Aromas y perfumes en la Antigua Roma
Un caballero o senador no aceptaría asumir un actividad considerada poco honorable, y eso que, un perfumista llamado Vettius Hermes fue tan rico en vida que se pudo ofrecer un monumento funerario una vez muerto con jardín incluido. Pese a fama de los unguentarie tabernae, su rentabilidad las hizo muy apetecibles. Incluso, para aquellos que despreciaban sus turbios negocios, utilizaban para ello los muy conocidos hombres de paja que gestionaban la actividad por su cuenta.
Las mujeres son sus principales clientas. Escogemos a una, pero pueden ser legión Popea, por ejemplo, esposa de Nerón y su celebre baño de leche de burra aromatizada con melisa y lavanda. El Emperador agotó la producción de incienso de Arabia en sus funerales. (................................................................................................................................... Se suprime por derechos de autor)
pero esto en nada desmerecía su belleza, su cutis, la blancura de sus dientes, su piel y talle. Pensaba que esa belleza suya la haría inmune al envejecimiento, pero, por si acaso, decidió prohibir todos los espejos en su hogar hasta que uno de sus amantes, despechado, le presentó uno en cuya superficie encontró Acco la tan temida imagen de su vejez. Acco no tuvo buen fin, pero su historia la utilizaron las virtuosas madres para escarmentar a su hija y prevenirlas contra el exceso de cosmética y perfumes en su cuerpo.
No debió de ser muy ejemplar esta exhortación, porque las mujeres, y sobre todo las patricias, se mostraron rendidas ante el poderoso hechizo de los aromas. Podían elegir entre el Narcissium , el Nardicum , Sucinum (miel, aceite de palma, cinamomo, mirra y azafrán) o el Foliatum, un perfume este último que Marcial estimaba como fuente de perdición económica para los maridos debido a su altísimo precio. Se considera el perfume por antonomasia de las mujeres ricas: nardo, aceite de ben, mirra, bálsamo, entre otros. Pero las damas romanas no solo satisfacían su avidez cosmética en los comercios de perfumería. Recluidas muchas de ellas en el universo femenino de sus lujosas residencias y rodeadas de una nube de sirvientas que atendían sus más mínimos deseos. Las cosmetae eran las esclavas encargadas del acicalamiento de sus señoras. No formadas estas precisamente en la paciencia ni en el carácter piadoso. De todas ellas probablemente la que más podía sufrir su furia era la ornatrix, una virtuosa del peinado, una artista del cabello y responsable para bien o para mal de aquellos pequeños zigurat de trenzas, moños, extensiones y pelucas con las que sus déspotas amas pretendía asombrar a Roma. Por ellas velaba Ovidio cuando en el arte de amar advertía «Que la peinadora esté libre de temor: aborrezco a la que araña la cara con uñas y clava agujas en los brazos» La ornatrix controlaba como nadie ese numeroso despliegue de tarros, frascos de todo tipo, perfumes, pomadas y peines con los que se trabajaba el cabello. Esa fecunda y numerosa población de objetos que descansan sobre "el tocador" y que Ulpiano (jurista romano) estima como perteneciente al "Mundus muliebris"(*).
