Historia de la Moda. La cosmética. Lunares, Mouches y Beauty marks



La Historia de los lunares postizos


Vivimos en una sociedad envejecida, rematadamente senil y caduca. Somos una cultura ampliamente asistida y en la que el lenguaje medicalizado ha conseguido penetrar el universo del discurso cotidiano. Términos como patológica, anamnesis, analítica, colesterol, electrocardiogramas y otros muchos son conceptos manejados hasta la saciedad. De hecho, si usted hace una llamada en su buscador con la entrada "lunar" probablemente se le despliegue la amplia panoplia mediatico sanitaria que le presente esta modesta concreción como una potencial amenaza para su salud [es lo habitual], o en su defecto, le remita al espacio astral más próximo.
     Nosotros en efecto  vamos a  hablar de los lunares pero no utilizaremos su entrada técnica: nevus, creemos que es. Preferimos "lunar", nos parece más sugerente. E incluso vamos más allá, ni siquiera vamos a hablar de los lunares naturales sino de aquellos lunares postizos que según Perrault, uno de los varios que trataron el cuento de La Cencienta, iban a comprar a las mercerías de París las hermanastras de La Cenicienta. Los lunares postizos eran unos diminutos parches que las mujeres y los hombres se colocaban preferentemente en su cara, con mero placer estético, aunque a la postre, la colocación de ese lunar no fuera tan inocente ni tan arbitraria. Un artículo tan futil, que se hace históricamente significativo en función de su propia irrelevancia. 
     El primer indicio sobre estas decorativas "moscas" o lunares lo encontramos, una vez mas, en la antigua Roma. Ovidio y Marcial, cronistas inveterados de todas las anomalías que en el cuerpo social suele producir el poder sin limites, ya hablan de los "esplenia lunata" (lunares postizos de tela), adornando no tanto los rostros de las patricias del imperio, sino los  imberbes  pómulos de los jovencitos effeminati, dicen, suficientemente explícito el texto clásico. Tipos atildadísimos que paseaban La Vía Apia cargados de miradas sugerentes que, por lo general, no solían reparar en rostro femenino alguno. Lo suyo eran las espadas, y tómese esta expresión con toda la largueza que se quiera porque, en efecto,  hombres y mujeres en Roma, al menos los que frecuentaban la indolencia de estos paseos, parecieran buscar todos el porte animalizado y esencial de los gladiadores. Cubiertas ellas…y ellos, de un dedo de potingues y corrosivas cremas con las que acaso disimular una piel tan estropeada que parecía la superficie de un campo arado. Cuando ni siquiera este grueso paramento de mejunjes era capaz de enmascarar una cicatriz, un grano o una verruga, acudían como último recurso al lunar postizo, un parche tanto mas grande cuanto mayor fuera el estropicio a ocultar. Marcial refiere el uso de parches en forma de estrella, en la frente de hombres que pretendían ocultar con ello las marcas al hierro que se hacían a los esclavos en la antigua Roma.


El Bello en extasis. 1773. Lacasamundo.com
El Bello en extasis. 1773


     Un autor francés de principios del siglo XX sostenía que el uso de lunares artificiales se remontaba a la época de los persas de donde pasaría a la cultura grecolatina y posteriormente a la  árabe. Los caballeros cruzados se encargarían de extender esta costumbre por el resto de Europa a su regreso de los Santos Lugares.  Pero esto es una verdad a medias porque, de hecho, existe constancia de que estas piezas cosméticas eran utilizados por las mujeres en al-Andalus en el siglo XI y XII como ornato, bien utilizando khol, un producto casi tan antiguo como las pirámides o pequeñas pecas de piel teñida. En China, entre ese marasmo (que no es mas que ignorancia) de acontecimientos, nombres y episodios algo confusos, encontramos que durante el periodo de la dinastia Tang [siglos VII al X] era habitual que las mujeres se pintaran la frente de color amarillo y las cejas verdes, además completaban su maquillaje con dos puntos; en la parte inferior de las mejillas y en la comisura de los labios llamados Tú jiuwo.


