Asesinato de la Emperatriz. |
Si hemos de hacer caso a la prensa de la época, la figura de la Emperatriz Isabel de Wittelsbach, conocida por Sissi, apenas despertó interés publico. Alejada de la corte los últimos años de su vida, siempre fue vista como una Emperatriz “rara”. Su esposo Francisco José, fue considerado víctima de los caprichos de un mujer estrambótica, reacia a fotos en los últimos años de su vida, y cargada de misantropía a fuerza de padecer desgracias. Su trágica muerte fue utilizada por un Imperio en descomposición, con la esperanza de que su figura aglutinara territorios tan distintos como los que constituían el Imperio austro-húngaro. En esta primera entrada hablaremos de la vida de Sissi.
El hombre se vuelve: observa como la Emperatriz (a la que nadie ha reconocido) se dirige al barco de recreo que surca el lago de Lemán, algo titubeante, pero viva. Está seguro de que le ha clavado el estilete hasta el alma, pero allá va aquella mujer delgada, vestida de negro lo que la hace más delgada aún. Mira confundido el estilete y observa una pequeña mancha de sangre en su superficie ¿Cómo puede estar viva aún? Pues lo está.
La mujer que la posteridad ha conocido como Sissi apura los últimos minutos de su vida. Mientras, por dentro, gota a gota se va desangrando; suavemente. Ni una gota delata la presencia de aquella señal mortal, hasta que la Emperatriz, lívida como la cera de una vela, cae al suelo agonizando. En su desesperación, la condesa Irma Sztaray, que es la única persona que la acompaña, rebusca entre sus ropajes algún indicio que pudiera aportar explicación a su mal, siquiera una pequeña marca que diera respuesta a aquella palidez de ultratumba. La retira el corsé y allí, bajo la costilla izquierda, una herida en forma de "V" que apenas sangra.
Es inutil. Según los forenses ese gesto desesperado de su ayudante y amiga la había matado. La Emperatriz prácticamente expiraba al quitarla el corsé. Era lo único que contenía la hemorragia interna causada por el arma de aquel anarquista italiano llamado Luigi Lucheni, que ni siquiera la iba buscando a ella, pero que la mató a falta de otro objetivo mejor. En Viena, un hombre abatido hasta la desesperación, confesaba a los allí presentes haber amado hasta el delirio a aquella mujer, se trataba de su marido: el Emperador Francisco José.
Nació en Munich en 1837. Hija del duque Maximiliano de Baviera y Ludovica hija del rey de Baviera. Tercera de ocho hermanos. De carácter inquieto y aventurero muy afín en esto a su padre; un hombre muy querido en su ducado. Creció libre bajo la tutela condescendiente del duque. Su madre, Ludovica, junto a su hermana; la madre del Emperador Francisco José, habían convenido el matrimonio de este con su hermana Sofía , pero al final el Emperador se enamoró de Sissi con la que acabará por casarse en el año 1854. Tendrían 4 hijos.
Luigi Lucheni, el asesino. |
Su suegra y tía regulará desde entonces la vida diaria de la Princesa sometiéndola al severo protocolo español. Una especie de decálogo palaciego con origen en la corte borgoñona y que rige la vida cotidiana de las personas de la Corte; la hora de la comida, la de la cena, los zapatos que se deben usar por la mañana, etc… Una feroz e inmisericorde pauta que marca la cotidianeidad de esas suntuosas residencias. Algo insoportable para la gente de nuestro tiempo, pero que debía deslumbrar en su época por su puesta en escena. Quizás el éxito de las monarquías estriba en eso, en una puesta en escena envidiable, un decorado.
A partir de los 25 años, tras el parto de su tercer hijo, sufre episodios de anorexia. Se dedica al cuidado intensivo y obsesivo de su cuerpo. Su inmenso cabello, que a decir de algunos le llegaba hasta los tobillos, lo lava con esmero cada quince días al parecer con una mezcla de brandy y huevo, tarda casi un día entero en secar. Su hijo Rodolfo, muerto prematuramente, gustaba de jugar sobre los cabellos de su madre mientras que su camarera de alcoba, Fanny Angerer, se lo cepilla una y otra vez durante tres horas. Esta persona: Fanny, es la que seguramente la conoce mejor. La princesa aprovecha ese tiempo que dedica a su cabello para leer, pensar en voz alta, escribir y relajarse. Acude a dietas estrafalarias, intensos ejercicios físicos y por fin, un principio de tisis.
Viste corpiño mojado, el cual, al secarse, ciñe más su cintura. Se alimenta de un trocito de pan blanco, un sorbito de vino, hielos con zumo de naranja, caldo de carne, es decir, el jugo de la carne prensada, aderezado con alguna que otra especie Y por si esto la causa indigestión, curas de uva en Merano y curas de agua mineral en los Alpes. Su equipaje, en sus muchos viajes, está formado por más de sesenta baúles, innumerables medicamentos, cataplasmas e inyecciones de cocaína, para controlar el animo y los problemas menstruales. Quizás también opio; un producto muy consumido por la aristocrácia de la época. Los efectos secundarios de estos alucinógenos en la época eran ignorados, y su uso era fomentado incluso por eminentes médicos. Alfonso XIII, Rey de España, fue un consumidor de cocaina diluida en vino (vino "Mariani"), también el Papa León XIII (El Papa no sólo lo bebía sino que, incluso, prestó su imagen para la promoción del producto) y la Reina Victoria de Inglaterra se cuentan entre sus usuarios(*). Vista su naturaleza depresiva, no es extraño que nuestra Sissi se dejara llevar por los usos de su tiempo, e incluso, que abusara puntualmente de ellos a la vista de las muchas pruebas que le pondría su vida por delante.