La jornada de cualquier dama romana patricia o enriquecida podían muy bien iniciarse con un lavado de cara con una mezcla de agua, henium y lomentum, es decir: leche de burra, harina de habas y mirra. Se lavaría las manos con una mixtura de grasa animal, ceniza y aromas. Limpiaría sus odios con ayuda de un pequeña instrumento llamado auriscalpia y utilizaría una pequeña pieza de marfil o de oro para rasar su lengua. Sin olvidar su dentadura que limpiaria con polvo de piedra pomez mientras que, para los espacios interdentales, utilizaría plumas de lentisco que usaría también como si fueran mondadientes. Por fin se enjuagaría la boca con agua perfumada y quizás, mientras disfrutaba una media hora del baño, también perfumado, masticaría caramelos de Cosmo de los que nombra Marcial, y que por lo visto atenuaban la halitosis. Juvenal, un crítico feroz de las costumbres de su época, y en particular de los excesos de los maquillados y cosméticos, sostenía que solo elaborar un peinado al gusto de una de estas déspotas requería el concurso de no menos de diez esclavas. Y eso solo para iniciar acaso la metamorfosis de una mujer que intuía el peso de los años, y pretendía corregir las marcas del tiempo utilizando la mayor parte del día mascarillas de belleza, las cuales impedían a su marido o amante reconocerla, pues nunca podían ver aquel rostro limpio de ungüentos, ya que estaba sometido a un proceso tan interminable como inútil de mejoramiento. Ovidio, a pesar de ser un fecundo divulgador de pociones y específicos, las había aconsejado que uno de los peores escenarios para la seducción es aquel que muestra al amante todos los recipientes que permiten hacerla bella, puesto que su abundancia no muestra su riqueza sino que solo delata el alcance de su estafa. Imaginamos el ideal de belleza de una mujer romana más próximo al maquillaje escénico de una geisha, que al de un rostro fresco y lozano. Y es que los resultados de aquellos maquillajes compuestos en muchas ocasiones por sustancias cáusticas cuando no venenosas como el plomo, debían ser devastadores para la piel. Si a ello unimos el uso a discreción de perfumes sobre aquella superficie, los resultados serían desalentadores. No era pues extraño que los moralistas sostuvieran que una relación afectiva no prosperaría nunca si solo estaba basada en la belleza.
La jornada de cualquier dama romana patricia o enriquecida podían muy bien iniciarse con un lavado de cara con una mezcla de agua, henium y lomentum, es decir: leche de burra, harina de habas y mirra. Se lavaría las manos con una mixtura de grasa animal, ceniza y aromas. Limpiaría sus odios con ayuda de un pequeña instrumento llamado auriscalpia y utilizaría una pequeña pieza de marfil o de oro para rasar su lengua. Sin olvidar su dentadura que limpiaria con polvo de piedra pomez mientras que, para los espacios interdentales, utilizaría plumas de lentisco que usaría también como si fueran mondadientes. Por fin se enjuagaría la boca con agua perfumada y quizás, mientras disfrutaba una media hora del baño, también perfumado, masticaría caramelos de Cosmo de los que nombra Marcial, y que por lo visto atenuaban la halitosis. Juvenal, un crítico feroz de las costumbres de su época, y en particular de los excesos de los maquillados y cosméticos, sostenía que solo elaborar un peinado al gusto de una de estas déspotas requería el concurso de no menos de diez esclavas. Y eso solo para iniciar acaso la metamorfosis de una mujer que intuía el peso de los años, y pretendía corregir las marcas del tiempo utilizando la mayor parte del día mascarillas de belleza, las cuales impedían a su marido o amante reconocerla, pues nunca podían ver aquel rostro limpio de ungüentos, ya que estaba sometido a un proceso tan interminable como inútil de mejoramiento. Ovidio, a pesar de ser un fecundo divulgador de pociones y específicos, las había aconsejado que uno de los peores escenarios para la seducción es aquel que muestra al amante todos los recipientes que permiten hacerla bella, puesto que su abundancia no muestra su riqueza sino que solo delata el alcance de su estafa. Imaginamos el ideal de belleza de una mujer romana más próximo al maquillaje escénico de una geisha, que al de un rostro fresco y lozano. Y es que los resultados de aquellos maquillajes compuestos en muchas ocasiones por sustancias cáusticas cuando no venenosas como el plomo, debían ser devastadores para la piel. Si a ello unimos el uso a discreción de perfumes sobre aquella superficie, los resultados serían desalentadores. No era pues extraño que los moralistas sostuvieran que una relación afectiva no prosperaría nunca si solo estaba basada en la belleza.