     Los lunares fueron admitidos como un elemento mas del maquillaje, un signo algo más erudito de la seducción,  y con el tiempo, un sutil pero eficaz lenguaje al servicio de la sensualidad. En la Lozana Andaluza, una obra de la picaresca española publicada en Venecia en el siglo XVI, los lunares postizos son  un complemento más del atavío "canalla" de los barrios bajos de Roma. Unos días los lunares eran más grandes que otros,  por la mañana estaban en el mentón y por la tarde en el rabillo del ojo. Y ello junto a los pechos cubiertos de paños para hacerlos más voluminosos, asi como las cejas teñidas.

La actriz María Ladvenant y Quirante. Archivo Municipal de Madrid. S. XVIII
La actriz María Ladvenant y Quirante. Archivo Municipal de Madrid. S. XVIII
Isabel de Farnesio. Melendez. Lacasamundo.com
Isabel de Farnesio. Melendez

     Los lunares eran como los pecados en la superficie del alma a tenor de lo que sostiene San Ignacio de Loyola, el fundador de La Compañía de Jesús, será por eso por lo que la presencia en los oficios religiosos de damas con este tipo de accesorios de artificio en el rostro y en el pecho no era bienvenido. Y eso que entienden y disculpan su presencia, pero solo por obra de la naturaleza, en la faz de santos y padres de la Iglesia. En La India reciben el nombre de Bindi, y se colocan en la parte superior del entrecejo. Merced a esa extraordinaria capacidad de los hindúes por dar empaque espiritual a las cosas más irrelevantes, estos lunares pueden señalar tanto a una mujer casada como a un supuesto centro de energía corporal, su origen se pierde casi en la noche de los tiempos y se alude a él como "el tercer ojo".  Dicen también que Isabel  I de Inglaterra gustaba de estos accesorios en el rostro, y lo creemos. Era pelirroja y el gen del rutilismo se suele acompañar de una peculiar impronta. No era bella, y gustaba regalar guantes a aquellos nobles que eran de su agrado, que, por no contrariarla, se los ponían en el sombrero, pero, poco más.  Isabel I parecía todo un carácter, lo cual incluye ciertas dosis de extravagancia: se hizo instalar una especie de trono en sus aposentos sobre el que se sentaba para efectuar eso que se llama: “necesidades”. El tal artilugio era cómodo, pero despedía un olor tan nauseabundo cuando se levantaba la tapa, que, la Reina, prefirió seguir "cagando" en su bacín, como lo había hecho toda su vida. Francisco de Quevedo también se refiere a ellos en su verso: .... pasar parches por lunares, y lo hace con su habitual mordacidad con el fin de evidenciar la evidente enfermedad venérea que la mujer padece y que de esta manera pretende camuflar. Juan de Zabaleta, un costumbrista español del siglo XVII, ofrece en "El día de fiesta por la mañana y por la tarde", un intenso esbozo de una jornada femenina de la España barroca,  en ella, la anfitriona, que es de mala salud,  recibe sobre un estrado a sus numerosas invitadas, mientras que se queja de su frágil naturaleza, luce dos parchecitos negros sobre las sienes y nunca besa a sus invitadas por temor a descomponer el aparatoso maquillaje del que van provistas.


Tipo inglés. 1666
Tipo inglés. 1666

     Las damas inglesas, en parte gracias a su infame clima, estaban muy orgullosas de la blancura de sus rostros y de sus hombros. Se ajustaban perfectamente al ideal de pureza moral que mas o menos consideraba el tono de  la piel como una especie de trasunto de la calidad del alma. De tal forma que la pigmentación dérmica se correspondía con un nivel de degradación moral (no se asusten, estos prejuicios occidentales sobre el color de la piel tienen ecos en todo el planeta) A cambio, sufrían el condescendiente desdén de sus varones que las veían, mas o menos, como cuadros en blanco en intensidad afectiva: frías, queremos decir. Ya ven que, las virtudes, si son categóricas, suelen venir acompañadas de sus correspondientes defectos. 
     En tiempos del Cardenal Richelieu estas piezas de tafetán tenían forma  de flores, bestias, media luna, estrella, etc.  Es probable que estos parches fueran utilizados a la sazón como meros remiendos para caras marcadas por la viruela, repugnantes dentaduras o indeseables erupciones cutáneas, que eran legión  en una época en la que los maquillajes   permanecían semanas sin ser retirados de la piel.


