La historia del WC y las alcantarillas (V)
La Peste Negra fue una de esas cuñas del azar que obligaría a reescribir la linealidad de la historia. Lo cierto es que la continuidad de la línea del tiempo iba por cuenta de las exigencias fisiológicas. Durante miles de años se había repetido la imagen de una persona acuclillándose entre la espesura. Es un campesino. Está buscando un sitio donde defecar. Gustamos de la regularidad, el hábito, los lugares familiares: dan seguridad. Tal es así que Francisco de Quevedo, por ejemplo, el caustico escritor español del siglo XVII, tenía la costumbre de orinar siempre en la misma esquina. Hasta para aliviarnos buscamos el mismo espacio y hasta la misma hora. No hay conflicto en esto. La crisis llega cuando 250.000 personas quieren hacer lo mismo, entonces el espacio se desborda. Algo hay que hacer con esa mierda (y disculpen ustedes por el lenguaje) Uno de esos hombres que no se suelen significar por su oficio intelectual, decía que somos una especie cargada de soberbia a la que la Naturaleza se ocupa de humillar casi a diario porque la obliga a defecar agachado. Nada hay mas humillante que esa flexión de las rodillas que nos deja defintivamente indefensos
Puede que algo parecido se debiera de encontrar Hernan Cortés cuando penetró en la ciudad de Tenochtitlan, una vez atravesado los puentes del Lago Texcoco, sobre la que esta se había construido. Se encontró con una ciudad de un cuarto de millón de habitantes, levantada prácticamente sobre palafitos. Una especie de Venecia en el Nuevo Mundo y que reutilizaba los deshechos humanos como fertilizantes en una suerte de islas artificiales, creo que denominadas chinampas. Hasta tres cosechas recogían al año, tal es la eficacia del abono humano pero seguramente el precio debía de ser alto; más del ochenta por ciento de la población tenía parásitos intestinales. Es el regalo de nuestras deposiciones; la humanidad se ha visto condenada durante toda su existencia al dolor de tripas, las colitis y los vómitos. Y eso que los aztecas tenían separadas las aguas para el consumo por un lado, y las de evacuación por otro.
Cortés servía a un hombre que tuvo un curioso nacimiento. Empezó también con un dolor de tripas lo que obligo a su madre, Juana de Castilla, a ausentarse de la recepción de la que disfrutaba en Gante, actual Bélgica, para sentarse sobre una de las letrinas portátiles que se utilizaban. Y allí nació Carlos, el Emperador Carlos. Nunca tuvo una corte fija, un día estaba en los Países Bajos, otro en la Castilla Comunera, más adelante en Roma. En fin, cada vez que decidía moverse le seguía un ciento de carros y miles de hombres. Un carro en particular nos llama la atención, el último de la fila, apartado un poco de la comitiva imperial. Transporta los llamados sillicos; letrinas portátiles. Por el olor todo el mundo guarda distancias con él y eso a pesar de que van provistos de abundante provisión de plantas aromáticas . Los sillicos se disponían en habitaciones anexas a las reuniones de Corte para su uso de la forma mas inmediata posible. Aunque esto es una verdad a medias, porque como ya se vera los monarcas no se cortaban un pelo (exp. carecer de reparos).
