Mujeres Verdugo: Los Verdugos ( III )

Mujeres Verdugo y dinastías de verdugos en Francia


Lady Betty una irlandesa que daba miedo
Lady Betty, la verdugo de Irlanda

Los verdugos eran remunerados con largueza. Con frecuencia tenían empleados a los que debían de pagar de su propio bolsillo. Para los estándares de aquella época vivían con holgura suficiente. Pero los inconvenientes eran muchos, en ocasiones, los comerciantes se negaban a venderles hasta los productos de primera necesidad. La mano del verdugo, su tacto mas bien, podían echar a perder un producto; frutas o animales quedaban malditos en este caso y eran despreciados para su comercio. Muchos verdugos despojaban de sus últimas pertenencias a sus víctimas, otros, sólo estaban autorizados a confiscar en su propio beneficio todo despojo que se encontrara de cintura para arriba. Recibían incluso las tasas por los derechos de paso de determinadas mercancías en algunos lugares, como es el caso del Pont Petit, en París, o parte de las multas impuestas a las prostitutas. El verdugo de Sevilla, por ejemplo,  era el arrendador de varias mancebías que rodeaban la ciudad durante el siglo XVII. Como ya hemos referido, el verdugo podía considerarse como el capataz de una cuadrilla  patibularia. El carpintero, por ejemplo, que acompañaba por lo general al verdugo, era el encargado de construir los patíbulos y también tenia una sueldo considerable, por lo que al ser un oficio no despreciable existían autenticas disputas por obtener el cargo. A veces, el tormento que precedía a alguna condena a muerte, pues no parecía ser suficiente la ejecución, era aplicado por otras personas. En algunas ocasiones el propio verdugo era el responsable de la tortura y esto, incluso, sin proponérselo formalmente. En efecto, recordamos la ejecución de María, Reina de Escocia,  a la que su prima Isabel I de Inglaterra había llevado con su firma hasta el patíbulo. Tuvo la desgracia de enfrentarse a un verdugo torpe que más que seccionarle el cuello le pegó un hachazo en medio del cráneo, y solo fue capaz de separar la cabeza del tronco tras utilizar el hacha como una sierra, visto que ni siquiera al segundo intento lo había conseguido. Pero aquí no acabó todo, pues cuando se dispuso a levantar la cabeza sosteniéndola por la cabellera, para dar así testimonio de la ejecución de la condena, esta se fue al suelo, y entre las manos del verdugo quedó una peluca de cabellos pelirrojos que era la que la Reina solía utilizar para ocultar su pelo canoso. María de Escocia tenía 44 años cuando murió y solo su pequeña mascota, oculta entre el ropaje del que se había despojado antes del suplicio, y de la que había hecho acompañar hasta el último momento, fue capaz de abalanzarse sobre aquel tipo para morderle un dedo.

Ejecución de Leonora Galigai
Ejecución de Leonora Galigai 1617

     Durante la Revolución Francesa los verdugos adquirieron gran popularidad debido al frecuente uso de la guillotina. Incluso, se intentó iniciar un proceso de dignificación del oficio, que empezó por asignarles el pomposo y algo cómico título de “vengadores del pueblo” , dotándoles de una indumentaria adecuada. Con el fin de diseñar la misma se invitó al pintor David (Jacques-Louis David París 1748, Bruselas 1825),el cual, llegó a entrevistarse con Carlos Enrique Sanson, el verdugo oficial de la ciudad de París, miembro de una dinastía de servidores públicos de la que hablaremos más adelante.
   

Lady Betty

 

      Los verdugos femeninos no han sido muy frecuentes en la historia, pero los ha habido. La misma Reina Constanza (1030) decidió oficiar como tal contra los herejes maniqueos, y no se conformó con enviarles al patíbulo sino que ella misma se ocupo de ejercer el tormento.

     En Irlanda encontramos un caso peculiar y algo confuso de ejecutor femenino, se la conoce por Lady Betty. Una mujer brutal que ejerció su trabajo a principios del siglo XIX. Fue condenada a la horca por asesinar a su propio hijo en un episodio en el que se confunde la fabulación popular y la realidad. Sea como fuere, el día fijado para su ejecución, ante la enfermedad del verdugo y la negativa de los funcionarios de justicia para sustituirlo, Lady Betty se ofreció como voluntaria para ejercer como tal verdugo con el grupo de condenados que la acompañaban. Obtuvo, tal y como pedía, el perdón de su vida y el nombramiento como verdugo en la cárcel de Roscommon, oficio que ejerció durante más de diez años. No le faltaría trabajo, el Código Penal vigente en la isla era el Británico, severo y cruel como el que más. Condenada a la pena capital a sujetos acusados de delitos tales como el carterismo, la caza furtiva y hasta el robo de ropa (Historia Universal. Ed. Salvat). Lady Betty hacía caminar a los condenados con una soga al cuello por un andamio colocado verticalmente sobre la pared de los muros de la prisión, y al abatirse este, se precipitaban al vació. La imagen de los ajusticiados, balanceándose  en la fachada de la cárcel y colgados de una viga, ha nutrido el mito cruel de Lady Betty, que por lo visto encontraba hasta jocoso ese movimiento pendular de los cadáveres.


La Dinastía de los Sanson


     Los Sanson no son un caso único, de hecho es bastante frecuente que el oficio de verdugo se vaya pasando de padres a hijos o entre familiares consanguíneos. Lo ha sido en Alemania, en España, la India, etc. Los Sanson han sido los verdugos de la ciudad de París durante 200 años. Carlos Sanson de Longval  fue el primero, llegó a la capital de Francia en pleno oficio de la llamada Cámara Ardiente, una especie de tribunal dedicado únicamente a investigar, perseguir y ejecutar a los abundantes envenenadores que habían hecho de la corte francesa uno de los lugares más peligrosos del planeta. No le faltó trabajo, y al parecer, debido a la severidad de las penas no fue reacio al uso de la llamada muerte compasiva o retentum, un procedimiento que consistía en estrangular al condenado instantes antes de comenzar el suplicio que acompañaba con frecuencia la condena a muerte, de tal forma que el tormento era ejercido sobre un cuerpo ya inerte.

El último de la dinastia, H. Sanson, escribió un libro, algo fabulado, sobre el linaje de los Sanson.

     Le sucedió Juan Bautista Sanson que tuvo 10 hijos, siete de ellos varones y los 7 fueron verdugos en diversos lugares de Francia. Ejecutó a un noble llamado Barre, que aún sobre el patíbulo, se mostró airado por una condena que consideraba injusta. Cuando Juan Bautista le pidió que se inclinara, toda  vez que fue condenado a morir decapitado por espada, este le replicó que de ninguna manera lo haría, puesto que sería admitir su culpabilidad de alguna forma. Sanson, ya que era esa  su voluntad, se dispuso a ajusticiar al reo erguido, lo cual hizo, no sin unos brevísimos instantes de perplejidad, pues la cabeza, separada del cuerpo por el certero tajo, se mantuvo sobre el tronco y no se precipitó al suelo hasta que el cuerpo se derrumbó. Juan Bautista Sanson se tenía por un formidable espadachín, heredero de los grandes verdugos franceses que vendieron sus habilidades por toda Europa y se encargaron de ejecutar, sin mucho sufrimiento, a personajes como Ana Bolena, a la que su esposo Enrique VIII le ofreció este postrero y piadoso favor.


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