Alejandro Magno |
El Perfume. Los Perfumes. Sociología del olor
De los cinco sentidos, el del olfato es el que tradicionalmente ha sido menos valorado. Pareciera que su presencia nos recordara nuestra condición animal. Será por eso por lo que el filosofo Inmanuel Kant lo degradó estéticamente, exiliándolo del horizonte humano. Antes, en su jerarquía de los sentidos, Aristóteles ya le había menospreciado lo suficiente. Santo Tomas de Aquino, siguiendo al pensador griego, pensaba que no era un sentido que llevara precisamente a la salvación de las almas. El olfato ha sido considerado siempre como el más salvaje de nuestros sentidos. Un don natural que nos recuerda constantemente lo que en definitiva somos: animales. Esto es biológicamente inobjetable, pero intelectivamente molesto. Es decir, parece difícil aceptar que las pautas de cortesía entre los humanos pasaron, en algún momento de su evolución, por olerse mutuamente las posaderas.
El olfato es un poderoso sentido que permite, en ausencia de otros, realizar un completo mapa del medio. No en balde algunos animales obtienen de él una información tan completa del mundo que les rodea que su utilidad extrema atenúa la virtualidad del resto de los sentidos. Las hormigas, por ejemplo, dirimen con su uso la pertenencia o no al mismo hormiguero; si el olor no es familiar pelean hasta la muerte. Este extremo gregarismo de estos bichitos garantiza la supervivencia del resto de las especies: son tan abundantes que hubieran dominado el planeta solo por su número. Los insectos, en general, han hecho del olfato su sentido básico de identificación. Las serpientes refuerzan sus fosas nasales con la extrema sensibilidad de su lengua. Los peces, pese a lo que puede parecer, también lo tienen: el salmón según se cree lo utiliza para orientarse hacia su lugar de nacimiento. Los gusanos de seda son capaces de identificar aromas sexuales de sus parejas en una proporción increíblemente pequeña. Los gusanos son el ser vivo con mayor capacidad olfativa, muy superior a la de nuestros buenos amigos, los perros, que aún así, tienen 200 millones de receptores olfativos mientras que nosotros nos conformamos con sólo unos 10 millones; teniendo en cuenta que las células olfativas se renuevan constantemente, de tal manera que al cabo de unos tres meses la remoción celular es completa en el ser humano.
Alambique para la obtención de perfume. XIX. El procedimiento utilizado: al baño-maria |
Todo lo que desprende partículas, moléculas para ser más preciso, puede producir olor. El oro y el cristal, hasta donde nosotros sabemos, no huelen. Tampoco huele el oxigeno, el hidrógeno, el metano, el propano y el nitrógeno. La forma de las moléculas es la que determina el olor, pero incluso dos moléculas de idéntica forma pueden producir olores diferentes, lo que sugiere que hay otro determinante que incide en el olor, y que algunos científicos identifican con la vibración de esas moléculas. Curiosamente el asesino de "el perfume" de Patrick Süskind, carecía de olor corporal, pero esto es ya ficción, visto lo referido. Para que el olor se transmita debe existir un medio que lo permita; el aire o el agua. ¿Huele el espacio exterior? Pues al parecer sí. Los astronautas refieren una impregnación odorífera en sus trajes, parecida remotamente a una mezcla de barbacoa y soldadura. Es el eco olfativo de un Universo con colosales procesos de combustión: estrellas que nacen y mueren constantemente.
El olor es un proceso químico que se inicia en las células olfativas y acaba como impulso eléctrico en su destino final; el córtex frontal. El olfato tiene, por decirlo de alguna manera, un canal directo con el cerebro. Podemos rastrear el progreso de la especie humana a través de los olores; es más, no hay historia de la humanidad sin olor. Ese decorado de acontecimientos que nos ha precedido en el tiempo quedaría huérfano de un aspecto vital si no consideráramos el olfato. No nos damos cuenta porque vivimos permanentemente en una burbuja olfativa, una atmósfera de olores, pero aquellas personas que sufren la pérdida del sentido del olfato, lo que se llama anosmia, refieren un vacío intenso, una pérdida estimulativa que han llegado a comparar con la ceguera. Quizás, pensando en esta parte del decorado de la Historia que se ha ignorado, en la ciudad de Herculano, vecina a Pompeya, se ha abierto un museo en el cual se recrea virtualmente la civilización romana, pero en este caso con una peculiaridad importante, en este museo se ha incluido también el olor como un elemento añadido a la experiencia. Más próximo geográficamente, encontramos en el Museo del Ejercito, en la ciudad de Toledo, la recreación del despacho del coronel Moscardó, tal y como quedó tras el asedio del Alcázar de la ciudad durante la Guerra Civil Española. Impresiona el destrozo de una guerra, pero es el olor de aquella sala el que permite una evocación más intensa de aquel drama civil. El olor, en este caso, ofrece un testimonio al menos tan vivo, como el que nos permite la vista. Si fuera posible empaquetar el olor de aquella contienda con el fin de que las generaciones futuras tuvieran una experiencia sensitiva más amplia, este recinto lo ofrece: es el olor de la Guerra Civil Española
Museo Archeologico virtuale Ercolano. Un Museo en el que además, se huele. |
El olor deja una huella en nuestro cerebro capaz de revivir recuerdos que creíamos olvidados. ¿Quién no ha evocado situaciones pasadas a raíz de oler una fragancia? Probablemente todos. Pero si nos fijamos bien, los recuerdos que nos permite evocar el olor tienen una particularidad, no remiten directamente a los hechos ni acontecimientos pasados, sino que apuntan a las emociones que sentíamos al presenciarlos. Ello hace pensar que el carácter primitivo del olfato, ese canal directo del que hablábamos más arriba, le permite acceder directamente al cerebro, por lo que sus marcas son más intensas que las de los otros sentidos.
El olor es el sentido más subjetivo de todos porque su acción remite a sensaciones personales del sujeto. Además, con excepción hecha de un número muy reducido de olores que son valorados positivamente por la mayoría de las culturas, los olores que consideramos agradables están muy vinculadas a nuestro espacio cultural. A este fenómeno se le ha denominado "efecto Proust", y es que el escritor Marcel Proust aborda un viaje por su memoria en su colosal obra "A la búsqueda de los tiempos perdidos", y todo por la poderosa evocación que le produce el olor de la bollería caliente. Pero no es el único, pensamos también en James Joyce, reconstruyendo su infancia saltando de un olor a otro (Retrato de un artista adolescente) O Henry Miller también, y su desvergonzada prosa, ese eterno mozalbete que gozaba con los olores concupiscentes de sus múltiples parejas. Y hasta el bueno de Ghandi, el adalid de la independencia India, sintiendo la silente y diaria amenaza que constituía para su país el olor de las deposiciones de 600 millones de personas en los espacios públicos, pues carecían de retretes.
Pietro della Vechia: "Los cinco sentidos; el olfato" |
Pero el olor nos hace incluso transparentes. Nos explicamos. ¿Quién no ha oído hablar del olor del miedo o del amor? Son pulsiones que parecen remitir a otros ámbitos de la sensibilidad pero que también dejan una huella intensa en el olfato: efectivamente el miedo se huele. El olor tiene hasta un componente ideológico, se nos ocurre pensar en los aromas patrióticos de la Revolución Francesa, como el llamado jabón constitucional o la pomada Samson, esta última por alusiones al verdugo de la ciudad de París que se encargó de decapitar a Luis XVI, y que curiosamente se convirtió en un devoto monárquico por la vía de la compasión. A estos daban la réplica los partidarios del Antiguo Régimen, desdeñando la Revolución con el uso en la pechera del agua de la reina o con olorosas pastillas de almizcle que acabaron por darles incluso el nombre, pues llegaron a ser conocidos como muscadin (almizcle en francés se traduce por musc).
Actualmente no es desdeñable la intención de utilizar el olor como arma policial o militar, imitando en esto el uso que determinados animales hacen de sus hediondas esencias, piénsese en la mofeta. El olor es utilizado por una multinacional japonesa de la electrónica, como poderoso vehículo de identidad subliminal, de tal suerte que en sus tiendas se utiliza un perfume exclusivo, y ello con el fin de fijar en los consumidores no sólo visualmente la marca, sino también olfativamente, en una especie de aromaterapia del marketing que también implementó en España una compañía telefónica. Poderosos olores han sido incluso utilizados para reanimar a aquellos que pierden la conciencia, las sales de amoniaco, por ejemplo, son como cuchillos aromáticos que restituyen el sentido en aquellos sujetos que sufren desfallecimientos de naturaleza vagal. En el paisaje común de nuestros recuerdos se instala la imagen manida de la señorita pusilánime y romántica del XIX, desfallecida por cualquier nadería, y a la que la caricia de un frasquito conteniendo amoniaco o formol la hacen recuperar la conciencia. Los levantadores de pesas huelen un recipiente -al parecer contienen amoniaco- antes de iniciar su competición.
El olor empezó a asociarse negativamente a grupos sociales. Hitler decía que los judíos olían y que ese era el distintivo de su moho moral. Los blancos se quejaban del olor de los negros, y los negros del olor de los blancos. Los primeros brotes xenófobos en el Japón del siglo XVI respecto a los europeos, vinieron determinados por el extraño olor de los misioneros blancos. Malcom X, un líder afroamericano, también pensaba que los blancos olían diferente. Y a los esquimales el olor de los blancos les parece desagradable, siendo esta impresión reciproca. Los niños huelen de una manera y los viejos de otra, parece que en este sentido el olor acompaña al tiempo pues el uno huele a nuevo y el otro a caduco. Huelen las casas, los pueblos y las ciudades, los países y los continentes, de tal manera que la sensación íntima del viaje no empieza hasta que nuestras narices no empiezan a trabajar aromas que nos son extraños. Huele, o supuestamente debe hacerlo, "La piedra filosofal", esa quimérica sustancia capaz de transmutar todos los metales viles en oro. Al menos así lo sugiere un texto pseudoalquímico (El Libro de Morieno) mentado por Reinhard Federmann ("La alquimia"). Y también huele el Infierno, y mucho. Decimos esto porque San Arsenio, uno de esos santones un poco majaretas de los primeros siglos del cristianismo, tenía la celda donde vivía cubierta de excrementos e inmundicias, cuyo olor le empujaba a perseverar en su retiro ante la insufrible fetidez del Averno, toda vez que aquel hedor con el que convivía era un deleite en comparación con la fetidez del Infierno.
Entradas(post) sobre la historia del Perfume publicados hasta la fecha
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- Filosofía del Perfume. Olor y olfato. Historia del Pefume (II)
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- El Perfume en Judea. Los olores de la Pasión de Cristo. Mesopotamia. Historia del Perfume (IV)
- Perfumes en Grecia. Entre el mito y la realidad. Historia del Perfume (V)
- El Perfume en Roma. Primera Parte. Historia del Perfume(VI)
- Aromas y perfumes en la Antigua Roma. Segunda Parte. Historia del Perfume(VII)
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- Olor de Santidad. Perfumes Sagrados. Incienso y Mirra Historia del Perfume(IX)
- Perfumes, esencias y aromas en la antigua India. Parte Primera Historia del Perfume(X)
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