Alambique de Pyrgo |
Sucede que cuando frecuentamos la historia de La Grecia Clásica se hace difícil dirimir el plano de la realidad del de la ficción. Será porque en Grecia había casi tantos dioses, semidioses, titanes, ninfas y musas como habitantes. Al parecer eran unos 30.000 (*) los sujetos vinculados al Olimpo de una manera u otra. De entre esta pléyade de personajes fantásticos que se entreveran con otros que no lo son, nos quedamos con la figura deslumbrante de Helena de Troya, una mujer que llevó a Grecia al mismo límite del precipicio, y cuya belleza legendaria iba acompañada de un fabuloso perfume que le concedía buena parte de su seducción. Al parecer este sahumerio había salido de las propias manos de Afrodita. Helena de Troya no existió (eso creemos), pero Troya, la ciudad que hasta el siglo XIX parecía otra de las muchas entelequias griegas, nos deparó un día la extraordinaria sorpresa de sus restos polvorientos, surgiendo del mito como algo real, y esto como cortesía del controvertido Heinrich Schliemann, que descubrió el emplazamiento de la ciudad entre 1870 y 1873.
Troya se encuentra en la actual Turquía. Es una de las muchas ciudades de la Antigua Grecia sitas en el lado asiático del Mediterráneo. Toda esta zona se conoce como Asia Menor y fue la puerta que utilizó Alejandro Magno para ingresar en la historia, y de paso, orientalizar la cultura griega. Alejandro no parece que buscara reconocimiento alguno a su buen gusto, porque, aunque fuera producto del pillaje, ni siquiera utilizó en su provecho un baúl que contenía los mejores perfumes con los que Darío, el rey de los persas, solía ungirse en todo momento y ocasión. Persia era tan devota de los aromas que una de sus antiguas capitales; Susa, recibía su nombre de los abundantes campos de lilas donde estaba construida (Susa=Souson=lila). Pero Alejandro (siglo IV a.C.) era un guerrero refractario, formado en el rechazo y en el desprecio hacia todo aquello que hiciera la vida más amable y cómoda, y cultivado más bien en el arte de quitarla que en el de mejorarla. Y es que todo, o casi todo lo que refiere a Alejandro Magno, coquetea con la leyenda, como su supuesta supervivencia al aliento venenoso de una hermosísima joven que se había hecho inmune al veneno y el narcótico a fuerza de oler sustancias ponzoñosas (Ver Historia del Veneno. Lacasamundo.com).
El perfume, quintaesencia de las llamadas artes de la paz, solía señalar a individuos afectados y culturas decadentes, virtudes estas que se encuentran en las antípodas del valor, propias a la naturaleza de espíritus conquistadores. Mientras que Atenea, la diosa de la guerra, se ungía con aceite, Afrodita, la diosa del amor, utilizaba perfume. Los soldados griegos pensaban que aquel cuerpo de tropas elegidas llamadas "los inmortales", y que supuestamente se ocupaban de proteger a los reyes persas, no merecían tal nombre por su escaso valor, aunque quizás sí por su olor. Ocupados en su extremo acicalamiento huyeron en cuanto adivinaron la proximidad de las falanges griegas.
Aryballoi. Terracota. 640 Ac. Recipiente perfume. |
Alejandro acabaría por rendirse al poder de los perfumes, hasta el punto de que, en sus memorias, Aristoxeno hablaba del suave olor del cuerpo de este que impregnaba sus ropas, e incluso, su aliento. Se cuenta de Alejandro, que aún siendo joven e inexperto, fue reprendido por su preceptor Leónidas por lanzar una gran cantidad de incienso sobre las llamas. Refiere Plutarco que Leónidas le preguntó si pensaba despilfarrar de esa manera todas las riquezas de las tierras conquistadas. Alejandro no se sintió capaz de responder y aceptó humildemente los reproches de su maestro, pero tiempo después, ya no tan joven, y tras muchas conquistas, envió un regalo a Leónidas consistente nada menos que en once toneladas de incienso y mirra. Aquel perfume de dioses, y la cantidad descomunal del obsequio (suponiéndolo rigor histórico), le aseguraban a Leónidas la salvación eterna. Otro viajero griego; Agesilao, y este vez en Egipto, tuvo la descortesía de rechazar los mejores productos del país del Nilo con los que fue obsequiado; Kyphi, Tyriac, aceite de nardo, rosas; aromas milenarios que no supo valorar por considerarlos poco viriles. Su espíritu montaraz era incapaz de comprender qué podía haber de gozoso en colocarse una suerte de sombrero oloroso en la cabeza, el cual se iba derritiendo poco a poco sobre sus pelucas y vestiduras mientras exhalaba todo un festín de olores (los conos de perfume que utilizaban los egipcios en sus fiestas). Los egipcios no se lo perdonaron y le consideraron meramente como un bárbaro, incapaz de valorar las cosas buenas de la vida.
