Teodora y sus damas |
Pocas personas hay en la historia de las que se pueda decir que han burlado el destino como lo hizo Teodora de Bizancio. Nació en una época en la que uno de cada dos niños moría antes de cumplir el año. La esperanza de vida no llegaba a los 35 y casi cualquier persona, a lo largo de su vida, sufriría al menos una vez el azote de las epidemias, observando impotente como estas acababan con parte de sus seres queridos, cuando no con todos. Cualquier falta, real o imaginaria, podía acarrear la amputación de una mano o las dos, una ración de azotes o la confiscación de los pocos bienes de los que disponía. Si eras niña podía ser aun peor, el infanticidio femenino era frecuente, y a las niñas se las daba menos tiempo el pecho. Por una u otra razón en Bizancio había mas niños que niñas, aunque el tiempo se ocupaba de corregir este desequilibrio y entonces, como ahora, había más viudas que viudos[1].
Estos esbozos sobre el diario de cualquier bizantino son benévolos, porque la realidad era bastante mas cruda de la que aquí podamos pintar. En el caso de Teodora lo es doblemente, su madre era una ramera, con tres hijas de distintos padres. Su madre había encontrado la protección en el lecho de un domador de osos que pronto la dejo viuda.
El desamparo, la incapacidad para mantener a sus hijas la hizo seguramente retornar a su antigua profesión. Ni siquiera se entiende muy bien como mantiene a sus hijas a su lado, con lo fácil que es deshacerse en este tiempo de un crío ; vendiéndole para Dios sabe qué, abandonándolo, ahogándolo incluso en el Bósforo. Una mujer como ella no ignora esos pequeños huertos de huesecillos cerca de los lupanares, restos de los hijos no deseados de las meretrices.
Frecuenta los peores prostíbulos, allá donde dan refugio a las mujeres que han pasado por varios partos y que están por encima de los 25 años, muy trabajadas ya por el lecho y por la vida. Y cuando no encuentra techo donde yacer, las arcadas de los acueductos que llevan el agua a Constantinopla son el refugio para esos encuentros. Se acuerda de la ciudad de Jerusalén donde seguramente ejerciera años atrás, y en el que la calle o las plazas eran siempre un buen lugar.
No se sabe cuando pero ese mundo patibulario de tabernas, teatros procaces y burdeles acogió a sus hijas, esos fondos de saco de los que hablaba Horacio, en los que grupos de niños precoces aprendían jugando a satisfacer las repugnantes desviaciones de los adultos, cantando, bailando, versificando (en efecto, la prostitución infantil es una lacra bastante antigua). Teodora y su hermana aparecen en espectáculos procaces, tienen muy claro que a diferencia de su madre, que ha sido una vulgar pornai (prostituta pobre), ellas aspiran al grado de actrices o cortesanas.
Pero la competencia es dura, Constantinopla es la nueva Roma, el centro del mundo una ciudad con 750.000 habitantes en la que una meretriz cuesta lo que un camello y es prácticamente una esclava. Si no trabaja no come, y si puede trabajar, y no lo hace, el proxeneta la puede azotar o dejar marcada de por vida. Así pinta (mod. por: apariencia, manifestación de una cosa, forma) el mercado, y Teodora que empezó por frecuentar a miserables esclavos, pronto adelanta en maestría a su hermana mayor (que moriría pronto, víctima de la enfermedad de su oficio) apareciendo en los espectáculos cubierta meramente con una cinta, y ello solo para sortear la prohibición de aparecer completamente desnuda sobre un escenario.
Ibamos a decir que juega a insinuar, pero, que va, enseña todo lo que puede. Es una pornostar que hace las delicias del populacho, va mas allá de la sensualidad y podemos decir con seguridad que sus espectáculos son porno del duro. Todo es una cuestión de precio, la diferencia entre una prostituta pobre y una artista radica en el dinero que se está dispuesto a pagar ; no hay título alguno, no hay nombramiento oficial. El oficio de fulana nunca se ha aprendido en ningún Liceo.
