La mujer odiada por todas las mujeres: Lola Montez ( III )


María Dolores Porres Montez: Lola Montez, abandona España. Decididamente Madrid se le queda pequeño, aunque tampoco es descartable que detrás de esta retirada estuviera la presión de muchas mujeres, incendiando con sus celos los salones de la burguesía. Con un castellano aceptable se presenta en Londres vestida completamente de negro y en calidad de afligida viuda de Don Diego León, liberal e isabelino y que había sido capturado y muerto por los carlistas en la Guerra Civil. No sabemos cómo, pero es fácil adivinarlo, consigue que el Cónsul de España le organice una velada benéfica que Lola aprovecha para captar simpatías y admiradores. Tiene, en efecto, un “angel”, una capacidad para embaucar dulcemente a los hombres, y es capaz de conseguir de ellos todo lo que se propone, pero a la vez genera el efecto rebote entre las mujeres; la odian. A nadie deja indiferente
     Solo así se puede entender que haga su estreno en el Covent Garden en una pausa de la opera el Barbero de Sevilla, acortando la actuación, soberbia, del ballet del Gran Teatro. Presentó “el oleano”, una pieza recurrente es su escaso repertorio y que no sabemos muy bien de qué se trataba. Pese a su torpeza tuvo buena acogida. Sus amigos, que ocupaban la clac(*), se ocuparon de vitorear su actuación: !Bravo Lola¡ !Bravo¡ Y el público, bien predispuesto por la actuación del ballet, la acogió favorablemente, todo lo cual contribuyó a silenciar las voces que, con buen sentido, consideraban a la bella Lola carente de temple artístico alguno.
      A la semana siguiente presentó “los boleros de Cádiz”: otro exitazo. Mas tarde: Sevillianas, para continuar con Saragosa ….Y de pronto, el pasado que regresa, alguien que la reconoce como la mujer de aquel joven oficial al que abandonó en la India: la díscola, la infiel María Dolores Eliza Rosanna Gilbert. Lola jura y perjura que no se trata de ella. Miente como solo ella sabe hacerlo, es de Sevilla, es española, pero las pruebas son tan abrumadoras que decide abandonar las Islas. También se le quedan pequeñas, su escenario es el mundo, y Europa, como se verá, una primera etapa, aunque no cabe duda de que la mejor de todas. 
Alejandro Dumas
Alejandro Dumas

     Recorre el Continente entre conocidos, amigos, enamorados, amantes e íntimos. De todos o casi todos y de ninguno en particular. Eso hace hervir la sangre de gente tan pagada de sí misma, tan soberbia, tan arrogante. Fatuos en un mundo de fatuos, en un siglo de fatuos. Van cayendo uno tras otro, aristócratas, industriales, artistas. Acogida entre el gremio de periodistas con un cariño especial, de hecho, el último de sus amantes lo era: Alexandre Dujarier, le pegaron un tiro en un duelo que parecía una encerrona, a raíz del cual Lola terminó por marcharse de Francia. Antes, había conocido a Alejandro Dumas, el autor de "los tres mosqueteros".
     A Alejandro Dumas lo hicieron pasar por amigo. Ya, amigo, sería porque Lola no le permitió otra cosa, que ya nos extraña. La dignidad de una gloria nacional en Francia no permitiría hacer quedar a sus laureados por fracasados. Vaya usted a saber. Aquí se les ha empezado a llamar “pagafantas” –un término muy afortunado- en Italia se les llamaba los sigisbeos. Rendidos, enamorados sin esperanza alguna. Otros, como Chopin, sí que sacaron algo. El trémulo pianista polaco, orbitó durante un tiempo a su alrededor, pero como quiera que George Sand, una baronesa con bastante pedigrí en los salones franceses se había fijado en él, inclinaron a Lola hacia el buen entendimiento con la aristocrata y se hizo a un lado ¿Generosidad? ¿Sacrifico? Que va, se decidió por la gallardía de Franz Liszt, el compositor, por entonces un mozo en todo su esplendor. Algo inatento y vano, uno de esos tipos esquinados, difíciles de manejar. La ponía a prueba y esto la enojaba. Bueno, la hacía enfurecer. Sacaba de ella esa naturaleza volcánica e iracunda que tanto utilizarían contra ella sus detractores. 
Chopin en una foto de 1846
Chopin en una foto de 1846

     Liszt la abandonaría tras pasar un noche loca en la habitación de un hotel. Debía de conocer bien sus accesos de furia porque antes de marcharse del mismo dejó pagada la habitación. Así no habría posibilidad de que los propietarios le reclamaran daños y perjuicios. No se equivocaba, cuando Lola se barrunto esto destrozó buena parte del mobiliario.
     Pero su mejor actuación estaba por llegar. París había sido reacio a sus torpes contorsiones de corista y el público de la capital francesa la había abucheado hasta el delirio, tanto que, Lola, para mostrarles su desprecio, se arrancó una de sus ligas y la lanzó al respetable. Por lo visto esto, en la época, era el colmo del desaire: no trabajaría más en la ciudad. Dumas le proporcionaría los medios para viajar a Munich, y acaso la idea de vincularse a un hombre en extremo poderoso, quizás un príncipe. Y así hizo, pero ella no se conformó con esto y eligió a un rey: Luis I de Baviera. Un hombre que debió de ser guapo en algún periodo de su juventud, pero al que la edad le había dejado una grosera sinceridad, arrugas y un tumor en la frente. 
Frank Liszt
Frank Liszt

     Un tipo peculiar este Luis, por de pronto presentaba una infrecuente desprecio por el ejercito. Sostenía que el peor dinero gastado era el dedicado a los militares por lo que el presupuesto de estos se encontraba siempre bajo mínimos. Por lo visto su experiencia en el ejercito napoleónico no parecía haber sido muy grata. Dejaba en sordina la mala opinión que sus súbditos tenían de él, abandonándose durante horas al recuerdo en su “Die Schönheitengalerie”; la galería de retratos. Todos aquellos rostros que su narcisismo había hecho pintar de las que fueron sus amantes. Sin distinción de clase alguna, desde la hija de un carnicero a la baronesa de Krüdener. Esta había frecuentado también la compañía del Zar Alejandro I, pero en calidad de hermana espiritual. La soledad del poder, ya se sabe. 
Luis I de Baviera
Luis I de Baviera

      Luis gustaba de sumergirse en el recuerdo de aquellas sirenas de juventud, ahora que ya era un viejo de sesenta años. En cierta ocasión una invitada le hizo ver, en un aparte, que su rostro había estado también en aquella galería a lo que Luis la respondió que, de ser así, habría sido hace mucho tiempo. Dejando la duda de si era la fragilidad de su memoria la que fallaba o lo mucho que había envejecido su interlocutora.
     Lola consiguió del rey Luis de Baviera un espacio para su retrato en aquella galería, el titulo la condesa de Landsfeld, y la notoriedad suficiente como para vivir el resto de sus días rentabilizando el vínculo que con él había mantenido. 
      El rey gastaba en facturas de los modistas de Paris la mitad del sueldo de uno de sus ministros: 3.000 florines. Empezó con una asignación anual de 6.000 florines pero la cifra subió rápidamente hasta los 200.000. Esto iba parejo a la antipatía que empezaban a sentir por ella los súbditos del rey bávaro. 

(*)Clac: Butacas semigratuitas en los teatros ocupadas por fanáticos del espectaculo, o público afín a la empresa o al artísta cuyo único cometido era aplaudir.


Vida de una Mujer: Lola Montez consta de las siguientes entradas: