Caricatura Merveilleuses 1799 |
Historia de la moda: Merveilleuses, Incroyables y Muscadins
Se ha transmitido la idea de que La Revolución Francesa fue una sublevación de terciopelo, y en la que dos o tres cabezas cortadas fueron el precio que debió de pagar la humanidad para ver reconocidos unos derechos, hoy considerados tan a mano, que parece una obviedad recordarlos. Pero nada más lejos de la realidad. La Revolución que sacudió Francia fue extremadamente cruel y a ratos, sanguinaria, con episodios de autentica guerra de exterminio en la que viejos, mujeres y niños fueron masacrados por el sencillo procedimiento de hundir los barcos en los que se les había confinado. El recuento aséptico de sus víctimas nos lleva, según las fuentes, a un abanico que oscila entre los 40.000 y 200.000 muertos. El periodo del terror se tiene en Francia como el tiempo en el que los perros estuvieron mejor alimentados, toda vez que los patíbulos donde se encontraban instaladas las guillotinas no se limpiaban, y sudaban literalmente sangre. Se llegó al extremo de sentenciar incluso a los familiares de las víctimas aportando como prueba el llanto vertido por sus seres queridos.
El golpe de estado de Termidor* reveló que, bajo este paisaje de desolación impuesto por la austeridad revolucionaria y el miedo a la delación, no surgía una población taimada ni grave. Se apuntaba sobre todo un espíritu festivo; el triunfo de la vida sobre la muerte. La Revolución se había dado la vuelta y ya no era ese atractivo proyecto de liberación humana, pues había puesto la razón al servicio del despotismo y la crueldad. Todos aquellos que perecieron victimas de esta paradoja, los miles de aristócratas ejecutados, clérigos y monjas, militares; afectos al Antiguo Régimen, en general; empezaron a ser considerados como injustas víctimas. Esta valoración alcanzó también a sus modelos sociales a sus gustos y su indumentaria.
Mme. Tallien y los Incroyables |
El golpe de estado de Termidor* reveló que, bajo este paisaje de desolación impuesto por la austeridad revolucionaria y el miedo a la delación, no surgía una población taimada ni grave. Se apuntaba sobre todo un espíritu festivo; el triunfo de la vida sobre la muerte. La Revolución se había dado la vuelta y ya no era ese atractivo proyecto de liberación humana, pues había puesto la razón al servicio del despotismo y la crueldad. Todos aquellos que perecieron victimas de esta paradoja, los miles de aristócratas ejecutados, clérigos y monjas, militares; afectos al Antiguo Régimen, en general; empezaron a ser considerados como injustas víctimas. Esta valoración alcanzó también a sus modelos sociales a sus gustos y su indumentaria.
Corte de pelo: "A la víctima" |
Paradójicamente son los hijos de la burguesía, los nuevos ricos, especuladores y comerciantes enriquecidos con la Revolución los que empiezan a manifestar su desapego con el Sistema; y en muchos casos no lo van a hacer de forma pacifica. Son los Muscadines, jóvenes llamados así por el uso, más bien el abuso, del almizcle (musk), un aroma intensísimo utilizado como base de muchos perfumes. Engolados y elitistas, despreciaban la Revolución y en particular a los sans-culottes a los que hacían responsables de los excesos del sistema. Fueron famosas sus violentas disputas, para ello los muscadines iban provistos de bastones que utilizaban como arma y a los que irónicamente aludían como la fuerza de “su razón”. Los muscadines derivaron rápidamente hacia un estética más plúmbea y recargada, cual era la de los Incroyables.
Los Incroyables, que fueron conocidos también como "inconcebibles" o "inimaginables", respondían a la uniformidad revolucionaria con la distinción. A los pantalones oponían el culotte. Ante los cabellos cortos ofrecían sus largas melenas. Su artificiosidad era una calculada respuesta al naturalismo revolucionario, su afectación una sublevación frente a la grosera simplicidad de los jacobinos. Y ante la frugalidad de la Cómuna parisiense, ellos se decantaron por la desmesura (Andre Guindon "l’habille et le nu"). Pocos hombres que no desearan ir a la moda rehusaban llevar durante el invierno pañuelos con doce, trece o catorce lazos, mientras que en verano se decidian por una corbata de proporciones descomunales.
