Esta historia empieza en el año 80 antes de Cristo. Estamos en Roma, bajo la dictadura de Sila, en la casa de Quinto Valerio Sorano; tribuno de la plebe, una especie de defensor del pueblo. Intelectual, diletante, ocurrente y algo provocador. Vive bien, más que bien; sobradamente bien, pero ha cometido un error. Las puertas de su casa son violentadas por una guardia enviada por el Senado. De nada le sirve su indignación a Sorano, es encadenado y llevado a prisión. Días después muere, colgado de una cruz y tras una espantosa agonía de siete días que le ha aplastado los pulmones bajo el peso de su propio cuerpo. Otras versiones le permiten huir a Sicilia, en donde el largo brazo del Senado le depara el mismo fin. En cualquier caso es muy extraño que un ciudadano romano sea condenado a morir crucificado, un suplicio destinado a los esclavos y aquellos que por la calidad de sus crímenes lo merecen. Y Quinto Valerio Sorano, a juicio del Senado de Roma, sí se ha hecho merecedor de esta muerte innoble. Se ha atrevido a publicar un pequeño libro titulado Epoptidon (algo así como Presentación) en el que ha osado revelar el nombre secreto de Roma. Una revelación que acarrea inmediatamente la muerte por traición, toda vez que quien posea el nombre arcano de la ciudad posee la ciudad misma.
El mundo clásico está poblado de dioses: para el cielo y la tierra, los planetas, los fenómenos naturales. Hasta las alcantarillas de Roma poseen un Dios propio: Cloacina en este caso, y diosa. Numen tienen las personas y también las ciudades. Todos poseen un nombre público: Júpiter, Saturno, Orus, pero también poseen un nombre secreto, aquel que define lo que realmente son: su esencia. En él radica su fuerza, mas también su debilidad pues aquel que controle el nombre oculto es capaz de controlar su voluntad. La diosa egipcia Isis, capaz de restaurar trozo a trozo el cuerpo de Osiris que había sido descuartizado previamente, llamada reina de los dioses, obtiene todo su poder gracias a que fuera capaz de engatusar a Ra para que éste le revelara su nombre secreto y así poder controlar a todas las criaturas y cosas. El primero de todos los hombres: Adán, inspirado por Dios, fue el que se encargo de poner nombre a cada cosa, de ahí su poder sobre todo lo que le rodeaba, y en particular con los animales, a los que conocía y dominaba por conocer su nombre secreto. A Liliht, que según la tradición fue la primera mujer de Adán, la tocó sufrir el exilio del Paraíso porque oso llamar a Dios por su propio nombre.
La Diosa Isis |
Ying Zheng, al que se denominó por razones de fuerza mayor; el primer emperador de China, utilizaba a las personas con la indiferencia de quién pisa a una hormiga. Fue, entre otras cosas, un precursor de la quema pública de libros, su intención era borrar la memoria escrita de China para pasar a la posteridad como el primer hombre que efectivamente merecería ese titulo de Emperador, ya que había sido capaz de borrar la memoria de la humanidad en forma escrita. Estuvo en este mundo entre los siglos III y IV antes de Cristo, y tenía un nombre secreto que nadie podía conocer bajo sanción. Imagínense el alcance de la pena que podía acarrear la violación de esta norma; por un error nimio hizo enterrar vivos a 600 intelectuales
Ying Zheng el fundador de la dinastía Qin. III A. C |
Hasta Dios tiene un nombre secreto, a decir de Borges; cuando Moisés le pregunta a Dios por su nombre este le responde tangencialmente: “soy el que soy”. Aunque según la tradición cabalística Moisés sí sabía el nombre secreto de Dios, y para que el mundo continuara existiendo se ocupaba de pronunciarlo periódicamente y en el más absoluto de los secretos junto al Arca de la Alianza. Más tarde, en el Nuevo Testamento, cuando el libro sagrado hace referencia al nacimiento de Cristo lo presenta mas bien, entre otras cosas, como el “verbo hecho carne”: la palabra, el nombre.
El rey Salomón, con el fin de que el nombre sagrado de Dios no se perdiera, lo hizo grabar en un jeroglífico sobre la que históricamente se conoce como la Mesa de Salomón; guardada junto al Arca de la Alianza en el templo de Jerusalén. Los romanos, una vez invadida la ciudad en tiempos de Tito, la llevaron al templo de Júpiter, pero fueron incapaces de revelar su significado. Posteriormente los godos, tras la caída del Imperio Romano, la trasladaron a Hispania y de aquí paso a manos de los musulmanes al invadir estos la Península Ibérica en donde se pierde su pista. El nombre secreto de Dios para los gnósticos era el de ABRAXAS. Compuesto de siete letras hacen referencia también al nombre secreto de los siete planetas y otras cifras cabalísticas. De una manera o de otra, de Abraxas deriva, por corrupción, otra palabra con tintes mágicos: Abracadabra