Los eunucos sagrados de Rusia. Los Skopsty
Trosky, ese impenitente personaje que antes y después de la Revolución Rusa solía ponerse siempre del lado de los perdedores, tuvo la ocasión de viajar por Rumania antes de la caída de los zares. En su periplo geográfico, se sorprendió primero de que los médicos rumanos observaran con prismáticos a sus enfermos por miedo a contagiarse del cólera. Después, tras valorar las muchas similitudes de la región de Dobrudja con su tierra rusa, se preocupó por el colectivo de exiliados rusos que desde el siglo anterior habitaban la zona. Se les conocía por Skopsty y le llenaron de nostalgia por su lejana tierra rusa. Granjas y tierras extrañas por su orden y limpieza en una zona arrasada por el vendaval de la guerra contra el turco, pero aún así, extrañas; lugares aburridos, pintados de gris en los que faltaba……………..faltaba la vida, la alegría, los niños. Decía Trosky que, a pesar de que aquellos rostros apuntaran una indiscutible honradez, eran rostros taciturnos, desagradables. El fundador del Ejercito Rojo se habían encontrado con el colectivo skopsty, los eunucos sagrados. Trosky descubrió aquí que, más allá de los grandes tópicos de La Revolución, lo que de verdad humaniza a los seres humanos es el sexo. Que el sexo es la fuente de generosidad y altruismo de la especie, el alma el hombre.
Y es que esta valoración viniendo de quien viene, nos sorprende. Parece que el alma rusa (porque Rusia es un país al parecer con alma) gusta de rebuscar en el fondo de los pucheros e incluso, aquellos que ponen en duda su existencia, la del alma queremos decir,(Trosky, por supuesto no creía en alma alguna) manifiestan paradójicamente su vigor en los juicios que realizan. Pero esto no es todo, en Rusia se constata una intensidad espiritual tan extrema que algunos piensan que solo es posible por la inmensidad de este país. De esta manera es posible comprender que un colectivo como los skopsty contara en el siglo XIX con miles de miembros y entre todas las clases sociales. Lo cual no sería nada extraordinario si la pertenencia a semejante comunidad no exigiera la castración, en el caso de los varones, y la mutilación de los senos en el de las mujeres.
Y es que esta valoración viniendo de quien viene, nos sorprende. Parece que el alma rusa (porque Rusia es un país al parecer con alma) gusta de rebuscar en el fondo de los pucheros e incluso, aquellos que ponen en duda su existencia, la del alma queremos decir,(Trosky, por supuesto no creía en alma alguna) manifiestan paradójicamente su vigor en los juicios que realizan. Pero esto no es todo, en Rusia se constata una intensidad espiritual tan extrema que algunos piensan que solo es posible por la inmensidad de este país. De esta manera es posible comprender que un colectivo como los skopsty contara en el siglo XIX con miles de miembros y entre todas las clases sociales. Lo cual no sería nada extraordinario si la pertenencia a semejante comunidad no exigiera la castración, en el caso de los varones, y la mutilación de los senos en el de las mujeres.
Kondratii Selivanov |
Los Skopsty son un eslabón mas en esa parada de la disidencia religiosa en la que todos los credos suelen ser tan feraces. Los cismas y herejías no son exclusivos de este inmenso país y tampoco lo es la peculiar conformación psicológica de los personajes que los fomentaron. En este caso el profeta de turno se llamaba Kondraty Selivanov, y sigue la génesis de cualquier visionario ruso; origen humilde, pero dotado de una gran personalidad, capacidad de liderazgo se dice ahora. Hipnótico y generador de empatía hasta el extremo de que, pese a su radicalidad, se le franqueó la entrada en salones de la aristocracia y ejerció una poderosa influencia en niveles funcionariales tales que, le permitieron entrevistarse personalmente con el zar Pablo I. Bien es verdad que como resultado de esta reunión el zar enviará a Selivanov directamente a un hospital psiquiátrico. Y no era para menos, toda vez que el místico le había pedido al zar que se castrara.
Selivanov pensaba que el padre del zar Pablo I; Pedro III y al que Pablo idolatraba, se había castrado él mismo (con lo que explicaría la supuesta incapacidad de Pedro III para tener descendía). Probablemente esto no era verdad, que el zar Pedro III se hubiera automutilado queremos decir, pero como había aprobado un decreto de liberación de los siervos, si bien algo descafeinado, formaba parte de los hitos referenciales de los Skopsty que eran de indudable origen rural.