Los Incroyables eran una caricatura de la realidad, pero su exageración ponía de manifiesto la necesidad de la juventud de liberarse del ferreo rigor de los jacobinos, del sans-culottisme, como se llego a decir. Y aunque la memoria nos suele engañar, el recuerdo que tenían estos de los tiempos del Antiguo Régimen en el que muchos eran aún niños; la evocación de la moribunda monarquía quedó, de alguna manera, ennoblecido. La Revolución, Robespierre y sus secuaces, les habían robado el placer, el derecho al bienestar, al amor por una bella mujer. La tranquilidad de que ninguno de sus actos pudiera ser considerado sospechoso por aquella especie de Inquisición civil que habían instaurado los fanáticos de la razón. Otra de las muchas mujeres que fueron víctimas de La Revolución, Olympe de Gouges, imputó tantos crimenes al Incorruptible (Robespierre) como cabellos tenía este en su cabeza.
Solo el miedo había sido capaz de demorar lo inevitable en un país que tiene tendencia a frivolizar lo trascendente y aligerar lo grave. Por eso, al día siguiente de que Robespierre y Saint Just fueran guillotinados, decenas de coches de caballos volvieron a las calles de París. Les habían privado de las cosas buenas de la existencia, encenderse con un perfume, montar un buen caballo, extasiarse con la calidad de una tela. Esas cosas pequeñas que hacen la vida más amable, más querida y más dulce….. Más francesa en definitiva.
Todo eso se lo habían robado esos calzonazos (traducción muy libre de sans-culotte). Francia vuelve a bailar. Los jacobinos no habían prohibido el baile pero lo habían convertido en actividad sospechosa. El sombrero había quedado proscrito, así como lucir prendas de color verde, y todo ello porque, Carlota Corday, la asesina de Marat; gustaba exhibir ropa de este color. Perfumarse, incluso, se había convertido en un gesto de afinidad ideológica, utilizar la pomada de Sanson era el más elevado signo de devoción revolucionaria. Paradójcamente Sanson, que no era otro que el verdugo de la ciudad de París que había ajusticiado al Rey, refiere a su hijo que él siempre había sido un simpatizante de la monarquía (También en Lacasamundo "La dinastía de los Sanson") Y es que todo poder absoluto suele derivar hacía la esquizofrenia.
Muscadins. No es casual ese forma encorvada de caminar. Formaba parte de la secuencia estética de este movimiento, tan irreverente hacia todos los mitos de la Revolución Francesa |
Los Incroyables, que fueron conocidos también como "inconcebibles" o "inimaginables", respondían a la uniformidad revolucionaria con la distinción. A los pantalones oponían el culotte. Ante los cabellos cortos ofrecían sus largas melenas. Su artificiosidad era una calculada respuesta al naturalismo revolucionario, su afectación una sublevación frente a la grosera simplicidad de los jacobinos. Y ante la frugalidad de la Cómuna parisiense, ellos se decantaron por la desmesura (Andre Guindon "l’habille et le nu"). Pocos hombres que no desearan ir a la moda rehusaban llevar durante el invierno pañuelos con doce, trece o catorce lazos, mientras que en verano se decidian por una corbata de proporciones descomunales.
Incroyables |
Los Incroyables eran una caricatura de la realidad, pero su exageración ponía de manifiesto la necesidad de la juventud de liberarse del ferreo rigor de los jacobinos, del sans-culottisme, como se llego a decir. Y aunque la memoria nos suele engañar, el recuerdo que tenían estos de los tiempos del Antiguo Régimen en el que muchos eran aún niños; la evocación de la moribunda monarquía quedó, de alguna manera, ennoblecido. La Revolución, Robespierre y sus secuaces, les habían robado el placer, el derecho al bienestar, al amor por una bella mujer. La tranquilidad de que ninguno de sus actos pudiera ser considerado sospechoso por aquella especie de Inquisición civil que habían instaurado los fanáticos de la razón. Otra de las muchas mujeres que fueron víctimas de La Revolución, Olympe de Gouges, imputó tantos crimenes al Incorruptible (Robespierre) como cabellos tenía este en su cabeza.