La alegría de la decrepitud. 1750
La alegría de la decrepitud. 1750

     Los viajeros continentales se sorprendían no tanto del uso de los lunares postizos, sino de la abundancia de estas piezas; hasta quince o veinte parches se llegaban a encontrar en el rostro de las damas inglesas. Y lo que era peor a su juicio es que,  los utilizaban tanto las jovenes, como las madres y las viejas, como si la belleza se pudiera democratizar. A juzgar por los puristas de la moda, la sociedad inglesa no había entendido nada de la intención de aquellos lunarcitos, cuyo uso debía de servir para realzar la belleza y no para enumerar la cantidad de arrugas que se debían ocultar. Los franceses pensaban incluso que carecían de la suficiente picardía, considerando el caso de aquella dama a la que se le había desprendido un lunar colocado bajo el ojo y cometió la torpeza de pedir ayuda a su pretendiente, éste se ofreció gustoso a restituirlo, para descubrir que la proximidad del rostro de su amada era un lugar nauseabundo, a juzgar por la intensidad mortífera de su aliento. Pensamos incluso que el natural chauvinismo francés no podía consentir que los mejores lunares fueran pintados con nitrato argéntico, que en presencia de la luz, y guardando un poco la distancia, los hacían pasar por naturales, lo cual, por cierto, era el ideal. O en su defecto fueran fabricados con buen tafetán inglés de color negro. El mismo tafetán que utilizaría Madame de Pompadour para marcar con sus lunarcitos las distintas posiciones de las fuerzas militares al  Mariscal  d’Estreés, en las campañas de 1750. El hombre se subía por las paredes de indignación anter aquella intromisión de tocador, pero la Pompadour, al parecer, era una metomentodo y esa era su forma de proceder. Lo que mas sublevaba al Mariscal era la irrelevancia de los medios empleados para diseñar la estrategia militar: lunares¡¡¡ lo que según él daba idea del juicio que le merecían los militares a la entretenida del Rey Luis XV
     A madame de Pompadour toda la sentaba bien, hasta los polvos de maquillaje. Era de las pocas figuras de  Francia a la que el Rey, Luis XV, seguía permitiendo el uso de antifaz en la Corte, algo por cierto habitual en Francia hasta  el reinado de su monarca más amado: Enrique  IV (1). Su porte era inconfundible, el de la Pompadour queremos decir,  de forma que en su caso la prohibición de utilizar los antifaces en la Corte por obvios motivos de seguridad se hacia vano. Eso sí, utilizaba lunares sobre el antifaz con el fin de ajustarse a la moda del momento, tal y como lo solían hacer en Venecia donde buena parte de las máscaras de carnaval los llevaban, lo que da idea de lo extendido de su uso. Casanova, desde sus casi dos metros de estatura, era un ocasional usuario.


La carrera de una prostituta 1731
La carrera de una prostituta 1731. La mujer vieja usa lunares para ocultar sus marcas

     Existía una cierta literatura sobre la correcta disposición de estos parches sobre la cara, sobreviniendo con el  tiempo un código de significados en función de su colocación en el rostro. De tal forma que un lunar en la mejilla izquierda apuntaba a una mujer casada; en la derecha a un dama comprometida; sobre una verruga sugería timidez;  en la nariz descaro; en la frente majestad o junto a la boca besadora. A este ultimo: el de la boca, le llamaban también el besucón ¿Por qué sería?  Existía toda una cultura de la banalidad,  que, como suele ser habitual en todo tiempo y lugar, cultivan los profesionales de la irrelevancia; así  en 1654, se publicó un pequeño ensayo sobre “la situación de los lunares sobre el rostro de las damas con observaciones exactas de su tamaño y su forma, según los lugares  donde ellos son colocados” (Loterie  d’Amour. La  Vie privée d’autrefois) 
Mujer jóven. Alemania
Mujer joven. Alemania

