersticiones pueden tener un fondo de verdad. No sabemos hasta que punto es cierto los hechos que sitúan a Wlad Drakul (nuestro conocidísimo conde Drácula) clavando directamente los turbantes sobre las cabezas de unos enviados turcos ante la  negativa de estos a descubrirse en su presencia.  Mustafá III, ya en el siglo XVIII, se conformó con aplicar las leyes suntuarias que más o menos venían a prohibir el uso de los artículos de lujo a todos aquellos que no fueran de sangre noble; diseñó un turbante adornado con un plumero blanco cuajado de diamantes. Mas todo lo referido queda de alguna manera mermado ante la gran prestancia de Suleiman I, conocido como el Magnifico. Se paseó por el conquistado Belgrado camino de Viena, tocado con un magnifico turbante y una cadena de oro de tales dimensiones que para aliviar la carga de su peso en el cuello era sujetada por sendos criados, uno a cada lado del sultán. La silla de montar no desmerecía en lujo a lo referido. Solo hubo un problema; Suleiman no consiguió conquistar Viena. Todo el poder, toda la magnificencia que había rodeado a este hombre a lo largo de su vida,  no pudieron a juicio del embajador austriaco en su Corte,  un tal Busbeqt, aliviar «su asidua tristeza»
.
     Algunos investigadores  remontan el uso del turbante en el subcontinente Indostánico (India, Pakistán, Bangladesh y Sry Lanka) nada menos que a las primeras civilizaciones del Valle del Indo, [Mohenjo-Daro 2.000 a 2.500 a.C.] [1]  En la India vamos a encontrar el epítome  de las cortes orientales; la opulencia, el exotismo y fastuosidad, si bien en este caso de la mano de los invasores mogoles. El Imperio mogol no llegó a los tres siglos de existencia, pero fue capaz de ocupar la mayor parte del subcontinente. Los mogoles eran de fe musulmana y mantuvieron una feroz disputa con la mayoría hindú. Un conflicto que pervive en la actualidad alimentando polémicas que se extiende incluso al uso del turbante. Estiman unos que fueron los musulmanes los que introdujeron esta pieza, mientras que por la parte  hindú se expresa su disgusto por este expolio cultural que agregar  a la extrema violencia física ejercida por los musulmanes en su conquista. El emperador Yahangir, por ejemplo,  se vestía de forma exclusiva, y cuando aludimos a esta singularidad queremos  decir que nadie podía hacerlo como él y sin su autorización so pena de ser sancionado. La indumentaria de un mogol ha llenado de contenido la imaginación orientalista de muchos artistas occidentales.  En la cabeza llevaba un turbante adornado con un penacho de plumas de garza, a un lado del turbante un rubí al otro un diamante, y en el centro una esmeralda. Su cuello estaba presentaba un collar de tres vueltas con las perlas más grandes que jamás se hayan visto. En cada uno de sus dedos un anillo. Brazaletes con diamantes en codos y muñecas. Los guantes sujetos en la faja. Cubierto por una abrigo sin mangas de hilo de oro. Borceguís en sus pies cubiertos de perlas. Yahangir no fue precisamente el más notable de los emperadores mogoles, pero fue un hombre atípico; enamorado de las flores, de los elefantes y de su mujer. Fue también un borracho consumado, pese a su fe musulmana. Su abuelo Humayun  consumía opio, y lo había reconocido abiertamente ante sus súbditos cuando pedía  a estos comprensión por las inevitables torpezas causadas por su dependencia  opiácea.

Guerreros Rajputs. Los rajputs de fe hindú, mantuvieron un crudelísimo conflicto con los musulmanes. Son conocidos como los samurias de la antigua India. No podían sobrevivir a una derrota
Guerreros Rajputs. Los rajputs de fe hindú, mantuvieron un crudelísimo conflicto con los musulmanes. Son conocidos como los samuráis de la antigua India. No podían sobrevivir a una derrota ni ellos, ni sus mujeres, hijos y sirvientes. Todos se inmolaban

De la infinita variedad de turbantes del subcontinente Indostánico da fe esta colección pertenecientes a  Rajhastan
De la infinita variedad de turbantes del subcontinente Indostánico da fe esta colección pertenecientes a  Rajhastan

     Pero pocos pueblos como los sijs para fijar en el turbante una señal de identidad colectiva, la cual pivota, como en muchos otros casos, en su cosmovisión religiosa. Los sijs practican una religión relativamente reciente, data del siglo XVII que propone una síntesis entre la herencia hindú y la musulmana. Aspiran a la equidad social y formalmente, aunque no en la práctica, pretenden evitar discriminación alguna, por ello dicen llevar todos el mismo apellido: Singh (león), si se trata de un varón o Kaur  (princesa) en el caso de una mujer. Su apego por el turbante es tal que, en el permanente conflicto que mantuvieron con los ejércitos mogoles, se negaron a retirárselo y solo decapitándolos consiguieron sus verdugos separar el turbante del cuerpo.

