A qué olía Cristo
El olfato es el más antiguo de todos los sentidos, a partir de él se desarrolló el sistema límbico, el responsable de la parte inconsciente de nuestras emociones. Debemos más a el olfato de lo que imaginamos, de hecho, hay algunos etólogos que consideran que la elección de nuestras parejas es cuestión de olfato y que en la selección natural, nuestras narices, tienen mucho que decir. En efecto, es una forma ramplona de señalar una evidencia: olemos bien o mal, pero olemos, y en el universo del olfato no está todo tan claro. Por de pronto, uno de los ingredientes más sofisticados y antiguos de la industria perfumista es el almizcle o musk; se trata de una palabra de origen sánscrito que viene más o menos a significar testículo. El almizcle es el contenido de una pequeña glándula alojada en el bajo abdomen del pequeño ciervo almizclero. Por eso hay quién se refiere al mundo del perfume como al reino de lo paradójico: los mejores aromas habitan en los lugares más inadecuados.
Perfumarse, ungirse, ha tenido en la tradición clásica un significado religioso del que ahora mismo carece. Los egipcios, por ejemplo, consideraban al perfume como la “transpiración de los dioses”. Bien puede decirse que, en lo esencial, las motivaciones que llevaban a las muy liberadas mujeres del Antiguo Egipcio al uso de sustancias agradables son prácticamente las mismas que las de un/a joven de nuestro tiempo: agradar. Y para que veáis que el olor a nadie deja indiferente, os mostramos dos breves apuntes sobre sendos personajes con trayectorias vitales diferentes, y a los que nos hemos permitido valorar por lo que de común tienen: Jesucristo y Julio Cesar.
María Magdalena portando el recipiente con el aceite de nardo con el que ungió a Cristo. Roger van der Weyden. Siglo XV. Tríptico Braque |
En el Libro de Ester, uno de los textos del Antiguo Testamento, ya se hace referencia al uso de los perfumes en la corte del rey Asuero, el gran rey de Persia -de donde, según Plinio, proviene el uso del perfume-. Un personaje del que no se tiene constancia histórica alguna y que es identificado como Jerjes I. Asuero repudia a la reina Vasti y la judía Ester decide convertirse en su mujer. No vamos a entrar en los motivos del interés de Ester por este matrimonio, lo cierto es que, según el texto, permaneció durante un año antes de su entrevista con el rey perfumándose constantemente. Ungiéndose unas veces con aceite de mirra y otras veces tomando baños con perfumes aromáticos.
También Cristo fue ungido. Lo fue casi en dos ocasiones, de hecho “Christos” en griego significa eso: el ungido. En la primera de ellas los evangelios hacen referencia a María de Betania- quizás María Magdalena-, una mujer a la que se describe como llevando el cabello suelto, expresión que, conociendo la simbología, algo tosca, de La Biblia, haría alusión al ejercicio de algún oficio indecoroso. María derrama sobre la cabeza de Jesús un aceite de nardo, el perfume más exquisito de la antigüedad. Trescientos denarios de valor, o lo que es lo mismo, trescientas jornadas de trabajo. Más o menos un año de salario. No es extraño que los apóstoles se indignaran a la vista de aquel derroche y que las palabras de Jesucristo, quitándole tensión emocional a la escena, no causaran del todo el efecto deseado. Y es que María de Betania no se limitó solo a ungir su cabeza, sino también sus pies, extendiendo el aceite con sus cabellos. Un ritual con notables referencias sensuales que debió de causar algo de turbación en los presentes.
María Magdalena, además de santa patrona de conversos, de los fabricantes de guantes y peluqueros, de los penitentes y de los que luchan contra las tentaciones sexuales, es también alter ego de los perfumistas. Al parecer intentó, en una segunda ocasión, ungir el cadáver de Jesús con mirra, estando este ya en el sepulcro, pero encontró que ya había resucitado. Un detalle más que añadir a esta crónica apócrifa de las relaciones especiales entre Cristo y esta mujer.
Mas el perfume no es solo sagrado. Julio Cesar fue uno de esos varones en nada píos ni tampoco castos, que usó y abusó de los mismos hasta convertirse en un cadáver bien oliente. Bañarse en perfumes para alejar la enfermedad fue bastante corriente sobre todo en la Edad Media, pero de nada servia frente a una daga asesina. La pureza de la República veía incluso en el uso de los perfumes y los afeites un síntoma de degradación y relajación orientalizante. Solo aceptaban como varonil la unción clásica, es decir, la utilizada en la antigua Grecia por los combatientes y atletas que se impregnaban el cuerpo de aceites
Julio Cesar, por Rubens. Su perfume: el telino |
Cesar, aunque medio calvo y republicano, no perdería ni un ápice de seducción por aferrarse al rigor moral de los afines a la República. Cifraba buena parte de esa capacidad suya para embaucar los corazones al perfume que utilizaba: el telino, cuyo nombre procede de la isla de donde era originario; la isla de Telo, una de las Cícladas. Casi dos centenares de ínsulas situadas entre Grecia y Turquía. Se hacía con aceite fresco, cálamo, melitica, miel y mejorana, entre otros ingredientes. La presencia de la miel, por su efecto aglutinante, era común en los perfumes de la época, además ayudaba a fijar los olores.
De entre todos los componentes utilizados en la antigua Roma destaca el nardo que, como ya hemos visto, era perfume de dioses. Carísimo y deseado, solo los patricios podían permitirse su uso, las clases populares lo utilizaban disuelto en aceites que lo hacia más económico. En la Península itálica se extraía en la zona de la Campania, o sea; la zona de Nápoles.