Cámara privada de un cristiano de Constantinopla s XII. También llamadas tréstigas. Según Menendez Pidal pueden ser de dos tipos: con forma de cajón o con forma de tonel, como la que aqui se presenta |
La decoración de estos sillicos es en algunos casos de una intensa ostentosidad, cualquiera diría que su uso es el que es. Provistos de brazos, tapas y respaldos, su elaboración estaba encomendada a verdaderos artistas que utilizaban hasta nácar y bronces en su trabajo, lujosas telas de tafetán, seda. El de Enrique VIII estaba provisto de cisterna y era portátil. La corte de Escocia poseía varios para uso regio; uno de ellos provisto de más de dos mil clavos dorados. En Francia formaban parte del patrimonio real y recibían distintos nombres: retiros, sillas de asuntos, necesarias. También se llamaban necesarias en España. Luis XIV, el rey Sol ,despachaba sus asuntos sobre este particular trono, rodeado de infinidad de súbditos y cuando terminaba de aliviarse un sirviente, por la parte posterior del trono, retiraba la bacinilla con su contenido. Cuando Mel Brooks filmó la loca historia del mundo, recogió una escena que parecía una exageración: “el muchacho del pis” un criado que recorría los jardines de Versalles provisto de un recipiente, muy atento a las necesidades físicas de los nobles que lo requerían para evacuar allí. Sorprende que en el diseño de Versalles, con ese lujo desmedido en cada detalle, ni en el de Fontainebleau, más antiguo, hubiera retrete alguno y sin embargo en El Escorial, mucho mas austero, ya hubiera en tiempos de Felipe II constancia de tales reservados. Contemporánea de Felipe II, la reina Isabel I de Inglaterra utilizó por primera vez un precursor de los actuales retretes. Estaba provisto éste de cisterna, y se situaba prácticamente sobre un pozo negro del que solo le separaba una pequeña trampilla que, aunque permanecía cerrada, no era capaz de evitar los olores del deposito. La reina desistió de su uso a la vista de la espantosa fetidez que emergía de aquel agujero en cuanto se retiraba la tapa de asiento. Había que esperar aún unos 200 años.
Enrique IV de Castilla hizo demoler varías dependencias del Alcázar de Segovia para disponer allí de un retrete. Lo sabemos porque uno de sus donceles se ocupó de resgistrar pormenorizadamente sus gastos. El Príncipe Juán, malogrado heredero de los Reyes Católicos, usaba en su retrete un bacín de plata, un orinal alto y cilíndrico. Lo refiere Gonzalo Fernández de Oviedo, criado de Cámara del heredero. Es el mozo del bacín, no solo el encargado de su disposición a las necesidades del Príncipe durante las primeras horas del día, sino también en cualquier momento y lugar que éste precise, ocultando el artilugio bajo la capa si fuera demandado su uso por el Príncipe el resto de la jornada. Diferencia entre el propio bacín y el llamado "el oculto", que también es un bacín, pero en este caso embutido en una caja con tapa lo que evidencia su uso peculiar. Fernández de Oviedo apunta que no existe oficio indigno, referido por supuesto al cargo de mozo del bacín, utilizado por muchos gentiles como plataforma para otros cargos de mayor relevancia, ya en el Corte del Rey Católico como fue el caso de Juan de Otalora, Nicolás de Josausti........Sabemos también que en el Alcázar de Córdoba en el año de 1484 se realizaban reconstrucciones de las Privadas de las damas al servicio de la Reina Católica, lo que evidencia la existencia de las mismas ya en una fecha anterior. Otro aspecto que pone de manifiesto cierto abuso de confianza fue el manifestado por el rey Felipe III, quien ordenó poner a buen recaudo las llaves de su excusado a la vista de que buena parte del servicio del antiguo Alcázar de Madrid lo utilizaba.
Retrete, a decir de algunos, designa retiro, lugar en el que refugiarse con ánimo reflexivo Aunque ya por esta época; siglos XV a XVIII, todo lo relacionado con la evacuación era considerado como un autentico acontecimiento público, abundando, dicho sea de paso, una prolífica literatura escatológica. Tanto hombres como mujeres manejaban con despreocupación las obligaciones que les imponía su organismo; una alta dama de la nobleza francesa se quejaba en sus memorias del fastidio que le causaba cagar - esto mismo dice - en el orinal o en el jardin. Y los miembros de la nobleza napolitana despachadan los primeros asuntos del día rodeados del servicio, mientras utilizaba su bacin con absoluta despreocupación. Sin embargo el apocadito de Erasmo de Rótterdam, que no veía mal aliviarse en la calle, sí que aconsejaba que, de sorprender a algún conocido evacuando en lugar público, las reglas de urbanidad desaconsejaban saludarlo.
