Prensa para perfume en Paestum |
El Perfume en Roma
Hemos elegido para esta primera entrada sobre el perfume en Roma una recreación puntualmente ficticia, pero que describe muy bien una civilización que nos hechiza y a veces nos repugna por su crueldad. Pues bien, creemos que debía ser la hora séptima o la hora octava, en cualquier caso, un poco más tarde del mediodía. Un día cualquiera de esas jornadas tórridas y húmedas del verano romano. Se habían dispuesto toldos sobre las zonas más nobles del anfiteatro con el fin de aliviar el espantoso calor, y también, aprovechando un receso en la matanza, se habían despejado las gradas donde se sentaba los espectadores. Un multitud de esclavos provistos de recipientes llenos de agua baldeaban las recalentadas piedras, limpiaban los vómitos y se deshacían de los borrachos. Algunos de estos infelices beodos, en su vano y torpe afán, habían caído accidentalmente a la arena al asomarse de forma imprudente por encima de la cornisa que remataba el podium, siendo devorados, cuando no, terriblemente mutilados por las fieras que no hacían distingo entre los condenados y los meros accidentados. El gran coloso abría sus cancelas desde las primeras luces y no menos de cincuenta mil espectadores habían pasado desde entonces por sus gradas. Toda aquella multitud acababa por dejar su apestosa marca de especie sucia y maloliente, de tal forma que, este olor a humanidad, se mezclaba con el de la sangre derramada y seca sobre la arena y los restos de vísceras y miembros seccionados que las bestias habían despreciado por encontrarse ya saciadas. Todo ello unido al olor propio de aquellos animales salvajes, sus orines y deposiciones
Antes de que una extraña secta religiosa que adoraba a un Dios único se convirtiera en la principal proveedora de victimas para los espectáculos de Roma, estos se nutrían de todos los criminales del Imperio, desertores y prisioneros. Carne fresca para leones y panteras, osos de Caledonia, toros y enfurecidos elefantes. Armados los infelices con ridículas espadas y escudos de madera que en nada podían detener el letal zarpazo de una fiera de doscientos o trescientos kilos (Marcial, de spectaculis 7). Los pocos patricios que a esta hora ardiente sesteaban los últimos momentos de aquella feroz representación, se cubrían sus rostros con las togas, mientras que las damas hacían lo propio con un trozo de ámbar en las manos, cuyo calor, al parecer, fomentaba la intensidad de su aroma. Aquel embozo con el que ocultaban su rostro no hurtaba expresión de reprobación alguna; el brillo vítreo de sus ojos obedecía, más bien, al exceso de vino perfumado que habían estado consumiendo desde tempranas horas. Sus corazones se mostraban de piedra ante los desgarradores alaridos de aquellos infelices cuyos cuerpos rotos, desgarrados, sacudidos como muñecos de trapo entre las fauces de las fieras les habían servido de espectáculo durante aquella tediosa jornada de verano. Solo les incomodaba el olor, se protegían del apestoso olor del coloso, que a duras penas, intentaban aliviar una legión de esclavos provistos de ánforas cuyo contenido rociaban sobre sus cabezas. Se trataba de agua mezclada probablemente con un perfume llamado Rhodinum: hojas de rosa secas mezcladas con incienso, hinojo y mirra (actualmente son precisos 3 millones de pétalos de rosas para obtener un litro de esencia. Ojo que decimos esencia, probablemente el Rhodinum precisara muchas menos flores) No era un producto exquisito pero perfumaba adecuadamente grandes concentraciones humanas. Podía considerarse como el ambientador barato de la antigüedad.
Este es un uso un tanto bizarro de los aromas en la capital de Occidente, pero en Roma, donde se juntaban un millón de habitantes, toda la historia parece acelerarse y lo que antes requería un proceso lento y medido de maduración adquiere aquí un tempo explosivo. Como si el adagio clásico del vivir, amar y más tarde morir marcara la ruta vital de todos sus personajes y les hiciera conscientes de que la vida consiste en esas tres claves, y nada más. Carpe diem, dicen.
Amorcillos del perfume. Vetti. Pompeya |
Este es un uso un tanto bizarro de los aromas en la capital de Occidente, pero en Roma, donde se juntaban un millón de habitantes, toda la historia parece acelerarse y lo que antes requería un proceso lento y medido de maduración adquiere aquí un tempo explosivo. Como si el adagio clásico del vivir, amar y más tarde morir marcara la ruta vital de todos sus personajes y les hiciera conscientes de que la vida consiste en esas tres claves, y nada más. Carpe diem, dicen.