     Otros consideraban que  el emplazamiento de los lunares era muy complicado, incluso la parte más complicada de toda toilette:  un lunar en la parte inferior de la mejilla podía engordar la cara; si se colocaba cerca del ojo podía obligarnos a bizquear. De tal suerte que la distribución de los mismos debía de realizarse de forma distinta en caras delgadas que en las anchas, las  largas y las ovaladas. Incluso, particularmene en Inglaterra, la colocación de un lunar en el lado derecho o izquierdo del rostro significaba políticamente a  su portador, bien  como whig o tory, facciones que en el Reino Unido valoraban de distinta manera al último rey católico de las islas: Jacobo II.  A pesar de que ciertos autores de la época sancionaban su uso con las mas feroces diatribas, entre las que se significan el parecido de los lunares con las bubas de la peste,  las aristócratas siempre iban provistas de una cajita con una numerosa provisión de postizos de diferentes formas. Un minucioso cronista de su tiempo, Samuel Pepys (2), refiere que la duquesa de Newcastle utilizaba abundante provisión de lunares negros, debido a los numerosos granitos que afeaban su cara.  El mismo Pepys al referirse a uno de los personajes de su diario: Peggy Penn, dice que esta y su hermana, suelen retirarse los lunares al llegar a su casa (hablamos de la ciudad de Londres en el año 1660) sobre todo porque su marido no le permite que los use en su presencia. Marie Nancini [citado por G. Vigarello en Historia de la belleza] también confiesa que debe retirarse los lunares para que su marido alivie su enojo y decida dirigirla la palabra. 
En éste se observa a un monje que se masturba mientras atiende a la confesión de una mujer, probablemente una cortesana, que luce un lunar en su frente
Se trata de un grabado anónimo de finales del  XVII? Utiliza la técnica de "la media tinta". En éste se observa a un monje que se masturba mientras atiende a la confesión de una mujer, probablemente una cortesana, que luce un lunar en su frente
Willian Hogarth. Vida de un libertino: La orgía. 1732-1735.  Obsérvese los numerosos lunares en las caras de las prostitutas.

     No es pues descabellado suponer que en el decurso de los numerosos bailes y festejos con que se obsequiaban los aristócratas, las mujeres utilizaran su rostro como un sutil y cambiante semáforo de sus intenciones, y ello a la vista de la calidad de los invitados y utilizando los lunares en función del nivel de receptividad al que estaban dispuestas a llegar. Si los presentes carecían de interés alguno, los lunares de compromiso y matrimonio se hacían obligados, en cambio, la presencia de pretendientes jovenes y bien posicionados demandaba cualquiera de los otros.   No es extraño que los moralistas se escandalizaran de su uso, y los puristas de su  abuso vista la imposibilidad, entre tanta abundancia de parches, de dirimir las intenciones de su portadora: la geografía de los lunares en el rostro debía ser escasa y clara. Teniendo en cuenta que esta moda la seguían también los hombres desconocemos si ese código de señales servía también para ellos, aunque es bien significativa la opinión de La Bruyére que piensa que “es propio de afeminados el uso del perfume, mirarse en el espejo y colocarse mouches”