Poco a poco prospera Teodora, aún no ha cumplido los 17 años y es ya una artista de consideración. Actúa en sesiones privadas y obtiene grandes sumas. Ecebolo, un hombre al que se la ha concedido el gobierno de varias ciudades en Libia, la propone una suerte de exclusividad, y Teodora pondera y por fin acepta. Viaja a África durante algunos años, tiene un hijo, pero sus costumbres licenciosas, sus constantes infidelidades y su alto nivel de promiscuidad acaban por cansar a Ecebolo que la repudia. Prácticamente abandonada en África llega a Alejandría, una ciudad cuyo pasado se mide en siglos y que ha visto desfilar a todos los prohombres de la Historia del Mediterráneo, desde Alejandro Magno, que la dio el nombre a Julio Cesar, Pompeyo, Marco Antonio. Allí se refugian los monofisitas que niegan la parte humana de Jesucristo y solo admiten su parte divina. Se sabe prostituta y como todas, padece ese síndrome de “cuerpo usado y sucio”. Como tantas otras sigue la senda de María Magdalena, su oficio es caro a Dios, y encuentra a través de la fe una vía de salvación. La había precedido otra ramera famosa, María, también de nombre, pero esta era egipcia. Afamada meretriz a la que el uso de su cuerpo la había dado una considerable fortuna, y que aterrada por el anuncio de su condenación, abandono todo y se fue al desierto, alimentándose los siguientes diez años sólo de bastas verduras. Los monofisistas le mostraban el mensaje con el que el cristianismo, y todas sus versiones teológicas, acabaron por desbordar esa razón inapelable de la fuerza y la arbitrariedad de los déspotas, y el caprichoso destino con el que los dioses paganos se burlaban de los hombres.
La historia recupera otra vez a Teodora en Constantinopla, quizás como patrona de un burdel. Muy selecta en sus ocasionales compañías y desenvolviéndose cómodamente en su vida diaria, merced esa imagen ideal de belleza femenina que había cultivado; ropas largas que ocultaban prácticamente todo el cuerpo, rostro blanqueado con polvos de judías, y bien perfilados sus labios y la línea de las cejas. Era una mujer bella, sin lugar a dudas y no muy alta estatura. Justiniano la conoció en esta época, era una prostituta muy cara, selecta y no se iba con cualquiera, excepto con…………….. Justiniano, el futuro Emperador.
Justiniano es considerado como el último emperador romano, a partir de él –incluso con él- todos los basileus (emperadores) bizantinos se van encajando poco a poco en un espacio físico e intelectual distinto al del Imperio Romano. Se van orientalizando. Quiere ser una copia de Roma pero la historia no se repite, y cuando lo hace, es mas bien una parodia. Este hombre, Justiniano, que era también un campesino y un hombre muy capaz acabaría por hacer emperatriz a una furcia. Probablemente por algo mas que por un buen entendimiento carnal.
Esta podría haber sido una historia de amor al corte clásico de Hollywood, pero es sobre todo un historia de amor bizantina, algo turbia. Bizancio tiene siempre un lado oscuro; es capaz de construir una muralla que resistió mil años todas las agresiones, y cometer a la vez las fechorías más sanguinarias y crueles; fieles devotos de la religión cristiana manejan también como nadie las peores artimañas, la traición y el engaño.
Hipodromo. El centro de la vida pública en Constantinopla |
De Teodora se puede escribir una historia amable, en la línea de su santidad. O una historia terrible. Nos vamos a quedar a medio camino, entre la santidad de la Iglesia ortodoxa -Justiniano y Teodora son santos- que suele confundir la bondad con la memez, y la extrema animadversión de Procopio por ambos. Procopio fue un historiador contemporáneo de la pareja que escribió una historia impublicable, –por razones obvias- pensaba que Teodora era la encarnación del mal
Justiniano, sobrino y heredero del Emperador Justino I, solo pudo obtener la autorización para matrimoniar con Teodora, tras la oportuna muerte de Eufemia, mujer del emperador que se oponía radicalmente a este enlace. Así pues una primera sombra de sospecha marca el inicio de esa mas que fructífera relación entre Justiniano y Teodora. La púrpura imperial estaba en Bizancio al alcance de cualquiera, pero esto requiere los matices precisos. Sólo la conquista del poder daba la legitimidad absoluta, de forma que mantenerlo era incluso más difícil que conseguirlo, como puede deducirse de ello no se reparaba en los medios por muy crueles que estos fueran. Durante los siguientes 25 años estará tan imbricado el ejercicio del poder imperial con la influencia de esta mujer, que ya no sabemos que decisiones competen al propio Emperador o a la Emperatriz. Teodora, bastante más vivida que su marido en el conocimiento de la naturaleza humana, tejió una densa tela de informadores y espías en la Corte por lo que difícilmente algo se le escapaba. Cuando así sucedía, desdichado de aquel que hubiera omitido u ocultado información; estaban amenazados con ser despellejados vivos.
Hizo por la púrpura, que era el color de su dignidad, lo que Justiniano ni siquiera estaba dispuesto hacer. Cuando incluso él pensaba en huir ante la irreprimible revuelta del pueblo que se había iniciado en el hipódromo (ver imagen) como consecuencia, entre otras cosas, de los excesivos impuestos, le pidió mas o menos que se portara como un hombre, y que ella daba por buena como sudario esa púrpura que la cubría. Justiniano decidió resistir y amablemente pidió a sus generales, Belisario y Narses, que hicieran lo necesario para acabar con la revuelta. Esto es; pasar a cuchillo a 30.000 o 40.000 habitantes de Constantinopla reunidos con engaño en el hipódromo.