Es paradójico que las civilizaciones salgan del barro, para después de muchas peripecias, volver otra vez a él. En estas peripecias encajamos todas estas artes que hacen la vida más cómoda; las llamadas artes de la paz. Los aromas, por ejemplo. El perfume habla y lo hace de una manera particular; tomad un litro de agua y llevarla a ebullición. Nada os dirá, es solo agua a borbotones, pero echad sobre ella una modesta hoja de laurel y veréis como ese líquido os empieza a hablar. El olor es el que le hace salir de su anonimato, de su pesada carga de normalidad. Cicerone, otro de esos hombres que era mejor escritor que persona (y suele ser muy frecuente), decía que el perfume es una joya invisible que una mujer se coloca como tal entre sus mejores accesorios. Si es bueno será la mejor de todas aquellas joyas, pues dejará una marca en todas las personas que lo han sabido disfrutar. Y si es sabia, la mujer queremos decir, sabrá que el perfume solo huele al principio, y por eso, hará breve su estancia, para que en la memoria olfativa de todos los presentes quede la fuerza de ese aroma.
Un aroma que cuanto más bueno, más caro. Roma derramó sobre esa zona conocida como la feliz Arabia millones de sestercios para satisfacer con sus olores la insaciable demanda de su veleidosa y caprichosa población. Es el caso del conocido como Foliatum un perfume, según Marcial, que dejaba temblando los patrimonios de los senadores romanos, se elaboraba con nardo, aceite de ben, mirra, bálsamo. O El ungüento real, el aroma reservado a reyes, no en balde lo utilizaban los monarcas partos. El ungüento real era el resultado de la maceración de 25 componentes que le proporcionaban un empaque único: miel, vino, cálamo aromática, hena, canela, nardo, mirra, cardamomo, etcétera. El megalium considerado el perfume por antonomasia de la antigüedad. Un clásico: aceite de balano, cálamo aromático, junco perfumado, xilobálsamo, canela y resina
Roma se había entregado a los perfumes, hasta el extremo de que los hombres disputaban con las mujeres por sus mejores piezas. Pero no siempre fue así, Plauto decía que una mujer huele bien cuando no huele a nada. Sabia de lo que hablaba, en esto parece que estaba de acuerdo con Virgilio que prefería no oler a nada que oler bien. Uno y otro eran muy conscientes de la borrachera olfativa en la que se había convertido la Roma Imperial, y en la que, con mucha frecuencia, los perfumes, su abuso, intentaban ocultar una higiene defectuosa. De ahí esa ansia casi "republicana" por el retorno a la pureza de un cuerpo que sólo oliera a tal cuerpo.
Roma se había entregado a los perfumes, hasta el extremo de que los hombres disputaban con las mujeres por sus mejores piezas. Pero no siempre fue así, Plauto decía que una mujer huele bien cuando no huele a nada. Sabia de lo que hablaba, en esto parece que estaba de acuerdo con Virgilio que prefería no oler a nada que oler bien. Uno y otro eran muy conscientes de la borrachera olfativa en la que se había convertido la Roma Imperial, y en la que, con mucha frecuencia, los perfumes, su abuso, intentaban ocultar una higiene defectuosa. De ahí esa ansia casi "republicana" por el retorno a la pureza de un cuerpo que sólo oliera a tal cuerpo.
Y en efecto, La Republica Romana ha quedado marcada por cierta historiografía romántica como un periodo en el que la decencia y el honor eran aceptados en Roma como carta de pago. Un tiempo en el que hombres como Régulo eran capaces de renunciar a la confortabilidad y seguridad de su hogar, para regresar a Cartago, donde fue muerto, y todo por no permitir que se pusiera en duda su palabra. Marco Atilio Régulo pertenecía a una generación de hombres refractarios al uso del perfume y otros accesorios cosméticos. Se limitaban a una higiene social, y de vez en cuando, a algunas friegas con aceite. Los moralistas del Imperio, al igual que hicieron los griegos antes, presentaban a las vestales como el ideal de belleza a la que debía aspirar cualquier dama romana. Sólo a un emperador se le ocurrió violar a una de ellas, y ese fue Nerón. La virtud de las vestales era la de todo el pueblo de Roma, es bastante significativo que tuvieran prohibido el color en sus vestidos, el perfume y las flores. Virgilio, en su obra Medicamina, un ensayo sobre los ungüentos, ya marca una línea entre las mujeres republicanas, poco esmeradas en su presencia, y sus contemporáneas; muy cuidadosas en la cosmética y en pugna con los hombres en dedicación a su acicalamiento.