Amorcillos del Perfume. Casa dei Cervi. Herculano |
Merece mención aparte el mundo de las termas, frecuentadas principalmente por varones, aunque siempre había excepciones. Adriano ordenó que los baños públicos se separaran por sexo, norma que fue luego continuada por Marco Aurelio y Alejandro Severo. Tal y como había sucedido en Grecia, estos se habían convertido en auténticos lupanares donde, como dice Juvenal, hasta una madre de familia esperaba la noche para huir furtivamente de su hogar con el fin de acudir a los mismos provista de su aceite y su perfume con el solo propósito de que los esclavos la masajeasen sus partes mas íntimas. El unctuarium era, con las piscinas propiamente dichas, la parte mas esencial de las termas. En el se guardaban las pomadas y los afeites, pero el sancta sanctórum de el unctuarium lo constituía el eleotesium, una cámara especial donde se guardaban los perfumes más exquisitos. Procedían de los lugares más alejados a los que el Imperio podía llegar. Las caravanas de mercaderes los traían desde las mismas riberas del Indo y por supuesto de Arabia, una zona en la que los romanos se dejaban millones de sestercios; Plinio, incluso, había llegado a temer que el afán de perfume de las mujeres romanas mas o menos descapitalizara El Imperio.
En el eleotesium se guardaban los perfumes en vasos rotulados, y tal como vimos en Grecia, existía un perfume adecuado para cada parte del cuerpo. Para las mejillas y los cabellos se utilizaba el serpillín, una planta perenne conocida como serpol cuyo olor evoca el limón o la melisa. Los brazos con menta acuática o sisimbra. Las piernas con perfume de Egipto, y el pecho con perfume de Fenicia y perfume de lirio para las cejas. Los esclavos frotaban los cuerpos de quien lo precisaba ayudándose para ello del strigil, una suerte de almohadilla. Por supuesto esta labor venía acompañada con frecuencia del afeitado de todas las partes del cuerpo. Marcial en uno de sus epigramas hace mofa de cierto romano preeminente al que según él le afeitaban hasta las nalgas. También se utilizaba la piedra pómez con el fin de suavizar la piel. La piedra pómez molida era un eficaz abrasivo utilizado para la limpieza dental entre otros menesteres.
En el eleotesium se guardaban los perfumes en vasos rotulados, y tal como vimos en Grecia, existía un perfume adecuado para cada parte del cuerpo. Para las mejillas y los cabellos se utilizaba el serpillín, una planta perenne conocida como serpol cuyo olor evoca el limón o la melisa. Los brazos con menta acuática o sisimbra. Las piernas con perfume de Egipto, y el pecho con perfume de Fenicia y perfume de lirio para las cejas. Los esclavos frotaban los cuerpos de quien lo precisaba ayudándose para ello del strigil, una suerte de almohadilla. Por supuesto esta labor venía acompañada con frecuencia del afeitado de todas las partes del cuerpo. Marcial en uno de sus epigramas hace mofa de cierto romano preeminente al que según él le afeitaban hasta las nalgas. También se utilizaba la piedra pómez con el fin de suavizar la piel. La piedra pómez molida era un eficaz abrasivo utilizado para la limpieza dental entre otros menesteres.