Nápoles por cierto, daría a España un monarca lo suficientemente ilustrado como para obligar a sus súbditos a lavarse: “son como niños” diría al hacerse eco de su fastidio. En una época marcada por el “miasmismo” que es como una oda a la “mugre” muy en boga durante los siglos XVI-XVIII y que estuvo en vigor casi hasta el siglo XIX. Como enfermaban, y no sabían de qué ni cómo, suponían que el aire que respiraban ( fétido y hediondo) era el resultado de ignotos procesos de corrupción en la tierra y estaba contaminado por unos corpúsculos denominados miasmas -manchas-. Los miasmas se pegaban a la piel para después penetrar por los poros de la misma, causando buena parte de las enfermedades que les atormentaban. Había que evitar, en la medida de lo posible, el agua, que dilataba la piel. Los consejos higiénicos limitaban su uso al empleo de paños ligeramente humedecidos en las axilas y en las ingles. Resultado, una suerte de mofetas enjoyadas y repugnantes que para una vez que se bañaban, como le paso a Enrique III de Francia, va y le matan
Carlos III de España, el rey que renunció a Nápoles, se encuentra con unas ciudades espantosamente mal olientes. La fetidez de Barcelona era insoportable. Unía su condición de urbe a la de puerto, carecía de letrinas públicas y presentaba numerosísimos pozos ciegos [negros]. Los matarifes utilizaba los espacios públicos para abandonar sus restos. Era particularmente penoso el conocido como Riera de Sant Joan, por donde se canalizaba una de las escasas alcantarillas de la ciudad y en cuyas proximidades se instalaba un mercado de aves vivas. Los cementerios de la ciudad se utilizaban como muladares quiza pensando que su natural hediondez apocaría la intensidad odorifera de las basuras e inmundicias allí abandonadas.
Castillo de Port Chester. Letrinas situadas en el paño de la muralla que enfrenta el mar. La misma subida de las mareas era la encargada de limpiar las letrinas. |
En efecto, los cementerios, en particular, empezaron a constituir un considerable problema, visto el aumento de población y el número de enterramientos. La impericia, cuando no la desidia y la ignorancia, hacía que las inhumaciones se efectuaran a poco profundidad, con lo que el hedor de los cadaveres era fácilmente perceptible. En una ciudad del sur de España la acumulación de cadaveres, colocados uno sobre los otros, marcaba la fragil mamposteria con que se remataba el enterrramiento con los fluidos de la descomposición. Madrid apestaba desde hacia muchos años pero debió de esperar hasta el siglo XVIII para la traza de las primeras alcantarillas. Los viajeros exranjeros hacen una valoración bastante deplorable de la ciudad, que, por cierto, tampoco es una excepción en el paisaje europeo de ciudades repugnantes. Con una Modena, en Italia, cubierta de mierda hasta las orejas (expr. alcanzar considerable altura) cada vez que llovía. O las ciudades alemanes, desbordados de basura, y a cuyos vecinos exhortan los munícipes a contribuir en la limpeza de las calles por el sencillo procedimiento de llevarse parte de las basuras a sus casas. Hasta entonces, existía una curiosa normativa en Madrid que prohibía arrojar desperdicios a las calles por las ventanas y azoteas, debiéndose utilizar para tal menester las puertas principales o secundarias. Precisándose que, a tal efecto, sólo podía utilizarse la medianía de la calle para depositar los referidos excrementos. Respetándo al siguiente calendario: desde primeros de Abril a finales de Septiembre, a partir de las once de la noche; y el resto del año después de las diez. Los propietarios de cuadras no podían derramar el estiercol en las calles, obligándoles a deshacerse de él arrojandolo fuera de la ciudad; en los muladares. Se prohibía también al libre circulación de los puercos