Historia del Guante (II). Los guantes perfumados

Gilda y sus guantes hasta el codo


Los guantes perfumados


La autoridad de los reyes en la Edad Media empezó a quedar significada, entre otros, por la entrega de un par de guantes. El Rey de Inglaterra, antes de recibir el cetro, debía ajustarse un guante en la mano derecha y una  vez coronado, uno de los nobles allí presentes que ejercía como paladín del rey, lanzaba un guante al suelo con el fin de retar a duelo a cualquiera que mantuviera la mas mínima duda sobre la legitimidad de aquel  monarca. Los Reyes de Francia, poco antes de morir, entregaban a su hijo y sucesor un guante como señal de que iban a ser investidos. Un caso especial es el de Conrado II de Sicilia que perdió el trono y fue decapitado por intentar recuperarlo, y al que la leyenda pinta lanzando su guantelete a la multitud tras gritar “Para el Rey de Aragón”. El guante fue aceptado por el susodicho y, como consecuencia, el Reino de Sicilia,  pasó el rey Pedro III de Aragón.  Los Reyes se enterraban con sus guantes; Ricardo I de Inglaterra, conocido como Ricardo Corazón de León lo hizo. El Príncipe Negro también, sus guantes colgaban por encima del ataúd. Alfonso X de Castilla de sobrenombre “el sabio”  acompañado invariablemente con sendos guantes de piel que protegían sus manos de las garras de los halcones con los que practicaba su actividad preferida: la cetrería. El ataud de Alfonso X conservaba varias sorpresas: una limosnera, un capiello, y unos guantes de punto de seda, estos tenían una particularidad, estaban abiertos en sus puntas como si se tratara de mitones.


Guante español. 1800-1820
Guante español. 1800-1820

     Desde La Edad Media empieza a apuntar una industria con la que España se significó en Europa, la de la piel y particularmente la de los guantes perfumados. Pieles suaves, delgadas y delicadas, una piel dentro de otra piel. Piezas tan sutiles que se pensaba que la misma cáscara de una nuez era capaz de contener un guante. Macerados (adobados, se decía) en perfume. Un aroma amable para sofocar tiempos crueles, sucios y apestosos. El éxito de los guantes perfumados residía en su capacidad para enmascarar el olor hediondo de la naturaleza: la gente olía mal, el mundo apestaba y solo el penetrante perfume de aquellos guantes era capaz de ofrecer de vez en cuando una tregua al lastimado olfato. El Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, giró un presupuesto desproporcionado a La Corona Española solo para ofrecer a cada uno de sus hombres un par de guantes perfumados con los que aliviarles de los hediondos campos de batalla de Italia, cubiertos de cadáveres en descomposición. Antonio Pérez, el  que fuera secretario de Felipe II, se convirtió en un hábil guantero: regalaba guantes perfumados con el propósito de predisponer positivamente a las damas a las que galanteaba. Y nuestro inefable Don Quijote, tan demenciado en sus amores como en el resto de las cosas de la vida, valora el buen olor de su amada Dulcinea y la imagina perdida, por tal motivo, en la tienda de un guantero. No siendo esta, por cierto, la única referencia que hace este entrañable caballero al buen aroma de estos comercios (*)


El hombre del guante. Tiziano
El hombre del guante. Tiziano
     Los guantes perfumados de España eran tan famosos que Furetière, un autor francés, señala que era el regalo más deseado de todos aquellos que viajaban por La Península. Y un marino inglés, Stephen Burough, que había viajado a Sevilla  recordaba entre sus más apreciadas posesiones un par de guantes perfumados con el que había sido obsequiado.
     Catalina de Médicis utilizó  guantes perfumados para deshacerse de la madre de su gran rival el hugonote Enrique IV de Francia;  Juana de Navarra se llamaba la infeliz. Enrique IV llegó a ser rey pese a la vida imposible que le hacia la italiana que, en su desdén por él, llegó a asesinar –si bien por error- a su propio hijo. Catalina de Médicis mostraba tal devoción a los guantes perfumados españoles que, por mediación de su hija, Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, se los hacía enviar a Francia. Isabel de Valois utilizaba para tal cometido cualquier medio que estuviera a su alcance y en una ocasión, le hizo llegar a su madre, junto a su retrato, cuatro docenas de guantes, unos perfumados y otros no, por mediación del embajador de España en Francia.  Isabel I de Inglaterra usaría los guantes perfumados con otro objeto más amable y lisonjero, utilizó el de la mano izquierda para obsequiar al Conde de Cumberland. El conde siempre lo llevaba prendido de su sombrero en los días de etiqueta con el fin de mostrar así el alto concepto que la soberana tenía de él. Aunque más de uno consideró que la Reina Isabel, al obsequiarle con el guante de la mano izquierda, la del corazón, pretendía apuntar algún deseo de vinculación más estrecha e íntima con el noble. Tiempo después, El Príncipe de Gales, Carlos Estuardo, futuro Carlos I de Inglaterra, se presentó en Madrid en el año 1623 y allí permaneció durante seis meses esperando infructuosamente la mano de la Infanta María, hermana del Rey Felipe IV. Cabe dudar de los móviles romanticos que pudiera suscitar este viaje, diseñado quizás como un fracasado enlace político entre las monarquías inglesas y españolas. No hubo compromiso matrimonial, pero si es cierto que el futuro Rey de Inglaterra recibió numerosos obsequios por parte de la Reina Isabel de Borbón entre los que destaca "..... dos baúles, el uno lleno de faldriqueras y guantes de ámbar muy finos..."


María Estuardo, Reina de Escocia. Este guante tiene una curiosa historia. Supuestamente lo llevaba la Reina de Escocia el día de su ejecución (fue decapitada) Antes de subir al cadalso debíó de desprenderse de el toda vez que, tras la ejecución, todo lo que la Reina llevaba fue quemado y ello con el fin de que sus partidarios no pudieran obtener reliquia alguna.

     En Francia la piel mas usada era la de cabra o camello o ante, las clases mas humildes utilizaban la de perro. Por estas fechas,  los más apreciados eran los guantes de España. De hecho, entre las clases aristocráticas se consideraba el regalo mas deseado. Llego a ser tal su éxito  que alguna gente dormía con camisón y guantes. Eran famosos los guantes perfumados  de Sevilla y Ocaña. Los  guantes de Ocaña eran reputados desde La Edad Media hasta el punto de que se entregaban como trofeo en las justas realizadas en Castilla. En Francia existió una confusión fonetica curiosa en el sentido de que, por falta de competencia lingüística, se asociaba los guantes fabricados en Ocaña con guantes elaborados con de piel de oca. 


XVI. Colección Seymour Lucas
XVI. Colección Seymour Lucas

     Los guantes perfumados más estimados, y más duraderos,  eran los de ámbar gris, un producto cuando menos paradójico. El origen del ámbar gris es casi inverosímil, de hecho, no es mas que una papilla pestilente que fermenta en el estomago de los cachalotes y que flota libremente en el océano. Es realmente la diarrea de un cachalote que, por la acción del agua, el sol y el viento acaba por desprender al cabo del tiempo un aroma de tan formidable intensidad que los productos impregnados con el adquirían un extraordinario valor, pues el ámbar gris es capaz de fijar el aroma de cualquier perfume aparte de potenciarlo. Esta capacidad para potenciar el aroma que posee el ámbar hizo que Carlos II  de Inglaterra lo tomara como especie; puesto que al parecer tiene un ligero sabor a chocolate. Al parecer también eran ingleses los guantes que usaba el el Emperador Mogol Jahangir, conviene precisar que el Imperio Mogol gobernó La India durante mas de cuatrocientos años. De fe musulmana en un país hindú, son en muchos aspectos responsables de esa imagen exótica y un punto inquietante que poseemos de este país. Jahangir, que era un alcohólico, usaba un turbante del que colgaban un rubí, una esmeralda y un diamante. Cada uno de sus dedos presentaba un anillo de proporciones descomunales por lo que los guantes de los que hablamos colgaban de su fajín elaborado con seda e hilos de oro.


1600-1625 ¿Inglaterra?
1600-1625 ¿Inglaterra?

     Ana de Austria, hermana de Felipe IV de España y que tenía unas manos preciosas, gustaba lucir guantes de piel de ratón. Mandaba traer piezas perfumadas de España y a su parecer los mejores guantes eran aquellos cuya piel había sido tratada en España, cortada en Francia y terminada en Inglaterra. Su hijo, el Rey Sol, fue el responsable de los estatutos del gremio de guanteros-perfumeros de París, allá por el 1656 y que a la postre acabarían por hacerse con el renombre para sus piezas en detrimento de los de España. No obstante, María Teresa de Austria, que sería su mujer, se presentó en Francia con dos baúles llenos de guantes españoles. Claro que, si se tiene en cuenta que la futura reina consorte iba seguida de una comitiva que ocupaba seis leguas, este parte del equipaje parece bastante modesta. Por cierto, una legua equivale a un poco más de cuatro kilómetros, lo que nos lleva a pensar que esta información es ciertamente exagerada.

     Fernando VI, en las representaciones teatrales del Buen Retiro solía repartir guantes perfumados entre los presentes, siguiendo con ello la tradición establecida por Felipe V que importó de Francia el gusto por ofrecer a sus invitados guantes perfumados, en una época ya en la que el prestigio del guante perfumado español había decaído


1610-1630. Gran Bretaña
1610-1630. Gran Bretaña

     Un texto del 1733, precisamente durante el reinado de Felipe V, describe la forma de perfumar guantes. Nos hemos ocupado de resumir el proceso por tratarse de un procedimiento laborioso; el guante deben permanecer sumergido en agua rosada, para añadir después almizcle disuelto en agua de azahar y una gota de vinagre, esto tiene el propósito de embeber la piel de olor. Posteriormente, deben permanecer colgados durante un día entero con el fin de que se sequen y entonces se procederá a mezclar una medida de ámbar gris con una onza de aceite de almendras, imprimiendo con esta solución los guantes. El olor permanecerá durante largo tiempo pues  ya sabemos que el ámbar posee las propiedades de intensificar y conservar el olor. Existe otro texto, esta vez en francés, sobre las técnicas para perfumar guantes en el manual del parfumeur francaise


Francia 1880-1900
Francia 1880-1900

     Los guantes en piel se reservaban para montar a caballo mientras que los de satén o terciopelo se usaban en las fiestas y reuniones sociales. Llevar un guante exigía cierta técnica y retirárselo otro tanto. Para ponerlo el dedo pulgar debía de entrar en último lugar y para retirárselos se jalaba del puño quedando el guante del revés, al parecer de esta forma el guante podía secarse del sudor corporal  evitándose efectos no deseados en la piel del guante. Una vez seco se procedía a darle la vuelta ayudándose para ello de un accesorio denominado tijeras
     Un tipo particular de guante, el mitón , llegó a ser utilizado con mayor frecuencia, incluso más que los propios guantes y casi exclusivamente por el sexo femenino. Los mitones, al dejar los dedos libres, permitían mayor facilidad de movimientos y eran igual de respetuosos con las pautas de elegancia. 


Guantes de mujer. XVIII. Museo de Ciencia y Arte de Edimburgo
Guantes de mujer. XVIII. Museo de Ciencia y Arte de Edimburgo
     El siglo XIX impone la presencia de guantes hasta el codo, blancos o de color pastel. Aparecen las mallas, lo que permite mostrar bajo ellas los anillos, hasta entonces estos accesorios se colocaban  sobre los guantes. Tanto los guantes como las zapatillas impregnadas en alcohol, fueron utilizados durante los primeros años del romanticismo como moderadores de los impetuosos corazones de las jovencitas lánguidas, víctimas fáciles de los conquistadores sin escrúpulos. Al menos ello se deduce de unas curiosas instrucciones reflejadas en "la amiga de las mujeres", de P.J. Marie de Saint-Ursin, que considera también conveniente sustituir por la noche el alcohol de los guantes por suaves impregnaciones de aceites balsámicos, menos enervantes. Una variedad de guante largo con mucho éxito fue el utilizado por la actriz Sara Bernhardt en el escenario, se presentó con unas piezas de color  negro hasta el codo pero debido a su extremada delgadez los llevaba arrugados. Este tipo de guante fruncido se mantuvo en los salones de la alta sociedad hasta la II Guerra Mundial