     Turbante y cabello tiene una estrecha relación. El cabello es un don de Dios y como tal, está vivo, por lo tanto ha de ser respetado. La forma de hacerlo es no cortándolo, de esta manera demostramos nuestro respeto por todo lo creado por la divinidad. El cabello es uno de los cinco artículos de fe para los sijs. Sería el décimo gurú de los sikhs, Gurú Gobind Singh Ji, el que oficializaría el uso del turbante como un elemento de identidad, su objeto es proteger el cabello de las inclemencias, fomentar la igualdad de todos los hombres, y por ultimo, como hemos dicho, servir de elemento identificativo de los miembros de la comunidad. A pesar de que el sijismo se configuró en el siglo XVI como una religión de síntesis entre el islam y el hinduismo, sus fieles creen que se trata de una fe con un estatuto propio. Sus diferencias frente al hinduismo son el rechazo al politeísmo, sólo hay un Dios, no hay ídolos. Iconoclastas; Dios no tiene imagen.  Rechazo del sistema de castas: todos los hombres son iguales antes Dios. No aceptan la poligamia de los musulmanes, el matrimonio es una unión entre iguales, una unión sagrada de dos almas. No admiten el sacrificio de los animales, ni el consumo de carne de los musulmanes. El hombre y la mujer son iguales. El cielo y el infierno existen, creen en la reencarnación.
.
Los turbantes entre los sijs se conservan incluso como reliquia. Este perteneció al Guru, Gobind singh ji.
Los turbantes entre los sijs se conservan incluso como reliquia. Este perteneció al Gurú, Gobind singh ji.

     Los sijs tienen cinco artículos de fe conocidos como Kakaars o Cinco Ks.  Los artículos incluyen Kesh (pelo sin cortar), Kanga (peine), Kara (pulsera), Kirpan (espada) y Kachehra (calzoncillo). Se trata por supuesto de símbolos, pero que tienen un significado.

  1.  Kesh. El mantenimiento del cabello, por ejemplo, en su estado natural manifiesta una absoluta armonía con la voluntad de Dios. El turbante sirve para proteger el cabello, pero también para identificar a un sikh.
  2. Kanga El peine sirve para mantener el pelo limpio. Un sikh debe peinarse al menos dos veces al día lo que conlleva un acondicionamiento cuidadoso del turbante.
  3. Kara La pulsera advierte contra las malas acciones y se lleva en la mano derecha.
  4. Kirpan La espada es la divisa de la valentía. Expresa también la independencia del sikh y la defensa de los débiles y oprimidos. Fomenta los valores de la marcialidad, la moralidad y la justicia. Si todo falla no ha de dudar en utilizarla para protegerse.
  5. Kachehra Calzoncillos o pantalones cortos, iconos de templanza y autocontrol ante las pasiones

     El turbante, aunque no figura entre estos blasones de la comunidad sijs, casi podría contarse entre ellos por derecho propio. Un sijs, sea cual sea el trabajo que desempeñe, jamás  se desprenderá de él. Hace algunos años incluso, la justicia inglesa reconoció el derecho de un miembro de la comunidad a llevar su turbante aún conduciendo una motocicleta. En el año 2013, por ejemplo, la comunidad sijs de un municipio gerundense, solicitó a las autoridades españolas estos mismos derechos.

Maharajá Patiala tocado con un rico turbante. Luce también el fabuloso collar Patiala de cuyo extremo inferior [no visible] pende el diamante De Beers.
Maharajá Patiala tocado con un rico turbante. Luce también el fabuloso collar Patiala de cuyo extremo inferior [no visible] pende el diamante De Beers.

     Hasta el año 1947, fecha de la independencia, el Indostán conservó la figura del Maharajá, quintaesencia del lujo y el despilfarro oriental. Obviando otras precisiones que contextualizarían con mayor rigor sus figuras, el Maharajá podía considerarse como un señor feudal, que independientemente de su fe religiosa: hindú o musulmán, solía usar un turbante como símbolo máximo de autoridad y status.



.

.

  1. [Mircea Eliade. Historia de las creencias religiosas]