Agesilao estaba asistido por el espíritu espartano que prohibía a los jóvenes el uso del calzado hasta que no fueran mayores de edad, y que, por supuesto, proscribía el perfume, incluso entre las mujeres. Tampoco aceptaba los baños en agua templada, tan en boga en el resto de Grecia, limitando sus abluciones a las frías aguas del río Eurotas. En Esparta las mujeres se afeitaban la cabeza y se travestían en varones la noche de bodas y ello, decían, con el fin de facilitar a su marido el tránsito entre la intimidad, reservada a los de su propio sexo antes del matrimonio, y la necesidad de mantener unas relaciones físicas que les permitieran pervivir como pueblo. En general, según atestiguan Heródoto, Ateneo y Jenofonte, los espartanos mostraban una declarada animadversión hacia el perfume. Sin embargo, sus mujeres, eran las más apreciadas por las atenienses como nodrizas para sus vástagos, y ello debido a la calidad de su leche.
Aparato de destilación. II milenio AC. Limassol |
En comparación con la severa austeridad de sus vecinos, el resto de los griegos (siglo X a.C. en el que se formaron Esparta y Atenas) se limitó a conservar nada más que cierta cultura de la sobriedad. Fue esta la que les permitió imponerse a sus enemigos; primero con la espada, pero después con la pluma, y más adelante con los placeres de la civilización. En efecto, La filosofía, mas bien los filósofos, con una propuesta vital diseñada para vivir en consonancia con aquello que predicaban, imponen un desapego por el mundo material que se traduce ocasionalmente en un cultivo del desaseo y la suciedad. Este es el caso de los pitagóricos a los que se solían identificar por su olor y desaliño. En este sentido, es muy ilustrativo el texto atribuido (con sus correspondientes reservas) a la mismísima madre de Platón, llamada Perictíone y pitagórica de formación, cuando alude a la unción con perfumes de Arabia y a los abundantes baños, como una de las causas de «la incontinencia femenina». Sócrates también sancionaba el uso del perfume, pero solo entre las personas libertinas, que no lo merecían. No se detenía aquí este severo censor de las costumbres de su tiempo, porque reprendía a los jóvenes por su abuso de los perfumes, como si sus hermosos cuerpos no fueran suficientes para atraer al otro. Además Sócrates presentaba otra razón para oponerse al uso generalizado del perfume, pensaba que este democratizaría el sistema pues los hombres libres y los esclavos olerían igual. Al parecer, Sócrates no era particularmente favorecido, él y sus discípulos, se abstenían de cortarse el pelo y frecuentaban poco los baños públicos. Sin embargo Diógenes, prototipo moderno de la indigencia, un filósofo que vivía dentro de un tonel y que iba prácticamente desnudo, gustaba como pocos del uso de los perfumes, pero los vertía sobre sus pies para aprovechar mejor su aroma. Lo cual testimonia su buen criterio, toda vez que los extractos o perfumes de mayor concentración aromática deben aplicarse, bien en la muñeca, la parte posterior de la rodilla o en los tobillos. En cualquier caso, los autores cómicos griegos suelen presentar a los filósofos como sujetos poco aficionados a la limpieza en general.
Con todo, los filósofos no eran una excepción; grupos de jóvenes pertenecientes a la aristocracia ateniense, y conocidos como laconomaniacos, manifestaban su desprecio por el sistema democrático ateniense, dejándose crecer la barba hasta proporciones desmesuradas y rehusando los remilgados usos higiénico-cosméticos de la polis, por considerar que solo facilitaban la molicie del ciudadano. Su ideal político y social lo habían fijado en la severa, ruda y oligárquica Esparta. Aristóteles pensaba que esa naturaleza guerrera de los espartanos era debida, en buena medida, a la autoridad que las mujeres laconias ejercían sobre los varones. Tal es así que Gorgo, la esposa de Leónidas, interpelada en una ocasión por una extranjera la cual sostenía que sólo las laconias mandaban sobre los hombres, replicó que en efecto era así, porque sólo las espartanas parían hombres.