     La corte francesa  tradicionalmente había sido muy receptiva ante estas bagatelas frívolas, hubo un tiempo incluso en el que los lunares postizos convivieron con  los palillos……………los mondadientes (Ver: Filosofía de la vida cotidiana. La historia del palillo, los mondadientes y los curedents....) Ciertamente estos instrumentos de higiene dental fueron rescatados del aire tabernario que tienen en la actualidad para ennoblecerse, siendo propio darse buen tono con ellos, utilizándolos en toda ocasión.  Esta curiosa moda fue llevada a Francia por Antonio Pérez, en efecto, el que fuera secretario de Estado de Felipe II,  realizó las primeras importaciones de mondadientes en Francia, al parecer este hombre solía obsequiar a sus conquistas con guantes perfumados de España y con los consabidos palillos (Honoré de Balzaz. Obras Completas. Puibusque: Historia comparada de la literatura española y francesa)

Familia Fagoaga Arozqueta. Mejico
Familia Fagoaga Arozqueta. Mejico
Doña Juana María Romero. Mejico.
Macaroni.

Satira. Les Mouches
María Luisa de Parma. Francisco de Goya

     Un recurso dialéctico que a fuerza de ser repetido a perdido valor deslizándose hacia el terreno de los manidos tópicos, es aquel que enuncia la dictadura de la moda, pero esto nunca fue tan verídico como en la corte de la zarina Isabel I de Rusia (1709-1762), la autócrata estableció por decreto el tipo de indumentaria que tanto hombres como mujeres debían de emplear en sus salones, y cuando en cierta ocasión el teñido de su cabello la obligó a cortarse el pelo, ordenó a todas las jóvenes de la corte a hacer lo mismo, procurando a cada una de ellas una peluca con el fin de aliviar su desconsuelo. Era tan aficionada a la moda llegada de París que intervino el cargamento de un barco que transportaba una gran cantidad de lunares postizos. Se calcula que a su muerte su vestidor almacenaba más de quince mil prendas y otros miles de zapatos.

     La Revolución Francesa acabo con el uso de estos estrafalarios adornos,  su empleo quedo restringido a algunas caricaturas y la presencia fugaz y excéntrica de los llamados "macaroni" en Inglaterra. Con el tiempo su gusto derivó hacía los ambientes patibularios; las prostitutas decimonónicas encontraron en ellos unas sucintas prótesis con las que aliviar sus frecuentes marcas venéreas. Goya fue uno de los últimos artistas en pintar lo que parecen lunares artificiales de grandes dimensiones, ello hizo pensar que en el caso de la Infanta María Josefa,  lo que había apuntado el pintor era mas bien la presencia de un gran melanoma en la sien. Finalmente los expertos se han inclinado mas bien por la presencia de estos curiosos accesorios de belleza en la sien de la Infanta. Estas "moscas" se encuentran también en algunas tablas del Méjico colonial. En uno y otro caso tienen  una gran semejanza con cierto tipo de cataplasmas utilizadas para aliviar los dolores de cabeza. La Reina   Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V,    era gran aficionada a su utilizacion tal y como recoge el pintor Miguel Jacinto Meléndez en sendos retratos.

     El glamour de Hollywood  recuperó, para la pantalla fundamentalmente, la  estética del lunar postizo.  Actualmente podemos comprobar que la potencia de algunos rostros queda reforzada por la presencia de un lunar natural o pintado: Roger Moore, Cindy Crawford, Marylin Monroe  o Madonna, entre otros muchos.

Lewis Waller en los Tres Mosqueteros
Pinturas murales de la cueva Mogao. China
Pinturas murales en la pared sur de la cueva Mogao. China. Pertenecen al periodo de la dinastía Tang (618-907). Se trata de las dos hijas de la señora Wang. El maquillaje facial en la antigua China era extremadamente complicado. La aplicación de lunetas o lunares era el último de los pasos. Repárese en la altura de las cejas, depiladas y reconstruidas casi en el centro de la frente
 
Mademoiselle Subligny dansant a l'Opera. 1688-1709





La malograda Amy Winehouse exhibiendo el encanto de un lunar en su labio superior

(1) Y también el que peor olía. Famoso por su hedor, sus amantes se desvanecían y su mujer, María de Medici, no pudo reprimir el vomitó en su noche de bodas.
(2) Samuel Pepys. Diarios, 1687.




Página actualizada en Agosto de 2018