Séneca pensaba que existía una relación directa entre la autenticidad de las ideas, la sinceridad y la forma de vestirse y acicalarse. Creía que cuanto mas se adornara un hombre menos ideas claras tenía. Cuanto mas cuidadoso, esmerado y remilgado en el porte mas era propensa su mente a entretenerse en cosas vanas (no estamos seguros, pero creemos que Seneca predicaba una cosa y vivía de manera bien distinta). Cicerone, a su manera, sostenía la misma opinión; establecía una suerte de paralelismo entre el hombre fatuamente adornado y su baja calidad moral. La barba y el pelo desgreñado fueron, en su momento, tipos estéticos que vindicaban la autoridad moral de la Republica ante el pelo cuidado y el cutis afeitado propio del Imperio. En Grecia sucedió algo por el estilo cuando los llamados jóvenes “Laconomanos o laconomaniacos”, decidieron utilizar barbas extraordinariamente largas y capas muy cortas con las que deseaban manifestar su desprecio por la democracia ateniense y su simpatía por el tipo de sistema oligárquico propio de Esparta. Aristofanes fue el cómico que acuño el termino “laconomania” para referirse burlonamente a estos jóvenes de pelo largo, y presencia sucia
El uso del perfume no solo sirve para enmascarar el mal olor, o incluso para proporcionar a quien lo lleva un aroma agradable, se utiliza también para encuentros íntimos, y atendiendo al tipo de perfume utilizado, para significar incluso sus opciones sexuales. Marcial estimaba que el perfume se utiliza también para marcar la procedencia étnica. Pensaba que los orientales, quizás como herencia griega, venían señalados sutilmente en Roma como personajes sensualizados, cobardes y de fácil propensión a la molicie y el afeminamiento. Plinio en su historia natural, ya había sostenido que los creadores del perfume fueron los persas con el único objeto de enmascarar su suciedad. No queda muy claro a qué tipo de suciedad se refería, si era un defecto moral o un marchamo físico. En cualquier caso no parece cierto, pues el perfume se remonta mucho tiempo atrás, y no parece que los monarcas persas se caracterizaran por su afecto al abandono ni al descuido físico. Probablemente Roma, como otras muchas culturas, estuviera mediatizada a partes iguales por los prejuicios y su experiencia como potencia militar que le llevaba a considerar, por ejemplo, que el cuerpo de élite del Ejercito Persa de Dario, llamado “los Inmortales“, y que se se enfrentó a las falanges de Alejandro, apestaba a delicados ungüentos pero como fuerza militar dejaba bastante que desear.
(............................................................................................................................................................. se suprime por derechos de autor)
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Reproducción de ungüentarios romanos hallados en yacimientos arqueológicos de Cádiz. Cádiz es una de las ciudades más antiguas de Occidente, su milenaria historia ofrece con frecuencia tesoros de esta naturaleza. La imagen es una gentileza de Herakles, un insólito comercio dedicado a las reproducciones arqueológicas sito en la misma ciudad. |
Pero nada de lo que hubiera hecho El Imperio romano podría haber evitado el colapso. Igual que Egipto y Grecia, Roma se cocía lentamente en el exceso y todo buen aficionado a la cocina sabe que cuanto más cuece un caldo más espeso se vuelve. Por la vía de este poder hiperbólico nos encontramos hasta con un mozalbete enamorado de los perfumes: Heliogábalo, un loco. Cómo sería que los pretorianos lo mataron antes de que cumpliera 18 años. Intentó refugiarse en las letrinas pero los soldados lo pescaron cubierto de heces, lo partieron en dos y quisieron deshacerse de aquel amasijo de carne y huesos a través de la boca de una alcantarilla, no fue posible porque el hueco era demasiado angosto, por lo visto lanzaron sus restos al Tíber. El mozalbete se bañaba con vino y agua de rosas y después, junto a sus invitados, se bebía el contenido de las bañeras. Si Nerón hizo iluminar las termas durante toda la noche, él las perfumaba con nardo. En las lámparas sustituyo el aceite por bálsamo. Y nunca calzó dos veces el mismo zapato de la misma manera que no abrazó dos veces a la misma mujer. Se cuenta, aunque con evidente exageración, que organizó naumaquias en las que el agua había sido sustituida por vino y los mantos de los contendientes estaban perfumados con esencia de enanto. Si todo marchaba bien sus banquetes solían concluir con grandes cestas descendiendo del techo repletas de flores y provistas de infinidad de frasquitos con los mas variados perfumes, tal y como también hacía Nerón en su palacio de “domus aurea”. (........................................................................................................................................................................ (se suprime por derechos de autor)
Se ha hablado de la Domus Áurea que se hizo edificar, con las suficientes reservas acerca de sus dimensiones. Un palacio de proporciones colosales de un kilómetro de largo por 500 metros de ancho. Disponía de una sala giratoria que imitaba los movimientos de la tierra y un ingenioso sistema de conductos permitía que desde las paredes se vaporizaran perfumes e incienso sobre los presentes. Tal y como vimos en nuestra entrada sobre los perfumes en Grecia, sentía verdadero entusiasmo por utilizar palomas cuyas plumas habían sido previamente impregnadas con perfumes y que, al aletear sobre las cabeza de sus invitados, les rociaban con una lluvia de aromas. También a la diosa Cibeles le alfombraban las calles con pétalos de rosa durante los Megalesia, las fiestas señaladas en su honor. Es mas, en muchos hogares se colocaban quemaperfumes. El culto a la diosa Cibeles tenía una particularidad, todos sus sacerdotes, conocidos como "galli", eran castrados.