Los grandes autores griegos, puesto que el teatro griego es una gran fuente de información, criticaban tanto el exceso de limpieza como la falta de ella. Es así que los jóvenes aristócratas dejaban transcurrir los días entre los baños y los perfumes. Dadas las aficiones atípicas de los atenienses, y que los baños se habían convertido en centros que atraían a sujetos de dudosa reputación, bien puede hacerse una fotografía completa del acaecer diario de los afortunados, y comprender la indignación que encendía al legislador Pericles por su decadente ociosidad. Llegó un momento en el que acudir a los baños era indicio de conducta desordenada. Los moralistas aconsejaban eludirlos, no por fomentar el desaseo, sino por incentivar las actitudes poco varoniles, y despreciando de paso los baños de agua caliente, como hacían los espartanos, por estimar que fomentaban la cobardía en los varones. Los baños de agua caliente se habían convertido en Atenas en un hito de confortabilidad, hasta tal extremo de que, los muchos demagogos que frecuentaban la ciudad, prometían extender su uso a toda la población junto a su alábastron, o vaso de los perfumes y su esponja.
Los atenienses se bañaban antes de comer y también se perfumaban antes de sentarse a la mesa. Así parece que lo hacía con frecuencia Afrodita. Esta poseía al parecer un perfume maravilloso, llamado Aroma de Afrodita, cuya composición debió de conservar con celo, utilizándolo solo en momentos muy precisos. El desdichado y vulgar Faón recibe en agradecimiento una onza del mismo perfume que lo transforma de inmediato hasta convertirle en un apuesto joven, tanto que Safo quedó enamorada de él, y al verse rechazada, se suicidó. Helena de Troya, como señalábamos al principio, también se benefició para fomentar su belleza de la indiscreción de la ninfa Eone, la cual confió a su enamorado Paris los secretos de tocador de Afrodita.
Afrodita se presenta siempre precedida de un aroma a rosas, su flor. No podía ser de otra manera. Nos explicamos. Las rosas eran sus propias lágrimas, las rosas eran las lágrimas que Afrodita había derramado por el bello Adonis que agonizaba en sus brazos, las lágrimas eran blancas y dieron rosas blancas, pero algunas de ellas se tiñeron de rojo, el rojo de la sangre de Afrodita, herida en unas zarzas en su desesperación por socorrerle. Y la paloma también es su ave, será por eso por lo que en las fiestas más exquisitas de Atenas se soltaban tres o cuatro palomas, impregnado su plumaje con los más apreciados perfumes de forma tal que, los invitados, eran rociados con el mismo mientras las aves aleteaban por el recinto.
La tradición dice que Venus fue la responsable de la metamorfosis de Myrrah, la madre de Adonis, pero los griegos no conocían a Venus. Afrodita es la diosa griega del amor (y ella seguramente no hubiera tolerado esta confusión), pero además, por lo que hemos visto, es la musa de los perfumes. Esta diosa que seguramente tuvo su origen en la ya lejana Sumeria, conocida allí con el nombre de Inanna, es implacable, es aterradora en su oficio, bella, lujuriosa, vengativa………cruel. Castigó a las mujeres de la isla de Lemnos con semejante hedor corporal que fueron rechazadas por sus maridos, y todo porque habían olvidado ofrecerle los sacrificios de rigor. Bien es verdad que las Lemníades, como quiera que fueron abandonadas por sus maridos, los mataron a todos, pero esta ya es otra cuestión.
Si hay algún producto que transmita la esencia del Mediterráneo este es sin duda el aceite. El óleo será el gran vehículo para el perfume. Dioscórides; médico, botánico y farmacéutico, en su obra De Materia Médica, ya afirma que el aceite constituye casi el 50% de la materia prima de un perfume, aunque no se trata del mismo óleo dedicado a usos alimentarios como pudiera pensarse, sino una sustancia más liquida y lo menos grasa posible: omphacinon, se denomina este tipo de aceite, obtenido de aceitunas salvajes.
Además del aceite de oliva, que en sí mismo era considerado un aroma, usaron otros aceites perfumados; el de ben, de almendra, sésamo y resinas de terebinto que utilizaban como fijadores para el perfume. Con el mismo propósito utilizaron semillas de coriandro. Otros aceites utilizados como esencia eran los obtenidos del laurel, el mirto, la rosa, el narciso, membrillo y lentisco. Para las resinas aromáticas utilizaban hierbas, arbustos, semillas, flores, cáscaras de granada y almendras, higos, frutos de roble y semillas de cártamo. Más adelante, las conquistas de Alejandro Magno ofrecieron a Grecia la posibilidad de gozar con los olores del sándalo, el nardo, la nuez moscada, la canela.
