Cloacas, alcantarillas y letrinas en la Antigua Roma y en el Califato de Córdoba. Historia del water,el alcantarillado y las toilettes (II)



Imagen:  Corte transversal de la Cloaca Máxima


Cloacas, alcantarillas y letrinas en la Antigua Roma y en el Califato de Córdoba


La historia nos la han estado contando con algo de lirismo. Tiberio, el sucesor de Augusto, se fue de Roma porque según unos no soportaba esa atmósfera de intriga y conspiración en la que vivía rodeado, y según otros, porque era un ser tan degenerado que, incluso, la impúdica capital  se escandalizaba con sus excesos. Bueno, pues ni lo uno ni lo otro: se fue de Roma porque no podía soportar el hedor de sus calles. Tiberio se llamaba Tiberius Claudio Nero, y como quiera que su afición al vino era extrema, Suetonio, en su vida de los doce cesares, sostiene que sus compañeros de armas le conocían más bien como «Biberius Claudio Nero» cuyo doble sentido se entiende con claridad.

      Suerte que las bellas artes se ven incapacitadas para representar la pestilencia, ni pueden pintarla, ni esculpirla. Aunque sí son capaces arquitectónicamente de erigir un templo a la diosa protectora de las cloacas. Muchos de los diletantes que suelen sufrir ese mal de la belleza producido por el impacto estético de la antigüedad clásica, y que refiere Sthendal, sufrirían un cortocircuito en sus sublimes impresiones. Ni aun los templos perdidos en medio del campo quedaban exentos del feroz y tenaz ataque de las meadas y deposiciones de hombres y bestias. Allá donde la distribución de las columnas permitía un mínimo recinto de intimidad, colocaban sus deposiciones, los hitos de una buena digestión, los hijos de Roma y de Grecia. Y si me apuran ni intimidad, ni vergüenza alguna, que, tal y como veremos, los romanos no precisaban de retiro para aliviarse, como sí parecían hacer los ciudadanos de la ciudad de Troya

     Otra ilustre hija de la helenidad fue Alejandría, compendio de todas las virtudes y vicios de una cultura que fenecía: la Griega, y por eso seguramente más nihilista, pomposa y orientalizada. San Clemente de Alejandría, un cronista de su vida cotidiana, nos habla del lujo desmedido de las gentes de esta ciudad, que se hacían fabricar orinales de plata y recipientes de vidrio para sus excrementos. Y dice el santo que, pareciendo este material modesto, hubo quién utilizó escudillas de oro para depositar allí sus residuos.  


El muchacho del pis. Lacasamundo.com
El muchacho del pis. A falta de otras fuentes la cerámica griega es una buena fuente de información: un esclavo sujeta un ánfora para que el hombre se alivie allí de su necesidad. Nos atrevemos a suponer que, por la suerte de objetos que porta, no es el único tipo de residuos que recoge (vestivalia.com).

     Cuenta Estrabón que los griegos, si algo habían descuidado, fue la construcción de alcantarillas en sus ciudades. Plinio el Viejo, comparando el genio constructor de griegos, egipcios y romanos era de la misma opinión «pues los romanos, a diferencia de los griegos, destacan en los acueductos, las calzadas y las alcantarillas». Aunque al parecer la ciudad de Atenas sí que poseía una gran balsa en las afueras, con el fin de recoger todas las aguas negras de la ciudad.  La ciudad de Roma no se pudo permitir esta omisión; abrumada a la postre por una población de casi un millón de habitantes, desarrolló una red de alcantarillado más que notable (extraordinaria para la época), aprovechando la intensa y regular corriente del Tíber. Lo que no consiguió evitar es que los cochinos romanos dejaran de limpiarse las manos en las pantorrillas de la estatua de Julio Cesar, a falta de otra cosa con que hacerlo.  Por lo visto, y con el fin de rehuir inadecuadas visitas a sus muros, las Termas de Tito disponían de severas advertencias con el siguiente o parecido tenor: "Duodecim Dios et Dianam et Joven Optimum Maximum habeat iratos quisquis hic minxerit aut cacarit", algo así como que: "la ira de todos los dioses caiga sobre aquel que orine y cague en estos lugares". Apercibimientos de esta naturaleza se fueron ampliando a cualquier muro, pared o templo de la ciudad. En Pompeya, un indignado ciudadano, harto de las incivilizadas costumbres de sus vecinos, dejó escrito en la pared el siguiente mensaje: "cacator cave malum" [una prohibición expresa fácilmente comprensible]. Allá donde no existía estatua de un dios, se pintaba cualquier símbolo sagrado con la esperanza de que su presencia disuadiera a posibles infractores[1]. Ni las tumbas estaban exentas del vandalismo de los profanadores, tal es así que en una de ellas puede leerse la siguiente exhortación: «Qui hit minxerit aut cacarit habeat deos Superos et Inferos iratos», algo así como «Quién venga aquí a orinar o cagar se enfrente a la ira de los dioses Súperos [del cielo] e Ínferos [infierno]». Petronio, en el Satiricón, hace enumerar a su Trimalción, ya ahíto de vino, las disposiciones para que sus restos puedan ser conservados con el decoro oportuno, una vez descansen dentro del ataúd. Dice Trimalción que hará liberto a uno de sus esclavos solo con el cometido de vigilar su tumba para....ne in monumentum meum populus cacatum currat [«para que el populacho no vaya a cagar allí»]. 