Con Lucio Aurelio Cómodo, más conocido como Cómodo, se puede verificar la vigencia del aforismo aquel que decía que "el sueño de la razón produce monstruos". Efectivamente, Cómodo era hijo natural de Marco Aurelio, uno de los escasos "Emperadores buenos" que tuvo Roma. Filósofo, moderado y tolerante, debió de transmitir a su hijo toda la parte más bellaca de su herencia. Cómodo pasó a la historia por usar una peluca totalmente perfumada y cubierta posteriormente con polvos de oro. Para terminar nos ocupamos de Vespasiano que odiaba la molicie y la decadente cosmética palaciega, de hecho era un "gestor" inmisericorde que desarrolló, entre otros, un impuesto sobre "la orina" de los romanos. Pues bien, cuando se presento ante él un prefecto con el fin de agradecerle su nombramiento, se encontró con la desagradable sorpresa de que su bien perfumada figura causó tan mala impresión en el Cesar que le hizo perder su favor.
Con Lucio Aurelio Cómodo, más conocido como Cómodo, se puede verificar la vigencia del aforismo aquel que decía que "el sueño de la razón produce monstruos". Efectivamente, Cómodo era hijo natural de Marco Aurelio, uno de los escasos "Emperadores buenos" que tuvo Roma. Filósofo, moderado y tolerante, debió de transmitir a su hijo toda la parte más bellaca de su herencia. Cómodo pasó a la historia por usar una peluca totalmente perfumada y cubierta posteriormente con polvos de oro. Para terminar nos ocupamos de Vespasiano que odiaba la molicie y la decadente cosmética palaciega, de hecho era un "gestor" inmisericorde que desarrolló, entre otros, un impuesto sobre "la orina" de los romanos. Pues bien, cuando se presento ante él un prefecto con el fin de agradecerle su nombramiento, se encontró con la desagradable sorpresa de que su bien perfumada figura causó tan mala impresión en el Cesar que le hizo perder su favor.
Entradas(post) sobre la historia del Perfume publicados hasta la fecha
- El Perfume. Los perfumes. Historia del Perfume (I)
- Filosofía del Perfume. Olor y olfato. Historia del Pefume (II)
- El Perfume en Egipto. Historia del Perfume (III)
- El Perfume en Judea. Los olores de la Pasión de Cristo. Mesopotamia. Historia del Perfume (IV)
- Perfumes en Grecia. Entre el mito y la realidad. Historia del Perfume (V)
- El Perfume en Roma. Primera Parte. Historia del Perfume(VI)
- Aromas y perfumes en la Antigua Roma. Segunda Parte. Historia del Perfume(VII)
- Historia del Perfume en España: los aromas de al-Andalus. Historia del Perfume(VIII)
- Olor de Santidad. Perfumes Sagrados. Incienso y Mirra Historia del Perfume(IX)
- Perfumes, esencias y aromas en la antigua India. Parte Primera Historia del Perfume(X)
- Perfumes y olores en La India (Parte II). Historia del Perfume(XI)
- Aromas de La India. La esencia del Kamasutra. La esencia del Rey Bhoja Perfumes y olores en La India (Parte III). Historia del Perfume(XII)