El acerbo de olivas verdes era considerado el mejor excipiente. El uso del aceite con propósitos cosméticos o terapéuticos eran muy habitual, de hecho, los productos eran perfectamente versátiles y podían servir para un cometido u otro. Se acudía a los baños públicos provistos de su recipiente particular de aceite que se utilizaba tras el baño para hidratar el cuerpo. El aceite, mezclado con polvo y el sudor del atleta, se retiraba con el uso del estrígilo aprovechándose después para usos médicos y constituyendo una buena base que servía también para iluminar. El uso dermatológico del perfume queda bien testimoniado, incluso con detalles épicos, nos referimos a Héctor, el hermano sensato de Paris (recuerdan; aquel que secuestró a la bella Helena de Troya) es muerto por Aquiles y su cadáver es sometido a las mas crueles sevicias y profanaciones por parte de los griegos. Afrodita se compadece de él, y para evitar que su piel sufra daño alguno, lo unge con un óleo de olor a rosas. El perfume se utilizaba incluso en el vino, al parecer con el fin de evitar resacas. Los perfumes tenían la virtud de permitir grandes ingestas de alcohol sin ocasionar las molestas consecuencias de su abuso.
En el Alipterion, que eran dependencias anexas a las gimnasios, solían prepararse por los aliptes ungüentos perfumados, entre los que destacaba el «rhypos»: una pomada cuya base la constituía el sudor de los atletas, como hemos referido. Es probable que el "rhypos" poseyera propiedades anabólicas. El rhypos era un preparado de uso tópico, se mezclaba con diversos ingredientes, entre ellos el aceite de oliva, y por lo dicho, constituyó un precedente de sustancia esteroidea.
En Grecia surgen por primera vez los perfumes con nombre de autor, de hecho, empieza a aparecer la primera individuación, las personas dejan de ser súbditos anónimos: Megalion de Megallos. El plangonion, por la perfumista que lo invento: Plangon, según refiere Safo . Bacaris y Psagdas, dos perfumes famosos. Otros referidos por Ateneo; el bretion que parecía un perfume de reyes usado por los monarcas partos. El ungüento de las rosas, por lo visto, el preferido de Afrodita. El del nardo y el lirio también, el thymiaterion un tipo de incienso originario de Creta.
Los griegos pensaban que los mejores perfumes tenían su origen en tierras cálidas, pues relacionaban lo pútrido con la humedad y lo seco con los aromas. Teofastro que escribió un Tratado sobre los olores, consideraba que los aromas eran el resultado de una cocción y por eso en tierras con calor intenso se producían las mejores esencias. Plutarco, por su parte, creía que sólo unas tierras tan ardientes como las de Arabia eran capaces de producir esencias como el incienso y el cinamomo, cuyo uso se perdía en la misma noche de los tiempos, de tal manera que, en Siria y Arabia toda la tierra despedía un agradable olor. Heródoto decía que Arabia era el país del incienso. Serían los fenicios los que probablemente introdujeran el incienso y la mirra en Grecia. Curiosamente, y pese a lo dicho, el perfume, una vez obtenido, no se debe exponer nunca al Sol ni a la luz, dice Teofastro. Por eso refiere que los perfumistas, muchos de ellos eran mujeres, prefieren habitar casas frescas y bien ventiladas.
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Ya hablábamos, en la entrada referida a los perfumes en Egipto, que los recipientes donde los perfumes eran conservados en el país del Nilo eran vasos de alabastro (Alabastra era una ciudad del antiguo Egipto). Los griegos también aprovecharon las propiedades de este yeso, de aspecto marmóreo, traslucido y de brillo céreo, para conservar en su interior los aceites y perfumes sin que perdieran sus cualidades.
Pese a que Solón, uno de los siete sabios de Grecia, impuso leyes contra el lujo por los abusos en el sahumerio, -también por cierto recluyó a las mujeres en el gineceo- el uso del perfume se hizo habitual en los enlaces nupciales tanto para la novia como para el novio. El cortejo nupcial lleva entre otros objetos el vaso de los perfumes: el alabastrón. Los aromas se convierten en un artilugio erótico, imprescindible si se desea atraer al marido. El colorete, las camisas transparentes y el perfume aparecen en Lisístrata, una comedia de Aristófanes, como los aliados esenciales de las mujeres en la guerra sexual que establecieron con sus maridos para conseguir la paz. Un aroma para atraer, pero otro para repeler, porque era costumbre que las mujeres de Atenas colocaran hojas de sauzgatillo para apagar el deseo sexual de los hombres. De hecho, en Grecia, existen perfumes para cada una de las partes del cuerpo. Ungüentos egipcios para los pies y las piernas, el espliego para el pelo y las cejas. Las rodillas y el cuello con tomillo, el mentón y el pecho con aceite de palma y por fin, los brazos con menta.
