LA PELIGROSA Y DURA VIDA DE UN SAMURÁI
Hubo una época en la que la mentira mataba, por inocua e inofensiva que fuera, mataba. La mayoría de los duelos se establecía para determinar quien mentía y quien no lo hacía. Se suponía que un hombre de honor jamás decía mentira alguna, lo que es mucho suponer. En el código del honor japonés esto es inconcebible. De hecho el Seppuku o más conocido hara-kiri (rajarse el vientre) que practican los samuráis tiene como último objeto dejar al descubierto las entrañas, las tripas, el lugar en el que reside el alma; la verdad desnuda. En efecto, en el barroco concepto del honor que se daba en el país nipón, no sólo la falta de veracidad sino la sospecha misma, acarreaba consecuencias dramáticas. Un samurái, y probablemente cualquier caballero medieval, no diría jamás nada que no pudiera cumplir porque faltaría a su palabra. De ahí que la locura del Quijote, nuestro más entrañable paladín, no sea la locura de un personaje, sino la de una forma de ver el mundo. La foto está sacada de Wikipedia, es la de un samurái. Una casta de nobles guerreros según unos, un grupo de asesinos a decir de otros.
La vida de un samurái es breve, está diseñada de tal manera para que así sea. Si no muere a edad temprana por los rigores del clima o por accidente o enfermedad, lo hará en un duelo siendo adolescente. Puede perecer también en una batalla en su juventud o practicándose el seppuku ritual, como sanción última por violar cualquiera de los numerosas afrentas al honor que el hipertrofiado código de los caballeros nipones establece: por ofender a su señor, por no hacerlo, por mirar mal, por no mirar……..Al menos la ceremonia de enterrase vivo para acompañar a su Shogun al otro mundo había quedado superada, no se podía observar su entereza al someterse a una muerte tan horrible. Explicaremos esto último mas adelante. El primer desentrañamiento que nos muestra documentadamente la historia lo cometió un gigante: Minamoto no Tametono, un guerrero que pasaba de los dos metros y que, aún así fue derrotado. No pudo soportar la humillación y loco de ira se abrió el vientre. El último Seppuku, que sepamos, lo realizó Yukio Mishima, candidato al premio Nobel, acompañado por su discípulo, Masakatsu Morita. Hablamos del año 1970.
El ceremonial del Seppuku exige la decapitación última de quién lo practica, en opinión de algunos con el fin de aliviarle los extremos sufrimientos de esta muerte ritual. La decapitación debe ser practicada por un amigo o conocido de la víctima. En el caso de Mishima, el destinado a decapitarlo era su buen amigo y discípulo Masakatsu Morita que, al parecer, perdió el coraje para hacerlo y fue sustituido por otro. No obstante Morita, posteriormente, sí que tuvo valor para desentrañarse el mismo. En la imagen la cabeza seccionada de Mishima.
Pues bien el padre de nuestro pequeño guerrero también es un samurái y su madre habrá asimilado como propio el bushido, el código del honor transmitido oralmente generación tras generación y que ciñe el quehacer diario de los guerreros. Es una amazona que lo mismo se encarga de hacer la comida, -la mayoría de las familias samuráis son de una gran modestia y viven de lo que les asigna su Señor- que de rebanar el cuello a sus propios hijos primero, y a ella después, todo con tal de no ser deshonrados ni caer en manos del enemigo. Esta mujer hará frente a sus adversarios con un arma terrible; la Nanigata. Se dice que este arma fue inventada por los monjes guerreros, relativamente frecuentes en los monasterios japoneses, y consistía en una hoja de metal ensamblada a un asta de madera que puede llegar a alcanzar los tres metros, pero que en defensa personal suele ser más corta, y que era utilizada por las mujeres de los samuráis para proteger a su familia o cuando, si es menester, marchan a la batalla junto a sus maridos.