Sección de una calle en la antigua Roma. Lacasamundo.com
Sección de una calle en la antigua Roma . A Story of Roman Planning and Construction. Houghton Mifflien Company

          Todo lo cual, no hace menoscabo de la excelente ingeniería de aguas negras de las que disponía la ciudad y que se remonta a 800 años antes de Cristo. Iniciada por los tarquinos, primeros reyes etruscos de Roma, la Cloaca Máxima tiene una antigüedad de 2500 años. Su propósito inicial era el de drenar un pantano sobre el que la ciudad de Roma se había ido construyendo, pues Roma flota prácticamente sobre aguas subterráneas. 

    La Cloaca, en un principio, era un canal a cielo abierto, pero la presión demográfica acabó por convertirla en  la columna vertebral de  la red de alcantarillado de la ciudad, a la cual, vertían todas las escorrentías de la urbe, de forma que terminó por hacerse subterránea. La gran bóveda de la Cloaca Máxima, junto a su encuentro con el Tíber, es hoy perfectamente visible en la ciudad eterna y se encuentra situada junto al puente   Palatino, muy cerca de la Isla Tiberina. Nace en el Monte Argileto y allí capta aguas del  Quirinal, el Viminal y el Esquilino. 

     La arqueología de las alcantarillas, a la que son tan aficionados los romanos, tiene censados unos  900 metros de Cloaca. En algunos tramos tiene mas de tres metros de ancho y cuatro de alto, por lo que era fácilmente accesible en caso de mantenimiento. De ella se decía que era navegable, lo que vista sus dimensiones no es descabellado. Una de sus bocas, por cierto, recibe ahora el rimbombante nombre de la Bocca Della Veritá ante la que hacen cola los turistas pensando, suponemos, que es otra cosa. Refiere Plinio que, Agripa, fue capaz de desviar el curso de siete ríos para limpiarla de suciedad e inmundicia. Habitualmente este trabajo, penoso y con frecuencia mortal, lo realizaban los convictos pues el mantenimiento de las cloacas era público.

Interior de la Cloaca Máxima

    Los romanos, tan dados a inflactar su nómina de dioses con el menor pretexto, se encontraron un día una estatua entre sus aguas y pensaron que era una señal de los cielos. La llamaron Cloacina y la hicieron más o menos patrona de la Cloaca Máxima;  protectora de los desagües de Roma. Con el tiempo, Cloacina, se convirtió en diosa de la pureza, protectora de la salud sexual y diosa, por fin, de la inmundicia. Conociéndosela como Cloacina Venus. En su honor, y en el foro, se construyó un templo, frente a la Basílica Emilia. Las malas lenguas dijeron que aquella ubicación fue la elegida porque en ese preciso lugar dieron muerte a Julio Cesar, y que sólo un templo de Cloacina merecía ese dudoso honor. El templo disponía de una puerta que permitía el acceso a la cloaca y su imagen, (la del templo), acompañó el perfil de Julio Cesar en las monedas acuñadas tras su asesinato


