Una de las celebraciones populares de mayor arraigo, y que probablemente se encuentre fuera de su sazón histórica, es la fiesta de los toros. Un acontecimiento del pasado caballeresco europeo que, por multitud de razones, se sigue celebrando, no sin polémica, en una docena de países en los que ha conseguido sobrevivir. El toro suele morir en este espectáculo truculento. Sin embargo, hay ocasiones en la que la bestia martirizada es capaz de sobreponerse a su sufrimiento y mantiene la intensidad del espectáculo hasta el final. Es un toro que hace honor doblemente a su bravura: la que se le supone, antes de salir a la plaza; y la que demuestra en esta, que es la definitiva. Todos los años se perdona la vida a algunos toros a los que su instinto de supervivencia les hace pasar por bravos. Toros valientes y corajudos que no merecen morir y que serán utilizados como sementales después de que les curen de sus espantosas heridas. Es una fiesta tan anacrónica, que hasta la simbología que utiliza es más propia de un torneo medieval que de un festejo del siglo XXI. Un ejemplo de cómo se pueden humanizar comportamientos animales, que en este caso al menos merecen una recompensa. La imagen no precisa comentario alguno.
Habíamos dejado en la Parte II de Animales delincuentes, a nuestro conspicuo leguleyo Barthélémy de Chasseneux, considerando la idoneidad de someter a los animales a juicio, y como, tras exponer cinco razones, convenía en la necesidad de abrir causa contra ellos. Daba así respuesta desde la intelligentzia judicial a la denuncia presentada por los campesinos de Beaune, en la ciudad de Autun, contra la plaga de insectos que se había instalado en sus viñas, y que fueron amenazados de excomunión si no abandonaban con celeridad dichas tierras. Poniendo de paso a la autoridad eclesiástica en un aprieto, toda vez que, amenazar con la sanción a los insectos por actuar en conformidad con el designio divino era poner en duda la propia autoridad del Creador. Pero no fue este el episodio que dio a Chassannée una plaza en los anales de la historia, sino mas bien un hecho de cuya autenticidad existen dudas, aunque algunos autores lo dan por cierto. Se trata de su defensa de los supuestos intereses de los roedores que habían asaltado también la diócesis de Autun, y a cuyo servicio, en calidad de abogado defensor, se puso nuestro ínclito personaje. Un trabajo difícil, puesto que, como es de suponer, ninguno de sus defendidos hizo acto de presencia en la sala ni en primera comparencia ni en ninguna de las otras ocasiones en las que se las requirió. Sea como fuere las ratas desaparecieron de Autun, probablemente porque hubieran acabado con todo lo que merecía la pena, y no como resultado del juicio.
Otro ilustre doctor en teología, pero esta vez italiano, Leonardo Vario, refiere que en muchas comunidades rurales y particularmente en la zona de Nápoles, los afectados por la plaga eligen un abogado que se encargaba de defender al campesino perjudicado, pero también eligen a otro que se ocupa de defender a los insectos, exponiendo ambos sus razones, Particularmenete el abogado de los saltamontes (este era el caso) suelen plantear el derecho de sus defendidos a sobrevivir y la forma de hacerlo es en forma de plaga. En caso de perder el proceso, lo cual solía suceder casi siempre, la pena por no abandonar las dañinas prácticas era la de excomunión.
En el Tirol, y a principios del siglo XVI, un jurado condenó a destierro eterno a los ratones que asolaban el territorio. La sentencia debía ser cumplida en el acto, concediendo solo un periodo de magnanimidad a las hembras embarazadas y a sus crías que dispondrían de varias semanas para cumplirla, con el fin de no exponerlas innecesariamente y en inferioridad de condiciones a sus depredadores naturales: gatos, perros y alimañas. Lo cual demuestra, de alguna manera, la benevolencia de la justicia de la época. No es este un episodio aislado, pues no se conoce sanción alguna para el cerdo que mató a uno de los hijos del Rey de Francia, Luis el Gordo, en el lejano año de 1131. Sucedió que el gorrino se trabó entre las patas del caballo que montaba el Príncipe, cayéndo este al suelo y muriendo al poco como consecuencia de las heridas.
Otro juicio famoso fue el del episodio de los gorgojos en 1587 y en un distrito vinatero francés. No se pierdan los entresijos de esta historia ni los perfiles del discurso del abogado defensor, que lo hubo, porque tienen su enjundia. El fiscal empezó por acusar a los gorgojos de violar con su comportamiento el propósito de la Creación, cual es el de servir a la mejor obra de Dios: esto es al hombre, por lo tanto, y visto el grave quebranto que estaban produciendo, supuso el fiscal que estaban al servicio del diablo. Ante lo que el abogado defensor adujo que, mas bien, su presencia obedecía a un castigo divino a los habitantes del lugar, siendo los gorgojos inocentes pues eran sólo el medio que la divinidad había utilizado para sancionar a los pecadores. Negando autoridad al tribunal para excomulgar a estas criaturas.
El juicio duró ocho meses y no se conservan testimonios de su resultado, pero al parecer se les reservó a los insectos una parcela de tierra, que luego resultó no ser suficientemente amplia ni generosa a juicio de su abogado defensor
A pesar de que Santo Tomas de Aquino en el lejano año de 1265 ya había mostrado sus dudas acerca de la conveniencia de castigar a animales vista sus limitaciones intelectivas y la gratuidad del sufrimiento producido, además de su nulo valor ejemplificador, las causas contras las bestias se prodigaron en la Edad Media Pero no sólo los prejuicios religiosos proyectaron el ejercicio de la justicia formal sobre los animales. El fanatismo revolucionario y el estrafalario comportamiento de algunos jueces civiles cambió solamente los nombres de los procedimientos, pero siguió ejerciendo una obtusa valoración del comportamiento animal. La Revolución Francesa, por ejemplo, guillotinó a un inmenso perro alsaciano junto a su dueño, porque este último, algo demenciado, había hecho ostentación de despreció a la Revolución, y el perro había atacado a un funcionario judicial que se presentó en el domicilio del dueño. Ambos fueron acusados de traición.
Otro caso es el de un loro al que sus atipladas propietarias le habían mostrado la senda de la contrarrevolución al enseñarle a articular gritos como ¡Viva el Rey¡ ¡Abajo la Convención¡ De las dueñas e inspiradoras no hay testimonio que dé cuenta de su destino, pero el loro sufrió un proceso de reeducación tutelado por una de las más feroces revolucionarias de la época.
Habíamos dejado en la Parte II de Animales delincuentes, a nuestro conspicuo leguleyo Barthélémy de Chasseneux, considerando la idoneidad de someter a los animales a juicio, y como, tras exponer cinco razones, convenía en la necesidad de abrir causa contra ellos. Daba así respuesta desde la intelligentzia judicial a la denuncia presentada por los campesinos de Beaune, en la ciudad de Autun, contra la plaga de insectos que se había instalado en sus viñas, y que fueron amenazados de excomunión si no abandonaban con celeridad dichas tierras. Poniendo de paso a la autoridad eclesiástica en un aprieto, toda vez que, amenazar con la sanción a los insectos por actuar en conformidad con el designio divino era poner en duda la propia autoridad del Creador. Pero no fue este el episodio que dio a Chassannée una plaza en los anales de la historia, sino mas bien un hecho de cuya autenticidad existen dudas, aunque algunos autores lo dan por cierto. Se trata de su defensa de los supuestos intereses de los roedores que habían asaltado también la diócesis de Autun, y a cuyo servicio, en calidad de abogado defensor, se puso nuestro ínclito personaje. Un trabajo difícil, puesto que, como es de suponer, ninguno de sus defendidos hizo acto de presencia en la sala ni en primera comparencia ni en ninguna de las otras ocasiones en las que se las requirió. Sea como fuere las ratas desaparecieron de Autun, probablemente porque hubieran acabado con todo lo que merecía la pena, y no como resultado del juicio.
