En el año 711, un Gobernador local anexo a las provincias orientales del Califato de Damasco envió una expedición de quince mil jinetes a la India. Coincidencias de la historia, pero en ese mismo año los árabes habían invadido España. Conminaron a la rendición a un ejercito de 4.000 guerreros rajputas y 4.000 brahamanes que servían en el templo. No había problema, pero cuando exigieron su conversión al islam invitándoles ( es un decir) a circuncidarse, ninguno de ellos estuvo dispuesto a renunciar a sus creencias y, todos, todos, fueron pasados a cuchillo. La lógica de una religión monoteísta impone el veto a cualquier otra fe, sobre todo si esta se maneja con agrado en un universo de decenas de miles de dioses. Sea como fuere iniciaron un conflicto con los príncipes rajputas que duro mil años (Foto: guerreros rajputas. ¿Principios del siglo XX?)
La presencia musulmana en la India estaba condenada al fracaso, al menos en su versión más intransigente. Claro que esta afirmación es bastante tramposa porque la efectuamos desde la perspectiva histórica. En este sentido carece de valor. La vida (y creemos que la Historia), tal y como decía el filósofo Kierkegaard, sólo puede ser comprendida observando al pasado, mas sólo puede ser vivida mirando el futuro. Por eso, si laminamos este contenido, el pormenor de los acontecimientos, nos daremos cuenta de que la historia de la independencia de la India, y la dolorosa y crudelísima separación entre hindúes y musulmanes, esto es: la actual India, y lo que fuera el Pakistán Oriental (actual Bangladesh) y Occidental, es el balance obvio de una convivencia tormentosa, marcada por gestas y acontecimientos que muchas veces exceden de la mera exposición de los hechos. Con el tiempo el islam, como otras tantas avalanchas espirituales, acabó por emprender una versión ad hoc, embebiéndose de las influencias locales y perdiendo buena parte de su carácter exógeno. De hecho el Emperador Akbar (1542-1605) sin duda el más prominente de la dinastia Mogol, no dudó en incorporar a su ejercito a los más capaces guerreros rajputas, en un intento por hibridar su Imperio. No lo conseguiría del todo, pero desde entonces las élites musulmanas empezarían a considerarse propiamente "indias". Su máxima de que tanto la religión como la tradición deben quedar subordinados al razonamiento, convierten a Akbar en un prototipo de la coexistencia
Sati o Sutte |
No cabe la menor duda de que la India parece a veces la crónica del exceso, un seísmo de acontecimientos. Veamos, el sultán Mahmud, llamado la espada del islam, lanzó a 150.000 jinetes sobre un ejercito de príncipes rajputas, en el siglo XI. Llenos estos de valor, pero refractarios al orden y a la estrategia perecieron por decenas de miles, arrollados por la combatividad musulmana y el buen hacer de sus generales. Los rajputas (clase guerrera de Rajasthan, pero extendida al oeste y centro
de la India) son una de las varias castas guerreras de la India y durante trescientos años sufrirían una derrota tras otra. Sus mujeres, sus hijas, madres, sirvientes, amantes y concubinas; "los darogas", que eran los sirvientes del palacio así como los hijos naturales de los varones rajputas, todos ellos les acompañarían en la desdicha. Una tradición guerrera que no contempla la rendición y detesta la derrota como preludio de la deshonra, señala que mujeres y sirvientes estaban obligados a sacrificarse antes de la definitiva batalla, cuando ya todo estaba perdido. Estos caballeros hindúes no consentirían que ninguna de aquellas mujeres que les habían acompañado en vida, cayeran en poder del Islam o de cualquier enemigo que pudiera deshonrarlas a ellas….pero sobre todo a ellos. Unas veces había tiempo para preparar concienzudamente la hoguera sobre la que se lanzarían todos y cada uno de los miembros de su familia, acaso con una herida mortal previa que mitigara en parte aquella espantosa agonía, otras, solo aliviadas espiritualmente por aquel férreo tesón de una mujer rajputa, la cual debía mostrar con aquella inmolación la razón por la que pertenecía a aquella casta de guerreros, a la que se suponen habían llegado tras sucesivas reencarnaciones.