En Roma los orinales recibían el nombre de Lasanum
En Roma los orinales recibían el nombre de Lasanum. No era descabellado encontrar  en la vía pública ánforas destinadas a recoger la orina humana, particularmente junto a tintorerias y fullonicas, lavanderías que hacían uso intensivo del líquido

  Cicerone se refiere a Roma, como la ciudad fangosa de Rómulo. Un lugar pantanoso e insalubre que, con todo, no era el peor lugar, pues sus alrededores eran un autentico cenagal, poblado por nubes de mosquitos en torno a un impracticable cañaveral. Aquí construyeron los romanos su capital que sólo tenía la ventaja de ser fácilmente defendible por las colinas que la abrazan. Refiere Tito Livio que dos obras emprendidas por Tarquinio el Soberbio marcan el devenir de la urbe y estas son el Circo Máximo y la Gran Cloaca. Como ya hemos referido, la construcción de esta última fue extraordinariamente penosa para los ciudadanos de Roma. Plinio el Viejo evocaba, casi cinco siglos después de finalizadas las obras, las interminables jornadas que, como esclavos, debía de soportar la plebe de la ciudad. Muchos romanos prefirieron la huida, e incluso, el suicidio, a soportar aquel suplicio. Tarquinio se vio empujado a reprimir numerosas sublevaciones que aplastó con dureza, utilizando los cadáveres de las víctimas para levantar cruces con el fin de disuadir futuras rebeliones. Fue una obra de proporciones colosales, tanto que a ella se refieren con distinto nivel de elogio Estrabón, Dionisio de Halicarnaso, Dión Casio, Plinio el Viejo y Casiodoro. 

Letrinas en Roma. Lacasamundo.com

La Cloaca Máxima prestó grandes servicios a Roma,  pero les tenía deparadas alguna que otra sorpresa a sus habitantes más confiados. Las buenas casas de los patricios romanos descargaban sus inmundicias mediante canalizaciones al sistema de alcantarillado, pero cuando el río Tíber crecía, lo que suele hacer con frecuencia, se producía el fenómeno de reflujo; es decir, las aguas negras salían cual sifones por los retretes de las casas, y dejaban prácticamente a la ciudad flotando en su propia mierda. Si tenemos en cuenta que buena parte de las letrinas privadas se colocaban en las cocinas, con el fin de aprovechar el agua que se utilizaba en las mismas, el resultado era doblemente temible. 

Eliminación de residuos en la antigua Roma. Lacasamundo.com
Eliminación de residuos en la antigua Roma. Ambos eran habituales. Hemos tomado la imagen de http://www.waterhistory.org

  A la vista de cómo debía de ingeniárselas el resto de la población esto no era más que un pequeño percance. Esta ciudad que llegaría a alcanzar el millón de habitantes, era una colmena abigarrada de cuartuchos para los hombres y cuadras para las bestias, aunque a juzgar por cómo se conservaban unas y otras, no se sabia muy bien cual era el reparto de las indecentes estancias. Los amplios espacios de los Foros eran,  en la Roma profunda, callejas inmundas y callejones sin salida dotadas de unos pestilentes agujeritos. Son estos las bocas de las alcantarillas, supuestamente debían permanecer limpias, pero con frecuencia, estaban obstruidos, y no solo con restos fecales, sino con animales muertos e inmundicias de toda naturaleza. Los mismos restos del Emperador Heliogábalo que se había refugiado vanamente en la hediondez de las letrinas del palacio imperial, y al que sus pretorianos furiosos habían dado muerte, se quedaron trabados en una de estas bocas por donde la ira de los soldados querían hacer desaparecer sus restos, pero por fin fueron lanzados al Tiber. Y no fue el único: Nerón, aprovechando una de esas temibles rondas nocturnas que realizaba disfrazado con peluca y gorro por los lupanares y tabernuchas de la ciudad, gustaba de apalear a incautos, ordenando acto seguido deshacerse de aquellos cuerpos descoyuntados lanzándolos a las cloacas. El cuerpo de San Sebastián sufrió también el mismo destino; su verdugo, el Emperador Diocleciano, pensaba que de esta manera privaba a los de su secta de la ceremonia funeraria.