Los Skopsty admitían que Cristo se había reencarnado tras su resurrección, pero a diferencia de otros grupos religiosos que consideraban que esa reencarnación se había producido en repetidas ocasiones, para los Skopsty, dicha reencarnación, quedaba limitada a la figura de su líder, el propio Selivianov, y posteriormente, en una enmarañada finta intelectiva, en el propio Pedro III.
Sorprende esta devoción de un campesino ruso por un zar de formación prusiana, que se sentía más alemán que ruso y que despreciaba la cultura y la lengua rusa, y al que su propia mujer, Catalina (Catalina la Grande) ordenó asesinar, en un episodio confuso que el imaginario popular se negó a aceptar, sobre todo entre las campesinos. Su decreto de liberación de los siervos había servido a Pedro III para establecer un vínculo con estas masas rurales sin derecho alguno y sometidos a un régimen feudal de práctica esclavitud. Por eso su muerte no fue aceptada por muchos, y derivó en la fabulación colectiva hacia una oportuna fuga del zar Pedro, que se refugió entre sus muy queridos siervos campesinos. El propio Selivanov llegó a sostener que él era el desaparecido Zar Pedro, y también por estas fechas, Pugachov, un cosaco que creó bastantes problemas a La Emperatriz Catalina, también sostenía ser el asesinado zar.
Los Skopsty admitían que Cristo se había reencarnado tras su resurrección, pero a diferencia de otros grupos religiosos que consideraban que esa reencarnación se había producido en repetidas ocasiones, para los Skopsty, dicha reencarnación, quedaba limitada a la figura de su líder, el propio Selivianov, y posteriormente, en una enmarañada finta intelectiva, en el propio Pedro III.
Sorprende esta devoción de un campesino ruso por un zar de formación prusiana, que se sentía más alemán que ruso y que despreciaba la cultura y la lengua rusa, y al que su propia mujer, Catalina (Catalina la Grande) ordenó asesinar, en un episodio confuso que el imaginario popular se negó a aceptar, sobre todo entre las campesinos. Su decreto de liberación de los siervos había servido a Pedro III para establecer un vínculo con estas masas rurales sin derecho alguno y sometidos a un régimen feudal de práctica esclavitud. Por eso su muerte no fue aceptada por muchos, y derivó en la fabulación colectiva hacia una oportuna fuga del zar Pedro, que se refugió entre sus muy queridos siervos campesinos. El propio Selivanov llegó a sostener que él era el desaparecido Zar Pedro, y también por estas fechas, Pugachov, un cosaco que creó bastantes problemas a La Emperatriz Catalina, también sostenía ser el asesinado zar.
Varón y mujer Skopsty tras la automutilación |
Con la firma de Catalina La Grande, aparece la primera referencia oficial de los castrados sagrados. Data del año 1772, y es una orden firmada por ella enviando al coronel Alexander Volkov a la ciudad de Oryel, en el centro de Rusia, con el fin de investigar la herejía . La cuestión religiosa en la Rusia de los zares era una competencia de orden público. Al ser la religión ortodoxa la oficial del Estado y el zar su supremo representante, todas las desviaciones de la línea oficial eran consideradas como amenazas políticas a la ultima autoridad del zar. Tal es así que a mediados del siglo XIX las competencias del Ministerio del Interior sobre las desviaciones religiosas eran plenas. Por eso, cualquier herejía era fiscalizada por la policía.