Nótese el uso de los bastones entre este colectivo |
Solo el miedo había sido capaz de demorar lo inevitable en un país que tiene tendencia a frivolizar lo trascendente y aligerar lo grave. Por eso, al día siguiente de que Robespierre y Saint Just fueran guillotinados, decenas de coches de caballos volvieron a las calles de París. Les habían privado de las cosas buenas de la existencia, encenderse con un perfume, montar un buen caballo, extasiarse con la calidad de una tela. Esas cosas pequeñas que hacen la vida más amable, más querida y más dulce….. Más francesa en definitiva.
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Incroyable+Merveilleux |
El país baila, y lo hace en todos los sitios. Ya no se limita a una serie de salones distinguidos sino que, comenzando tímidamente en el hotel Thelusson o el hotel Richelieu, se va transmitiendo por todas las clases sociales. Desde los nuevos ricos hasta los aprendices de un oficio. A distintos precios claro, y desde el Hotel de la Chine a la maison de la Modestie. Cien salas abiertas diariamente. En la ciudad de París se calculan más de seiscientos recintos donde se puede bailar…y fumar.
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En esta efusión hay sitio incluso para los llamados "bailes de víctimas". Un evento a medio camino entre la fabulación romántica y la realidad. Recintos en los que su acceso estaba restringido a los familiares y deudos de las víctimas de la guillotina. Una ceremonia plagada de códigos alusivos a este terrible instrumento, cual era la labor de peluquería, con profusión de cortes de pelo a la victima o a lo Tito. Uno y otro se caracterizaban por dejar despejado el cuello, tal y como los condenados eran preparados con el fin de que la cuchilla hiciera mejor su trabajo. Había incluso ornamentos mucho más truculentos, cual era el de colocarse una cinta roja alrededor del cuello con el fin de evocar, en la medida de la posible, el corte del metal en la carne. El pelo y la cinta se convertirán en complementos esenciales para la estética de Les merveilleuses ("las meveilleuses" como preferían ellas mismas, omitiendo la pronunciación de la "r"). De igual manera que, las voluminosas corbatas de colores encendidos, entre ellas el verde por lo arriba referido, y las fustas lo eran para los incroyables ( o "incoyables").
En Francia nunca ha sido desdeñable la influencia de las mujeres, y junto a estos excéntricos modelos masculinos se apuntó una estética femenina que recibiría, como ya hemos dicho, el pomposo nombre de les merveilleuses. Ya lo advertía Napoleón al referir a su hermano José (futuro Rey de España) que el Directorio facilitó en cierta medida el gobierno de las mujeres, a cuyo servicio se rendía todo el género masculino de este país. “Este es el único país del mundo en el que las mujeres ejercen realmente el poder a traves de los hombres”, decía. Napoleón derivó hacía una mentalidad bastante más conservadora, y además de censurar en repetidas ocasiones las licencias afectivas de las merveilleuses, se apresuró, una vez coronado Emperador, a restaurar unos modelos en el vestido de corte más protocolario y conservador. De la misma opinión eran los hermanos Goncourt (Edmond y Jules Goncourt, Historia de Francia durante el Directorio) para los que la revolución de Thermidor fue, de alguna manera, el triunfo de las mujeres.