       Aquí vaciaban sus orinales los ciudadanos de Roma, aunque eran los munícipes los encargados de vaciar las tinajas; recipientes colocados bajo las escaleras de las frágiles insulae (manzanas de casas) que oficiaban como letrinas. Estos depósitos debían de vaciaarse con alguna frecuencia, pero entretanto, y aunque rebosaran de excrecencias, allí seguían vertiéndose los restos. Los vecinos de los pisos bajos, agobiados por el repugnante olor, mantenían un permanente conflicto con los de los pisos altos. Por una u otra razón, porque estuvieran impedidos, por evitar conflictos, por no bajar varios tramos de escaleras, estos últimos acababan por lanzar desde las ventanas sus inmundicias a la calle. Este deporte, el de vaciar el orinal por la ventana, lo ha estado utilizando la humanidad durante varios siglos. Hay constancia de que en la ciudad de  Ur, capital de Sumeria, y más o menos en la actual Irak, sus vecinos abrían las puertas de las viviendas y vaciaban así sus bacines. De ello hace unos 3500 años.




          En Roma se vivía en la calle, los insulae eran poco más o menos lugares en los que dormir, guardar pertenencias, refugiarse ante la lluvia o permanecer en caso de enfermedad. Por eso la ciudad dispuso de los primeros retretes de pago de la historia. Junto al  teatro Marcelo, por ejemplo; un ciento de ellos. Una galería porticada, bajo la cual, se disponían decenas de losas a las que se les habían practicado un orificio. Una a continuación de otra y en las que se acomodaba el cliente, a veces acuclillado por la suciedad acumulada en la superficie. Por debajo de estas losas, utilizadas como asientos, una corriente de agua permanente se ocupaba de empujar los restos hasta la cloaca más próxima,  seguramente el agua había sido previamente utilizada en los baños más próximos y se aprovechaba de esta manera. Un canal más pequeño transcurría paralelo al primero, sirviendo éste para limpiar las esponjas naturales que por lo visto utilizaban para limpiarse. 

       Los servicios públicos en Roma se denominaban foricae, eran administrados por un contratista: "conductores foricarum". Las letrinas eran unisex, diáfanas, la mayoría sin protección alguna ni siquiera para la lluvia, de forma que la ropa se utilizaba para ocultar el cuerpo. Y eso los más pudorosos, porque parece ser que el alivio intestinal en Roma no exigía la mas mínima intimidad, ni superior atención que la merecida por un grupo de ociosos disfrutando de un refresco en una de nuestra terrazas de verano. Marcial, una especie de cronista social oriundo de Hispania, contaba que los romanos aprovechaban su presencia en las letrinas para ejercer sus habilidades sociales y permanecían en ellas, a veces durante horas. Protegidos por la Diosa Carnea, señora de las entrañas, la buena digestión y el fortalecimiento del cuerpo, y cuya imagen era muy frecuente encontrar en estos establecimientos.

 Por cierto siempre se ha dicho que los romanos eran eminentemente prácticos y prueba de ello es que, el emperador Vespasiano, agotado el tesoro público, se le ocurrió entre otras medidas la de establecer un impuesto sobre "la orina". Podría haber pasado a la historia como el primer gestor de residuos urbanos, pero no había nada de eso. Como la orina tiene amoniaco y éste es bastante eficaz en la limpieza, impuso la obligación de separar los sólidos de los líquidos en los retretes públicos,  para posteriormente vender a las lavanderias (fullonicas) toda la orina posible. Tanto es así que los urinarios públicos recibieron el nombre de Vespasiani, y a diferencia de las letrinas, no volcaban su contenido en las alcantarillas sino en vasijas. "El dinero no huele", decía el emperador. Vespasiano, por cierto, fue un emperador bastante capaz y moderado, teniendo en cuenta el talante de sus predecesores en el cargo

        Fullonicas en sentido estricto eran las lavanderías donde se almacenaba la orina rancia, y debieron de existir por cientos en la ciudad. Su aroma contribuiría a esa marca indeleble de la hediondez que suele acompañar las grandes aglomeraciones humanas. Con razón sostenían muchos viajeros que el primer indicio de la proximidad de Roma lo percibían las narices y no los ojos. Cuando Nerón decía que odiaba aquella ciudad (coincidía en esto con Tiberio) probablemente se estuviera refiriendo a su marca odorífera, se perfumaba desde los pies hasta el último de sus cabellos. Y en los momentos en los que su convivencia con el pueblo se hacía inevitable solía cubrirse el rostro con un pañuelo aromatizado con agua de rosas. 

Con todo, la habilidad de esta urbe para gestionar el pantanal físico y humano de su cotidianidad es brillante. Aún hoy utilizamos sus galerías subterráneas; muchos de sus acueductos serían perfectamente capaces de regular el viaje del agua en la actualidad. De hecho, treinta metros por debajo del nivel del suelo de la Plaza de España en Roma.  transcurre el llamado Acueducto Virgen, construido hace más de 2000 años por Agripa, abastece de agua, entre otras, a la Fontana de Trevi y su líquido es de una pureza excepcional. La historia de Roma, a decir de algunos arqueólogos, no se puede entender sin sus alcantarillas. 

      El colapso del Imperio le llevó a Europa casi mil años de lenta y dramática recuperación. El alcantarillado no iba a ser menos, y por eso de que el mejor sistema de evacuación es el que no se ve, los hombres de la Edad Media no repararon en él hasta que las epidemias le pusieron en el brete de la mera supervivencia.

  Siempre se ha dicho que el cristianismo vino con las manos y los calzoncillos sucios. Que debieron ser los árabes, antes del año 1000, los que les enseñaran que hay que lavarse las manos antes de comer. Que la suciedad no les protegía de las enfermedades del exterior, sino que se las causaba. Que a falta de comida, el retener deliberadamente las deposiciones no les alimentaba más. Y que dejar a los niños chapotear en las insalubres lagunas de agua sucia que se formaban en las ciudades no era nada bueno. 

Probablemente la excepción la constituyeran los monasterios y residencias de la Iglesia. En la Edad Media los monasterios tenían unas condiciones de vida envidiables en  comparación con el resto de la población. Comían bien y todos los días, dormían en seco, podían refugiarse del frío en invierno, y los gruesos muros conventuales les protegían del calor. Pero sobre todo disponían de una red de evacuación de aguas residuales, retretes y algún que otro hábito higiénico. Los muros que rodeaban los conventos eran una especie de fortaleza física y espiritual para evitar los asaltos de los campesinos, asediados por el hambre y las enfermedades. De esta manera  los monjes consiguieron eludir las epidemias de peste y cólera mejor que el resto de la población. 

        Tampoco nos han dicho que las ciudades se han edificado junto a los ríos y a las orillas del mar, entre otras cosas para utilizarlos como alcantarillas naturales. Esto sucedió con París y Londres que vinieron a tomar el testigo de Roma en cuanto a ciudades emergentes……..aunque eso les llevaría algunos cientos de años más. Por estas fechas, siglo X siglo XI, la gran metrópoli de occidente era Córdoba con 140.000 ó 180.000 personas, aunque haya  página por ahí  que elevan esa cifra a un millón de habitantes. Cronistas árabes hablan de nada menos que 900 baños públicos[2], cifras exageradas pero que ahí quedan. En cualquier caso la ciudad no tuvo igual es su época en el occidente europeo, insistimos. Constantinopla había quedado sutilmente anclada en Oriente

  Córdoba era una urbe sofisticada, culta y rica a la que llegaron a acudir reyes cristianos con el fin de practicarse curas de adelgazamiento, en efecto, Sancho «el craso», rey de León acudió a Córdoba en tiempos de Abderramán III para ponerse en manos del médico del califa y perder parte de sus 180 kilos de peso[3]. En comparación con esta ciudad, Aquisgrán, la capital del Imperio carolingio, era un pueblacho en el que la mitad de sus reyes no sabían ni escribir. Por estas fechas,  al emperador Federico Barbarroja, le tuvieron que rescatar del pozo de aguas negras del castillo de Erfurt (en el centro de Alemania) porque el suelo había quebrado y todos los presentes en la Dieta se precipitaron en tan exquisita colación. 