Probablemente la República Romana no fuera tan esquiva ni modesta en el uso de los perfumes, puesto que su último representante, Julio Cesar, incluso tenía uno; el telinum, originario de la isla de Tello, en "las cicladas" que estaba elaborado con aceite de oliva, heno griego, mejorana y el trébol. De hecho, Roma recibió la manufactura del perfume de sus vecinos los griegos que la pasaron a los etruscos, esa gente que ha pasado a la historia por la sonrisa de sus imágenes funerarias, y por una cataplasma vendida en Roma con el nombre de "tierra de Etruria", que tenía fama de ser eficacísima para suavizar la piel. Fueron antiguas colonias griegas donde se producían los mejores ungüentos, léase Neapolis, Paestum o Capua. En esta última existía incluso una plaza pública en la que se agrupaban los fabricantes de aromas. Seplasia se llamaba esta plaza y "seplasiarii" los fabricantes de ungüentos, tal fue su fama durante la República. Pero por si fuera poco disponemos de esos hiatos de la historia que son Pompeya y Herculano, suspendidas en el tiempo hasta en sus aspectos más livianos y en las que disponemos de testimonios como la casa del perfumista. Sendos comercios del hito arqueológico, cuyos restos han permitido reconstruir hasta las prensas utilizadas en la obtención de aceites esenciales. También una recreación de otra, sita esta en el enclave griego de Paestum a unos cincuenta kilómetros al sur de Pompeya.
Es en Pompeya donde se encuentra el fresco de los “amorcillos del perfume”, en la llamada casa de Vetti, hallados en el silgo XIX y en el que, de derecha a izquierda, se observa el proceso de prensa de las flores; luego la maceración en aceite ligeramente caliente, para pasar a molturar o mezclar. Este proceso puede incluir adición de otras sustancias como, por ejemplo, resinas, con el fin de densificar el producto. El último paso era el embalaje, quizás tan importante entonces como ahora, en este caso parece que se utilizó en el ungüentario una figurilla de Venus. Un amorcillo, ofrece por último, una pequeña muestra en el dorso de su mano a una dama. En la vecina Herculano también se ha encontrado un fresco (Casa dei Cervi), de parecido tenor, pero con prensa y maceración únicamente.
Reconstrucción de un taller de perfumes en Paestum. |
Este tipo de prensas utilizadas para la extracción de esencias fueron conocidas como verticales, de tal manera que, a mayor presión se obtenía una esencia de mayor calidad. No en balde la Campania (más o menos la actual Nápoles) producía las mejores rosas de la Península, y además, producía un aceite, el de Venafre especialmente indicado como base para los preparados fragantes que se solían presentar con este formato oleoso. Y es que esta tierra volcánica tiene una sorprendente capacidad para generar vida allá de donde la quita. Ya lo dijimos en nuestra entrada sobre Grecia, pero lo repetimos otra vez, el aceite es el vehículo esencial del perfume en la cultura greco-latina.
Entradas(post) sobre la historia del Perfume publicados hasta la fecha
- El Perfume. Los perfumes. Historia del Perfume (I)
- Filosofía del Perfume. Olor y olfato. Historia del Pefume (II)
- El Perfume en Egipto. Historia del Perfume (III)
- El Perfume en Judea. Los olores de la Pasión de Cristo. Mesopotamia. Historia del Perfume (IV)
- Perfumes en Grecia. Entre el mito y la realidad. Historia del Perfume (V)
- El Perfume en Roma. Primera Parte. Historia del Perfume(VI)
- Aromas y perfumes en la Antigua Roma. Segunda Parte. Historia del Perfume(VII)
- Historia del Perfume en España: los aromas de al-Andalus. Historia del Perfume(VIII)
- Olor de Santidad. Perfumes Sagrados. Incienso y Mirra Historia del Perfume(IX)
- Perfumes, esencias y aromas en la antigua India. Parte Primera Historia del Perfume(X)
- Perfumes y olores en La India (Parte II). Historia del Perfume(XI)
- Aromas de La India. La esencia del Kamasutra. La esencia del Rey Bhoja Perfumes y olores en La India (Parte III). Historia del Perfume(XII)
Última revisión: 02/02/2019
Última revisión: 12/03/2022