Cabarrús en la prisión de La Force |
El Directorio resultó ser la salida natural que encontró La Revolución Francesa para respirar. Tal parece que los procesos políticos son como organismos biológicos y este, en particular, se estaba corrompiendo. Había entrado, utilizando una terminología muy actual, en un bucle suicida. El terror no solo había arramblado con la vida de más de 50.000 franceses, había instalado en el inconsciente colectivo el miedo a la delación y a la sospecha. Esta forma de vivir, tan frágil, tan insegura, marcaría la aptitud de la ciudadanía derivándola hacia la insignificancia y cierta mezquindad civil. Eso que se llama el buen pasar, todo con el fin de garantizarse el anonimato social, el vivir sin sobresalir en nada. Nadie debía destacar en sus opiniones, por supuesto, pero tampoco en su indumentaria ni en su vida privada.
La etapa del terror confinó al ciudadano en el reino de la austeridad en los modos y también en las formas. El golpe de Termidor, en cambio, aliviaría la gravedad y la sucinta parquedad revolucionaria. Aunque no era esa su intención directa, El Directorio volvió a abrir los grandes salones de París. Se acomodó a la cultura de la frivolidad, el esmero por el buen gusto y el desprecio por todo lo que los excesos revolucionarios habían hecho cotidiano: ese barniz de vulgaridad y adocenamiento con la que habían tintado las relaciones sociales.
Como diría Saint-Amand (un autor francés del XIX) Termidor fue la victoria del placer, de la vida contra la muerte, del gozo frente al sufrimiento. Pero también apuntó aspectos más sombríos como el llamado terror blanco, la venganza de los exiliados. Primero los jacobinos, cuya radicalidad revolucionaria había llenado de sombras la alegría de una ciudad como París. Siguieron después con los sans-coulottes, esa amalgama indefinida que pasaría rápidamente de víctimas a verdugos de la mano de la Revolución, fueron desalojados, incluso, de La Guardia Nacional. El orador del pueblo, un diario de la época, incitaba a la juventud a salir de su letargo para vengar a los viejos, las mujeres y los niños de sus masacradores.
Muscadins |
Un nuevo tipo de personajes, incluso extravagantes, hizo acto de presencia en las calles: Los muscadines (llamados así porque utilizaban un poderoso perfume de almizcle, Musk) y más tarde, Los incroyables. Hijos de burgueses, comerciantes, rentistas, vástagos de especuladores enriquecidos durante el terror. "La juventud dorada" se dio en llamar, a ellos se unirían los hijos de la antigua nobleza, supervivientes de la guillotina. Las víctimas de La Revolución comenzaron a ver reconocido socialmente su sufrimiento, de tal forma que, para expresar sus simpatias por su infortunio, muchos jóvenes se recortaban sus cabellos sobre la nuca, tal y como lo hacían los condenados al patíbulo con el fin de que la cuchilla se deslizara mejor. "A la victima" o "A la guillotine", se llamaba este tipo de peluquería. Tanto muscadines como incroyables eran extremadamente afectados. Llenos de provocadora insolencia y tan amanerados que, sorteaban en sus conversaciones el uso de determinados sonidos por considerados vulgares como era el caso de la letra "R". Iban provistos de bastones que utilizaban con un doble propósito, por un lado para señalar su resuelto aristocratismo, y por otro, para atacar a los sans-coulotte, a los que consideraban el odiado símbolo de La Revolución.
Incroyable |
Los incroyables no estaban solos, su estética masculina iba de la mano de otra femenina surgida en los salones del Directorio. Una suerte de clasicismo renacido que haría llorar a Madame Roland de la Platière por no haber nacido en tiempos de la antigüedad clásica, como espartana o como romana. Se trataba de Las merveilleuses, y de entre todas ellas, la más significada era Teresa Cabarrús, pero también la condesa de Beauharnais, la futura Josefina de Napoleón; o ese hito de belleza seráfica como era Madame Recamier. La poderosa Fortunee Hamelin, amante de Napoleón y Chateubriand. Sin olvidar a Madame Visconti, la joven mujer de un viejo embajador con lo que prácticamente queda todo dicho. Jóvenes aún, ansiosas de vivir todo aquello que los fundamentalistas de La Revolución les había quitado, con esa irritante cicatería de los jacobinos hacía todo aquello que era bello y agradable. Libres, y como se verá, licenciosas. Ocurrentes, cultas y elegantes. Instaladas en el escándalo de una moda que, a pesar de los dos siglos que median, aún hoy parecería atrevida, cuando no directamente indecorosa.