Antiguos baños del Alcázar de los Califas cordobeses. Lacasamundo.com
Antiguos baños del Alcázar de los Califas cordobeses.

 Si bien los baños públicos no son exclusivos de la España musulmana, como prueba el hecho de que Alfonso XI los prohibiera en la zona cristiana(*), en Córdoba, a diferencia de ese paisaje crudo, miasmático y hediondo de la mayoría de las ciudades de la Edad Media, existía una autentica pasión por los baños. Una cultura higiénica que entroncaba claramente en patrones religiosos.  El Corán, como la Biblia, es otro regalo religioso de esa tierra reseca y un poquito “rara”. El agua para el musulmán es un precepto casi sagrado. El agua purifica y a falta de ella: arena.

 En efecto, según El Corán antes de las abluciones previas al rezo un creyente debe de lavarse, especialmente si menstrua, después del acto sexual….. y bla, bla, bla. Esa fijación de los hombres de Oriente Medio por el sexo. El caso es que si no se dispone de agua, deben de lavarse la cara y las manos con arena limpia. Gracias a que el Islam es extremadamente minucioso (intromisivo más bien) al marcar las pautas que debe seguir todo musulmán en los aspectos más triviales de la vida, podemos imaginarnos la intimidad ideal de un creyente dentro de un retrete. Para empezar no debe en ningún caso hacer uso de su mano derecha en el caso de que se vea obligado a limpiarse con agua, lo que se denomina istinyä. Si no dispone de agua, debe usar arena o papel, o bien un número impar de piedras (sic), nunca huesos ni excrementos de animales, todo lo cual se denomina istiymär. Penetrará en el retrete con el pie izquierdo y pronunciará la siguiente fórmula: "En el nombre de Dios...". Al salir lo debe hacer con el pie derecho y deberá decir: " A Dios gracias..." Mientras permanezca en este recinto no puede dar la espalda a La Meca, pero tampoco orientarse hacia ella. No hablará y se  abstendrá de penetrar allí con cualquier objeto que lleve en su superficie el nombre de Dios escrito. Luego, apunta una serie de lugares en los que no es lícito satisfacer las necesidades fisiológicas, y lo hace con bastante intención ecológica, toda vez que excluye las aguas de los ríos y la corrientes que fluyan, los lugares de esparcimiento, a la sombra de los árboles y las fachadas de las casas, etc. 

         La higiene trasciende la práctica religiosa y se convierte en un hábito cotidiano. La limpieza no solo se limita al cuerpo sino  que alcanza a todo aquello que nos rodea, que debe ser, en la medida de lo posible, limpio e higiénico. En la Córdoba califal, al menos todo el que disponía de una mediana posición tenía un retrete, cuyo uso, estamos seguros, no requería tanta minuciosidad como la referida en el punto anterior. Además la municipalidad le reglamentaba el empleo y distribución de las arquetas que compartía con sus vecinos. Los pozos negros, por cierto, eran limpiados por judíos y cristianos cautivos

         Tres niveles de alcantarillado existían en la ciudad: las canalizaciones que salían de las casas, las cloacas en las calles, y aquellos conductos colectivos que acercaban sus desechos al río. Las alcantarillas disponían también de una suerte de tapas de registro, piezas de pizarra que facilitaban la apertura periódica de las canalizaciones con el fin de sanearlas. Aquí la Cloaca Máxima, recibía el nombre de cloaca madre y aquí vertían todas las demás. Varios colectores recogían el agua desde la parte alta de la ciudad y de allí descendían al río bajo las calles más importantes de la ciudad, recogiendo otras canalizaciones menores en su recorrido. Las alcantarillas se construían con sillares de piedra y se cubrían con losas de hasta dos metros. En una fecha tan relativamente reciente como el año 1919, se presentaban todavía restos del antiguo alcantarillado árabe de la ciudad, siendo el recorrido de estos colectores perfectamente aprovechable para su uso. Conviene recordar que hasta la misma palabra "alcantarilla" deriva del árabe.