por la urbe. Así mismo, los pescaderos no podía derramar el agua usada para remojar el pescado, aunque en la practica el acatamiento de esta norma era bastante relajada. Carlos III, ese hombre ilustrado, es capaz de dictar normas en extremo razonables. Pero incluso hasta la limpieza tiene sus enemigos ¿Dónde iban a comer los cerdos que poseía la parroquía de San Anton si se prohibían las basuras?. Si hasta los médicos de la ciudad consideraban que la limpieza del aire de la ciudad era en buena parte debido a la fetidez de las calles, resultado, a su modo de ver, de una extravagante teoría científica (sic)
Leonardo da Vinci diseñó también un excusado |
Circular a determinadas horas por las calles europeas era una carrera de obstáculos que a veces culminaba con un apestoso baño de excrementos e inmundicias, lanzado desde algún piso alto. Si no llovía malo, pero si llovía era peor. En Sevilla eran famosas varias charcas, pero sobre todo la de Feria; acumulación de aguas residuales próxima al centro urbano resultado de las lluvias torrenciales. Verdaderas cloacas de superficie que durante muchos años atormentaron a los sevillanos. Esto, junto con los pozos negros y el mal diseño del alcantarillado, invadían las capas freáticas, y con ello, el curso de los manantiales potables de agua de los que se servía la mayor parte de la población que la tomaba de pilastras y caños. Por eso decíamos al principio que la humanidad ha convivido durante miles de años con los problemas estomacales. Los higienistas aconsejaban cocer el agua que se diera a los bebes, pero muchas veces lo adecuado no es lo más sabroso. En Londres, por ejemplo, la población gustaba de un agua fresca y chispeante captada de afluentes en los que procesos de descomposición orgánica eran los responsables de esas cualidades. Les gustaba pero se iban envenenando. Los aguadores, una de esas profesiones desaparecidas y de los que hubo 40.000 en Paris, captaban el agua de mejor calidad en arroyos cuya ubicación era casi un secreto gremial. Las aguas del Guadalquivir a su paso por la ciudad tenían una densidad parecida a la del fango de la suciedad que albergaban, y aguas arriba, estaban contaminadas por las industrias del tejido. Este agua era reservada a las clases pudientes claro. Lo cual tampoco les garantizaba inmunidad ante las sucesivas epidemias, tal y como le sucedió al duque de Medina Sidonia ante la peste del XVI, que a pesar de disponer hachones en la mitad de la ciudad de Sevilla y de ir provisto de almizcle (perfume de fuerte olor), ropas lisas donde no pudieran afianzarse los miasmas y demás zarandajas, murió victima de la enfermedad.
En Valladolid, que había sido Corte, las cosas no iban mejor, el río Esgueva debía de ser dragado en varias ocasiones vista la cantidad de restos que llevaba en suspensión y los lodazales cubrían a los vecinos hasta el tobillos. A la vista de esta geografía de la hediondez no es extraño que los lugares, y en particular los ríos tomaran nombres descriptivos : senda de la cagada, río Fleet. Arroyo mierdoso en Segovia
Continuará...
Entradas(post) sobre La Historia del Alcantarillado, las cloacas, letrinas, water y toilets publicados hasta la fecha
- Historia de la Mierda. Alcantarillas y cloacas a través de la Historia. Higiene pública (Parte Primera)
- Alcantarillas y cloacas en Roma y en el Califato de Córdoba (Parte Segunda)
- Edad Media. Letrinas y alcantarillas. Un día cualquiera en las calles de la Edad Media (Parte Tercera)
- El primer día de la Peste Negra en el Continente. Olores e higiene en la Edad Media (Parte Cuarta)
- Letrinas, toilettes y orinales. La historia del wc y las alcantarillas (Parte Quinta)
- Las catacumbas de París. Morbilidad y pestilencia en el siglo XIX. La historia del wc y las alcantarillas (Parte Sexta)