Mme. Tallien. La musa del Directorio |
Madame Tallien, Madame Recamier, la agudísima Madame de Staël, la condesa de Beauharnais (la futura emperatriz Josefina) y otras, forman parte de este grupo muy selecto de mujeres cuyo poder para cambiar la historia no ha sido suficientemente valorado. Ellas hacen bueno el dicho de que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer(de hecho se las conoce más por el apellido de sus maridos que por sus nombres propios) A diferencia de otras no se resignaron al sacrificio y al anonimato. Quisieron ser protagonistas, si no de la historia, sí al menos de sus vidas. Por eso fueron capaces de cumplir con largueza el modesto cometido para el que la cultura de su tiempo les había señalado. Por eso, aquellos que consideran que los países al igual que las personas tienen un sexo, estiman que, Francia, a diferencia de Alemania o España, es una mujer.
Diversos tipos de Merveilleuses |
Las mereveilleuses se encargaron de imponer una moda que a ratos fue extremadamente osada y hasta escandalosa para la época. Madame Tallien no dudó en aparecer en público con uno de sus pechos al descubierto mientras que, la condesa de Beauharnais, conocida mejor como Josefina, la primera mujer de Napoleón, lucia unas prendas tan sutiles que mantenían a Napoleón en un permanente estado de ansiedad y celos. Y no era para menos, toda vez que "el corso" recién casado con Josefina y embarcado para la campaña de Egipto, fue alertado por su madre, de que su mujer había vuelto a intimar con su antiguo amante Barras. Por cierto Leonard Pfeiffer, un autor que publicó una obra sobre el sabor y el olor en la obra de Balzac, refiere que Josefina usaba perfumes tan intensos que su tocador, aún setenta años despues de su muerte, seguía conservando los aromas utilizados por esta.
Las mujeres llegaron a ser valoradas no por su vestido, su toilette como se decía, sino más bien por su audaz desnudez. La futura emperatriz Josefina, Mme de Morlaix, Mme de Noailles, Mme Recamier, Mme Kilmain, Mme Guidal y Mme Hamelin (talla de ninfa y pie de infante, como se referían a ella) constituyen el estado mayor del buen gusto durante el Directorio. Las llamadas tres gracias del Directorio (Mme. Tallien, la condesa de Beauharnais y Mme. Recamier) eran, en efecto, más allá de trescientas. No solo se limitaban a lucir los trajes que diseñaban las modistas de la época, como Mme Minette o Mme Rambaud sino que, ellas mismas, se ocupaban de elaborar sus propios modelos.
A diferencia de los estrafalarios atuendos de los Incroyables, artificiosos y pomposos hasta la desazón, las merveilleuses se muestran sensibles a las líneas clásicas, hasta el extremo de que algunas de ellas lloraban incluso por no haber nacido espartana o ciudadana del Imperio romano (las ruinas de Pompeya aunque descubiertas a mediados del siglo XVIII empezaron a explotarse por estas fechas). En línea con este clasicismo renacido, el color troncal fue el blanco que se convierte casi en el color oficial de las jóvenes novias. No tardaran en aparecer también las revistas de moda más antiguas del Continente: "La correspondence des dames" y "l’Arlequin" que empezaron a marcar el pulso de la moda.
Se imponían las líneas verticales utilizando como modelo las imágenes clásicas, y para ello, acudíase a telas que reforzaran de alguna manera la ingravidez; finísima muselina de Indias que al parecer costaba una verdadera fortuna; calicó, batista, etc. Telas finas y transparentes que obligaban a disponer de ropa interior color carne y mostraban desnudas las piernas, lo que para la época era un formidable atrevimiento. Se utilizaron prendas de cintura alta: “robe en chemisse” de tal manera que los vestidos semejaban a la ropa interior. Como los tejidos eran en extremo livianos, se prescindió de los bolsillos lo que facilitó la introducción de los bolsos de mano, llamados ridículos, pues eran de tan reducidas dimensiones que su cometido no podía ser más que ornamental. Se abandona el corset, causante de infinidad de suplicios, aunque la prenda no tardaría en volver unos lustros más tarde. Con el fin de acentuar el volumen y la verticalidad se acudía incluso al cuerpo mojado, es decir, las prendas se colocaban húmedas. Se impuso también la manga corta en todo tiempo y estación lo que fue causa de no pocas afecciones pulmonares. Para evitar los rigores climáticos se introdujeron unos impresionantes chales de cachemira al alcance de muy pocas fortunas. Las merveilleuses se rindieron fascinadas a la poderosa potencia escultural de diosas arropadas únicamente con vestidos mojados, cual la Afrodita del trono de Ludovisi, la Niké de Peonio o la Venus Genitrix
Se imponían las líneas verticales utilizando como modelo las imágenes clásicas, y para ello, acudíase a telas que reforzaran de alguna manera la ingravidez; finísima muselina de Indias que al parecer costaba una verdadera fortuna; calicó, batista, etc. Telas finas y transparentes que obligaban a disponer de ropa interior color carne y mostraban desnudas las piernas, lo que para la época era un formidable atrevimiento. Se utilizaron prendas de cintura alta: “robe en chemisse” de tal manera que los vestidos semejaban a la ropa interior. Como los tejidos eran en extremo livianos, se prescindió de los bolsillos lo que facilitó la introducción de los bolsos de mano, llamados ridículos, pues eran de tan reducidas dimensiones que su cometido no podía ser más que ornamental. Se abandona el corset, causante de infinidad de suplicios, aunque la prenda no tardaría en volver unos lustros más tarde. Con el fin de acentuar el volumen y la verticalidad se acudía incluso al cuerpo mojado, es decir, las prendas se colocaban húmedas. Se impuso también la manga corta en todo tiempo y estación lo que fue causa de no pocas afecciones pulmonares. Para evitar los rigores climáticos se introdujeron unos impresionantes chales de cachemira al alcance de muy pocas fortunas. Las merveilleuses se rindieron fascinadas a la poderosa potencia escultural de diosas arropadas únicamente con vestidos mojados, cual la Afrodita del trono de Ludovisi, la Niké de Peonio o la Venus Genitrix
Mme. Hamelin. Pintada por Andrea Appiani en 1798 |
Mme. Recamier |
La condesa de Beauharnais. Futura Emperatriz Josefina y primera mujer de Napoleón |
Mme. Visconti |
Los sombreros alcanzarían proporciones descomunales y las pelucas rubias desplazaron al castaño y moreno, sobre todo porque los jacobinos las habían prohibido, ello no era óbice para que se dispusiera de prótesis capilares de color azul o verde. Las sandalias, al estilo clásico, eran de buen tono, atadas con cintas por encima de los tobillos, incluso se utilizaban para tal cometido collares de perlas.
Algunos autores consideran que el Directorio propiamente no vistió a las mujeres sino que más bien se ocupó de desvestirlas, de hecho algunos cronistas decimonónicos proporcionan hasta la fecha en la que las mujeres en Francia empezaron a frecuentar la desnudez, el año de 1794. Pensaban que esta osadía venía de alguna manera inspirada por el comportamiento casi sádico de los verdugos de la Revolución. A la agonía de una próxima ejecución añadían la humillación, rasgando las vestiduras de sus víctimas femeninas. Pero probablemente esto no es cierto del todo y semejante audacia en el vestido se inscribe más bien en el afán de llamar la atención, el espíritu por destacar de una juventud formada en gran parte por hijos de nuevos ricos, especuladores o traficantes de armas y víveres.
El duque de Broglie habla del traje de Diana con el busto medio desnudo de Madame Tallien. Mostrando sus hombros y piernas a todo aquel que supiera valorarlas, mientras que una serpiente de oro, esmaltada en negro y cuya cabeza era una piedra preciosa, adornaba su brazo desnudo, porque Mme Tallien jamás usó guantes por temor a que sus manos transpiraran en exceso. Unas veces sus vestidos le cubrían solo por encima de la rodilla y otros le llegaban hasta los tobillos, pero eran tan estrechos que para permitir el paso estaban rasgados desde sus caderas. En este caso, y no obligatoriamente, sus piernas quedaban cubiertas por medias de color carne, e insisto, que no necesariamente.
De todas las referidas, Tallien, era casi la reina del Directorio. Todo quedaba en familia, puesto que su amante de turno, Barras(**) ejercía un ridículo liderazgo sobrevenido sobre los incroyables, aunque él ya no fuera ningún mozalbete.
Tallien se permitía ir siempre un paso por delante de las demás. Mientras unas descubrían la distinción de calzarse con unas sandalias a la griega, ella ya emprendía el uso del pie descalzo, eso sí, adornando cada uno de los dedos de sus pies con un anillo, y añadiendo una arandela de oro por encima de cada una de sus rodillas. Entre sus secretos estaba la lozanía de su piel, conseguida con baños de fresa o frambuesa, seguida por una más que suave fricción de su cuerpo con esponjas empapadas en leche y perfumes. Madame Tallien se llamaba en realidad Teresa Cabarrús y había nacido en Madrid. Pero esta es otra historia. (Teresa Cabarrús. Su vida. También en Lacasamundo.com)
(*) Según el Calendario Republicano Francés, desde mediados de Julio a mediados de Agosto.Algunos autores consideran que el Directorio propiamente no vistió a las mujeres sino que más bien se ocupó de desvestirlas, de hecho algunos cronistas decimonónicos proporcionan hasta la fecha en la que las mujeres en Francia empezaron a frecuentar la desnudez, el año de 1794. Pensaban que esta osadía venía de alguna manera inspirada por el comportamiento casi sádico de los verdugos de la Revolución. A la agonía de una próxima ejecución añadían la humillación, rasgando las vestiduras de sus víctimas femeninas. Pero probablemente esto no es cierto del todo y semejante audacia en el vestido se inscribe más bien en el afán de llamar la atención, el espíritu por destacar de una juventud formada en gran parte por hijos de nuevos ricos, especuladores o traficantes de armas y víveres.
El duque de Broglie habla del traje de Diana con el busto medio desnudo de Madame Tallien. Mostrando sus hombros y piernas a todo aquel que supiera valorarlas, mientras que una serpiente de oro, esmaltada en negro y cuya cabeza era una piedra preciosa, adornaba su brazo desnudo, porque Mme Tallien jamás usó guantes por temor a que sus manos transpiraran en exceso. Unas veces sus vestidos le cubrían solo por encima de la rodilla y otros le llegaban hasta los tobillos, pero eran tan estrechos que para permitir el paso estaban rasgados desde sus caderas. En este caso, y no obligatoriamente, sus piernas quedaban cubiertas por medias de color carne, e insisto, que no necesariamente.
Grabado satirico de la época |
De todas las referidas, Tallien, era casi la reina del Directorio. Todo quedaba en familia, puesto que su amante de turno, Barras(**) ejercía un ridículo liderazgo sobrevenido sobre los incroyables, aunque él ya no fuera ningún mozalbete.
Tallien se permitía ir siempre un paso por delante de las demás. Mientras unas descubrían la distinción de calzarse con unas sandalias a la griega, ella ya emprendía el uso del pie descalzo, eso sí, adornando cada uno de los dedos de sus pies con un anillo, y añadiendo una arandela de oro por encima de cada una de sus rodillas. Entre sus secretos estaba la lozanía de su piel, conseguida con baños de fresa o frambuesa, seguida por una más que suave fricción de su cuerpo con esponjas empapadas en leche y perfumes. Madame Tallien se llamaba en realidad Teresa Cabarrús y había nacido en Madrid. Pero esta es otra historia. (Teresa Cabarrús. Su vida. También en Lacasamundo.com)
Teresa Cabarrús, más conocida como Mme. Tallien |
(**)Paul Francois, Jean Nicolas Barras. Uno de los cinco Presidentes del Directorio. Libertino y corrompido. Entre sus muchas amantes se encuentra la propia Mme. Tallien y la Condesa de Beauharnais. Presentó esta última a Napoleón que la hizo su esposa.