Huye de Viena, vuelve a su hogar infantil en Possenhofen. Formalmente por despecho hacia una infidelidad de su marido, en realidad, agobiada por las presiones de su suegra, por las exigencias de un protocolo insufrible y quisquilloso que llega a regular hasta el tiempo que pueden utilizar para los almuerzos: 45 minutos. El suyo es un esfuerzo inútil por recuperar esos espacios de felicidad pasada a los que como dice el verso: nunca se debería de intentar volver. Su madre la vuelve a enviar a Viena donde su sorpresivo abandono de la Corte ha sorprendido.
Retrato de familia. Una foto de 1861 |
Regresa a la capital porque se lo manda su madre, pero no permanece mucho tiempo. Comprueba que ha perdido el control y hasta el cariño de sus hijos y se va a Madeira. Su marido la ha contagiado la gonorrea y quizás algo más, pero presenta la excusa de la tisis, un mal más neutro, lo que la permite prolongar su estancia en la isla dos años. Vuelve.
Aquileon. El palacio que se hizo construir en las Islas griegas |
Cada vez que ve a su marido la hace un hijo y eso que no le ve mucho. Se va a Hungría donde le regalan un castillo, el de Godollo. Aquí nace su última hija, pero ni su muy amada Hungría la retiene. Viaje a Irlanda y a Inglaterra para practicar equitación, se cae del caballo y esto la obliga a abandonar la caza y la equitación. Por cierto su caballo se llamaba nihilista, un ligero indicio de por donde corría por entonces aquella “cabecita loca” (mod. por impetuosa, inconstante) Se va a Grecia, a la isla de Korfú en donde edifica un pequeño palacio al que llama Aquileón. Estudia griego de la mano de Constantin Christomanos, un poeta enamorado físicamente de ella y que sublima este deseo no correspondido con su patrocinio intelectual, y ello a pesar de que La Emperatriz tiene casi 30 años más que él. Constantin está hipnotizado por su vigorosa figura, y es incapaz muchas veces de concentrarse en la lectura de La Iliada y La Odisea que ella escucha mientras la cepillan el cabello no menos de dos horas cada día. Quizás tuviera dos amantes; uno, su primo, Luis de Baviera, el loco, y otro; Gyula Andrassy un político-noble húngaro, aunque según ambos esta relación fuera mas bien ideal, la unión de dos almas. Bueno…. ahí lo dejamos. Esta convivencia con almas inquietas la llevarían a escribir un poema que a la postre, se convertiría en el vaticinio de su propia muerte, decía mas o menos que una pequeña herida en su corazón se encargaría de llevarla al cielo, como así fue. Y no fue esta la única premonición de esta mujer.
A los recuerdos de Constantin Christomanos debemos el mejor texto que sobre Sissi se ha escrito; el griego nos sorprende, por ejemplo con esa obsesión de la Princesa por frecuentar los manicomios de todas las ciudades que visitaba, por su poco respeto hacía la política que, para ella, carecía totalmente de interés, su pasión hacía Hungría y los caballos (sus pantalones de montar se subastaron en el año 2013). Y junto a esto, pues no podía ser de otra manera ya que Christomanos está cautivado por esta mujer que le dobla casi en edad, apreciaciones de carácter personal: el tamaño de su cuello, la palidez desafiante de su piel frente al rigor climatico de los países del Sur de Europa. Repara el griego en el brillo trágico de sus azules ojos. Su "tristeza organizada" acaba por hacerle claudicar en un pasión intelectual que nunca tendrá un correlato físico, porque Christomanos está seguro de que aquella mujer nunca se había rendido ante el amor. Y de hacerlo nunca repararía en él, pues a pesar de ser cultísimo, un accidente de infancia le había dejado una notable deformidad en la columna. Que desengaño.
El sur la va embaucando durante un tiempo, empieza a rehusar esa suerte de belleza robada de la arquitectura centroeuropea, pero en 1893 abandona también Grecia. Tiene mala conciencia pues sabe de su abandono de los deberes conyugales con su esposo y hace todo lo posible para que éste establezca una relación sentimental con una actriz. Todo lo cual la permite reanudar unos viajes que mas parecen huidas: Francia, Alemania, Suiza, España, Italia…
(*) En el año 1904 se eliminó la coca de un producto tan popular como la Coca-Cola, de ahí su nombre. Hasta esa fecha se utilizaba la hoja de coca en su composición. Durante la segunda parte del siglo XIX, también circuló un producto de amplia aceptación como euforizante: "vino Mariani" se llamaba, y también contenía hojas de coca. En ambos casos se desconocía la capacidad de generar dependencia del producto y el resto de sus efectos secundarios. La ignorancia es osada, y probablemente muchos de nuestros lectores recuerden la ingesta de "quinas" y otras bebidas alcohólicas en menores de edad, anunciadas en la Televisión Pública española durante los años sesenta del pasado siglo, y promocionadas como estimulantes de la energía y el apetito. No eran bebidas inocuas puesto que su graduación estaba en torno a los 18º ó 20º de alcohol.
Sissi Emperatriz consta de las siguientes entradas: