El olor es el mas metafísico de nuestros sentidos y el perfume, en particular, como la aristocracia del olfato que es, rebusca en el banco de imágenes que duermen en nuestras cabezas, bien como recuerdos de lo vivido, bien como meros avatares de una vivencia imaginada pero no vivida, el olor nos presenta incluso esos objetos que no forman parte de nuestra experiencia real. El fenómeno también se puede referir de forma mas parca y técnica, pero menos poetica y con los mismos resultados, a la vista de que parece que nuestra cabeza, incluso cuando dormimos, suele trabajar con un lenguaje próximo al que utilizamos.
Por eso decidimos que el olor ampara la metafísica, y su lirismo acompaña toda transgresión de lo físico. Aludia Megástenes que fue un embajador de Seleuco (antiguo general de Alejandro Magno) en la corte de Chandragupta Maurya, considerado éste el primer rey-emperador de La India, a la gran afición de los hindúes por las disputas trascendentes o metafísicas. También existía, según él, una raza, los petesias, que prácticamente se alimentaba del aroma de las manzanas y otras frutas, mostrándose en exceso sensibles a los olores putrescentes que, incluso, podían poner en peligro sus vidas Megástenes visitó La India en el siglo IV a.c no pudo ver como aquel Rey-Emperador; Chandragupta, abandonó voluntariamente el trono para retirarse a un monasterio en el que murió tras un ayuno voluntario.
La leyenda dice que Chandraguprta había perdido a su mujer muchos años antes por una torpeza de sus servidores, al parecer un brahmán al servicio del rey tenía como único cometido proporcionarle dosis pequeñas de todos los venenos conocidos con el fin de que su organismo se familiarizara con las sustancias letales. Utilizaba para ello la comida del rey, su mujer, la reina, que se encontraba embarazada, ignorante del celo de su servidor probó en cierta ocasión del plato del rey y cayo inmediatamente muerta: El brahmán se avalanzó entonces sobre el cuerpo de la mujer en cuyo seno aún latía el corazón del heredero, y rápidamente la abrió las entrañas con el propósito de que el veneno no alcanzara a la criatura. No pudo evitar que una gota de aquella sangre envenenada cayera en su frente y le dejara marcada aquella parte de su cuerpo para toda la vida. Chandragupta derivo espiritualmente hacia la práctica jainista [1], una religión con severísimas exigencias. Su nieto Ashoka haría del budismo la religión oficial, espantado de su propio proceder ya que había ordenado matar a más de cien mil personas con el fin de aplastar una rebelión en sus tierras. Previamente había creído purgar sus pecados deambulando por campos ensangrentados: "¿Qué he hecho. Qué he hecho?" repetía al parecer, horrorizado por la extrema brutalidad que había instigado.
Tanto budismo como jainismo rechazaban los dogmas del hinduismo, incluido el sistema de castas, pero mientras el jainismo era en extremo severo con las posesiones materiales, hasta el punto de que sus monjes iban prácticamente desnudos, el budismo encontraba en la evidencia de los sentidos una vía de purificación. De tal forma que el propio Buda dignifica el olfato pues la belleza de una flor está a la altura del perfume que exhala. Tal es así que la virtud necesariamente está de lado de los aromas amables y no se concibe la santidad sin el aroma de la rosa, el loto, el jazmín y el sándalo. Incluso, y al amparo de la antigua literatura lndia conocida como Sarangadhara samhita, epítome de los textos ayurvédicos medievales, se pensaba, en un alarde de transmutación alquímica, que si se bebía con frecuencia un perfume que contuviera sándalo y otras sustancias, el cuerpo adquiría la esencia de la sustancia consumida, que en este caso tenía propiedades olorosas, de tal forma que quedaría como vestido por un manto de permanente aroma.
La leyenda dice que Chandraguprta había perdido a su mujer muchos años antes por una torpeza de sus servidores, al parecer un brahmán al servicio del rey tenía como único cometido proporcionarle dosis pequeñas de todos los venenos conocidos con el fin de que su organismo se familiarizara con las sustancias letales. Utilizaba para ello la comida del rey, su mujer, la reina, que se encontraba embarazada, ignorante del celo de su servidor probó en cierta ocasión del plato del rey y cayo inmediatamente muerta: El brahmán se avalanzó entonces sobre el cuerpo de la mujer en cuyo seno aún latía el corazón del heredero, y rápidamente la abrió las entrañas con el propósito de que el veneno no alcanzara a la criatura. No pudo evitar que una gota de aquella sangre envenenada cayera en su frente y le dejara marcada aquella parte de su cuerpo para toda la vida. Chandragupta derivo espiritualmente hacia la práctica jainista [1], una religión con severísimas exigencias. Su nieto Ashoka haría del budismo la religión oficial, espantado de su propio proceder ya que había ordenado matar a más de cien mil personas con el fin de aplastar una rebelión en sus tierras. Previamente había creído purgar sus pecados deambulando por campos ensangrentados: "¿Qué he hecho. Qué he hecho?" repetía al parecer, horrorizado por la extrema brutalidad que había instigado.