No es precisamente una madre al uso, su instinto maternal se limitará a amamantarlo el tiempo imprescindible y de forma escasa. No sacará más afecto explícito de ella, aunque en la intimidad puede que sea más efusiva. Llorará de hambre, llorará de frío, llorará de dolor y ella lo censurará por su cobardía, por su falta de entereza, porque aquello que ahora conmueve su animo no es nada en comparación con las penalidades de la vida ¿Qué harás cuando te corten una mano? ¿Cuándo te saquen un ojo? Estas serán las historias con las que se irá a la cama. A los cuatro años recibirá su primera espada de madera, el único juguete que tendrá en su vida. Desde esta edad hasta los diez años, cubierto de harapos en un clima a veces gélido practicará junto a otros niños de su edad todas las artes que le ayuden a convertirse en un buen guerrero; esgrima, lucha y el tiro con arco si es capaz de tensar sus cuerdas. Todas aquellas habilidades que le sean útiles para su oficio, entre las cuales no destaca actividad intelectual alguna, quizás mas adelante la caligrafía. Y obsérvese que decimos artes, porque en esta isla hasta el oficio más modesto requiere arte, incluso respirar requiere un método. En este tiempo se le someterá a pruebas que hoy un adulto tendría dificultades para realizar, como caminar descalzo hasta la casa de su maestro, baños gélidos, peregrinaciones solitarias a cementerios o lugares señalados como malditos por las leyendas populares, y que en una cultura tan antropomórfica como la japonesa son muy abundantes. Deberá pasar noches enteras en soledad controlando el miedo y dejando una muestra de que, efectivamente, ha estado allí donde dice haber estado, incluso donde reposan los cuerpos decapitados de los condenados a muerte, cuya ejecución se le ha obligado a presenciar con el fin de prepararle para templar su ánimo y gelificar su sangre.
Mujeres samuráis utilizando La Nanigata |
A la edad de cinco años se le viste como si ya fuera un samurái y se le hace entrega de las dos armas que le acompañaran durante toda su vida; un daito y un shoto, una espada larga y una espada corta. Nunca debe salir de su casa sin portar ambas. Mas, su escasa edad y entendimiento, no le permiten por el momento llevarlas, pero para que el símbolo de su rango de guerrero sea advertido por todos, se le proporciona una espada corta y dorada de madera.
Como se ve sus primeras armas son armas ceremoniales pero no inofensivas, de hecho se fomenta el uso agresivo de ellas. Su propósito no es causar heridas mortales, pero las espadas de madera puede ocasionar traumatismos muy dolorosos. El singlestick o bastón, como sucedaneo de un arma de corte, tiene una tradición bastante veterana en los duelos y está presente tanto en Japón como África y Europa. Goya pintó a dos tipos españoles dirimiendo sus desacuerdos provistos de sendos bastones. De hecho, uno de los mejores duelistas en la historia del Japón, Miyamoto Musashi, uno de esos espadachines filósofos que utilizaban con la misma competencia el arma y la pluma, utilizó un remo de madera como arma para uno de sus más difíciles lances con el que logró abrir la cabeza a su oponente.
Nuestro pequeño aspirante a samurái lucirá sus heridas de combate, que las tendrá pese a su corta edad, con un orgullo que será grave, porque las emociones de un futuro samurái transcurren por un viaducto muy estrecho que no admite ostentación alguna. Su infancia quizás, se cierre con un nuevo obsequio una espada de metal pero sin filo. Con ella se ejercitará hasta que cumpla los quince años. Entonces podrá tomar el pleno uso del Daito y el Shoto o lo que es lo mismo, de su Katana y el Wakizashi con que a los cinco años le habían obsequiado. Ha dormido con ellas muy cerca y le acompañaran hasta su último suspiro, de hecho el Wakizashi le daría la muerte pues también estaba destinada, caso de ser preciso, a practicarse con ella el seppuku. Cualquiera que las toque incurrirá con él en grave ofensa, aunque solo tenga quince años. A esa edad bien puede abandonar su hogar y sólo regresará a el si se ha convertido en un hombre de honor y en un sirviente leal. Su madre no consentirá otra cosa.