Y así se hizo efectivamente, disponiendo al día siguiente de la matanza las ordenes necesarias para iniciar la construcción de Santa Sofía. No sabemos si por consejo de Teodora, pero seguro que con su aprobación (por cierto Santa Sofía se hizo con tanta premura que, veinte años después, como consecuencia de un pequeño terremoto, se vino abajo la cúpula principal y debió de ser reconstruida)
No hubo descendencia, solo una hija muerta y el fantasma de aquel hijo que tuvo en su juventud, en África. Un fantasma, que se hizo real cierto día cuando ya llevaba años siendo Emperatriz, su hijo se presentó ante ella y ya no se volvió a tener noticias de él.
Fue adultera, imaginamos que Justiniano ya sabia que esto iba en el contrato. La ley incluso le reconocía esa dispensa, puesto que se entendía que las prostitutas podían impunemente ser adulteras, toda vez que las normas de su oficio lo permitan. Pero también fue moderada en sus explosiones sexuales, discreta. Supo canalizar su sensualidad hacia un tipo de inteligencia emocional, como se dice ahora, y sus amantes fueron discretos. Les iba en ello la vida. Aunque esta discrección no se la garantizaba. En realidad ser amante de la emperatriz era una gran desgracia, como la mantis religiosa era bastante probable que acabara con ellos después de aparearse. Es seguro que también padecía el mal de su oficio, que ya muchos años antes se había llevado a la tumba a su hermana mayor.
Santa, lo que se dice santa no era, pero tampoco era el monstruo de depravación con que Procopio la pinta. Y con toda seguridad sabemos que Justiniano sabia de estas explosiones efusivas de su cara (querida) pareja, pero hacia como que no sabía nada, la dignidad del ignorante fingido. En cualquier caso estaba mas dispuesto a valorar la calidad de los consejos que obtenía de la Emperatriz, que en satisfacer la furia del marido despechado. Dormía mucho, quizás para compensar las pocas horas de sueño de Justiniano, que además era frugal en la comida tanto que, a veces, comía sólo cada dos días. Probablemente inspiró la leyes que protegían a las prostitutas, sobre todo en lo tocante a la prostitución infantil femenina
A Teodora se le acusa de instigar la suspicacia de Justiniano contra el mejor de sus generales; Belisario, al que por sus éxitos militares consideraba candidato al trono. Belisario estaba casado con Antonina, una mujer de parecida trayectoria vital que la de la Emperatriz, y con la que mantenía cierta avenencia. El general se veía obligado a contemporizar ante las permanentes infidelidades de su esposa. No es pues descabellado considerar que esta alianza entre ambas hubiera fomentado una desconfianza del Emperador hacia éste. Belisario es considerado por algunos historiadores como un general a la altura de Alejandro Magno o Julio Cesar. Grahan Greene lo pinta magistralmente en su novela “el conde Belisario”. Casi todas las victorias de Justiniano son debidas a él, recorrió todo el norte de África venciendo a los vándalos, penetró en Sicilia, conquistó Nápoles, Roma, Milán. Luchó contra los persas, y en los últimos años de su vida, salvó a la capital de la amenaza de los búlgaros.
Precisamente para disuadir al emperador Justiniano de la campaña de Belisario en Italia, se traslado a Constantinopla el Papa Agapito I que aprovechó el viaje para excomulgar –en contra de la opinión de Teodora- a Antino, Patriarca de Constantinopla y protegido por la emperatriz. Antino fue excomulgado pero el Papa no pudo regresar vivo a Italia, falleció en Constantinopla aunque su cadáver fue trasladado a Roma. Teodora fue acusada de instigar esta muerte.
Las 332.560 teselas que forman el mosaico de San Vital de Ravena, algunas de ellas de oro puro, presentan a la Emperatriz tocada por la enfermedad; se piensa que afectada por un cancer de pecho. Murió doce años después del pontífice, y varios años antes que Justiniano dejando un hueco que Justiniano ni pudo ni quiso cubrir.
Las 332.560 teselas que forman el mosaico de San Vital de Ravena, algunas de ellas de oro puro, presentan a la Emperatriz tocada por la enfermedad; se piensa que afectada por un cancer de pecho. Murió doce años después del pontífice, y varios años antes que Justiniano dejando un hueco que Justiniano ni pudo ni quiso cubrir.
Y esta es la historia de Teodora de Bizancio
[1] Puede que esta afirmación no sea del todo correcta. Las mujeres podían tener menores esperanzas de vida en razón de sus múltiples partos.