Incroyable y Merveilleux |
Madame Tallien, nuestra Cabarrus, era la anfitriona perfecta en esa “choza” en la que paraba todo París y cuya modesta fachada en nada hacia presagiar el lujo que se instalaba en su interior. Dispuesta a recuperar las formas clásicas en el arte del vestido o más bien del desvestido, toda vez que su osadía la llevó a prescindir de cualquier tipo de ropa interior. De tal forma que su cuerpo quedaba solo cubierto por una somera pieza de muselina que le llegaba hasta los pies y que se mostraba abierta por los lados, y ello con el fin de poder facilitar los movimientos. La tela era tan fina que apuntaba sin sutileza alguna todo su cuerpo desnudo, por supuesto. Calzaba unas sandalias doradas, y en cada uno de los dedos de sus pies lucia sendos anillos. Una cinta de color rojo anudada en su bellísimo cuello completaba aquel atuendo.
Mme. Tallien. Merveilleuses e Incroyables |
No todas podían hacer lo mismo, no todas disponían de una figura que respondiera tan bien ante esas exigencias. Cuenta un autor francés que, cuando acompañada por la Condesa de Beauharnais, con la que empezaba a larvarse ya un feroz competencia, se presentó así de desvestida ante sus múltiples invitados, la incredulidad y la sorpresa dieron paso a un brutal entusiasmo. Ambas se vieron obligadas a refugiarse en un gabinete con el fin de librarse de sus admiradores. Y entre los que la exaltaban no solo se encontraban aquellos que encontraron en ella la musa de su refinada inspiración, cuales eran los Incroyables, que la adoraban, si no también embrutecidos y broncos revolucionarios. Refractarios en un principio a la distinción y exquisitez de estos espacios, considerados territorio enemigo, pero al que pronto sucumbirían. Y este era el caso de Barras que pese a ser de origen noble había quedado insensibilizado por la intensidad de la represión. Paul-François Barras, jefe del directorio de La República, al que recordamos como el rotundo revolucionario que al mando de los gendarmes penetró en La Convención, consiguiendo con ello la detención de Robespierre.
Entretanto el matrimonio Tallien ha sufrido una rápida evolución. En dos años se casan, tienen un hijo y se separan. Antes de esto, casi con total seguridad, Teresa se ha hecho amante de Barras. El matrimonio vive en realidades paralelas, pero con proyectos incompatibles. Tallien se encuentra cómodo en la radicalidad revolucionaria y se maneja bien en la austeridad. No se sabe si detesta esa constante frivolidad en la que tan bien se mueve su mujer o teme hundirse, aún más, en el desprestigio que su figura ha sufrido desde el golpe de Termidor. Es un extraño en su hogar permanentemente ocupado por afectados jóvenes que se vindican como monárquicos sin recato alguno. Tolerante a su pesar con los excesos de su mujer, la cual, por preservar un ápice de decoro en su moribundo matrimonio, había accedido a cubrirse con una somera cortina la formidable geografía de su cuerpo. Tallien se muerde los puños de puro celo. Ni siquiera el peso de dos embarazos había menguado ese encanto físico que ejercía, tanto entre los almibarados y crecidos aristócratas, como entre los engolados gañanes de La Revolución. Unos y otros coincidían en la potencia de su sonrisa, nunca tan poco hizo tanto, por sí misma, en efecto, pero también por los demás.
Madame Tallien y la futura Emperatriz Josefina (condesa de Beauharnais) bailan desnudas ante Barras. Invierno de 1797. James Gillray. Passe-temps de ci-devant. |
Muchos se conforman con ser meros testigos de la belleza, otros, se quieren hacer con ella. Tallien la había perdido, se dio cuenta un día en el que Teresa se vistió como una diana cazadora, mostrando su pecho izquierdo al desnudo ante una multitud de invitados que lo celebraron y censuraron por partes iguales. Bien es verdad que Tallien tenía mala conciencia, Teresa no le iba a perdonar que hubiera vuelto a ejercer de gran represor, ordenando ejecutar a más 600 exiliados que regresaban pacíficamente a Francia, pensando que el rigor de la Revolución se había relajado. Niños incluidos.
Pero no solo Tallien se sentía dolido y traicionado en su vida privada. La moral republicana se sentía mancillada, de hecho Teresa cometió la imprudencia de mostrarse en público con un vestido considerado indecente y debió de ser protegida de las iras del pueblo por un diputado. Se la llegó a considerar como la nueva María Antonieta, pero esto para Tallien era ya un capítulo aparte. Poco a poco se fue opacando, desapareciendo primero de su hogar y, tiempo después, de la misma Francia, acompañando a Napoleón a su aventura de Egipto y regresando enfermo de elefantiasis para morir olvidado por casi todos, incluso de su propia hija.
Napoleón, Josefina y Mme Tallien. |
Barras ocuparía su lugar, aunque de sangre aristocrática podía en él más la fuerza animal del libertinaje. Una especie de macho alfa que se pavoneaba al lado de Teresa, imitando ridículamente a la juventud dorada y luciendo pomposamente todos los accesorios de rigor: unos aparatosos pañuelos que ocultaban completamente el cuello y en los que se hundía prácticamente la cabeza. No era para menos, toda vez que Cabarrús era la gran inspiradora de la moda parisina del momento; su gusto era exquisito aunque derivara fácilmente hacia el escándalo según refiere la duquesa de Abrantes en sus memorias. Madame Recamier, cuyo salón sucedería al de Teresa y cuya belleza fomentaba la languidez y el espiritualismo, mantuvo una estética que hacia alarde de los accesorios y la ropa utilizados por Cabarrús.
Teresa Cabarrús. Obra de Francoise Gerard. Quizás el cuadro más famoso de Mme. Tallien. Tenía 31 años |
Por estas fechas no sabemos muy bien qué hacía mejor Teresa si vestirse, o desvestirse. Nos explicamos, su relación con Barras, y a pesar que le diera un hijo que nacería muerto, era una de esas convivencias abiertas. Que sepamos Barras mantuvo también intimidad con la condesa de Beauharnais, la primera mujer de Napoleón, y con la que Teresa había mantenido una buena convivencia desde su encuentro en la prisión de La Force en la que ambas esperaban el patíbulo. Seguramente Teresa estaba al tanto de ello, pero ya no era una mujer al uso (no sé si lo han notado) Barras la utilizaba, pero ella también utilizaba a Barras. Había atravesado la fina línea entre la respetabilidad y el oficio de cortesana ilustrada que tanto gustaba en los cenáculos masculinos. Madame Tallien continuaba, por decirlo así, esa larga y respetable tradición en Francia de mujer ilustrada, elegante, ennoblecida por sus actos y aptitudes y nada esquiva a la intimidad ni a la promiscuidad.
Todo el que tenia algún poder en Francia o aspiraba a tenerlo, frecuentaría su salón de la Chaumiere. Algunos iban más lejos, como era el caso de Barras que llegaba hasta su dormitorio, pero ya en su nueva residencia en el Palacio del petit Luxembourg, donde ambos vivían. De entre todos estos arribistas destaca quizás el más insignificante y precario, un jovencito de pelo lacio, tez apagada y ropa ajada llamado Napoleón.
La Emperatriz Josefina |
Alababa Napoleón, muchos años después, la belleza de Madame Tallien, la pintaba como un “bombón”. Sería su única concesión para Cabarrús. Mostraría un desdén hacía Teresa que intentaba hacer pasar por indignación moral debido al tipo de vida disoluta que llevaba, pero que hace sospechar más bien algún tipo de desplante de la Cabarrús sobre las pretensiones del entonces general. De sospechar el papel que el destino reservaba a aquel hombre, Cabarrús no hubiera consentido que Barras le ofreciera a la condesa de Beauharnais como consorte y futura emperatriz. Una operación que no carecía de elegancia emocional para el rudo Barras, toda vez que la condesa, su amante de turno, se iba acercando a los 35 años y quería cuidarse de la furia de una mujer despechada, sobre todo porque Napoleón podía llegar lejos, como así fue en efecto.
Cabarrús intentaría acercarse ya con otra disposición al futuro Emperador, pero ya era tarde. Y eso que desplegó con él todas sus artes, incluido un vestido a lo Diana cazadora que dejaba al descubierto algo más que su hombro. Sólo conseguiría de él un augurio: ella moriría en paz en su cama, para todo lo demás era ya tarde.
Mme. Visconti |
Napoleón y Josefina se casaron algunos días antes de que Napoleón viajara a Egipto, y estando este en Malta recibió ya una carta de su madre en la que le informaba que su mujer se había apresurado, en su ausencia, a regresar con su antiguo protector, Barras. Pese a ello, Napoleón disculparía esta infidelidad, y las varias que siguieron de Josefina. Lo mencionamos porque desde Egipto escribió censurando el comportamiento promiscuo de Madame Tallien, que era poco más o menos el mismo que el de su mujer. Tiempo después, y ya instalado el matrimonio en las Tullerias, Teresa Cabarrús vería prohibido su acceso al mismo pues no se consideraba adecuada la presencia de una mujer que, estando ausente su marido, había parido ya en dos ocasiones. Cabarrús, airada, se apresuró a contestar que, en efecto, todo Paris conocía que había parido en dos ocasiones mientras que su marido Tallién permanecía en Egipto, pero que también todo Paris conocía que una vieja (refiriéndose a Josefina) había parido, y malamente, estando también ausente Buonaparte. De ser esto cierto, Cabarrus se referiría a un embarazo malogrado de la Emperatriz toda vez que fue la esterilidad de la Emperatriz la causa del divorcio de Napoleón. Y eso, pensando bien, conociendo la ligereza de Josefina en sus vínculos afectivos.
Mme. Recamier |
Era toda una declaración de guerra. Como se ve las relaciones entre Teresa Cabarrús y Josefina fueron derivando con el tiempo desde una complicidad extrema en la prisión de La Force, hasta una marcada antipatía. Aunque es probable que Napoleón hubiera presionado a su mujer, Josefina, para que abriera distancias con aquella mala influencia de Cabarrús: él la hacía responsable de los malos pasos que había dado su mujer. De hecho Napoleón llegó a recriminar a Josefina que hiciera más caso a su perro "Fortune" y a Mme. Tallien que a él.
Todo lo cual alejaría a la postre a Teresa de la corte. Su salón iría perdiendo brillo a favor de otros modelos femeninos que apuntaban una nueva estética, como sería el de Madame Recamier. Con todo, no había perdido todo su poder; el Marques de Sade sufriría las consecuencias de su audacia al publicar un pequeño librito en el que censuraba el comportamiento de madame Tallien, madame Visconti y Josefina. Napoleón lo haría encarcelar dejándole olvidado deliberadamente en prisión
Cabarrús era ya una mujer con treinta años y su belleza apuntaba signos de madurez más acordes con un tipo de vida estable y familiar. Tenía ya seis hijos vivos, los cuatro últimos de su amante, el millonario Ouvraud, otro visitante recurrente en sus salones . Tendría de él tantos como años estuvo a su lado: cuatro, y digamos que fue una relación de mutuo interés. Ouvraud obtuvo importantes beneficios de sus negocios en España merced al padre de Teresa, Francisco Cabarrús, bien relacionado en la Corte de Carlos IV, pues no en balde fue su Ministro de Hacienda. La propia Teresa mantiene correspondencia con Godoy, el válido del Rey y probablemente amante de la Reina, se queja en ellas de ciertas dificultades económicas.
Mme. Tallien y sus cuatro hijos, ya como Princesa de Chimay |
Pese a este bagaje vital no sería Ouvraud la última parada sentimental de Teresa. En 1805 emprende su tercer matrimonio. Podría pensarse, visto lo visto, que no iba a ser una parada final, pero lo fue y además con un largo recorrido y con un proposito claro por recuperar su buen nombre, muy mancillado por los acontecimientos y probablemente por su naturaleza algo irreflexiva. Nos referimos a su matrimonio con François de Riquet, conde Caramán y por fin, Príncipe de Chimay. Un hombre tan rendido a sus encantos, que aceptó desde un principio el reto de matrimoniar con una mujer de dudosa reputación. Vivió treinta años con él y le dio cuatro hijos. Teresa Cabarrús murió en su cama, tal y como había presagiado Napoleón en uno de sus últimos encuentros.
La vida de Teresa Cabarrús consta de tres entradas
Biblio
La vida de Teresa Cabarrús consta de tres entradas
Biblio
- Diccionario biográfico Universal de mujeres célebres. Vicente Díez Canseco.
- Zoloé y sus acólitas o unas semanas de las vidas de tres bellas mujeres. Marqués de Sade.
- Mme. Tallien. Diario ABC 4 de Enero de 1959
- Una miniatura de Madame Tallien. Joaquín Ezquerra del Bayo. Revista La Esfera. 10 de Agosto de 1918.
- Historia de la Revolución de Francia desde el año 1789 hasta 1814. M. Mignet
- La jeunesse de l'imperatrice Josephine. Imbert de Saint-Amand.
- El Plutarco de la Revolución francesa. Stewarton.
- Historia de los salones de París. Laure Junot Abrantès. Duquesa de.
- Mujeres célebres de Francia desde 1789 a 1795. E. Lairtuller
- Napoleón Bonaparte. Albert Manfred.
- Anecdotes secretes de la Terreur. Le remords de Mme Tallien. Hector Fleischmann
- La reine de Paris. Michel, Robert-Laffont
- Notre-dame de Thermidor. Histoire de Madame Tallien. Arsène Houssaye.
- Madame Tallien. Notre dame de Thermidor, from the last days of the French revolution until her death as Princess de Chimay in 1835. Gastine, Louis
- Propios
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