España. XVI ó XVII. South Kensington Museo.
España. XVI ó XVII. South Kensington Museo.
Guantes de cuero. Japón. Los samurais los llevaban bajo la armadura (XVII-XVIII). Lacasamundo.com
Guantes de cuero. Japón. Los samurais los llevaban bajo la armadura (XVII-XVIII)

     El conde D'Orsay un dandy francés fue conocido por usar seis pares al día. Guantes de reno para la mañana, los de gamuza para la caza. Cuando viajaba a la ciudad,  los de castor. Los trenzados en seda para ir de compras y los de piel de perro para la cena. Y por fin, la piel de cordero mezclada con seda para la noche. Brummell, un caballero inglés del siglo XIX, prototipo de la elegancia y dictador del buen gusto en Londres, (el propio Príncipe de Gales se sometió durante años a su dictamen. Podéis ver nuestro post El bello Brummell. El apogeo del dandismo) utilizaba unos guantes elaborados por no menos de cuatro artesanos. Uno de ellos se había especializado en elaborar únicamente la parte del guante que cubre el dedo pulgar. Al parecer eran tan finos que permitían adivinar la forma de las uñas bajo su factura.


Mitones. XVIII
Mitones. XVIII
     Hasta los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX una mujer no iba correctamente vestida si no disponía de guantes, Las revistas de estilo aconsejaban su uso en el campo, en el teatro, en una cena de gala. Las mujeres debían de utilizar ambos, mientras que los caballeros utilizaban solo uno, sujetando el otro con la mano enguantada.  En el baile era imprescindible su uso al saludar a la anfitriona o a sus propios invitados. En realidad este gesto de respeto tiene un origen mas calculador del que se le supone, pues el uso de un guante entre determinadas clases sociales, suponía en su momento una salvaguarda de la salud al evitar a las manos un contacto directo con personas de inferior condición y a las que se les suponía una higiene limitada, tal y como apunta un escritor del siglo XIX. Uno de los paradigmas de la elegancia americana del pasado siglo XX, Jacqueline Kennedy era muy aficionada a su uso. Los llevaba cuando asesinaron a su marido, el Presidente Kennedy. Los entregó ensangrentados junto a los restos de la masa encefalica que el proyectil había arrancado de la cabeza de éste.

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     Hubo incluso guantes que llegaron a hacerse de piedra, sobre todo para vengar ofensas. Nos explicamos, cuenta el poeta decimonónico Gustavo Adolfo Becquer (Sevilla-1836, Madrid-1870) en su leyenda de "El Beso" que un capitán francés, oficial del ejército napoleónico, quedó impresionado por la belleza de un cuerpo de mujer yacente dentro de la Iglesia toledana de San Pedro, y que no era otra que el de Elvira de Castaneda, muerta en el siglo XVII, cuyos restos descansaban en el templo junto a los de su marido. Por lo visto el capitán, al que el abuso del alcohol le hacía irrespetuoso, osó besar tras una noche de excesos los marmóreos labios de doña Elvira, de tal manera que, según refiere la leyenda, recibió un guantazo del afrentado esposo, cuya escultura yacente descansaba a su lado y que había sido esculpida con sendos guantes cubriendo sus manos.

Francia. XIX. Son un complemento imprescindible en los modelos de la época. Estos son hasta el codo


Guantes y complementos debían de coincidir en color en los salones del siglo XIX. Si el vestido era claro los guantes debián ser blancos, negros en el caso de utilizar vestidos oscuros.

(*) No sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática........... M. Cervantes. Don Quijote de la Mancha


Historia del Guante


Biblio
    • Royal and historic gloves and shoes. Redfern, William Beales.
    • Gloves, their annals and associations. A chapter of trade and social history. Beck, s. William
    • Guantes, pasado y presente. Smith, Willard M.
    • Propios.