La India. El sati; la inmolación de las viudas (Primera Parte)




HISTORIAS DE MUJERES. LA INDIA


Vamos a hablar del Sati, el sacrificio ritual, practicado probablemente hasta el siglo XX ( XXI, incluso, como referiremos) en la India. Grosso modo el sati, o suttee como dicen los anglosajones,  consiste en la inmolación, supuestamente voluntaria, de las viudas en la misma hoguera en la que se consumen los restos de su marido. Dicho así parece una barbaridad, de hecho es una barbaridad dicho de cualquier manera, pero la historia de la India posee una intensidad y un peso vivencial que ese carácter de voluntariedad, al que nos referíamos, probablemente sea más cierto de lo que pensamos. Y ello a pesar de que se trata de una decisión tan límite que pasa por lanzarse a una pira ardiente que consumirá nuestro cuerpo hasta convertirlo en cenizas. La vivencia cultural y humana de los pueblos no justifica los hechos, pero a veces sí que los explica. La historia de la India es un río de intenso caudal que arrastra a grandes colectivos, marcándolos a veces con el sello de la fatalidad, la resignación, y la predestinación irritante del sistema de castas. Hay que rebuscar probablemente en esa remota historia para encontrar el origen del sati. Satí se llama la diosa que sedujo a Shivá y que posteriormente se inmoló a sí misma en un proceso de autocombustión deliberado, porque sabía que su padre jamás aceptaría a su esposo. La tradición señala así mismo que el significado de sati hace referencia a la honorabilidad de la mujer, más exactamente quiere decir buena mujer. Aquella que lleva la fidelidad hacia su marido hasta el extremo último de sacrificar su vida en la misma pira en la que el cadaver de este es quemado. O bien, como veremos,  haciéndose enterrar viva en la misma sepultura que él. En la imagen El Maharao Singh Bahadur, vivió en el siglo XIX, pero los británicos aceptaron reconocerle unas prerrogativas casi feudales(Fot: Vestivalia.com-Patankar).

     Los musulmanes en su conquista de la India intentaron erradicarlo sin éxito. Y en pleno siglo XX; 1987, la inmolación  de  Roop Kanwar, una jovencísima viuda de 18 años,  fue presenciada por miles de personas, cual si se tratara de un espectáculo festivo. Hemos leído, incluso, referencias a dos episodios sati en el siglo XXI. Uno de ellos en 2002, Kuttu Bai una viuda de 65 años que acababa de perder a su marido de 60, según refiere The Guardian del 23 de Agosto de 2002. 

     Si nos remontamos un poco más en el tiempo, hasta 1947, en pleno proceso de independencia de la India, observamos que no menos de un millón de personas perecieron en el colapso postcolonial de este territorio, víctimas unos de los musulmanes y otros de los hindúes. Ambos practicaron una política de exterminio con el fin de obtener territorios religiosamente uniformes. Refiere Patrick French en su libro, "India. A Portrait", que en una aldea próxima a la ciudad de Rawalpindi, en  Pakistán, se refugiaron decenas de sijs acosados por una muchedumbre  que exigía venganza por las atrocidades cometidas contra los musulmanes, y que estos, los sijs, decididos a preservar el honor de sus mujeres, prefirieron decapitar a sus propias hijas y esposas antes de que estas cayeran en poder de sus sitiadores. Una ceremonia en la que lo que más sobrecogía no eran los cuerpos descabezados, sino la absoluta conformidad de las víctimas y la resolución casi inhumana de sus verdugos, sus propios padres y esposos, decididos a dejarse matar una vez solventado el honor y "la pureza" de los suyos, como así sucedió en efecto. Ejecutaban una ceremonia que había estremecido en el pasado a los más feroces guerreros: un "jahuar", la inmolación colectiva de las mujeres. Así pues,  el peso de la tradición no es una alusión meramente académica, sino que se siente en cada calle, en cada ciudad y pueblo de este país humanamente inmenso. Por eso, porque en la India nada es sencillo, hemos creído conveniente hacer un rápido, modesto y sin duda alguna perfectible repaso a su historia antes de abordar la inmolación de sus viudas.


Razas de La India

     La India, o mejor dicho el Indostán, por incluir el actual Pakistán y Bangladesh es un territorio cuyo pasado se pierde en la noche de los tiempos. A veces no sabemos cuanto hay de mito o de realidad. Su historia nos remite a las sorprendentes ciudades de Mojenho-Daro o Harappa 3000 a.C. Dotadas incluso de piscinas colectivas y una red de saneamientos urbanos que aún hoy sorprende. Pero esa historia también nos enfrenta a una suerte de invasores arias, caídas desde el norte. Hombres de piel blanca que se solaparán sobre la población local y que inspirarán una sociedad teologizada en la que prácticamente los sacerdotes: los brahmanes ocupaban el vértice de la pirámide por encima incluso de los reyes y guerreros. Celosos hasta de su lenguaje, el sánscrito, prohibido a todo aquel que no fuera brahmán y que utilizaban para loar a la divinidad. Las invasiones arias trocearon a continuación el cuerpo social en cuatro castas esenciales:  Brahamin, Kshatriya, Vaisha y Shudra. Además trazaron una línea imaginaria, pero aún hoy visible, en el que la tonalidad de la piel se va oscureciendo conforme viajamos del norte al sur. Esas castas originales derivaron con el tiempo en una infinidad de subcastas, en un proceso inflacionario que tuvo su correlato religioso también en la prolija presencia de hitos religiosos que hacen conocer a esta tierra como; el país de los cien mil dioses.

     Los persas no tardaron en abandonar sus conquistas en el occidente del subcontinente indostánico, en lo que hoy es la actual Pakistán, les repugnaba que los indios se comieran a sus muertos en un postrero ejercicio de canibalismo (Revista Europea. 1875). Siglo arriba, siglo abajo coinciden con Gautama Buda, porque era solo cuestión de tiempo que aquella religión, hecha sólo a la medida de unos pocos, no tuviera su cisma. Al menos veinte reyes y príncipes se disputaban un espacio que usufructar cuando Alejandro Magno se presentó mas allá del Hindú Kush, en las estribaciones del Himalaya. Se encuentra con aquellos parientes lejanos de los Maharajás en una batalla de proporciones míticas; venció, pero se vió obligado a regresar sobre sus propios pasos; aquel viaje a ninguna parte había terminado. Rendidos por el cansancio, intimidados por el desaliento e insensibles ya a la euforia de la victoria. Atemorizados incluso por la calidad de las amenazas,  la muerte se presentaba enmascarada tras la belleza de jóvenes muchachas inmunes al veneno a fuerza de inocularse con todas las sustancias tóxicas conocidas; los príncipes locales pensaban que su solo aliento sería capaz de acabar con aquel arrogante griego. Atónitos los macedonios todavía por la forma en la que los Gimnosofistas, los filósofos desnudos de La India, solían acabar sus días cuando se sentían enfermos: lanzándose a una hoguera para quemarse vivos sin lamento alguno(1).

     El hinduismo es un crisol ideológico, una mixtura de influencias a veces contradictorias entre sí. Esa ambigüedad, esa falta de determinación teológica y de Doctrina, permite incluso que hoy mismo haya religiones en franco proceso de maduración en la India. Doctrinas jóvenes que aún se están elaborando, cual es la practicada por los Sijs (modelo de simbiosis entre lo hindú y el islam). Este laberinto de identidades religiosas fomenta también cierto conformismo, la resignación ante el destino mundano de los seres, encajonados en esa sumario y terrible capitulo de las castas que incluso no alcanza a toda la especie humana, porque los intocables no lo son. No son hombres, queremos decir. No es pues extraño que ante la incertidumbre, la falta de un dogma, la única verdad sea la muerte, tras la cual llegará, pero no de forma segura, una reencarnación de mayor calidad. A Buda y a los jainistas les basta, asumen y practican la inactividad, la contemplación ascética del mundo, pero sin intervenir, todo les resbala por decirlo así, aunque detestan ese sistema social que acompaña su cultura: la jaati (la casta). Una forma de vivir juntos, pero como dándose la espalda. Si lo pensamos bien tampoco es un proyecto social tan extraño a Occidente; Platón lo propuso en su República ideal, un sistema político que era como una especie de hojaldre en el que cada capa se especializaba en una función.

Fortaleza de Jaisalmer en el estado de Rajasthan, fronterizo entre La India y Pakistán. Sometido a cerco por los musulmanes, sus defensores no tuvieron tiempo de organizar una pira en la que inmolarse, y después de degollar a todas las mujeres, se lanzaron sobre sus enemigos sabiendo que perecerían todos. 

      Y el vector religioso es solo un modelo del político; reinos, principados, pequeñas ciudades amuralladas y hasta imperios por doquier, un abanico de guerreros que se alían hoy para pelear entre sí mañana. Este país parece que aguantará de todo, lo incorpora con una pasmosa facilidad en esa especie de caldo primigenio de lo hindú, los primeros pobladores conocidos como Drávidas. Primero los hunos, luego los pueblos de las estepas asiáticas , tribus de afganos, estos sólo descansan un día para guerrear al otro, escitas del Mar Muerto cubiertos con abrigos en cuyo forros cuelgan las cabelleras de sus enemigos, tártaros en cuya  ceremonias guerreras se utilizaban los cráneos vacíos y decorados de sus víctimas.

     La India, en efecto,  es una esponja que a todos asimila. Pero también es capaz de ofrecer el sacrificio de más de 70000 hindúes devotos solo por defender en el siglo XI el templo de Siva en Gujarat de las hordas de  Ala al-Din Khalji, una especie de Atila musulmán. Brutal, inmisericorde, más de veinte veces lanzó a sus guerreros afganos bajo la bandera verde del Islam, enardecidos por una fe que trataba a todos por igual, siempre que fueran guerreros. Arrasan con la Persia zoroastrista y llegan hasta el Indo, la espina vertebral de la India. Inician un conflicto que aún no se ha resuelto, porque ya no abandonaran el subcontinente. Infiltrando su cultura con nuevos apéndices.  Establecieron su capital en Delhi y cuando sus conquistas llegaron hasta el sur de la India, el sultanato observó que su capital había quedado esquinada del centro geográfico de este inmenso imperio, de tal manera que la trasladaron mil kilómetros al sur. Una capital artificial en la que había que avecindar una población de la que carecía, de tal forma que obligaron a desplazarse allí a todos los habitantes de la misma; todo este viaje a través de desiertos, ríos y selvas causó decenas de miles de muertos. Nada significativo en un país tan feraz, tan cargado de peso humano hasta el punto de que los invasores árabes llegaron a la nítida conclusión de que ese mar de hindúes tarde o temprano acabaría por devorarles. Con el tiempo este viaje hacia el sur se mostró como una medida errónea y vuelta otra vez a Delhi, siguiendo el rastro de los esqueletos que habían dejado en su anterior emigración; hacia las seguridad de lo ya conocido. Las ciudades son como los árboles, solo puede arraigar en terreno propicio, y eso que Delhi no sobreviviría.

Sati, grabado del siglo XIX

     En efecto, Delhi, la capital de la India, está en el paralelo  28    al norte del país, cerca de las estepas asiáticas que vomitaran por última vez  una turba de nómadas. Llevaban más de mil años merodeando por esta tierra que suele exudar un tipo de guerrero inquieto y brutal; una mezcla de tártaros, hunos y mongoles, al frente de ellos un guerrero de cuyo nombre exótico se puede esperar cualquier cosa: Tamerlán se llamaba, paso a cuchillo a todos los habitantes hindúes de Delhi. Tamerlán inició indirectamente la dinastía mogol (sin n), se fue mestizando, como todas sus precedentes. Pero esta, a diferencia de las anteriores invasiones con sello islámico, tiene un punto de inflexión: saben que no pueden vencer, que cada victoria es un rió de sangre y que los inmensos botines del país suelen costar la vida de 100.000 personas por campaña, alimentando un odio visceral contra los musulmanes: casi 25.000 mujeres, ancianas y niñas incluidas, prefirieron autoinmolarse, bien a espada, bien arrojándose a las llamas, antes de caer en poder de los musulmanes en uno de los numerosos episodios jahuar (especie de sati colectivo del que hablaremos en la II Parte) que se dieron en la India ante la conquista islámica. El emperador Agbar(2), quizás el más capaz de los emperadores mogoles,  inicia un política de conciliación [ello no le exime de las numerosas atrocidades cometidas], algo así como “palo y zanahoria”. Los príncipes rajputas (quizás la principal casta guerrera de la India)  auténticos señores feudales que han guerreado casi mil años contra el invasor, pasan con él a obtener cierta autonomía en la gestión de sus posesiones. Oficializando una convivencia inevitable, aunque no pacifica. Su impotencia para deshacerse de los invasores árabes les hace volverse contra sus propios compatriotas, iniciando una serie de conflictos menores, pero no por ello menos cruentos. 

     La cultura guerrera de los Rajputa, a los cuales bien podemos considerar como los predecesores de los Maharajás, tiene mucho que ver con el Sati, si bien esto lo dejamos para la siguiente entrada.  


(1) Se trata de Kalanos, al parecer un brahman. Kalanos y Mandanis acompañaron al ejercito de Alejandro Magno. De Mandanis se dice que recibió una persuasiva invitación de Alejandro en el que se le ofrecía la oportunidad de a unirse a su ejercito por lo que obtendría grandes obsequios, aunque si se negaba le cortaría la cabeza. Mandanis le respondió que tal amenaza en nada inquietaba su espíritu,  estaba en paz, en cambio él (por Alejandro) era sólo un hombre que iba por el mundo creando molestias, a sí mismo, pero también a los demás. A la postre sólo tendría la tierra que cubriría su tumba. La respuesta del gimnosofista  pareció estimular el interés de Alejandro por conocerle. Cabe mencionar que la figura de Alejandro Magno en la literatura India de la época es prácticamente inexistente, lo que puede dar una idea de su relevancia.

(2) El Jesuita Español Antonio de Monserrate, nacido en Vic en 1536, fue nombrado por Agbar tutor de su hijo, Murad. En su obra  "Mongolicae Legationis Commentarius" describe su experiencia en la Corte del Gran Mogol, así como su encuentro con el Tibet. Esta es la primera crónica de un occidental sobre esta parte del Himalaya


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El Sati. Autoinmolación de las viudas y otros Sacrificios rituales en La India consta de tres entradas