Los verdugos. El último verdugo
El último verdugo que ejerció su oficio en Inglaterra pudiera haber pasado por un pulcro y atildado funcionario de ventanilla. Nada en su indumentaria remitía a ese oficio tan vilipendiado, y que, en ocasiones, se hacía muy difícil de sobrellevar pues abocaba a muchos de ellos al suicidio y la autodestrucción. Otros, sin embargo, cumplian el quehacer con una fortaleza de profesional; tal era el caso de aquel miembro de una estirpe de ejecutores franceses que sostenía que sus sueños eran bastante placidos, pues si los emperadores, reyes y tiranos dormían con tranquilidad no veía la razón por la que él, siendo sólo verdugo, no podía hacerlo. De Pierrepoint, el ultimo verdugo inglés, como de la dinastía de los Sanson; una familia de verdugos franceses hablaremos, entre otros, en estas entradas en las que nos ocupamos de esta gente. Para esta entrada (post) hemos preferido una viñeta amable.
Y para empezar lo haremos por el que creemos más prolífico de todos, en un país que puede decirse que ha sufrido como ninguno, sobre todo en el siglo XX: el ruso Vasili Blojin (conocido por Blokhin) es nuestro hombre. Su perfil responde a una de esas personalidades brutales, dispuestas al trabajo sucio de la intimidación primero y después del crimen y la tortura si se hacen precisos. Un prototipo ideal de verdugo que cumple las ordenes sin rechistar y además disfruta con lo que hace
Basili Blokhin |
Vasili Blojin (Blokhin)
Vasili Blojin tiene el dudoso honor de ser el ejecutor más productivo al servicio de la justicia de un país. Los polacos maldicen su memoria porque él, y otros como él, pero sobre todo él, se ocuparon de aniquilar a la oficialidad polaca durante la II Guerra Mundial. Uno tras otro, miles de oficiales, intelectuales y profesionales polacos sucumbieron bajo el procedimiento del tiro en la nuca que practicaba con destreza. En el transcurso de esta matanza de proporciones bíblicas, se vio obligado a cambiar de arma en varias ocasiones debido al recalentamiento de la pistola, y eso que utilizaba una walther alemana, que al parecer no se encasquillaba por recalentamiento. Con esa diligencia en el cumplimiento del deber por el que fue condecorado. El héroe del trabajo soviético tenía previsto ejecutar a 300 personas por día, pero los imprevistos se lo impidieron, nunca consiguió más de 250 víctimas por jornada. Utilizaba como cadalso un habitación cuyas paredes se habían acolchado ex profeso y que disponía de un suelo ligeramente inclinado, con el fin de que la sangre se evacuara por un aliviadero hacia el exterior. Utilizaba una indumentaria que bien pudiera pasar por la de un carnicero, botas de caña, delantal, guantes y gorro de piel. Todo con el fin de que la sangre le salpicara lo mínimo posible. Dirigía un pelotón de ejecutores, pero al parecer, no solía delegar en el último aspecto de su cometido. Acabó, entre otros, con la vida del héroe de la guerra civil española: Mijail Koltsov, la del escritor Isaak Babel, y muchos otros. Gotas de agua en un mar de sufrimiento.
Durante 1937 y 1938 participó en la ejecución de mas de 20.000 personas en el pueblo de Butovo, próximo a Moscu. Allí habían llevado los verdugos de Stalin sus centros de ejecución, a la vista de que las zonas señaladas para deshacerse de los cadáveres de los opositores a Stalin se mostraban insuficientes. Entre ellos Bujarin, Rikov, compañeros de Lenin, escritores como Boris Pilniak, Serguei Efron; sacerdotes, obreros, campesinos. No hubo en la vida de este hombre, que llegó al cargo de general, muestra alguna de arrepentimiento ni pesar, algunas ideologías son tan repugnantes que justifican además cualquier crimen en la conciencia de sus autores. Y eso para que digan que las ideas no matan. Destituido por Jrushchov acabó por colgarse.
Richard Jacquet (Jack Ketch)
Otra perla: Richard Jacquet, fue durante 20 años uno de los tres verdugos de Londres, mediado el siglo XVII . Un monstruo: pequeñajo, enclenque, cubierto de viruelas, dicen que apestaba a sangre seca. Feo como un sapo. En fin un autentico resentido social, un marginado que odiaba al género humano y nada mejor que el patíbulo para ejercer su desprecio por la especie. Algunos autores lo consideran mas bien como asesino psicópata que como verdugo histrión, pues celebraba y anunciaba sus ejecuciones días antes de que se produjeran. Porque si cabe la decapitación y la horca eran formas compasivas de perecer reservadas a unos pocos, el resto de suplicios con que a veces se obsequiaba a la víctimas antes de ejecutarlas abruma, y por ello nos abstenemos de entrar en detalles.Ejecución del duque de Mounmouth |
Para sus victimas, débiles de carácter, la agonía empezaba días antes de que les sometieran al suplicio. También para los más enteros, que los había y muchos, pues la pena capital por decapitación se imponía a los nobles que intrigaban o inquietaban meramente a la corona, y que enfrentaban el cadalso como una postrer prueba de coraje. Un último ejercicio de largueza fue el de Lord Rusell, acusado de intentar secuestrar al rey, que ordenó a su secretario pagar con diez guineas al sádico verdugo si este cortaba su cabeza al primer golpe. Años después el duque de Mounmouth (Condenado a muerte por Jaime II, por tratar de invadir Gran Bretaña) le pago con seis. Los resultados fueron prácticamente idénticos, ambos precisaron varios golpes de hacha para que sus cabezas quedaran separadas del tronco. La fama de sanguinario de Jacquet (también conocido por Jack Ketch) se extendió de tal manera que obligó a redactar al propio Jacquet un panfleto que tituló con toda inmodestia: Apología de Jack Ketch. Y es que el oficio de verdugo requiere sobre todo una gran fortaleza física, y Richard Jacquet era un alfeñique que convivía de habitual con un alto grado de etilismo. Esto, hacía de sus ejecuciones un espectáculo de alta barbarie, tanto más cuanto que, el filo de su hacha, se encontraba de habitual mellado
Aspecto del hacha y el bloque (de madera) que se utilizaban en la época |
En el año 1679 dedicó todo un día a la ejecución de 30 nobles acusados de traidores. Empezó a cortar cabezas al alba y al anochecer, agotado, pidió a los alguaciles autorización para posponer hasta el día siguiente la ejecución del último de los condenados, que aguardaba loco de ansiedad su hora final. El hijo de éste, un noble Galés le amenazó con despellejarle vivo si no ajusticiaba a su padre inmediatamente, cosa que hizo con sus ultimas fuerzas, por lo que fueron necesarios varios golpes de hacha para acabar con la vida del infeliz.
Nadie se apiadó de él cuando se balanceaba en la horca, a la que había sido condenado tras matar a una prostituta. Su escaso peso prolongó su agonía hasta lo indecible.
Los Verdugos. El trabajo sucio de La Ley consta de cuatro entradas