Francisco Azorín 1919. Red de alcantarillado de la Córdoba de Abderramán

Los artesanos eran por lo visto bastante hábiles en el diseño de las letrinas: por supuesto alejadas de las zonas comunes pero muy próximas a la pared que les separaba de la calle. Pintadas las paredes, con revoques curvos en las esquinas e inclinación del suelo para facilitar la evacuación. No, no había papel higiénico pero casi. En Medina Azahara, que era como un Palacio de Campo del Califa,  las viviendas poseían retretes.

       En su defecto (en ausencia de retrete queremos decir), el correspondiente pozo negro, que debía de ser como el wc de los pobres. Tienen un problema; requiere sitio para hacer el agujero en el suelo, y las ciudades árabes están en un puño, con esas callejas que no llevan a ningún lado. Pensemos que hay.............. que hay sitio, queremos decir. En este caso se dan dos grandes problemas; uno que llueva, si se desborda el pozo negro todo esa agua infecta puede causarte la ruina en tu casa y en la del vecino,  el musulmán es muy quisquilloso, y si es rigorista peor. Su vida está pautada por el libro santo en casi todo, y la Córdoba califal tenía un sinfín de normas y sanciones para los dueños poco cuidadosos de sus pozos negros. Otra cuestión obvia:  que el pozo negro se llene; un día, otro, otro.... En fin. ¿Quién lo vacía? Pues unos muchachotes, judíos o cristianos, ya que este era un oficio vil, y que utilizaban unas vasijas que una vez llenas debían de tapar por razones obvias. Las vasijas, con el fin de no derramar su contenido, debían de ser transportadas entre dos personas y debían de utilizar una campanilla para avisar a la gente del tipo de mercancía que transportaban, como si el olor que les acompañaba no fuera a ser suficiente. En general todo lo relacionado con el alcantarillado, limpieza de pozos negros, enterramientos y letrinas estaba mal considerado y junto a los payasos(sic) y las prostitutas, el oficio de pocero era denigrante.

De tal forma que cuando se defecaba o se orinaba el creyente no debía de mirar en ningún caso hacia La Meca. Las mezquitas, caso de disponer de letrinas, debían contar con un pocero que las limpiara a diario pues el lugar era sagrado y el recogimiento que exige la oración no parece casar muy bien con la pestilencia de estos lugares. En Roma decíamos que se comerciaba con la orina, en Córdoba se vendían las aguas fecales como un “paquete” completo. Las heces eran un fertilizante de notable eficacia, a juzgar por la opinión que de ellas tenían los clásicos greco-latinos. Al parecer la lechuga[4] era una variedad vegetal ideal para su cultivo  en  superficies abonadas con evacuaciones humanas y el decurso de los siglos en nada parece haber enmendado esta técnica. Por lo visto, los deshechos fecales eran muy apropiados para tierras secas y yermas como eran las de muchas zonas del Califato. 



[1] Una extensión a este episodio la encontraríamos, siglos después, en el suceso del callejón del codo, en Madrid, donde el insufrible, bronco y tabernario Francisco de Quevedo solía orinar todas las noches, a fin de aligerar el mucho vino del que venía cargado. Los vecinos, indignados, se ocuparon de fijar en los muros la advertencia de que «no se debía orinar donde había una cruz» a lo que este pendenciero personaje se ocupó de añadir la siguiente leyenda: «no se coloca una cruz donde se mea».
[2]Con el fin de corregir algunos tópicos, también en la zona cristiana de la Península estaban regularizados los baños públicos. Según M. Pidal, Los Fueros de Cuenca establecían los baños para los varones los días martes, jueves y sábados; las mujeres, lunes y miércoles, y los judíos, viernes y domingos.
[3] La dieta a la que fue sometido era radical: pan y agua durante sesenta días.
[4] Libro de Agricultura. Yahya ibn Muhammad Ibn al-'Awwam (XII-XIII)



Rev: 12 de junio 2022


Entradas(post) sobre La Historia del Alcantarillado, las cloacas, letrinas, water y toilets publicados hasta la fecha



Para saber más: 



Las cloacas de Caesaraugusta. Fco de Asís Escudero Escudero y María Pilar Galve Izquierdo. Institución Fernando el Católico.