Londres 1811. Mujer que va a ser quemada. |
Pero en otras ocasiones la derrota se imponía con tal rapidez que no había tiempo para nada, y directamente sus maridos, hermanos o padres las degollaban como a corderos. Incluso hubo momentos en los que los árabes impidieron el suicidio colectivo y las capturaron antes de que se dieran muerte, como sucedió con las primeras oleadas invasoras en las que muchas de ellas terminaron en los serrallos de Damasco. Las crónicas hablan de que en el siglo XIII, y en la ciudad de Jaisalmer, se dieron muerte ni mas ni menos que 25.000 mujeres, niñas, ancianas y servidores por no soportar el ultraje del ejercito del sultán de Delhi. Jahuar se llamaba a este suicido colectivo, y es casi el pródromo del sati con el que concurre temporalmente (la muerte, natural o violenta, de cualquier príncipe rajputa solía venír acompañado por el sati de sus mujeres). "Jahuar" y "sati" se nutren en parte de idénticos patrones culturales. Una cosmovisión que ha tardado miles de años en perfilarse, y eso que los rajputas no eran originarios de La India.
El guerrero rajputa, puede ser considerado como el samurái de La India. La tradición le significa con una serie de privilegios, pero también le señala con una suerte de obligaciones que no eran cualquier cosa: el sentido del deber, la lealtad para su clan y el espíritu de sacrifico. Un rajputa, por ejemplo, puede considerar perfectamente indigno de su clase morir pacíficamente en la cama. Conforme a este código del honor sus mujeres debían implicarse en esta trayectoria vital, incluso mas allá de la muerte. ¿Cómo? Acompañándoles, muriendo con ellos, inmolándose junto a ellos. Es el principio de lealtad al clan, al grupo, a la familia. Una institución esta última que para el conocedor de la India actual ha sido siempre fundamental.
La inmolación colectiva del jahuar ha inspirado leyendas en las que el valor y el concepto del honor de los príncipes y guerreros rajputas contribuían a mantener el espíritu de la rebelión de los hindúes ante el invasor musulmán. Quizás una de las más significativas hace referencia a Ala al-Din Khalji, sultán de Delhi, un demonio para los hindús, pero un paladín para los musulmanes. Por lo visto el sultán se encaprichó de la mujer de un príncipe rajputa, el rey Ratan Singh. La mujer se llamaba Padmini [mujer de loto, un término lisonjero de origen sánscrito] y su belleza iba paralela también con su honestidad. De tal forma que pese a sus desvelos el sultán no pudo ver a la mujer mas que en el reflejo de un espejo, dispuesto convenientemente por un servidor desleal. Quedó tan impresionado que determinó hacerla suya, para lo cual, ordenó secuestrar a su marido, reteniéndolo hasta que no entregara como precio por su libertad a su mujer, la bella Padmini. Pero Ala al-din Khalji no sabía que el príncipe Ratan Singh era un hombre justo, que se había rodeado de buenos guerreros y que consiguieron liberarlo de su cautiverio sin entregar a cambio a Padmini. Furioso, el sultán, puso cerco a la fortaleza, con tal número de tropas que la certeza de la derrota se impuso a los cercados. La tradición rajputa no dejaba lugar a dudas, ninguno de los cercados sobreviviría, los guerreros perecerían en el campo de batalla y el resto, sus mujeres, hijos y sirvientes, se inmolarían en una hoguera. Así se hizo iniciando el sacrificio la propia Padmini. Mientras las mujeres se lanzaban a las llamas, los guerreros rajputas se abalanzaban sobre el ejercito musulmán en una carga que sabían suicida. Saka, recibe de nombre este momento en el que los guerreros se colocan turbantes y túnicas de color azafrán, pues nada dejaban a su espalda al enemigo.