Pero ¿Cuál es el corpus teológico que mantiene semejante aberración? ¿Qué beneficio esperan obtener los fieles con esa salvaje automutilación a la que, en algunos casos, no sobrevivían? No es ni mucho menos la primera vez que la castración por motivos religiosos está presente en la historia. La actual Amán, capital de Jordania y que en el siglo III se conocía por Filadelfia, conoció la existencia de los Valezianos, una secta gnóstica que predicaba la castración y el vegetarianismo, siguiendo en esto a Orígenes que se castró a sí mismo para evitar la tentación. En la tradición (patrística) del antiguo imperio bizantino, San Metodio, uno entre muchos, fue acusado de yacer con una mujer y para eximirse de culpa alguna se desnudó ante sus jueces y mostró su condición de eunuco. Eunuco milagroso, eso sí, lo que le preservó de las obligaciones de la carne. Esta historia es muy parecida a la del general Kang-ping, al servicio del emperador Yung-lo, en ese paraíso del eunuco y de la intriga que fue la China Imperial; pues bien, el general fue acusado de seducir a una de las concubinas favoritas del Emperador. Hombre prevenido el general, no dudo en bajarse los pantalones ante su señor para mostrar así la imposibilidad de cometer semejante fechoría, toda vez que antes de aceptar su cargo se había castrado el mismo. También, y por cambiar un poco de escenario, reparamos en el sumo sacerdote, llamado "archigallus", y en los otros servidores de la diosa Cibeles todos ellos castrados por la impronta religiosa. Todos ellos sometidos a un celibato impuesto por sus limitaciones físicas, pero que tiene un correlato que nos resulta más familiar, aquel que se traduce en un celibato institucional, como por ejemplo el de la Iglesia Católica.
Pero ¿Cuál es el corpus teológico que mantiene semejante aberración? ¿Qué beneficio esperan obtener los fieles con esa salvaje automutilación a la que, en algunos casos, no sobrevivían? No es ni mucho menos la primera vez que la castración por motivos religiosos está presente en la historia. La actual Amán, capital de Jordania y que en el siglo III se conocía por Filadelfia, conoció la existencia de los Valezianos, una secta gnóstica que predicaba la castración y el vegetarianismo, siguiendo en esto a Orígenes que se castró a sí mismo para evitar la tentación. En la tradición (patrística) del antiguo imperio bizantino, San Metodio, uno entre muchos, fue acusado de yacer con una mujer y para eximirse de culpa alguna se desnudó ante sus jueces y mostró su condición de eunuco. Eunuco milagroso, eso sí, lo que le preservó de las obligaciones de la carne. Esta historia es muy parecida a la del general Kang-ping, al servicio del emperador Yung-lo, en ese paraíso del eunuco y de la intriga que fue la China Imperial; pues bien, el general fue acusado de seducir a una de las concubinas favoritas del Emperador. Hombre prevenido el general, no dudo en bajarse los pantalones ante su señor para mostrar así la imposibilidad de cometer semejante fechoría, toda vez que antes de aceptar su cargo se había castrado el mismo. También, y por cambiar un poco de escenario, reparamos en el sumo sacerdote, llamado "archigallus", y en los otros servidores de la diosa Cibeles todos ellos castrados por la impronta religiosa. Todos ellos sometidos a un celibato impuesto por sus limitaciones físicas, pero que tiene un correlato que nos resulta más familiar, aquel que se traduce en un celibato institucional, como por ejemplo el de la Iglesia Católica.
Skopsty. Finales del XIX, principios XX |
La emasculación de los Skopsty se gesta en su interpretación de los textos sagrados. Principia en la idea de Adán y Eva como seres inmateriales, sin cuerpo alguno y carentes de atributos sexuales. La manzana con la que les tentó la serpiente y que les hizo perder su inocencia, los convirtió en seres sexuados; los pechos en las mujeres y los testículos en el hombre. Pensaban también que Cristo había sangrado en dos ocasiones, por supuesto en su Pasión, pero también cuando fue circuncidado, hecho que interpretan como una castración. Creían que tanto el Arcángel Miguel que anunció a María su embarazo, como Juan el Bautista eran castrados. Pero sobre todo hay en el evangelio de Mateo capítulo 19, verso 12 una perícopa (trozo pequeño del Evangelio) en la que Cristo exonera del matrimonio a aquellos eunucos que emergen así del vientre de su madre, a los que fueron mutilados por los hombres y aquellos que se hicieron eunucos por el reino de los cielos”. En su extrema literalidad los Skopsty entendieron la misma como una llamada a la castración física y no a la renuncia sexual. Tanto la belleza corporal como el atractivo sexual de las personas son elementos perversos entre el alma del hombre y Dios y por lo tanto deben ser eliminados
Se trata de un colectivo de piedra, es decir, un grupo cerrado. Perseguido y acosado por las autoridades, pero dotado de ese inagotable combustible que a lo largo de la historia ha constituido el fanatismo religioso. Fueron capaces de sobrevivir hasta el mismo año 1960 en el que desaparecieron sus últimos seguidores, pese a los intensos “progromos“ que la Rusia Soviética había diseñado para ellos. La peripecia temporal de los Skoptsy atraviesa desde una primera incredulidad por parte de las autoridades, hasta la tolerancia de Alejandro I, y el posterior desprecio, cuando no mofa, en los años centrales del siglo XIX. Se les pretendió ridiculizar haciéndoles desfilar vestidos de mujer por los pueblos de la Rusia Central. Fueron declarados también enemigos de la humanidad y calificados como secta peligrosa hasta que, por fin, buena parte de la comunidad tomó el camino del autoexilio hacia zonas pertenecientes en la actualidad a Rumania, donde se les conoció por Scopiti. Este paisaje de acoso social al que fueron sometidos determinó que sus reuniones fueran de naturaleza secreta, y aún más blindado era el ritual de la castración a la que se sometían, sin ninguna garantía sanitaria y en los lugares más inhóspitos posibles, como granjas, establos, sótanos e incluso en campo abierto.