Tanto budismo como jainismo rechazaban los dogmas del hinduismo, incluido el sistema de castas, pero mientras el jainismo era en extremo severo con las posesiones materiales, hasta el punto de que sus monjes iban prácticamente desnudos, el budismo encontraba en la evidencia de los sentidos una vía de purificación. De tal forma que el propio Buda dignifica el olfato pues la belleza de una flor está a la altura del perfume que exhala. Tal es así que la virtud necesariamente está de lado de los aromas amables y no se concibe la santidad sin el aroma de la rosa, el loto, el jazmín y el sándalo. Incluso, y al amparo de la antigua literatura lndia conocida como Sarangadhara samhita, epítome de los textos ayurvédicos medievales, se pensaba, en un alarde de transmutación alquímica, que si se bebía con frecuencia un perfume que contuviera sándalo y otras sustancias, el cuerpo adquiría la esencia de la sustancia consumida, que en este caso tenía propiedades olorosas, de tal forma que quedaría como vestido por un manto de permanente aroma.
El sándalo es casi el aroma nacional de la India, un árbol modesto de porte, de unos quince metros de altura, pero que nace paradójicamente de asesinar a los huéspedes a los que su semilla parasita. De hecho, y aunque no sea muy relevante en un país donde las castas son abundantísimas existe, no ya una casta, sino una subcasta, la de Gandhavāllu, que se ocupa de vender exclusivamente perfume de sándalo. En efecto, el sándalo llegó hasta las lejanas tierras de Israel donde se referían a él como un árbol tan generoso que era capaz de aromatizar el filo del hacha de aquel que lo corta. Una licencia poética, porque al parecer el árbol del sándalo no se corta; se desarraiga, aprovechando la temporada de lluvias, visto que es en sus raíces donde se encuentra el aceite más valioso. Produce un fragancia dulcísima y junto al ciprés y el vetiver forman la trilogía de aromas amaderados. Algunos autores piensan que es el vehículo ideal de la sensualidad e hito de frecuentes ceremonias religiosas. Su versatilidad lo hace apropiado también para numerosas aplicaciones terapéuticas; con su madera reducida a polvo se elaboraban ungüentos aptos para tratar tumores y abscesos. Su testimonio se remonta a la época védica, los budistas, junto al áloe y el clavo, lo consideran como uno de los aceites esenciales
El perfume de sándalo se ofrecía en dos preparaciones distintas como ungüento o en forma líquida. La elaboración de la pasta de sándalo es muy antigua; se utiliza una piedra plana sobre la que se efectúa la fricción y la molienda de la madera, previamente esa superficie es humedecida con agua de rosas, aunque también puede efectuarse con alcanfor y azafrán. Ctesias, un viajero griego 400 años antes de Cristo, ya se refiere a un tipo de árbol cuyas esencias solo estaban disponibles para los reyes y sus familias, el cual fue regalado al monarca de los Persas, Artajerjes II. Los egipcios importaban su madera para efectuar sus enterramientos. La persistencia de su olor, hacía de su madera el material ideal para elaborar imágenes.
Dasharatha, el mítico rey de Ayodhya, fue conservado en aceite de sándalo, entre otros. Al morir, su cuerpo sería velado mientras permanecía sumergido en el interior de un droni, una bañera cargada con aceites aromáticos. Su cadáver fue incinerado con maderas de pino, sándalo y "cedro del Himalaya", también conocido como deodar, el árbol nacional de Pakistán. A la vista de que los cadáveres en La India son incinerados esta es una ceremonia harto habitual; los gadts de Benarés, de los que ya hemos hablado, son muestra de ello. La combustión, de esta manera, viene acompañada por una tormenta de aromas, y a veces por un ritual, digamos que; aborrecible, por no decir cruel. Nos explicamos, Duarte Barbosa un viajero portugués del XVI, refería en su viaje por el sur de La India, en el interior del Imperio de Vijayanagar y en la corte de rey Vira Narasimba, que era costumbre de los reyes vivir rodeados por numerosas mujeres. Varios cientos de ellas estaban obligadas a inmolarse a la muerte del monarca en su misma pira funeraria, acompañadas de otros sirvientes. A tal efecto, se utilizaban maderas aromáticas; sándalo, áloe, además de aceite de sésamo y mantequilla para acelerar la combustión. Esta ceremonia, denominada Sati, es el icono extremo de la fidelidad femenina en la historia de La India.
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[1] Fundada en el siglo e aquellos que observan con cierto desdén eso que llaman los renglones torcidos del conocimiento emocional. No es competencia de esta entrada, pero las propiedades de esta planta han inspirado numerosos avances tecnológicos, presentes, entre otros, en la industria química, la del automóvil y la nanotecnología.
Editado 13/10/2019
Editado 23/01/2022
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