Otro ilustre doctor en teología, pero esta vez italiano, Leonardo Vario, refiere que en muchas comunidades rurales y particularmente en la zona de Nápoles, los afectados por la plaga eligen un abogado que se encargaba de defender al campesino perjudicado, pero también eligen a otro que se ocupa de defender a los insectos, exponiendo ambos sus razones, Particularmenete el abogado de los saltamontes (este era el caso) suelen plantear el derecho de sus defendidos a sobrevivir y la forma de hacerlo es en forma de plaga. En caso de perder el proceso, lo cual solía suceder casi siempre, la pena por no abandonar las dañinas prácticas era la de excomunión.
En el Tirol, y a principios del siglo XVI, un jurado condenó a destierro eterno a los ratones que asolaban el territorio. La sentencia debía ser cumplida en el acto, concediendo solo un periodo de magnanimidad a las hembras embarazadas y a sus crías que dispondrían de varias semanas para cumplirla, con el fin de no exponerlas innecesariamente y en inferioridad de condiciones a sus depredadores naturales: gatos, perros y alimañas. Lo cual demuestra, de alguna manera, la benevolencia de la justicia de la época. No es este un episodio aislado, pues no se conoce sanción alguna para el cerdo que mató a uno de los hijos del Rey de Francia, Luis el Gordo, en el lejano año de 1131. Sucedió que el gorrino se trabó entre las patas del caballo que montaba el Príncipe, cayéndo este al suelo y muriendo al poco como consecuencia de las heridas.
Otro juicio famoso fue el del episodio de los gorgojos en 1587 y en un distrito vinatero francés. No se pierdan los entresijos de esta historia ni los perfiles del discurso del abogado defensor, que lo hubo, porque tienen su enjundia. El fiscal empezó por acusar a los gorgojos de violar con su comportamiento el propósito de la Creación, cual es el de servir a la mejor obra de Dios: esto es al hombre, por lo tanto, y visto el grave quebranto que estaban produciendo, supuso el fiscal que estaban al servicio del diablo. Ante lo que el abogado defensor adujo que, mas bien, su presencia obedecía a un castigo divino a los habitantes del lugar, siendo los gorgojos inocentes pues eran sólo el medio que la divinidad había utilizado para sancionar a los pecadores. Negando autoridad al tribunal para excomulgar a estas criaturas.
El juicio duró ocho meses y no se conservan testimonios de su resultado, pero al parecer se les reservó a los insectos una parcela de tierra, que luego resultó no ser suficientemente amplia ni generosa a juicio de su abogado defensor
A pesar de que Santo Tomas de Aquino en el lejano año de 1265 ya había mostrado sus dudas acerca de la conveniencia de castigar a animales vista sus limitaciones intelectivas y la gratuidad del sufrimiento producido, además de su nulo valor ejemplificador, las causas contras las bestias se prodigaron en la Edad Media Pero no sólo los prejuicios religiosos proyectaron el ejercicio de la justicia formal sobre los animales. El fanatismo revolucionario y el estrafalario comportamiento de algunos jueces civiles cambió solamente los nombres de los procedimientos, pero siguió ejerciendo una obtusa valoración del comportamiento animal. La Revolución Francesa, por ejemplo, guillotinó a un inmenso perro alsaciano junto a su dueño, porque este último, algo demenciado, había hecho ostentación de despreció a la Revolución, y el perro había atacado a un funcionario judicial que se presentó en el domicilio del dueño. Ambos fueron acusados de traición.
Otro caso es el de un loro al que sus atipladas propietarias le habían mostrado la senda de la contrarrevolución al enseñarle a articular gritos como ¡Viva el Rey¡ ¡Abajo la Convención¡ De las dueñas e inspiradoras no hay testimonio que dé cuenta de su destino, pero el loro sufrió un proceso de reeducación tutelado por una de las más feroces revolucionarias de la época.
El obispo de Lausana excomulgando una plaga de cochinillas |
Las termitas también sufrieron su proceso en el siglo XVIII y en Brasil. En terminos muy parecidos al episodio de las cochinillas. Sus victimas: una comunidad de frailes franciscanos que solicitó ayuda al arzobispado. Designado abogado defensor este aludió al derecho a la vida y a la búsqueda del sustento de todas las criaturas, vinculando su voracidad con la naturaleza laboriosa de la que los monjes bien podrían aprender. Con estos y otros argumentos los monjes aceptaron una especie de pacto, merced al cual se les garantizaba a los bichitos un espacio entre los muros del convento, y a cambio el tribunal ordenaba a los insectos abandonar el resto de las dependencias.
Mentamos por último el caso más atípico de todos, que aunque probablemente irreal se ha presentado a lo largo de los tiempos como ejemplo de lealtad: el del perro Fiel. Su amo había sido muerto alevosamente y sin testigo alguno por un caballero de nombre Macaire, durante el reinado de Carlos V de Francia. A pesar de que el asesino enterró el cadáver del caballero, su perro fue capaz de conducir a los soldados hasta el paradero del mismo. No se poseía ninguna pista de su asesino mas que un comportamiento muy violento del perro "Fiel" ante la presencia de Macaire. Como quiera que el animal se mostraba furioso siempre que el asesino se encontraba presente, se empezó a sospechar del caballero de Macaire que juraba y perjuraba sobre su inocencia. Hasta el punto de que, vista la tenacidad del animal en su encono, el rey tomó una decisión extrema que fue la de someter a ambos a un juicio de Dios. Estos eran lides en los que los contendientes y en una pelea a muerte, vista la incapacidad de la justicia humana por dirimir la veracidad de las acusaciones, dejaban el veredicto al favor divino (en Casa Mundo: Historia de los duelos y lances de honor). A pesar de que el caballero Macaire dispuso de todas las armas frente a los solos medios naturales de los que disponía Fiel, el perro resultó vencedor y la sentencia no se hizo esperar, toda vez que Macaire había sobrevivido al combate: sería ajusticiado y su cadáver no podría enterrarse en sagrado Como así sucedió al parecer
Mentamos por último el caso más atípico de todos, que aunque probablemente irreal se ha presentado a lo largo de los tiempos como ejemplo de lealtad: el del perro Fiel. Su amo había sido muerto alevosamente y sin testigo alguno por un caballero de nombre Macaire, durante el reinado de Carlos V de Francia. A pesar de que el asesino enterró el cadáver del caballero, su perro fue capaz de conducir a los soldados hasta el paradero del mismo. No se poseía ninguna pista de su asesino mas que un comportamiento muy violento del perro "Fiel" ante la presencia de Macaire. Como quiera que el animal se mostraba furioso siempre que el asesino se encontraba presente, se empezó a sospechar del caballero de Macaire que juraba y perjuraba sobre su inocencia. Hasta el punto de que, vista la tenacidad del animal en su encono, el rey tomó una decisión extrema que fue la de someter a ambos a un juicio de Dios. Estos eran lides en los que los contendientes y en una pelea a muerte, vista la incapacidad de la justicia humana por dirimir la veracidad de las acusaciones, dejaban el veredicto al favor divino (en Casa Mundo: Historia de los duelos y lances de honor). A pesar de que el caballero Macaire dispuso de todas las armas frente a los solos medios naturales de los que disponía Fiel, el perro resultó vencedor y la sentencia no se hizo esperar, toda vez que Macaire había sobrevivido al combate: sería ajusticiado y su cadáver no podría enterrarse en sagrado Como así sucedió al parecer
Juicios y Procesos a Animales a lo largo de la Historia consta de tres entradas
Algo de Bibliografía
- Una obra deliciosa y que llevó más de cuarenta años a su autor es la de The criminal Prosecution and Capital Punishment of Animals, E. P. Evans. Ya algo veterana pues es del año 1906 y que nosotros sepamos no está traducida al castellano. Existe una versión PDF para descargar
- Les Procés d'animaux. Jean Vartier.
- Thierstrafen und Thierprocesse. 1891. Vo. Karl von Amira's
- Thier processe in der Schweiz. 1893. Vo. G. Tobler's
- Bestie Delinquenti. 1892. Vo. Carlo D'Addosio