No se poseen testimonios directos del proceso de emasculación, solo las referencias de un forense a mediados del siglo XIX. Ya hemos referido un tipo de amputación incompleta, o “sello menor” que consistía en la eliminación de los testículos. De forma simultanea, aunque no necesariamente, se procedía a la amputación del pene lo que constituía el ideal de castidad total del devoto o “sello mayor”. Al principio se utilizaba un hierro al rojo, posteriormente se usaba un cuchillo, navaja e incluso un cristal, aplicando en la herida, con el fin de detener la hemorragia, un hierro candente. Las mujeres se amputaban los pezones o bien la totalidad de los pechos, los labios mayores y menores y el clítoris. Todo ello se hacia sin el concurso del alcohol ni de ningún otro producto que pudiera aliviar el dolor que era en sí, parte esencial del ritual, toda vez que pensaban que la salvación llegaba más rápida a través del sufrimiento. Aunque nada se sabe del índice de mortalidad de este procedimiento, y a la vista del sistema utilizado por los Knives en China,(los cirujanos o barberos encargados de producir eunucos para la corte imperial), este no debió de ser desdeñable, vistos los riesgos que implicaba la intervención
A mediados del siglo XIX los Skopsty se estimaban en unos 5.500 individuos de los cuales 1500 eran mujeres, 700 de ellos se habían castrado y 100 mujeres se infligieron mutilaciones. En 1909 se calculaban en unos 100.000 no todos emasculados, lejos aún de esa cifra mágica de los 144.000 que marcaba el hito del Apocalipsis, el retorno de Cristo al mundo. Se convirtieron en activos proselitistas, y según sus detractores, no dudaron en adoctrinar a niños y jóvenes que fueron a la postre castrados en virtud de la labor de fanatización a la que habían sido sometidos, en muchos casos antes de los diez años. No faltaron sin embargo fanáticos religiosos que se sometieron voluntariamente a tomar el “gran sello” que era como en el argot propio se conocía la amputación del pene y de los testículos.
Mujer Skopsty con los pechos amputados |
Los skopsty, tal y como ya estimó Trosky al visitar sus aldeas, se caracterizaban por la sobriedad, la limpieza y el trabajo duro y responsable. Rechazaban la bebida e incluso, comunidades de eunucos sagrados, como se les llegó a llamar, situadas en Siberia con condiciones climáticas extremas, eran capaces de producir cosechas para autoconsumo. Formados para llevar una vida sin pasiones proyectaban su energía en la disciplina y la rutina del trabajo, pero en cambio su vida transcurría en una monotonía atroz. Su mutilación no solo les había privado de una de las pulsiones esenciales del ser humano, cual es la sexualidad, el sexo es la línea que permite al hombre imbricarse socialmente, fomentando su generosidad tras vincularle a los demás. El celibato físico y/o psicológico de algunos colectivos cristianos, no consigue desviar hacia un anhelo místico esa declarada proscripción del amor físico por sus semejantes. Por eso los Skopsty fueron admitiendo con el tiempo que sus miembros pudieran emascularse después de haber tenido dos hijos.