Vistas así las cosas uno no puede sentir mas que complicidad con los guerreros rajputas y sus gloriosas tradiciones, pero a veces las leyendas esconden la fuerza terrible de los hechos, porque a la postre uno no acaba de saber si la autoinmolación de las mujeres obedece mas bien a un intento de salvar su honor o son empujadas al sacrificio por preservar el de ellos. Y es que más allá de la ampulosidad del lenguaje, y de los grandes códigos que preservan la validez de los mitos, transcurre la historia real. Aunque nos resistimos a preenjuiciar la cultura India, no se nos escapa la marginación de las mujeres de este país sea cual sea la casta a la que pertenezcan, en particular las clases guerrera de los Kshatriya de los que los rajputa son su expresión mas significativa aunque no la única. Es obvio que muchos rajputs iban a la batalla convenientemente estimulados por el alcohol o las drogas. Su cultura guerrera permitía el consumo de estupefacientes y carne, (una isla culinaria en el océano vegetariano de los hindúes) Se estimaba que este tipo de alimentos estimulaba su ardor guerrero y su capacidad para engendrar hijos, El mítico rey Bappa Ramal lo era, y no sólo por sus dotes guerreras, sino por haber engendrado 100 hijos, al parecer por su dieta carnívora en un país vegetariano. Lo cual, dicho sea de paso, no parece una gran gesta a la vista de la capacidad del dios Krishna que, con 16.000 esposas era capaz de satisfacer las necesidades de todas ellas y durante todas las noches.
Las mujeres rajputs pueden consumir con moderación alcohol y carne, supuestamente estimulantes del vigor, incluido el sexual, pues mientras permanecen casadas deben acompañar la pasión de sus maridos, pero si son viudas deben retirar su consumo. Toda vez que una viuda no necesita de pasión alguna ya que no se puede volver a casar. A diferencia de los guerreros rajputs ellas debían mantener la moderación incluso en los momentos previos a la autoinmolación del "jahuar" y del "sati" pues a ambos quedaban vinculadas por su casta. Debían acudir al sacrificio con entera conciencia y guardando la compostura de las de su "casta". Ellas se encargaron de salvar la vida del príncipe Ajit Singh. Su propia "ama de cría" fue capaz de sacrificar a su propio hijo para que así fuera, y todo para que éste no fuera educado como musulmán. Ella, y otras muchas mujeres más, se inmolaron en un holocausto colectivo que consistió en prender un almacén de pólvora con ellas dentro para evitar que sus perseguidores pudieran capturar al Príncipe. Pero la historia es paradójica, y a veces cruel, porque este Ajit Singh distó mucho en su vida de merecer el sacrificio que le había permitido conservarla, su propio hijo le apuñaló mientras dormía, furioso porque al parecer intimaba con su mujer. Y se marchó de este mundo de una forma, si quieren, chocante, en su pira funeraria se le unieron seis de sus mujeres y sesenta concubinas, en uno de esos episodios colectivos de sati, al que los reyes, príncipes y grandes señores tenían derecho.
Y es que las mujeres son siempre las guardianas de la tradición (es una opinión discutible, pero firme por nuestra parte). Una mujer rajput, si quedaba viuda y no accedía al sati, era una viuda eterna; no se podía volver a casar. En esto no era (y no es) una excepción, todas las castas de la India marginan a sus viudas. Existe un doble escollo en el que encallan las mujeres indias, de un lado las que la limita en función de su casta y aquella marginación que sufren dentro de su casta. Las mujeres se venden a la familia de su marido, que a cambio obtiene una dote con la que supuestamente será mantenida.
Y es que las mujeres son siempre las guardianas de la tradición (es una opinión discutible, pero firme por nuestra parte). Una mujer rajput, si quedaba viuda y no accedía al sati, era una viuda eterna; no se podía volver a casar. En esto no era (y no es) una excepción, todas las castas de la India marginan a sus viudas. Existe un doble escollo en el que encallan las mujeres indias, de un lado las que la limita en función de su casta y aquella marginación que sufren dentro de su casta. Las mujeres se venden a la familia de su marido, que a cambio obtiene una dote con la que supuestamente será mantenida.
El Sati. Autoinmolación de las viudas y otros Sacrificios rituales en La India consta de tres entradas
- La India. El Sati. La inmolación de las viudas. (Parte Primera)
- El Sati, precedentes. El Jahuar o la inmolación colectiva (Parte Segunda)
- El Sati (Parte Tercera y última)