Es fácil que pierda la vida en una las innumerables batallas que cruzaron el Japón feudal, tal y como cuenta la leyenda que le aconteció a aquel joven samurái al que le dolía más un pie en la cara que una flecha en el ojo. En efecto, quince años tenía este jovencísimo guerrero cuando una flecha le penetró en la órbita del ojo derribándole, de tal forma que, uno de sus compañeros, con el fin de extraerla le pisó la cara, lo cual indignó de tal manera al herido que se levantó de un salto exigiéndole una reparación por tal ofensa. Por eso, si tiene suerte y no se excede en soberbia y fanfarronería, irá sobreviviendo una día tras otro. Pero todas estas jornadas en las que aún respire sabrá que su oficio queda en las fronteras del mito porque coquetea constantemente con la muerte. Hasta el punto de que se ha sometido a un ejercicio mental que consiste en pensar que ya ha muerto. Que el fin le puede llegar incluso porque su espada roce la de otro samurái involuntariamente, lo que llevará a establecer un duelo en el que la velocidad mas que la habilidad es vital, pues su Nihontô, su espada, está diseña para rebanar y no para penetrar. Y supongamos que sobrevive a este duelo, y pensemos que no se ha dejado llevar por la ira, que ha utilizado su espada con honorable limpieza, que su Daimyö (conforme a la siguiente línea jerárquica: Shogun>Daimyö>Samurái) así lo reconoce. Que no hay sanción en su mirada, ni gesto de desprecio alguno. Pervivirá otro día, acaso para conocer a la que será su mujer, que no puede ser otra que la hija de un samurái y a la que deberá respetar toda la vida aunque sea una mala persona porque su compromiso no es con ella, es con su suegro. Y aunque el divorcio está admitido, repudiarla constituirá semejante afrenta al honor del padre de la mujer que……….. ya se sabe. Y también lo mata, al suegro queremos decir, pero esta vez es distinto, quizás la diferencia de edad entre uno y otro le diera todas las ventajas. Quizás se precipitó y así se lo hace ver su Daimyö cuya experiencia le coloca por encima de la fogosidad de nuestro hombre, que no sabe o no puede practicar la trilogía máxima del Bushido: "Sabiduría, benevolencia y valor". Sea como fuere su Daimyö le hace perder con su censura uno de los valores más caros que como caballero tiene, la reputación. Sólo hay una salida, el seppuku. Poca cosa, meterse una espada por el lado izquierdo del abdomen, empujar un poco, y luego ir cortando hacía la derecha, casi hasta el ombligo, de allí cambió de dirección, hacia arriba hasta llegar mas o menos hasta el esternón y aquí, si es posible y no ha perdido el sentido, empujar hacia dentro. Todo ello sin pestañear, sin lanzar un alarido de dolor, sin mover un músculo de la cara.
Así debía de acabar todo, pero, como ya dijimos más arriba pervivirá otro día. Su Daimyö que se llamaba Asano, aquel que reconocía más el valor en un guerrero que soportaba dignamente el arte del vivir cada día, que el loco arrojo de un bravucón, fue víctima de una emboscada y murió asesinado. Al morir su señor, había quedado liberado del juramento de lealtad con el mismo, e incluso, en este caso, tenían la prohibición expresa de su Shogun de acometer venganza alguna con el instigador de aquella muerte. Ya no era ni siquiera un samurái, la ausencia de su Daimyö le convertía en un ronin (algo así como un maremoto). Un guerrero libre que podía permencer como tal o buscar otro señor que le devolviera el nombre. Mas este no era el caso. Las dos espadas que poseía tenían nombre, una se llamaba honor y la otra lealtad. Así pues, durante dos años, él y otros 46 como él(*) tramaron la venganza pese a lo sostenido por su Shogun. Sabían cuales eran las consecuencias de quebrantar su determinación; el desentrañamiento. Aún así se vengaron, y los 47 incluido nuestro hombre, tras disponer una tela bajo su abdomen con el fin de no manchar el suelo, se abrieron las tripas y enseñaron así su verdad. Ese era el espíritu de los samuráis.
Samuráis. La foto es de un libro titulado: old and new Japon del año 1897 |
Lámina que recrea la autoinmolación de los 47 Samuráis |
La institución del duelo en Occidente, labrada en torno a valores caballerescos puede hallar puntos de encuentro con la cultura de las élites guerreras en Japón. Pero los bushi, como se conocía también a los samuráis, tienen un recorrido histórico que se extiende hasta bien entrado el siglo XIX, cuando ya en Occidente el espíritu que los inspiró se consideraba mas o menos objeto de museo arqueológico. La llamada rebelión Satsuma fue el grito final del Japón feudal. En el año 1876 más de 25.000 samuráis se rebelaron contra el gobierno imperial que había exigido a los restos de esta élite guerrera la entrega de sus espadas, privándoles así del derecho a portarlas. Se calcula que casi 2.000.000 de japoneses, el 8% de la población del Japón, estaba vinculada en mayor o menor grado al antiguo sistema militar. Integrar a esta masa de guerreros tras la rebelión y derrota de 1876 en una sociedad que pretendían acceder al siglo XX, como sistema donde primaran los valores civiles fue muy difícil, si no imposible. Parece que debe hablarse mas bien de simbiosis, el guerrero samurái con sus valores y su ética se integrará en la sociedad, pero de paso, legará a esta buena parte de su forma de ver el mundo. La historia reciente del Japón es incomprensible si se menosprecia esta idiosincrasia en el carácter nacional del nipón
(*)Se trata de La Leyenda de los 47 Ronin de Akö. Paradigma de los valores a los que se debía la élite guerrera del Japón.
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