El gineceo era el espacio de las mujeres. Una gran sala común rodeada de aposentos más pequeños donde se alojaban los cuartos para dormir, las cocinas, etc... Gruesos muros aislaban estos recintos del exterior. A diferencia de Esparta, en donde las mujeres estaban prácticamente niveladas en derechos con los hombres, y ante los cuales se mostraban prácticamente desnudas, en Atenas, la cotidianeidad de estas transcurría en el gineceo. Las mujeres tenían restringida su vida pública, no podían asistir a los juegos ni a las representaciones teatrales y su presencia en la calle exigía una vestimenta decorosa, bajo pena de multa. Pero la realidad era bien distinta, los gineceos acabaron por señalar un ámbito de libertad casi absoluta para las mujeres; y en todos o casi todos los sentidos. Comidas suntuosas, sedas transparentes, colgantes de oro, sandalias finísimas. Las manos y los pies perfumados con esencias de Egipto, los ojos y los senos con aromas de Fenicia, impregnados sus mulos con el agua de rosas, tan cara a la diosa Afrodita; pintados sus ojos de negro, y de rojo sus mejillas así como sus labios. Todo ese arte que, como decía Bagneux de Villeneuve, un escritor francés a caballo del sigo XIX y XX, cumple sobradamente en fabulación apunta a una íntima en el interior del gineceo que se caracteriza por la discreción. Y es que aquí hay que empezar a leer entre líneas, queremos decir que los gineceos no eran ni mucho menos castos refugios para matronas ocupadas en parir o cuidar niños, este confinamiento social derivo en una complicidad femenina de todo tipo, incluidos los encuentros furtivos con sirvientes desleales y amantes.
En Phyrgo, Chipre, se descubre la fábrica de perfumes más antigua de todo el Mediterráneo, 2000 años antes de Cristo. Por lo que se deduce de los restos hallados en esta excavación, abandonada súbitamente tras un fuerte terremoto, se pueden derivar tres métodos de extracción de las esencias aromáticas 1º Por cocción de la corteza; que después se sometía a torsión dentro de un paño merced al uso de dos palos que giraban en sentidos opuestos 2º Destilación. Una auténtica novedad, se pensaba que su origen era mas reciente. Se utilizan dos recipientes: uno donde se efectúa la ebullición, el vapor resultante pasa a otro que se encuentra frió y allí se condensa purificado. 3º La maceración en agua y aceite. Es uno de los métodos más antiguos, ya lo vimos en nuestra entrada dedicada a Egipto. Se llena un recipiente con agua y aceite de oliva o almendras, a partes iguales, y en esa colación se sumergen las plantas cuyo aceite se pretenda obtener. Se somete a un suave proceso de calentamiento hasta que el agua se evapora, quedando solo el aceite que de esta manera quedará impregnado de la maceración de las plantas en el agua evaporada.
Plinio sugiere que el secreto de la calidad del perfume así obtenido depende del aceite de oliva que se utilizará. El mejor es el producido por un tipo de aceitunas recogidas durante los meses de agosto y septiembre. Pero el proceso de elaboración de un perfume es con frecuencia opaco, queremos decir que su técnica, el pormenor de la elaboración se guardaba en secreto, pues era una de las claves de su éxito. La competencia era feroz, la buen materia prima cara, el mercado se cansaba de preparados, exigía nuevos productos, cada vez más sofisticados. El filósofo Lysias ya apuntaba en una de sus obras la alta rentabilidad de la industria perfumera en Grecia. En los talleres el factor humano es tan importante como la materia prima; la técnica de elaboración es un secreto, pero también lo es el alto coste de los esclavos dedicados a la elaboración de perfumes cuyos precios en Délos, un importante centro perfumero, alcanzaba la fabulosa cifra de 4.000 dracmas.
(*) 32.000 según A. Debray. Los Perfumes y las Flores
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Revisado: 23/01/0222
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- Filosofía del Perfume. Olor y olfato. Historia del Pefume (II)
- El Perfume en Egipto. Historia del Perfume (III)
- El Perfume en Judea. Los olores de la Pasión de Cristo. Mesopotamia. Historia del Perfume (IV)
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